Vivir en el curro

Se les ha ocurrido a algunos empresarios -me imagino que después de organizar un think tank con dueños de fábricas clandestinas de chinos– que para salir de la crisis tenemos que currar más horas. No se sabe si diurnas o nocturnas, porque los padres de niños pequeños somos capaces de trabajar incluso dormidos. Tampoco han concretado si la jornada se extenderá tanto que no compensará regresar a casa. Si fuera así, podrían facilitarnos sillas de oficina abatibles, con opción a sonda, para poder echar una cabezadita y orinar sin necesidad de abandonar el puesto. A priori puede resultar claustrofóbico, pero más apretadas están las gallinas y no dicen ni pío. Tampoco estaría de más que nos proporcionaran trajes-pijama reversibles, de ejecutivo por fuera y franela por dentro.

Vivir en el trabajo, además de solucionar la papeleta a algún desahuciado, reduciría el número de divorcios por falta de tiempo para discutir. Aunque siempre se podría cortar por Twitter: «Que he pensado que te den. Y que bajes la basura». Yo, sin ir más lejos, me he adelantado a los acontecimientos y le he anunciado al padre de mis criaturas un Expediente de Regulación de Esposo, por lo que pasaremos a vernos solo los fines de semana, como cuando éramos jóvenes y descerebrados. Él se queda la cría y la tortuga. Yo, el lactante y el ficus. Si pudiera meter la minicuna y el tiesto en el despacho del superjefe, pelín infrautilizado, sería perfecto. Esto nos pasa por encomendarnos a San José Obrero. Con lo mal que está la construcción…

Tembleque

Ustedes no sé, pero yo abro el periódico cada mañana temblando por ver si hoy toca que nos recorten los derechos o el presupuesto familiar. Debe ser una táctica para ver si infartamos, porque desde vacaciones de Semana Santa esto ha sido un no parar. No quiero ni pensar lo que nos harán en agosto. Con un smartphone y treinta grados a la sombra, te pueden lanzar un decretazo mientras apuran un Martini, desde cualquier chiringuito en Marbella. Deberíamos plantearnos seriamente dejar un retén de vigilancia. Al menos, para que protesten por nosotros. Aunque sea bajito y desde casa, porque los ministros aún no parecen tener claro si la resistencia pasiva va a considerarse o no un atentado contra la autoridad. Si Gandhi levantara la cabeza… Lo mismo le hacían pagar una multa por resucitar.

El otro día el susto se lo llevaron los pensionistas, a los que les cobrarán por los medicamentos. Hay viudas que no comen pollo asado porque el horno gasta mucho. ¿Seguro que hacerles abonar el sintrom es la mejor forma de ahorrar? A no ser que el efecto disuasorio que se busca lo sea tanto que algunos mayores con lo justo se dejen de medicar, con lo cual se ahorraría que no veas, pero tampoco es plan. Mariano Manostijeras aparte, nos gobierna -o eso dicen- un sujeto al que su propio socio compara con Homer Simpson. El jefe de Estado, que ha pedido perdón tras la gran cazada, no se queda atrás. Con esas autoridades, como para no temblar.

De tiros y tiros

Fue verle patear a sus primos en la boda de los Príncipes de Asturias y darse uno cuenta de que Froilán apuntaba maneras. El tiempo y el tiro que se ha pegado en un pie solo han venido a dar la razón. “Con los niños siempre pasa eso”, trataba de quitar hierro al asunto su abuela. Pues qué miedo, oiga. Si la reina no exagera, en los cumpleaños de sus nietos, en vez de gorritos de fiesta, deben repartir, junto con los ganchitos, cascos y chalecos antibala.

La madre de la criatura, la infanta Elena, admitía que había sido “un susto”, lo que, puestos a elegir, siempre es mejor que muerte. Y el tío, Álvaro de Marichalar, restaba importancia al accidente. “A todos se nos ha escapado un tiro alguna vez”, afirmaba. Perdona, pero a todos no. La única arma que, afortunadamente, empuñan los niños del común de los mortales es el mando de la wii y, de lanzar un tiro, es a puerta o a canasta y con un balón.

Ahora que la Casa Real anda estudiando cómo recortar gastos, no estaría de más que se ahorraran unos euracos en escopetas y munición. Que los demás también nos estamos apretando el cinturón y no precisamente para ajustarnos la cartuchera, sino porque, a falta de balas, se nos disparan los precios de la luz, el gas, la gasolina y los huevos. El niño, al menos, fue sincero. “Es mi culpa, mi padre nada tiene que ver”, parece que admitió Froilán tras el incidente. Las escopetas, como los lanzapelotas, las carga el diablo. A ver si también otros asumen su responsabilidad.

Huelga obsoleta

Vale que la reforma laboral es una canallada, pero no trabajar para defender el derecho al trabajo se antoja paradójico. Si no fuera tan grave -despedir va a resultar más barato que pagar el recibo de la luz-, serviría para hacer un chiste malo del tipo ¿Cuál es el colmo de un parado? Llamarse Curro.

En esto de las protestas, digo, a riesgo de ser más incomprendida que Calimero, no nos vendría mal invertir en I+D. Porque lo de hacer huelga se nos está quedando un pelín obsoleto. Por no evolucionar, en las manifestaciones ni siquiera se ha llegado a la pancarta digital. ¿Y qué me dicen de los megáfonos? A estas alturas deberían ser de bolsillo y con Dolby Surround. Tampoco tapizar el suelo de pasquines parece muy propio del siglo XXI. Resultaría mucho más ecológico hacerse eco de los panfletos vía WhatsApp. En los lemas, hay que admitirlo, es donde se echa más imaginación, aunque siempre se corean grandes clásicos como Con este gobierno vamos de culo.

Pero si hay algo que nunca he compartido son los llamados piquetes informativos. ¿Por qué piensa ese señor de barbas, pegatina sindical en el pecho, que entiendo mejor sus argumentos si me los explica a la puerta del trabajo? Y ahora que ya me los ha expuesto, ¿por qué no me deja pasar? A ver si va a ser que no es un piquete informativo… Alguien ha coaccionado a alguien, musitaría Gila. Lo siento, pero a mí me va más el rollo referéndum, como en Suiza. Y darles donde más les duele, en las urnas.

Corruptolíticos

Ríanse, pero si compartieran techo con una francotiradora de preguntas de poco más de un metro, vivirían temblando. Porque hay cuestiones de las que sales al paso con la Wikipedia, pero otras son de máster en paternidad. «¿Para qué sirven los novios?», te dispara un día con el morro lleno de tomate, entre tenedor y tenedor de macarrones. Y, claro, el abanico de posibilidades va desde Julián Muñoz a Brad Pitt.

Para no quedarme en blanco, me estoy preparando por si un día me suelta: «¿Para qué sirven los políticos?» Como primer paso, he acudido al diccionario: Dicho de una persona: Que interviene en las cosas del gobierno y negocios del Estado. Vista la prensa, diría que algunos no lo han entendido bien, porque más que intervenir en los negocios del Estado, hacen negocio a costa del Estado. La diferencia en letras es nimia, pero suficiente para forrarse, gastarse 25.000 euros mensuales en cocaína o construirse un chalé.

Como esto siga así -cuando las barbas de Matas veas cortar, pon las tuyas a remojar- va a surgir una nueva especie: los corruptolíticos. Quizá la Real Academia de la Lengua añada este término. Pena de orden alfabético, porque quedaría precioso al lado de capullos. Puestos a indagar, hay otra acepción de político: Cortés con frialdad y reserva, cuando se esperaba afecto. Hombre, tampoco nos pasemos. Que una no espera un beso de tornillo de Rajoy, ni que Patxi López le traiga de su luna de miel en la India, digo misión empresarial, un detallito.