El contagio un millón

Me perdonarán la estrafalaria asociación de ideas. Supongo que, influido por la flatulenta moción de censura de Vox, he recordado aquellos tiempos del desarrolismo franquista en tecnicolor aguachirlado, cuando se celebraba con toda la fanfarria la llegada del turista un millón. Esta vez, los no-dos recauchutados vocean el contagio por covid un millón en Hispanistán. Obviamente, hablamos de la contabilidad oficial. Sin ser epidemiólogo ni virólogo, cualquiera intuye que en este punto y hora han debido de ser muchos más los positivos, del mismo modo que sabemos con atroz seguridad que a los treinta y pico mil muertos del balance gubernamental hay que sumarles, como poco, otros veinte mil.

Y aquí estamos, en plena segunda ola, dando palos de ciego y cambiando de criterio a golpe de informe sanitario y de circunstancias concurrentes. No me jodan que el confinamiento de Navarra tiene que esperar al paso de una etapa de la Vuelta ciclista. O qué decirles, en la demarcación autonómica, de las medidas anunciadas el sábado pasado y que, para cuando las valide (o no) la sacrosanta Justicia, se habrán quedado viejas, porque ya nos adelantan que hoy mismo habrá que decretar otra vuelta de tuerca. Un saludo afectuoso, por cierto, a los que pontificaban que las elecciones vascas deberían haber sido en otoño.

Hablar (o no) de Vox

Como es sabido, no pensar en un elefante es la forma más efectiva de pensar en un elefante. Sorprende que no nos hayamos dado cuenta todavía de que no hablar de Vox es un modo incuestionable de hablar de Vox hasta por los codos. Lo vamos a volver a comprobar en estos dos días en que los abascálidos conseguirán variar la monodieta pandémica con su pirotécnica moción de censura. De hecho, ese punto ya se lo han anotado en las jornadas previas, llenándonos los espacios de información y opinión con sus carretadas de estiércol. Sí, lo admito, estas mismas líneas son un ejemplo de lo que trato de explicar, pero no me fustigaré en exceso por caer en lo que no sé si es una incoherencia, una trampa o una simple paradoja.

¿Y entonces, qué hacemos? No tengo una respuesta deslumbrante, eso también lo confieso, aunque intuyo que la clave está en el término medio. De poco vale el presunto desprecio con aspavientos que, por ejemplo, se ha probado en el Parlamento vasco. Reconozco las buenas intenciones que lo motivan, pero igualmente certifico que ha servido justo para lo contrario de lo que se pretendía. Tampoco veo que se llegue muy lejos usando sus mismas armas demagógicas. Quizá fuera más útil que los partidos que se tienen por progresistas trataran de recuperar a los votantes que han cruzado la línea verde.

En el nombre de Alá

Un profesor de secundaria es degollado en París por haber enseñado a sus alumnos unas caricaturas de Mahoma cuando impartía una asignatura llamada Libertad de expresión. Un completo horror sin lugar a los matices, ¿no creen? Pues se equivocan. Es verdad que en el primer bote las reacciones fueron de espanto entreverado de esa tonta incredulidad que todavía nos producen las cosas que no son en absoluto excepcionales; como si hubiera algo de sorprendente en la enésima atrocidad cometida en nombre de Alá. Sin embargo, muy pronto al lado de los silencios atronadores de rigor, empezaron a brotar los peroesques.

Y así, los dueños de la moral verdadera fueron formando fila para sermonearnos. No les parecía bien del todo cortarle la cabeza a alguien, “pero es que” ese alguien había ofendido los sentimientos profundos de toda una comunidad. O, en una versión un grado más repugnante, el maestro asesinado se había extralimitado en sus funciones docentes y, en consecuencia, se había buscado su trágico final. Lo tremebundo es que tales comentarios vomitivos llevaban la firma de los habituales y muy contumaces detectores infalibles de amenazas contra la libertad. Ni se huelen los muy cretinos (o sea, no quieren hacerlo) que no hay amenaza mayor que la que supone el islamismo radical al que tantas loas componen.

Se veía venir

A finales de julio escribí una columna titulada No pinta bien. En realidad, me dejé llevar por las ganas de no jorobar demasiado la marrana, pues en aquellas jornadas estivales de brotes y rebrotes desbocados, debí haber encabezado mis garrapateos diciendo claramente que pintaba mal, muy mal, si me apuran. Sin ser uno, en lenguaje de Violeta Parra, ni sabio ni competente en materia de pandemias cabritas, ya se podía intuir por entonces que empezábamos a transitar por el camino negro que va a la ermita de la multiplicación de contagios, hospitalizaciones y —oh, sí— fallecimientos. El que desemboca impepinablemente no sé si en un confinamiento como el de marzo y abril, pero sí en la toma de medidas restrictivas por parte de las atribuladas y hasta despistadas autoridades.

Las primeras de esas medidas, que ahora mismo les apuesto yo que no serán las últimas, ya están decretadas tanto en la demarcación autonómica como en la foral. Ha llegado Paco con la rebaja, diría mi difunta ama, aunque quizá ella misma también proclamaría, viéndose en estas, que ya nos pueden ir quitando lo bailado. Desde aquellos días en que ya se olía la llegada de la tempestad, hemos venido comportándonos como si la cosa no fuera con nosotros, esperando el milagro de último minuto que —¡manda carallo!— aún no hemos descartado.

Enrich, paga y libra

Tanto vender lecciones de ética fetén al peso, y qué silencios más viscosos y reveladores cuando lo que hay que denunciar toca cerca de casa y tiene como protagonista a alguno de nuestros pequeños ídolos locales. Qué pedazos de tíos, ¿verdad?, Sergi Enrich, capitán (¡ca-pi-tán!) del Eibar, y su excompañero de fatigas balompédicas y hazañas lúbricas, Antonio Luna. Cuatro años después de haber grabado sin permiso un vídeo en el que practicaban sexo a tres, han reconocido en sede judicial que no deberían haber tomado esas imágenes y menos, habérselas enviado a otro tuercebotas llamado Eddy Silvestre, que fue (todavía presuntamente) quien las hizo correr y quien —tiene toda la pinta— se va a comer el marrón mayor.

Como gesto para certificar el arrepentimiento de los indiscretos pichabravas, el pago a la víctima de 110.000 euros, cantidad superior a la que había solicitado el célebre abogado de la joven. Ya ven que la contrición es proporcional al tamaño del bolsillo. Una buena inversión, en cualquier caso, pues parece que, unida al obligado reconocimiento de la mala obra, servirá para evitar que los apoquinadores vayan al trullo. Es decir, que Enrich seguirá llevando el brazalete del club armero y, a buen seguro, recibiendo ovaciones desde la grada. Y a mí, qué quieren que les diga, me parece fatal.

Tus togas o las mías

¡Vaya por Montesquieu! El PSOE y Unidas Podemos se largan una trilería del quince para saltarse el bloqueo de la renovación y llenar de togas afines el Consejo del Poder Judicial, y la triderecha se pilla un rebote cósmico. Confieso que no acabo de decidir si me resulta más digno de despiporre la bribonada de los ahora socios de gobierno y residentes en Moncloa o la llantina descangallada de Casado, Arrimadas y Abascal. Lo echo a cara cruz, y me sale canto: al final, unos y otros, incluidos los respectivos palmeros y plañideros mediáticos, gastan un rostro de alabastro que les llega al suelo. ¿O es que acaso no sabemos que los papeles podrían estar cambiados y en este instante estaríamos en idéntica farsa?

Pues sí, pacientes lectores. No es difícil imaginar el pisfostio en Progrelandia si un PP con mayoría suficiente se hubiera liado la manta a la cabeza para cambiar a su conveniencia la malhadada ley y así partirse y repartirse los miembros del órgano de gobierno de los jueces bajo el pretexto de que el partido de enfrente no se aviene esta vez al intercambio de cromos, o sea, de juristas de la debida obediencia. Habría ardido Troya, y me atrevo a decir que con toda la razón del mundo, exactamente igual que ahora los que se encabritan son los de enfrente. Qué puñetera manía con las dobles varas.

Cifras que mienten

Si no nos mata la pandemia, lo hará una sobredosis de cifras. Todas requeteverídicas y, al mismo tiempo, falsas como un billete de siete euros. Y que levante la mano el que este libre del pecado de espolvorearlas como si fueran la revelación del cuarto secreto de Fátima. Yo me acuso, contrito y arrodillado ante ustedes, mis sufridos y espero que indulgentes lectores y oyentes, de participar en la ceremonia de la confusión diaria a base de números y tantos por ciento al peso en los informativos que maldirijo en Onda Vasca. No sé cuántos contagios en las últimas 24 horas, equis más (o menos) que ayer, con una positividad de jota al cuadrado partido de la raíz cúbica de omega. ¿Entienden algo? De eso se trata, de que la audiencia se quede con la música pero no con la letra.

Seguiré obrando así, pero ahora que estamos en confianza, les aconsejaré que se pongan mascarilla en el cerebro y se apliquen gel hidroalcohólico mental a discreción cuando desde los medios les bañemos de datos sin desbastar. Piensen, por poner un ejemplo muy simple, que no es lo mismo cien contagios sobre quinientas PCR o sobre 5.000. O que también cambia el resultado si una parte importante de los test se hace conscientemente donde se sabe que no se va a encontrar bicho o en lo que se ha constatado como foco galopante.