Categoría: Reflexiones de ascensor
Cabr(et)ón
Podría haber escrito de las espantadas de Ares o Javi Martínez, del último bolo de Ruiz-Mateos o de que Urdangarin está en Barcelona de brazos cruzados, pero desde que se supo que los restos óseos hallados en Las Quemadillas podrían ser de los niños Ruth y José estoy de muy mala hostia. Y perdonen ustedes por el taco. Por más que he tratado de evitarlo buscando otros términos en el diccionario, indignada se me quedaba corto y enojada, no digamos.
Estoy cabreadísima, digo, primero, con el presunto asesino y maltratador, que llevaba toda la vida machacando a su mujer hasta que la ha matado en vida -supuestamente, claro- de la manera más cruel posible. Cabreadísima también con la o los responsables de la presunta cagada, consistente en determinar que los huesos correspondían a animales y punto pelota. Para qué contrastar. Se habla de «error científico», de que hasta «el mejor escribano comete un borrón» y aquí paz y después gloria. Ni un ademán de depurar responsabilidades. Cabreadísima, ya puestos, con el sistema, que protege al presunto hasta el punto de asignarle una escolta antisuicidios, pero es incapaz de preservar la integridad de estos y otros menores.
Ya sé que estamos en un Estado de Derecho y bla-bla-bla, bla-bla-bla, pero seis y dos años, joder. Ellos sí que eran inocentes, sin lugar a dudas. Sus ángeles de la guarda debieron ser despedidos por incompetentes. Menos mal que un terrenal forense vino, en pleno agosto, a poner fin a la agonía. Si no, ¿cuánto se habría prolongado?
Ab(s)orto
Así se ha quedado el personal, pasmado, al conocer que la malformación del feto ya no será un supuesto para interrumpir el embarazo. Inexplicable, más si cabe, cuando se escucha al ministro de Justicia tratando de explicarlo. «Los discapacitados deben tener exactamente los mismos derechos que el resto de los españoles», clama Gallardón. Pues van dados. Porque del «resto de los españoles», unos cinco millones y medio, para ser más exactos, por no tener, no tienen ni derecho al trabajo.
El PP, como no podía ser de otra manera, ha aplaudido la propuesta porque defiende a «los más débiles». Si quieren proteger a los débiles, servidora les puede presentar a unos cuantos. Solo tienen que decir qué prefieren, si un parado de larga duración o un desahuciado, si una familia bajo el umbral de la pobreza o un pensionista sin opción a ser rescatado, si un inmigrante con sida a punto de quedarse sin tratamiento o un indigente alcoholizado. El abanico es muy amplio. Y eso, al ladito de casa. Que si te vas al Cuerno de África, te los topas sin necesidad de buscarlos.
Vamos, que si quieren convertirse en los superhéroes de los más desfavorecidos, tienen en la Tierra suficiente trabajo. En vez de empeñarse en que se desarrollen embriones con graves anomalías, podrían dedicarse a garantizar el bienestar de quienes ya las padecen. Muchos viven sin vivir en sí, para sufrimiento propio y de sus abnegadas familias, y eso, por mucho que se empecine el ministro, no es vida.
Enfermo deluxe
Menos mal que morirse todavía es gratis porque lo que son los prolegómenos se están poniendo por las nubes. Entre el copago y la lista de medicamentos que el Estado quiere dejar de financiar, ponerse malo según dónde va a resultar más caro que irse de crucero. De hecho, en algunas farmacias están pensando en tapizar el suelo con una alfombra roja, como la de los Oscar, para recibir como se merecen a los enfermos deluxe.
El resto estará escupiendo esputos en el envase del Cola-Cao o sufriendo las hemorroides en silencio. En silencio y a oscuras, porque también se dispara el recibo de la luz. A los que tengan diarrea al menos les quedará el consuelo de soltar un mecagüen seguido del presidente o ministro correspondiente, lo que, quieran que no, debe aliviar mucho la tensión emocional.
Mientras los de las franquicias de Compro oro se frotan las manos pensando en la de viudas que tendrán que empeñar la alianza para pagarse los comprimidos para las varices, las empresas contratan a cerrajeros para blindar sus botiquines. Porque, con este panorama, una caja metálica llena de paracetamoles, protectores gástricos e ibuprofenos, más que un botiquín, es un botín.
Como la cosa siga así, no nos va a quedar otra que recurrir a los consejos de Txumari Alfaro, así que ya saben, vayan preparando el orinal. Otra posibilidad es pedir que nos borren las orejas con el photoshop, como a Belén Esteban, y gritarle a Rajoy: No te escucho, cucurucho.
Obispócrita
Malpensados, más que malpensados. El obispo flotante a una señora pegado asegura que no es lo que parece. Aunque lo mismo le juró el marido a la amiga de Rafaela Carrá cuando se encontró a una mujer en el armario, ¡qué dolor!, ¡qué dolor! Lamenta el prelado argentino que adosarse a una fémina como el difunto pulpo Paul «pueda haber dado lugar a malas interpretaciones». Perdone, monseñor, pero se ha arrimado usted tanto que no ha dejado mucho espacio a la imaginación. Vamos, que descartados los ejercicios espirituales acuáticos y la confesión submarina, estaba usted teniendo una experiencia religiosa a lo Enrique Iglesias sí o sí.
Que no es que yo tenga nada que objetar, pero al menos no sea hipócrita y admítalo. «Es una amiga de la infancia», dice. Ya. Y en preescolar se quedaron con ganas de jugar a médicos, ¿no? «Prácticamente la conozco desde que tengo uso de razón y las imágenes solo se explican en el marco de una larga amistad». No insista, por favor, que ya nos ha quedado claro que no es usted de esos de aquí te pillo, aquí te mato.
Si la explicación que se echa en falta es precisamente la que no ha dado. Porque como presidente de Cáritas Latinoamérica se hace un poco raro que se pegue esas vacaciones. Se le debió olvidar aquello de predicar con el ejemplo cuando dejó el báculo y la mitra en el guardarropía del hotel de lujo donde dicen que se alojó. A usted lo de misionero le debe de sonar a una postura.



