La triderecha navarra

El de UPN debe de ser foralismo grouchomarxiano. Si no les gusta o si no nos conviene, tenemos otro. El concepto se puede retorcer hasta el quinto tirabuzón y llegar, tachán, tachán, al antiforalismo necesario para meterse en una santa alianza con Ciudadanos, el partidete que nos ha venido dando la matraca de los privilegios vasco-navarros —según su terminología— desayuno, comida y cena. Anda que no nos habremos jalado veces la cantinela del figurín figurón naranja sobre el cuponazo, la insolidaridad y hasta el expolio que perpetramos los censados en los cuatro pérfidos territorios sobre el indefenso pueblo español.

Ahí están las hemerotecas, las videotecas y las fonotecas. De hecho, basta una leve espeleología en los archivos para encontrar las collejas cruzadas entre los ahora socios en la legión que pretende rescatar el régimen de las manos rojoseparatistas en que ha estado durante los últimos cuatro años. Claro que, visto desde el otro lado, quizá el milagro pueda apuntárselo el mesías Esparza, que ha convertido para la causa a la banda de Rivera. Se dice que ayer mismo Inés Arrimadas iba predicando la buena nueva del Convenio. Por supuesto, ni caso. En cuanto les pregunten por la cosa en Sigüenza o Almendralejo, negarán siete veces siete. O cantarán la gallina, que es lo que sabe desde el principio hasta el menos informado: el fin justifica los medios, y si hay que mezclar agua y aceite, se mezcla. Y si hay que vender Navarra —porque esto sí es vender Navarra—, se vende. No quisiera adelantarme demasiado, pero esto apunta a que el PSN ejercerá de árbitro una vez más. ¿Nos preparamos para otro agostazo?

11-M, el rostro del PP

La hipocresía de los desalmados o la falta de alma de los hipócritas. “Han pasado quince años ya, pero aunque pasaran mil, siempre llevaremos el recuerdo de las víctimas del 11-M en el corazón”, farfulla, con desahogo infinito, la cuenta oficial de Twitter del Partido Popular. Como acompañamiento, un video lacrimógeno con musiquita entre épica y solemne y proclamas que abundan en la desfachatez. De vómito, para quienes tenemos memoria y llevamos grabada a fuego la inconmensurable infamia que siguió al atentado más brutal de nuestra historia reciente.

¿Las víctimas? ¿Sus familiares? ¿El dolor? Aquel día y los que vinieron después importaron media mierda. Solo fueron carne de cañón para construir una mentira que buscaba ser canjeada en las inminentes urnas por votos contantes y sonantes. “Si ha sido ETA, barremos; si han sido los islamistas, gana el PSOE”, confiesa en El País —¡ya era hora!— que escuchó de labios monclovitas el comisario Juan Jesús Sánchez Manzano, jefe de los Tedax en aquella infausta fecha. Y toda la comunicación, o sea, la propaganda infecta del Gobierno todavía liderado por José María Aznar López, Chiquito de las Azores, fue en consonancia. Cómo olvidar al hoy multienmarronado judicialmente Ángel Acebes ganándose, según sus firmes creencias católicas, un lugar en el infierno al mentir como el bellaco que es sobre la autoría de la matanza cuando ya tenía sobre la mesa todos los datos que confirmaban que había sido obra de yihadistas de medio pelo. Patrañas, por cierto, que siguieron repitiéndose durante años desde las terminales mediáticas del PP. Menos recuerdo falso. Más pedir perdón.

¿Fue un éxito el 8-M?

Me intuyo minoría absoluta y es altamente probable que esté equivocado. Agradeceré infinitamente ser desmentido. Con datos y argumentos, por favor, que los bufidos, los te vas enterar de lo que vale un peine y los sé dónde vives están muy vistos y tengo comprobado su nulo efecto sobre mi peculiar manera de pensar. Y en el caso que nos ocupa, así le lleve dadas tropecientas vueltas, sigo sin ver dónde está el éxito arrollador del último 8-M que me cuentan por tierra, mar y aire todos los medios, incluyendo los míos.

Por supuesto, no niego las inmensas y diversas en mil sentidos movilizaciones que volvimos a ver en nuestras calles. Ni la ocupación de la centralidad informativa de sur a norte y de oeste a este, algo que, por otro lado, quizá fuera lo que nos debería mover a la suspicacia. ¿A nadie le resulta extraño tal unanimidad en el morado? ¿Por qué quienes han de salir perdiendo, y mucho, con la satisfacción de las reivindicaciones feministas han participado tan alegremente en la difusión de las demandas y han estado en primera línea de pancarta?

Dejo ahí la pregunta junto al recordatorio incómodo de que la jornada se planteó como una huelga. Y ahí sí que no hay lugar para los paliativos. Prácticamente todo funcionó como cualquier otro día. Se dirá, con razón, que muchas mujeres (y muchos hombres) no pueden permitirse perder los ingresos de esas horas. Pero eso se sabía antes de lanzar el pulso. Cuidado con la otra brecha, la que separa a las convocantes de las convocadas. Eso, sin contar que no consumir habría sido bastante para que se dejara notar la incidencia del paro y no fue así. Tan solo lo anoto.

8-M, yo también

Llego a esta columna como quien va al diván, lo confieso. Ténganlo en cuenta, si vale el contradiós, para no tenérmelo en cuenta. Quizá me comprendan mis compañeros de género, palabra que ya ni sé si cabe en un diccionario que apunta maneras de catecismo. En un día como este me siento incómodo, como el belga por soleares de Sabina. Y no crean que es por machito fuera de sitio en una fecha donde el achique de espacios, supongo que justo y necesario, nos convierte a los tíos en secundarios.

Ni ganas, se lo juro, de hacer como esos otros concienciadísimos seres con colgajo entre las piernas que en ocasiones como esta sacan a paseo su buenrollismo condescendiente, que es uno de los machismos más estomagantes del catálogo. Qué asquito, esos fulanos perdonavidas que se ponen blandiblubs y creen que por decir “nosotras” están contribuyendo a la redención del sexo que en su fuero interno toman por débil. Qué ascazo, los menganos tocaculos, maltratadores sin matices o babosazos verbales que ya ayer se pusieron el avatar morado en Twitter y Facebook y andan dando lecciones de una igualdad que no distinguirían, valientes cabrones, de una onza de chocolate.

¿Ven? Por ahí va mi descoloque, en la incapacidad de subirme al carro de los topicazos repetidos hasta la náusea. O de hacerme el ciego y el mudo ante quienes han hecho de todo esto una fuente de pingües ingresos y de ensanchamiento del ego. Por no hablar de la descaradísima institucionalización de lo que supuestamente es un movimiento contestatario y de rebelión ante el sistema. ¡Joder, que hasta la reina Letizia hace huelga! Bueno, y por decirlo todo, yo también.

El crimen de la candidata

Tiene su miga el caso de la candidata de Podemos a la alcaldía de Ávila, Pilar Baeza. Una persona condenada a 30 años de cárcel como cómplice de un asesinato encabeza una lista electoral y la obligación es asumirlo como algo absolutamente normal so pena de pasar por facha del copón y pico. Como lo leen. Resulta que es un escándalo intolerable estar en posesión de uno o varios títulos universitarios de la señorita Pepis —conste que yo estoy de acuerdo—, pero haberse llevado por delante la vida de un prójimo es una cuestión menor que solo puede poner en solfa un tiquismiquis, un tocapelotas o, ya les digo, un reaccionario.

Y sí, ya sé lo que viene ahora: la justificación del crimen bajo el argumento de que el tipo enviado a criar malvas había violado a Baeza. Aparte de que en las pormenorizadas investigaciones que se hicieron en la época no se llegó a encontrar el menor indicio y que todo apuntó a una estrategia de la defensa, incluso dando por cierto el testimonio de la condenada, nos encontramos ante una incómoda pregunta. ¿Acaso estamos dando por bueno un asesinato por venganza? Piense cada cual la respuesta y compárela con los discursos habituales sobre la proporcionalidad de las penas o el derecho a un juicio justo que tiene hasta el peor de los depredadores.

Hay algo que no cuadra… o que cuadra perfectamente con la acostumbrada querencia por la doble vara de medir que manifiestan los otras veces campeones mundiales de la rectitud y la moralidad. No resulta nada difícil imaginar lo que hubiera sucedido si la protagonista de los hechos perteneciera a otras siglas políticas. Creo que deberíamos reflexionar.

Desmemoria interesada

Cuando despertó, la ponencia de memoria y convivencia del Parlamento Vasco todavía estaba ahí. Y seguirá por los siglos de los siglos porque en el fondo, no nos engañemos, la cuestión importa a cuatro ingenuos que alguna vez creyeron que cabía no hacerse trampas al solitario. El resto se divide entre la multitud que pasa cien kilos y los que de tanto en tanto sacan a paseo la martingala para hacer como que hacen, para tirársela a la cara o, bueno, porque lo obligan los protocolos de la cámara.

Dije ya hace años —¡años!— que sería más honesto plantarse ante un atril, respirar hondo y anunciar que hasta aquí hemos llegado con la vaina, y que en lo sucesivo cada palo ha de aguantar su vela. O, traducido a román paladino, que hay sectores, y no pequeños, que creen que la violencia de los suyos fue no solo necesaria sino heroica. Prefiero esa verdad cruda que las yenkas en bucle. Muy loable, sí, la “petición sincera de disculpas” de los familiares de los presos… si no fuera porque el mismo día se recibía bajo palio a un tipo que se llevó por delante una vida humana y formó parte de una banda que acabó con casi mil más.

Y como postre, esa frase terrible seguida de un silencio de tres segundos. “Faltan más personas dialogantes como Lluch”, dijo Arnaldo Otegi ante un periodista de TV3 que, como el propio líder de EH Bildu, pasó por alto el pequeño detalle de que el exministro socialista no desapareció como por ensalmo. Por tercera columna consecutiva, vuelvo a apelar a mi memoria. Porque yo sí me acuerdo, por desgracia, de que Ernest Lluch fue vilmente asesinado por ETA en el garaje de su casa hace más de 18 años.

La claudicación de UPN

Como les decía en la última columna, ando muy bien de memoria. De ahí que no me cueste en absoluto remontarme a los días de 2008 en que saltó por los aires el matrimonio de conveniencia entre UPN y el Partido Popular. En pleno fragor del antizapaterismo galopante en que se vociferaba sin descanso que la Navarra foral y española no se vendía, a los que compartían pancarta y asfalto rellenado a base de autobús con bocadillo se les rompió el amor de tanto usarlo y se liaron a bofetadas por un quítame allá esos egos. O ese ego en concreto, pues a nadie se le escapaba que, aunque los genoveses estaban hasta el gorro de sus socios del requeté, fue Miguel Sanz el que se llevó el invento por delante, decidido a quedarse en monopolio como guardián de las rancias esencias.

Tal abrupta partida de peras pudo haber dado paso a una derecha medianamente civilizada en la Comunidad. Sin embargo, una mano negra —o quizá dos, si contamos la de María Dolores de Cospedal— dejó fuera de combate a quien había de liderarla, el verso suelto Santiago Cervera. Desde ese episodio, la historia de ambas siglas ha sido un continuo ni contigo ni sin ti, condenadas ambas a entenderse, aunque sin dejar de manifestarse un indisimulado desprecio mutuo, cuando no asco puro y duro. Ir juntos a las generales se veía como penitencia necesaria. Del mismo modo, también cabía hacer de tripas corazón para sumar votos en el parlamento. Lo que se antojaba impensable era volver a ir en las mismas listas en municipales y forales. Pero a la fuerza ahorcan y con sendas sogas en sus respectivos cuellos Javier Esparza y Ana Beltrán han tenido que claudicar.