155 sanitario a Madrid ya

La alucinógena presidenta de Madrid ha venido choteándose del ministro español de Sanidad de un modo indecente. Espera uno que a Salvador Illa se le hayan terminado de hinchar las pelotas y cumpla sin temblor de manos la decisión de chapar las diez grandes ciudades de la comunidad, incluyendo la villa y corte. Ojo, que no es cosa del atribulado filósofo de Roca del Vallés, sino acuerdo ampliamente mayoritario de las demarcaciones autonómicas del Estado español. A un pelo hemos estado de que por las santísimas narices de Isabel Díaz Ayuso colaran de punta a punta de la piel de toro una especie de ricino para todos para disimular el particular mal hacer de la susodicha. El insulto final fue que la propia proponente de la medida se descolgara de ella menos de 24 horas después como la criatura caprichosa que es y pretendiera in extremis otro apaño chungalí para evitar el confinamiento impepinable.

¿Se imagina alguien que, en lugar de Madrid, estuviéramos hablando de cualquiera de los terruños que arrastramos fama de irredentos? Los mismos cuervos cavernarios que ahora graznan sobre presuntos agravios malintencionados estarían reclamando a todo trapo el 155 sanitario y, si me apuran, el entrullamiento de los responsables políticos de esas comunidades en nombre de la salud y de la vida. Apuéstense algo.

Despolítica

Miércoles triste, muy triste, en el Congreso de los Diputados. ¿Es que ha ocurrido algo especial, algo diferente, algo que no hayamos visto u oído decenas de veces? No, y en buena parte, esa es la causa de la tristeza, que empieza a estar veteada de impotencia, desgana, resignación y, medio diapasón más allá, pura y dura frustración. Eso, claro, para los que nos pillaba mirando. El resto, que me temo es la inmensa mayoría, pasa kilo y pico del espectáculo ramplón. Con suerte, cazará de refilón un trozo escogido en el telediario o en la tertulia efectista de turno y lo tragará sin digerir o, casi peor, a través de sus prejuicios ideológicos.

Tampoco me engaño ni les engaño. Yo actúo del mismo modo al comentárselo. Tal vez por eso, el aire melancólico de lo que voy escribiendo me lo contagió el que muchos que prescinden de orejeras, han coincidido en destacar como casi el único discurso que huyó de la pirotecnia demagógica. “Vienen tiempos oscuros”, advirtió Aitor Esteban a todas las banderías del hemiciclo, incluyendo la suya, antes de pedir a tirios, troyanos y aliados cruzados que se parasen un poco a pensar si la razón les acompañaba en todo y, desde luego, que rebajaran el octanaje del combustible dialéctico.

El intento del portavoz del PNV fue en vano. Los titulares de la sesión han vuelto a hablar de golpistas, falangistas, amenazas con la intervención del autogobierno o de intensificar la confrontación en la calle. Ruido y más ruido, bravatas enarcedidas que no solo no sirven para solucionar los problemas —en plural; ojalá fuera uno solo—, sino que los agravan en la espiral infinita de la despolítica.

Amagar sin dar

Asiste uno entre divertido y espantado al ping-pong dialéctico que se traen Moncloa y el Govern semiprovisional de Catalunya. Tres cartas de sendos ministros del gabinete Sánchez, cada uno con su estilo o con su ausencia de él, advirtiendo con volver a enviar a los piolines —¡A por ellos, oé!— a poner orden ante el presunto baldraguismo de los Mossos en la represión de los pifostios organizados por los tales CDR. Vaya desgracia, por cierto, la de la policía indígena, que según los ratos, los estados de ánimo y lo que les mandan hacer o dejar de hacer, son aclamados como héroes o vituperados como villanos por el mismo pueblo soberano… de uno y otro lado de la línea identitaria.

Y como toda respuesta de la autoridad aludida, la representada por el huelguista de hambre a tiempo muy parcial, Quim Torra, que no empujen, que vamos a llevarnos bien, y que si tienen ese capricho, pueden celebrar uno, dos, o cien consejos de ministros en Barcelona, coincidiendo con el apocalipsis anunciado para el 21 de diciembre. Todo ello, faltaría más, con Casado, Rivera, y no digamos Abascal, exigiendo la resurrección del 155 en versión Premium Plus con los ojos fuera de las órbitas, y con los procesistas y antiprocesistas de salón cuñadeando sin frenos sobre la vía eslovena, la escocesa o la cartaginesa. Daría, como apuntaba al principio, para una buena ración de carcajadas entreveradas de vergüenza ajena, si no fuera porque hay un ramillete de presos políticos —a mí no me asusta la terminología— que parecen tener más de un carcelero. Por no mencionar a una ciudadanía que uno se imagina invadida por la impotencia y la rabia.

Sánchez, el del 155

Ni uno solo de los dirigentes independentistas catalanes debió entrar en prisión. No es una cuestión de simpatía ideológica. Es puro sentido común y reconocerlo debería ser muestra de honestidad política, intelectual y, por encima de todo, personal. Estoy convencido de que incluso muchos de los defensores de la unidad de la nación española a machamartillo son conscientes en su fuero interno de la descomunal injusticia que se cometió con la persecución vengativa de unas mujeres y unos hombres que fueron las cabezas visibles —ahora de turco— de un inmenso movimiento popular.

Se puede llegar a discutir si, teniendo en cuenta que la legalidad española no se había derogado, su actuación les hizo merecedores de alguna sanción administrativa o económica. Seguiría siendo un error, puesto que los problemas políticos deben resolverse con métodos políticos, pero cabe el debate. En todo caso, insisto, la encarcelación es una demasía intolerable.

Y si lo fue en el minuto uno, qué decir de su mantenimiento con carácter preventivo durante un año y, llegando a lo más reciente, de sostener, apelando a criterios presuntamente legales que el castigo debe prolongarse durante un cuarto de siglo. Al empeñarse tozudamente en sostenella y no enmendalla, la Fiscalía del Tribunal Supremo se retrata como instrumento para la revancha. Lo de la abogacía del Estado, rebajando las peticiones de penas a la mitad, es casi peor. De saque, porque incurren en un fariseísmo de náusea, pero sobre todo, porque evidencian que, por mucha sacarina que lleve su discurso actual, Pedro Sánchez sigue siendo el copromotor del 155 con el que empezó todo.

Sin novedad en Catalunya

Cuatro meses y un día desde la aplicación del 155 en Catalunya. También, ejem, desde la declaración —parece que solo con la puntita, por lo piado en la Audiencia Nacional o el Tribunal Supremo por sus promotores— de la República Catalana. Y claro, desde la convocatoria de unas elecciones cuyos resultados permanecen en barbecho cuando el implacable calendario señala que se celebraron hace ya diez semanas.

El balance de este revolcón de efemérides es nada entre dos platos. Ni cenamos ni se muere padre, como sentencia el hosco dicho castellano. Estridencia arriba, estridencia abajo, estamos donde estábamos en las jornadas de autos, solo que con unas cuantas personas en la cárcel, otras expatriadas y ni se sabe cuántas emplumadas judicialmente. Que vivamos tal anormalidad como si fuera la más absoluta de las normalidades es un preciso y al tiempo tristísimo retrato de la situación.

¿Ven realmente nervioso al Gobierno español? ¿Notaron algún tembleque en el Borbón supuestamente desairado el otro día en la cosa esa tan crematística de los móviles? ¿Perciben en la cacareada Comunidad Internacional la menor intención de cantarle las cuarenta a Mariano Rajoy? Y lo fundamental: ¿Quién sigue tomando hasta la más pequeña decisión ejecutiva en Catalunya?

Saben las respuestas y, si no se engañan, también tienen los elementos de juicio suficientes para sospechar que va a seguir siendo así. Sí, incluso tras el acuerdo, casi parto de los montes, entre las formaciones soberanistas para investir a Jordi Sánchez y dejar en el limbo a Puigdemont. Quienes lo han alcanzado deberían tener claro que tampoco se lo pasarán.

El discurso del rey*

Españoles: Permitidme que, como decía el que designó a mi viejo sucesor a título de rey, por unos cortos minutos penetre en la intimidad de vuestros hogares para deciros a los hombres y mujeres de bien que no tenéis de qué preocuparos. Aunque los pertinaces separaristas catalanes, tan duros de mollera como la última rodaja de espetec, han vuelto a demostrar que no saben ejercer la democracia y se empecinan en la absurda idea de que las urnas se ponen para que cada uno vote lo que le salga de ya me entendéis dónde, el Estado de Deshecho, digo de Derecho, tiene armas más que de sobra para restaurar la normalidad, ejem, en la tierra levantisca.

Como no habéis nacido ayer, sabéis perfectamente a qué armas se está refiriendo mi preparada majestad. Jarabe de palo se llama en el más bello de los castellanos, que es el castizo. Ya en los últimos meses les hemos dado oportunidad de comprobar que a malas somos muy malos, pero ahora verán que a peores, somos aun peores. Lo de los encarcelados, fugados y decenas de emplumados judiciales les va a parecer un chiste al lado de lo que se les viene encima. Cueros más duros ha convertido en delicada seda la fusta de mis antepasados capetos. Si la mula es terca, más terco debe ser el mulero. ¿Que no les ha ablandado el 155? Pues veremos con la versión Premium, que es la que toca ahora. Al caganer de Bruselas se le va a congelar en la jeta la sonrisa con la que el otro día escupió que había derrotado a la Monarquía. A ver si tiene lo que hay que tener para reclamar su premio de la lotería.

(*)Discurso de Nochebuena de Felipe VI, al que ha tenido acceso el columnista.

Ya es 21-D

Mañana a estas horas, todo quisque andará proclamando que ha pasado lo que había dicho que pasaría. Lastrado por un inconmensurable sentido del pudor, me declaro incapaz de sumarme a la legión de adivinos retrospectivos. Suerte tendré si soy capaz de comprender lo que sea que deparen estas urnas extemporáneas que no figuraban ni como plan Zeta en la archicacareada hoja de ruta, esa que, según se nos aseguraba, contemplaba hasta el menor de los detalles.

Sé que resulta incómodo y hasta rompepelotas, pero empezaré por ahí, porque del mismo modo que no sé leer el porvenir, sí se me da razonablemente bien poner en fila india los hechos que han sucedido. No es perspicacia, sino memoria. Y sorprende que algunos la tengan, con perdón, tan corta, pues fue apenas anteayer cuando tuvo lugar el último arreón de acontecimientos presuntamente históricos.

Qué tarde la de aquel viernes, 27 de octubre, que comenzó con una DUI a la remanguillé que hubo quien ni aplaudió y que terminó con unas elecciones salidas del escroto del presidente del Estado al que se había mandado a hacer gárgaras. Un tanto extraño, ¿no?, hacer cola para presentarse, mientras la metrópoli abandonada se hinchaba a empapelar judicialmente o, sin más rodeos, a encarcelar a los dirigentes de la secesión ahora mismo pendiente. Y los otros, en fuga a Bruselas, que es casi tanto como decir a ninguna parte, salvo que el objetivo fuera convertirse en extravagancia internacional, como en su día lo fue, qué se yo, el recién difunto Miguel de Rumanía.

Hoy, ocurra lo que ocurra, habrá que tener en cuenta ese pasado reciente. ¿O se está dispuesto a repetirlo?