Athletignósticos

Acerquen la oreja. Lo confieso: no me gusta el fútbol. Sé que tengo que hacérmelo mirar. Que me señalarán con el dedo por la calle y que más de uno me aplicaría un correctivo. Pero en mi familia ni siquiera les interesa este deporte a los especímenes del sexo masculino. Y eso sí que es raro, raro, raro. Tanto que estoy por proponerle a la UPV que nos someta a estudio. Lo mismo que analizan la expansión del mejillón cebra o los polímeros. Porque a singulares no nos gana ni la tribu esa que vivía aislada en Paraguay.

Al menos, estos días me siento como un perro verde. Sin poder meter baza en ninguna conversación. He intentado ponerme al día, pero las secciones de deportes de los periódicos son para iniciados. O sabes de quiénes están hablando de antemano o no te coscas de ná. Tampoco entiendo a algunos aficionados. ¿Qué culpa tengo si con la que está cayendo me parece un despilfarro viajar a Manchester para asistir a un partido? ¿Entenderían ellos que yo hiciera lo mismo para ver una ópera en París?

Mientras el personal hace cábalas, calendario en mano, para asistir a la final de Copa, cambia el turno con el compañero y piensa con quién va a encajar a los niños, yo les miro como las vacas al tren. Al tren o a las fotos de Muniain y Martínez pasándoselo piporreta con unas chicas. Dicho esto, solicito urgentemente asilo político. Y tengan piedad, que soy madre de familia. Ahora, si sacan la gabarra, me avisan. Que me compro una bandera rojiblanca en un chino y me planto allá en un periquete. Euuup!

Menudo cabrón

Lo confieso, señor juez. Fue enterarme de que no consideraba que zorra fuera un insulto y pensar de la misma que era usted un auténtico cabrón. Pero no me malinterprete, por favor. Me refiero a un cabrón en su acepción cuarta: hombre experimentado y astuto. No como yo, que soy una ignorante. De hecho, hasta que usted no nos lo ha aclarado tan amablemente, siempre había creído que llamar zorra a una mujer era cuando menos despectivo.

Admito que me precipité en mi juicio y que cuando leí la palabra en su contexto entendí la argumentación de su sentencia muchísimo mejor. El acusado por un delito de amenazas, según la abogada de la víctima, le vino a decir algo así a su hijo: “Tu madre va a tener que ir mirando por la calle como las zorras, para delante y atrás, porque la voy a matar y la voy a meter en una caja de pino”. Qué detalle, oye, porque hay quien se carga a su mujer y la deja tirada en el suelo de la cocina, el rellano de la escalera o la puta calle, pero este no. Este, llegado el caso, promete hacerse cargo, al menos, del féretro.

Aclarado que zorra es para su señoría una “persona astuta”, ¿zorrón designa la astucia en grado superlativo? Y puta, señor juez, ¿es o no peyorativo? Agradecida por sus lecciones magistrales, lo que no le acabo de perdonar es que se haya cargado un mito. Toda la vida pensando que a las Vulpes les gustaba ser unas zorras y resulta que lo que querían ser era unas personas avispadas. Eso ni es punk ni es ná.

¿Y la misa de 12 qué?

Este trajín de horarios en los partidos del Athletic está trayendo de cabeza a más de uno. Y no solo a los aficionados, que ya no saben si llevarse para el descanso un hamaiketako, un tupperware con alubias, el bocata de toda la vida o un huevo frito. También sus parejas están sufriendo las consecuencias. Acostumbradas al cese temporal de la convivencia las tardes de los sábados o domingos, que el cónyuge se les persone en casa cualquier fin de semana antes de lo previsto puede acarrear más de un disgusto. O, cuando menos, resultar un incordio. Igual está una tan tranquila en plena reunión de tupper-sex, llega el marido con la bufanda rojiblanca anudada en plan turbante a la cabeza y, quieras que no, te corta el rollo.

También algunos hosteleros están que trinan porque el derbi del próximo 2 de octubre en Anoeta se jugará a la hora de los pintxos. Y, claro, las ganas de potear, una vez que uno ha perdido, bajan en picado, como la libido. Aunque todavía no se han pronunciado, intuyo que habrá curas a los que tampoco les hará ninguna gracia que el encuentro se dispute justo a mediodía. ¿Y la misa de 12, qué? Porque si hay que oficiar, se oficia; pero oficiar para nada, con los banquillos semivacíos… Alguno ya está pensando en cambiar el karaoke instalado en el altar para cantar los grandes hits eclesiásticos por un televisor LED 4×4 para seguir el partido. El Señor sabrá entenderlo y, si no, que hable con los dueños de las teles, de todopoderoso a todopoderoso.

Papá Pitufo

Qué quieren que les diga. A mí eso de la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid me recuerda a una excursión con las monjas del colegio, pero a lo bestia. De aquellas en las que todas las niñas de la clase, incluida la pitagorina, torturábamos al chófer del autobús entonando Para ser conductor de primera, acelera, acelera. ¿Pero qué tipo de cántico suicida era ese? ¿En qué parte del catecismo venía que daba puntos hacer el kamikaze? Por si fuera poco con azuzar al pobre hombre para que se estampara en una curva con cuarenta escolares, le minábamos la moral gritando El señor conductor no se ríe, no se ríe, no se ríe. Seguro que ese acoso hoy día está penado por ley. Inexplicablemente -entonces no existía eso del síndrome del chófer quemado– llegábamos sanas y salvas al Santuario de Nuestra Señora de Estibaliz, de donde las más pelotas se llevaban como recuerdo una postalita y lo más de lo más, una molona virgencita fluorescente que brillaba en la oscuridad.

Aquello me debió de dejar marcada, pero para mal, porque todo lo que leo estos días sobre el macrofiestón católico me da yuyu. Que si una capsulita con sangre de Juan Pablo II, que si un joven mexicano pirado… Hasta el papamóvil -es retorcido, lo sé- se me antoja un terrario. Benedicto XVI espera que el evento sirva para evangelizar a las nuevas generaciones, pero mi hija al único papa al que profesa devoción es a Papá Pitufo. Y mientras, en el cielo, Gérard Depardieu meando.

Guarrinautas

Tendrán muchos estudios, como dice mi madre, pero son unos guarros. Tanto que el otro día tuvieron que salir por patas de la estación internacional para no chocar con la basura que flota por el espacio. Les está bien empleado. Que a los señores astronautas no se les van a caer los anillos planetarios por fregar de vez en cuando la órbita terrestre con Tenn con bioalcohol.

Para ser honesta, confesaré que al principio me identifiqué con ellos. ¿Quién no ha sufrido al doblar el pasillo de su casa una emboscada de pelusones del oeste capitaneados por un ácaro de tres kilos revólver en mano? Pero una cosa es acumular suciedad bajo tu alfombra y otra muy distinta tirar desperdicios en las zonas comunes, como el rellano de la escalera o la Vía Láctea. ¿Qué les costaría a los de la NASA montar un garbigune en Marte con un par de contenedores para restos de cohetes y satélites desvencijados? ¿O aprovechar los agujeros negros como sistema neumático de recogida de basuras?

Ellos verán, pero como sigan esparciendo chatarra por el universo, no tardaremos en ver por allí a una familia de rumanos buscando entre los restos de meteoritos y el polvo cósmico un pedazo de metal que echar al carrito de bebé tuneado. Y porque Azkuna está muy ocupado, que si no, les montaba un dispositivo de limpieza en plan Aste Nagusia que no acababan de sacudir las migas por la ventanilla de la nave y ya estaría la maquinita verde con los rodillos esperando debajo.