Votar al Ibex 35

Todavía voy por la calle riéndome bajo la mascarilla al recordar la acongojante carambola que permitió que fuese convalidado en el Congreso el Decreto que regirá los suculentos fondos europeos para la recuperación. ¡Gracias a la inesperada abstención de Vox y a los votos favorables casi sobre la campana de Euskal Herria Bildu. Y sí, dirán ustedes, que hubo otras formaciones que respaldaron la vaina, como Más País, Compromís o el PNV. La diferencia es que tales grupos estaban ahí de saque y que por delante le habían atizado unas buenas collejas al doctor Sánchez por salir a las votaciones a porta gayola, sin negociar ni un tantín los posibles apoyos. El sí de los liderados por Arnaldo Otegi llegó, reitero, in extremis y tras haberle arrancado al presidente español la promesa de incluir medio parrafito sobre los ayuntamientos.

La actitud del autotitulado soberanismo vasco ha sido digna de aplauso, no lo voy a negar. Asunto diferente es que vaya a pasar por alto que EH Bildu ha votado a favor de la viga maestra para pedir y gestionar esos fondos que hasta ahora han venido diciendo que van a ser mangoneados por las poderosas corporaciones del Ibex 35, los del club Bilderberg y, en general, los malvados hijos de Davos. ¿Cambiará el cuento ahora que han dado el visto bueno a tal cosa? Vuelvo a reírme.

Elecciones pandémicas

Nos faltaban frentes abiertos, y nos cae del cielo la campaña electoral pandémica en Catalunya. ¿De verdad está la situación sanitaria como para celebrar unos comicios? Aparten de mi el cáliz con la respuesta a esa pregunta, especialmente los ventajistas que sacarán a paseo la mandanga de otra cita con las urnas que sí se celebró, allá en el valle que siguió a la primera ola. Anoto, en todo caso, que las comparaciones son no ya odiosas sino aberrantes. Ni 60 de incidencia acumulada el 12-J frente a los casi 600 del día del inicio de la campaña catalana. Doctores tiene la iglesia jurídica para determinar si sí o si no. De momento, los togados que se han pronunciado han dicho que adelante con los faroles y, ya si eso, el día 8, en mitad de la carrera, decidirán si hay que parar o procede seguir. Privilegio de los piolines con puñetas.

Algo me dice que, salvo debacle en las estadísticas de contagios y muertes, la decisión será que hay que votar el 14 de febrero. Y ese día tal que a las diez de la noche, veremos si al candidato y ex ministro Illa —ni una mala palabra, ni una buena acción— le ha salido a cuenta su tocata y fuga. No me caracterizo por ser un genio de los vaticinios, pero apuesto a que le irá bastante bien, aunque no lo suficiente como para poner en peligro la mayoría independentista. Veremos.

¡Moderna para todos!

Desde que asistí con estupefacción creciente a la comparecencia de la consejera de Salud en el Parlamento vasco, no se me va de la cabeza la imagen de Andrés Iniesta en el anuncio televisivo de helados voceando: “¡Venga, Kalise para todos!”. A juzgar por lo que contó Gotzone Sagurdui, tal que así fue la vacunación chanchullera en el hospital de Santa Marina. “¡Venga, Moderna para todos!”, debió de ser en este caso el grito del desprendido —y ahora, muy locuaz con ciertos medios— ex gerente de la cosa. Y ahí que aceptaron en bloque el convite hasta, casi literalmente, el que reparte las Cocacolas. Desde luego, en la lista de inoculados de extranjis se cuenta el personal del vending, el de la cafetería, varios curas, dos mensajeros y unos cuantos sindicalistas de las más diversas siglas combativas. Si no fuera por lo grave del asunto, se diría que es un chiste estereotípico de bilbaínos: ¡Ahí va la hostia! ¡En en el botxo vacunamos así! Si estás de ronda, pues pagas la ronda de los que están en el bar, o sea, en el inyectadero.

Fuera de coñas, fíjense que este humilde jornalero de las letras no habría visto mal que un centro de las características de Santa Marina hubiera estado en primera línea de playa de la inmunización. Pero no fue así, y por tanto, el festival de pinchazos fue irregular… e inmoral.

Nuestros negacionistas

La pandemia produce extraños compañeros de cama. Ni en mis más profundos delirios habría sido capaz de concebir que el negacionismo gamberro, egoísta y descerebrado se fuera a casar en segundas nupcias con el nacional-jatorrismo que nos llenó las calles de cascotes, incendios y cristales rotos. Pero los hechos repetitivos son tozudos y no dejan lugar a dudas. Mungia, Ondarroa, Donostia, Pasaia, y como corolario, mi propio pueblo, Santurtzi, donde unos botelloneros reincidentes de aluvión encontraron el auxilio de tipos con amplia bibliografía violenta acreditada para evitar que la por ellos motejada como zipaiada acabara con el festejo insalubre.

Una vez más, la anécdota es una categoría. Los campeones mundiales de cantarnos las mañanas con lo que hay que hacer para acabar con el virus se alían con sus propagadores más cerriles porque en realidad son tal para cual o, sin hacer precio de amigo, porque son los mismos. Su negocio consiste en que todo vaya lo peor posible, que ahí hay pesca segura. Lo que no se esperaba es que se sumara al jolgorio la coalición aquí llamada Elkarrekin Podemos, negándose a censurar el comportamiento incívico de los Euskal Kaietanoak (Copyright, Iñaki González) y señalando con su dedo acusador a la Ertzaintza. Cosas, supongo, de la lucha por la hegemonía de la oposición.

Fue injusto y punto

No quise escribir en caliente sobre la aberrante teoría de Maddalen Iriarte según la cual el daño causado por ETA fue injusto o no dependiendo del relato. Lancé, es verdad, un par de tuits al aire, pero para extenderme más, preferí esperar una explicación de semejantes declaraciones a Vocento. Me refiero a algo que fuera más allá del socorrido “El perro me ha comido los deberes”, equivalente en este caso a “Han manipulado mis palabras”, que fue la decepcionante salida de Iriarte. Esa y, de propina, otro comodín de carril: “Mi compromiso con los derechos humanos está fuera de toda duda”. Pues no. Quizá lo estuviera hasta el instante mismo en que pronunció esas palabras, las vio publicadas y no corrió a aclarar que jamás quiso decir lo que apareció en el entrecomillado.

Una rectificación a tiempo es una victoria y en la cuestión de la que hablamos habría evitado la frustración de ver cómo la persona que representa la superación de los viejos tabúes de la izquierda soberanista acaba profiriendo una frase que hiela la sangre en el más rancio y descorazonador estilo de los irreductibles del matarile. ¿De verdad, señora portavoz parlamentaria de EH Bildu, los asesinatos de Brouard o Muguruza fueron justos o injustos en función del relato? Claro que no. Y lo mismo con los de Blanco, Buesa, Jauregi…

Hasta la última gota

Soy de los que, cuando parece que la botella de aceite está vacía, la pongo boca abajo sobre un vaso para aprovechar hasta la última gota. Y también rajo los botes del lavavajillas, el gel o el champú con el fin de dejarlos absolutamente apurados antes de echarlos al cubo de los plásticos. Son, supongo, actitudes instintivas de alguien que creció en una familia donde la última semana de cada mes se hacía eterna. Se lo cuento porque intuyo que no serán pocos de ustedes los que mantengan rutinas o manías similares y, en consecuencia, estos días estén escandalizados al descubrir con qué ligereza se está derrochando nada menos que una sexta parte de las vacunas de Pfizer.

A eso equivale lo que el dicharachero consejero de Salud andaluz llamó “un culillo”, quitando importancia al despilfarro. Porque, sí, provoca mucha bronca, y yo ya lo he dejado por escrito aquí mismo, que jetas profesionales con incontables trienios de mangancia pública se hayan atizado por el puñetero morro un chute del líquido inmunizador. Pero si echan cuentas, aunque en nuestros terruños y más allá sean legión estos golfos, la suma de lo que se hayan podido inocular en sus carnes serranas es muy inferior a lo que se pierde de oficio porque a la farmacéutica le salió de la entrepierna dispensar el elixir en unos viales con trampa.

Después de Trump

Maldito escepticismo crónico. Quiero unirme al entusiasmo general por el relevo en la Casa Blanca, pero apenas me sale una triste mueca de algo parecido a alivio por el descabalgue de Donald Trump. Y eso, sin dejar de preguntarme para mis adentros si muerto políticamente el perro del pelaje naranja, se habrá ido con él la rabia. Mucho me temo, y apuesto que bastantes de ustedes piensan igual, que no será así. El trumpismo va a seguir estando ahí durante mucho tiempo. Quizá jamás vuelva al poder, pero todo parece indicar que la brecha no solo no se va a cerrar sino que irá creciendo y, si cabe, radicalizándose… tanto en Estados Unidos como en latitudes más cercanas.

¿Haremos algo por combatirlo de forma efectiva? Aquí ya no soy escéptico sino directamente pesimista, o sea, realista informado. Llevamos años de avisos en bucle sobre el crecimiento a nuestro alrededor de una indignación que, a base de ser sistemáticamente ninguneada y despreciada, acaba siendo ciega e irracional sin posibilidad de vuelta atrás. Detrás de buena parte de lo que los superiormente morales tildan desde su confort de señoritos como populismo gañán de ultraderecha hay personas que se sienten arrojadas a patadas a la cuneta social. No sería tan difícil recuperarlas. Otra cosa es que interese mantenerlas encabritadas.