El arte me confunde

Ya sé que es un sacrilegio y prometo flagelarme con el ratón del ordenador mientras veo Intereconomía esta noche, pero miro la porción de tarta gigante de Claes Oldenburg que se expone en el Museo Guggenheim Bilbao y no puedo evitar pensar que es un puf de Ikea. Y que conste que me encantan los diseños suecos.

De todos modos, creo que últimamente tengo las facultades estéticas mermadas porque cada vez entiendo menos a algunos artistas. Pongamos que hablo de Sabina, que vivía en el número siete, calle Melancolía, quería mudarse de barrio hace años y por fin ha cogido el tranvía. En el equipaje de mano llevaba la letra del himno de España para Ciutadans.

 Tampoco le pillo el punto al tipo ese que pretende recrear el secuestro de Ortega Lara encerrándose ocho días en un zulo y retransmitiéndolo. Aunque ahora que lo pienso, su idea no es tan mala. Propongo a quien le competa que esta performance temporal se convierta en permanente y el videoartista se quede ahí recluido sine díe por listillo.

Luego hay quien se echa las manos a la cabeza porque un municipio de Londres quiera vender, por la crisis, una obra de Henry Moore. Oye, si pueden… Otra cosa es que en Castellón se intentaran deshacer de la escultura de Fabra, porque ni para chatarra.

Ahora, para artistas, los diputados, a los que los iPads se los quitan de las manos, como las bragas tres por dos del mercadillo. Pues ale, majetes, a resolver los sudokus a boli, como todo hijo de vecino.

¡Que sobrevivan los novios!

Que una boda terminara en batalla campal, como ha pasado en Donostia, era cuestión de tiempo. Lo que resulta chocante es que la gota que colmara el vaso fuera una canción de Benito Lertxundi, cuyo repertorio, dicen las lenguas viperinas, más que para animar un guateque, se antoja banda sonora de velatorio. Si la música amansa a las fieras y se lio parda con las melodías del cantautor, ¿qué habría pasado de amenizar la velada con el rock de Berri Txarrak? ¿Se habrían lanzado, además de los pétalos de rosa de rigor, los centros florales? Por fortuna, nadie homenajeó a los novios con una ezpata dantza porque, si se ponen en plan Uma Thurman en Kill Bill, podrían haber rodado cabezas, pero de forma literal.

Se desconoce si los esposos, cuyos invitados entraron en disputa por discrepancias ideológicas, se están planteando el divorcio exprés, pero de llevarlo adelante, a buen seguro lo tramitarían en la más estricta intimidad, sin testigos que valgan. La puñeta es que las parejas que se casan este fin de semana están de los nervios. Con lo complicado que es distribuir las mesas de los invitados, teniendo en cuenta el número de comensales, su edad, su relación y las viejas rencillas familiares, ahora hay que añadir la variante de la afinidad política y ríase usted de los sudokus. Mientras los novios se devanan los sesos, los DJ hacen acopio de cascos y chalecos antibalas y los camareros, por si las moscas, cambian los cuchillos de carne y pescado por cubiertos de plástico. ¡Que sobrevivan los novios!

La almohada de los indignados

La llaman almohada avestruz, aunque se parece a un ajo, y sirve para meter la cabeza y echarse una siesta en la oficina, el metro o la cola del paro, por lo que sus potenciales clientes se cuentan por millones y subiendo. Sin menospreciar al iPhone 5, para mí este es el invento del año. Será porque el crío no me deja dormir y sueño con echar una pequeña cabezada ya sea apoyada en un semáforo o encima del teclado.

Pero la Ostrich Pillow, que es como han bautizado a esta especie de escafandra acolchada, va mucho más allá de la clientela insomne. Se puede utilizar, por ejemplo, para darte de cabezazos con las paredes sin resultar dañado. Y ahí tienen otra buena cuota de mercado con los funcionarios, que deben estar haciendo lo propio al enterarse de que su sueldo seguirá congelado al menos otro año.

El voluminoso pasamontañas también tendría mucho éxito entre los indignados, porque, visto el rodeo al Congreso, para manifestarse pacíficamente va a tener uno que llevar hasta casco. Dice la niña, como representante del club de fans de Bob Esponja, que la almohada en cuestión es ideal para disfrazarse de Calamardo, mientras que el aitite la encuentra perfecta para pasar la noche en la sala de espera de Urgencias.

 La semana que viene empieza la campaña. La podrían repartir entre los afiliados por si les entra el sopor en los mítines o entre los políticos para hacer lolos sobre el atril entre acto y acto. Aunque alguno hace tiempo que está dormido en los laureles.

Sin riñones por la vuelta al cole

Los bulos vía mail son como el timo de la estampita. Siempre hay alguien que pica. Anteayer, un amigo con menos capacidad de discernir que un molusco bivalvo me reenvió la rocambolesca historia de Sandra, una estudiante a la que drogan, roban los riñones y violan cinco tíos, dejándola embarazada. Ahí es nada. Solo faltó que en la UVI móvil, camino del hospital, viera a la autoestopista de la curva. Según el relato, Sandra despertó desnuda en una bañera llena de hielo, en plan bonito del norte, y con dos incisiones en la espalda. El apartamento, detallan, había sido alquilado «sin ningún tipo de contrato». Uf, sin duda, este es el dato más estremecedor. Casi da más miedo que la extracción de órganos.

De todos modos, si lo que pretenden es darnos un sustaco, van apañados. Desde aquí aprovecho para avisar a la nueva mafia del crimen organizado, a la que atribuyen los hechos, de que llega tarde. Acabamos de pagar por los libros de texto un riñón y parte del otro y con el cachito que nos queda no tienen ni para un revuelto. Vamos, que ellos verán, pero venir para nada es tontería.

Por cierto, eso de que secuestran en los centros comerciales a niñas y les rapan el pelo para que parezcan chicos también es bola. ¿Quién va a querer llevárselas ahora con lo que cuesta el comedor? Mi vecina abandonó a la suya en la sección de charcutería de un supermercado y se la devolvieron antes de llegar al parking. A mí lo que de verdad me da yuyu es que el rey se crea un madelman y le dé por pilotar helicópteros. Sin L ni nada.

Necesito un personal oferter

Estoy hasta la coronilla dos por uno. Hasta la española, por el presunto yerno pufero, y hasta la mía propia, porque por más que intento ahorrar no me sale. Además, cada vez que abro la cartera, se me caen al suelo una docena de cupones descuento. Los que más me cuesta usar, por despistada, son los del tanto por ciento. Algunos no coinciden con lo que compro y para cuando me animo a probar otra marca y los muestro triunfal en la caja, en plan escalera de color, resulta que se me han caducado. Y vuelta el cupón al bolso. Tengo uno de barritas de muesli que lleva conmigo tanto tiempo como la foto de los críos y ya me da pena tirarlo. Entre esos y los rasca gana, que te dejan las uñas perdidas, me he tenido que comprar una carpeta acordeón para tenerlos clasificados, junto a las tarjetas de fidelidad, de puntos y familiares.

Y digo yo: ¿No sería más fácil rebajar los precios y dejarse de papelitos? Que algunos no tenemos tiempo de jugar a las tienditas. Pero no. Los de arriba se deben haber puesto en plan profesora de Fama: «La oferta cuesta y aquí es donde vais a empezar a pagar con sudor«. Y en esas estoy, tratando de descifrar el gran dilema de la humanidad: ¿Dónde salen los pañales más baratos? Porque como cada paquete tiene una cantidad diferente, no hay pitagorín capaz de calcularlo. Mientras busco a un personal oferter para que me asesore, trato de ahorrar comprando en cantidades industriales. Tengo detergente para lavar los trapos sucios de media España, que ya es decir.