Tales para cuales

Otra cosa que tienen todos los fascistillas en común es que resultan previsibles hasta la arcada. Como me temía, tras mi último soplamocos a dos bandas, el blog que reproduce esta columna se llenó de comentarios biliosos de fachuzos de una y otra obediencia mononeuronal. Así, los de la una, grande y libre me tildaban de recogenueces infecto, filoterrorista y acomplejado, mientras los de la acera de enfrente me apostrofaban de esbirro de Sabin Etxea, traidor a Euskal Herria y consentidor de los abascálidos.

Coincidían, por demás —ya les digo que no dan para mucho—, en acusarme, hay que joderse a estas alturas del tercer milenio, de equidistante. Cómo explicar a los cenutrios de Tiria o de Troya que no estoy en medio de dos extremos, sino que son ellos los que pacen en el mismo borde de la intransigencia ultramontana. Son exactamente igual de garrulos, lo cual tampoco sería muy peligroso, si no fuera porque propugnan el acogotamiento o la eliminación física de quien les lleve la contraria. En esto último, por cierto, llevan ventaja los brutos del terruño, que tienen amplia bibliografía presentada al respecto. Unas mil tumbas lo certifican.

Y una apostilla final para los autotitulados antifascitas: es un insulto inconmensurable a la memoria de los que sí se dejaron la piel luchando contra el fascismo.

Estos y aquellos fascistas

Lo normal sería que un acto electoral de Vox en Sestao (pongan ahí el nombre de la localidad vasca que les de la gana) tuviera el mismo relieve informativo que el regüeldo de un mono en un zoológico. Con suerte, se habrían enterado cuatro locales a los que les hubiera coincidido el desembarco fachuzo con su rutina en el pueblo. Y conociendo un poco el paño, les aseguro que la mayoría se habría quedado en la náusea, el cagüental y esa máxima sabia que sostiene que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Ni puto caso al memo ambulante Abascal y a sus vomitivos mariachis. Anda y que les ondulen con las permanén. Concluyan su circo sin público, y venga a cascarla a Ampuero con viento fresco y la cabeza gacha por no haber conseguido ni un pajolera línea en los medios.

Pero no. Un valiente gudari atiza una pedrada a una de las menganas del ultramonte. Objetivo cumplido. La imagen de la tipa, a la sazón, diputada en el Congreso, con la frente sangrante se distribuye a todo trapo por el orbe mediático. El sarao destinado a pasar al olvido se convierte en Trending Topic, hostia en bicicleta del tuiterío y de los titulares de aluvión. Enorme triunfo de los que se llaman antifascistas y son, en realidad, los valedores número uno de los fascistas. Tan fascistas como ellos e igual de despreciables.

Modorra electoral

Casi sin darnos cuenta, los ciudadanos de los tres territorios de la demarcación autonómica estamos oficialmente en la campaña electoral más extraña de nuestras vidas. Incluso a los muy cafeteros de la política nos resulta un esfuerzo titánico enfrentarnos a la sensación de irrealidad o a la tentación de quedarnos al margen. Ocurre que ni podemos ni debemos. Las urnas del 12 de julio son cruciales. Puesto que, echando la vista atrás, se encuentra uno con una buena colección de periodos delicadísimos, no me atrevo a decir que serán las más importantes desde la muerte de Franco, pero es obvio que de ellas saldrá el gobierno que tendrá que lidiar con una época inédita, plagada de incertidumbres y dificultades sin cuento.

Lo curioso —o quizá lo terrible— es que, siendo así, al mirar alrededor no se percibe ni remotamente algo parecido a interés en quienes deberíamos determinar ese futuro con nuestra papeleta. ¿Va a ser verdad que la sociedad vasca no está para elecciones, como pregonaban los heraldos del apocalipsis? Pues quizá sí, pero en el sentido estrictamente opuesto al que aventaban los profetas. Mirando playas, terrazas y carreteras no parece que sea el temor a las consecuencias sanitarias y/o económicas el causante de la escasa tensión electoral. ¿Será indiferencia monda y lironda? Pues qué miedo.

Los GAL y la hipocresía

Mucho ladrido descontrolado en el Congreso de los Diputados, pero cuando salen a subasta las grandes cuestiones de estado (sí, con minúscula; el nuestro no merece más), impera el orden y se dejan notar las sociedades de auxilios mutuos. Qué foto tan triste como nada sorprendente, la de Vox y PP, presuntos malísimos de la temporada actual de esta tragicomedia, ayudando al PSOE a que no saliera adelante una comisión de investigación sobre las conexiones (ejem, ejem) entre Felipe González y los GAL.

Para llorar un río, ver a Margarita Robles, que un día se las tuvo tiesas con el hoy miembro de mil consejos de administración, pidiendo pelillos a la mar porque no hay que reabrir heridas. Incalificable, aunque del todo entendible por la catadura escasamente moral del personaje, que Sánchez se adorne desde su escaño azul en la defensa del legado del señalado como instigador y alimentador de una banda de mercenarios que practicó la guerra sucia. Pero en el conjunto de lo que anoto está el retrato a escala de la nauseabunda hipocresía que ha rodeado a los pistoleros a sueldo de las cloacas del estado. Lo demoledor es que, pese a que se elevó algún mentón fingiendo escándalo, a buena parte de la clase política y de la sociedad española jamás les pareció mal del todo esa siniestra forma de combatir a ETA.

Días (muy) extraños

¿Metro y medio o dos metros? A gusto del consumidor o conforme al acuerdo político que toque. Lo último es buscarle la lógica. La autoridad dispone y la ciudadanía obedece rechistando lo justo, no vayamos a disgustar al santo doctor Simón, ora pro nobis. Así, no hay problema en ir pegado al prójimo en el transporte público, pero si se trata de un cine o un teatro, ah no, entonces hay que dejar butaca y pico, pues por lo visto, el bicho es más puñetero en ambientes culturetas que en los medios de locomoción que acarrean currelas o turistas a las actividades productivas.

Ídem de lienzo con las mascarillas. Son obligatorias, ya tú sabes, mi amor, pero un poco al libre albedrío. Nadie te va a decir nada por no llevarla en plena marabunta en la Gran Vía o el Boulevard. Cuidado, eso sí, con entrar sin ella al tasco de la esquina, aunque sea para ponértela bajo el mentón mientras te pegas dos horas de cañas y húmeda cháchara con tus compadres a apenas palmo y cuarto. Recuerda, eso sí, volver a colocártela en la posición reglamentaria al abonar la consumición y disponerte a abandonar el local. Da igual, por cierto, que sea el mismo tapabocas de 96 céntimos que estrenaste en la fase uno y que ya se ajusta a tu cara con precisión milimétrica gracias al almidón de tu saliva. Que viva la Nueva Normalidad.

Una comisión sobre los GAL

Algún milenio de estos terminaremos de ponernos de acuerdo sobre la utilidad de las comisiones de investigación parlamentarias. Es curioso que, sin distinción de siglas, los mismos que las piden a todo trapo cuando el marrón salpica al de enfrente las tachen de absolutamente estériles si el meollo de la cuestión les toca cerca. Personalmente, pienso —y creo que no ser el único— que la mejor opción es un buen proceso judicial a calzón quitado que, si es menester, acabe enviando al trullo a los autores de las conductas delictivas correspondientes.

Ocurre que no siempre se da esa circunstancia, así que como sustitutivo siquiera de cara a la galería, no está de más que el asunto se sustancie en sede parlamentaria, con luz, cámaras y taquígrafos que dejen constancia para la posteridad de las fechorías que sea. En el caso de los GAL, que es el asunto que motiva estas líneas, creo que hace tiempo que nos resignamos a que todo el castigo real sean las condenas de chicha y nabo que conocemos. Ni por asomo verán nuestros a ojos al señor Equis entre rejas. Qué menos, entonces, que hacerle pasar por el trago de un par de días con los focos concentrados sobre él y que, aunque por un oído le entre y por otro le salga, le repitamos a coro que sabemos lo que hizo y que no tenemos la intención de olvidarlo jamás.

Si eso es rectificar…

Oh, sí, claro, ¿cómo no? Que Podemos ha rectificado y ahora, ante la petición de crear una comisión de investigación sobre Felipe Equis y los GAL, dice que sí, que bueno, que vale, que venga. O sea, que procedería la misma gallardía por parte del columnero —yo— que puso como chupa de dómine a los morados y más concretamente a su desalmado portavoz por haber expresado en primera instancia su negativa a la tal comisión.

Pues miren, no les diré que he abandonado del todo el hábito de comulgar con ruedas de molino, pero que sí que, por lo menos, escojo las que me meto entre pecho y espalda. Y esta no va a ser ni de lejos una de ellas. Porque, en efecto, puede que sea de sabios rectificar, pero también de cínicos, jetas y ventajistas. El caso que nos ocupa es de libro. Primero, porque el volantazo no se debe a una cuestión ética, sino al más despreciable de los tacticismos al comprobar que los propios votantes y simpatizantes estaban entre perplejos e indignados por la postura de la formación. Segundo, porque el giro de 180 grados no solo no va acompañado de una petición de perdón por las vilezas que había escupido Echenique 24 horas antes, sino por nuevas acusaciones de buscar réditos políticos a los grupos que presentaron la iniciativa. Una vez más, cree el delincuente que todos beben en su fuente.