La salud era lo primero

Caramba con los severísimos pontificadores de la consignilla “la salud es lo más importante”. En cuanto rascas con el canto de un duro, te encuentras que su superioridad moral y su rectitud engorilada no aguantan medio soplido. Qué imágenes, las del pasado fin de semana, de multitudes arremolinadas, pasándose por el forro de los caprichos todas las letanías sobre la distancia de seguridad, la responsabilidad individual y me llevo una.

Oiga, mireusté, que llevaban mascarilla, por lo menos cinco de cada diez. No me compare, que era por una noble causa, ya verá cómo el bicho sabe distinguir a quién llevarse por delante y a quién no. No joda, que era a las puertas de la fase tres, mientras los cayetanos fachirulos de los barrios madrileños de alcurnia salieron en la uno mal contada y con banderas españolas y palos de golf, que son vehículos seguros de difusión del virus. Milongas, milongas y más milongas que contienen el autorretrato de los medidores de doble, triple, cuádruple vara o lo que haga falta. Ya ni siquiera es hipocresía. Es cinismo del más alto octanaje entreverado con la soberbia de los que siempre salen vencedores de cada envite porque si alguien les afea la conducta, se encabritan y le ponen de fascista para arriba. Pues sea, que uno no se va a callar a estas alturas de la tragicomedia.

Silenciada, sí

Encajo sin un ápice de asombro, con más cansancio que enojo incluso, la torrentera de bilis que me ha llovido por haber señalado una obviedad: la agresión sexual de Zarautz fue silenciada durante seis meses porque su autor pertenecía a un entorno político determinado. No, ni rezumo odio a la izquierda abertzale, ni en mi calidad de esbirro de Sabin Etxea estoy haciendo la campaña a mis amados amos, ni ninguna de las soplagaiteces de aluvión que me han vomitado encima los que, como el ladrón, piensan que todos son de su condición. Individuos e individuas, además, que en este caso dejan a la vista hasta el último poro de su inmensa hipocresía. Ni se dan cuenta de que están justificando un hecho indigno. O quizá sí.

Pero ya dejé anotado que no me sorprendía. Conozco el paño. He visto decenas de veces cómo los monopolizadores del feminismo silbaban a la vía ante agresiones sexistas lacerantes solo porque no convenía dar cuartos al pregonero. ¡Cuántas miradas al otro lado! Y para que no falte de nada, el parapeto en la víctima. Se alega que el retraso ha sido para “respetar sus tiempos”. Como si en este medio año no se hubiera podido actuar sobre el agresor preservando la intimidad de la agredida. Qué bien lo resume un comentarista de mi blog: han actuado como la Iglesia en los casos de pederastia.

Campañas… ¿sucias?

Cuentan que un fulano de obediencia pepera se ha gastado unos miles de euros —tampoco un pastizal, no se crean— en difundir en Facebook mensajes en nombre de Errejón que pedían a los votantes progresistas (ejem) que castigaran a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Una jugarreta muy fea, eso no lo discute nadie. Ojalá le caiga una buena por la fechoría. Pero a partir de ahí, permítanme que me ría. Pasando por alto que el éxito de la propaganda chungalí se basaría en la membrillez de quienes no son capaces de decidir las cosas con su propia materia gris y que en su pecado llevarían la penitencia, la bronca exagerada que ha causado el episodio resulta entre enternecedora y brutalmente cínica.

De nuevo debo traer a colación al personaje más citado en estas columnas, aquel gendarme de Casablanca que mandaba cerrar el garito del que era parroquiano al grito de “¡Qué escándalo, aquí se juega!”. Se habla ahora de una campaña sucia, como si cuarto y mitad de los usos y costumbres cuando se abre la veda del voto fueran la caraba de la pulcritud. ¿Qué hay de limpio en las trolas sin cuento que se sueltan en los mítines y/olos debates electorales y se multiplican en las redes sociales? ¿Cómo de aseado es recurrir a datos inventados que, según de quién vengan, merecen la vista gorda de los beatíficos desmentidores de bulos? ¿Y qué me dicen de los titulares de este o aquel medio, arrimando el ascua a la sardina propia y la manguera a la ajena? Por no mencionar la difusión de sondeos con datos imaginarios cuyo propósito no es retratar la realidad sino tratar de cambiarla. Desgraciadamente, hace mucho tiempo que vale todo. Un poco tarde para enfadarse.

La buena gente

Qué incómoda y pesada, la mochila de nuestro reciente ayer. Al tiempo, qué desazonante retrato de ese hoy que nos resistimos a admitir. Por mi parte, refractario al autoengaño, volveré a escribir que va siendo hora de reconocer que, por mucho que nos pese, hay una parte no pequeña de nuestros convecinos que creen que matar, si no estuvo bien del todo, por lo menos sí fue necesario y hasta resultó heroico por parte de quienes se dedicaron al asesinato selectivo —a veces, también a granel— del señalado como enemigo.

Lo tremendo es que no hablamos (o no solo, vamos) de individuos siniestros, malencarados e incapacitados para la empatía. Qué va. Muchos de los justificadores y/o glorificadores son tipos de lo más jatorra que te pagan rondas en el bar, te ceden el turno en la cola del súper o comparten tertulia contigo. Es esa buena gente, tan sanota, tan maja, la que estos días, al hilo de la exposición en un local municipal de Galdakao de un sujeto que se llevó por delante la vida de un currela (al que se suele obviar) y de un presidente del Tribunal Constitucional español, levanta el mentón y te advierte que mucho ojo con meterte con su asesino.

Cierto, quizá no te lo dicen exactamente así. Te espetan que no hay que mirar al pasado, que los del GAL se fueron de rositas, que a los de Vox nadie les dice nada, que qué pasa con la tortura, que por qué no te metes con los corruptos del PNV, que el PP es heredero del franquismo y te lo callas o, en la versión más suave, que a qué tanto cristo por unos cuadros. Vete y replícales que a ver qué pasaría si las pinturas fueran de Galindo, de uno de La Manada o, como escribió con tino alguien en Twitter, de Plácido Domingo.

Ahora… 155

Primero fue una insinuación con toques hasta líricos: “Actuaremos con serena firmeza si vuelven a quebrar el Estatut”. Anótese, por cierto, el rostro de alabastro que hay que gastar para soltar eso, militando en el partido que presumió de haber cepillado el texto ahora presuntamente sagrado. Al día siguiente, como en los avisos corleoneses, subió el diapasón: “Que los independentistas no jueguen con fuego”. Y a la tercera, que fue ayer, segundo aniversario del referéndum del 1 de octubre, ya sin medias tintas, se puso nombre, o sea, número, a la amenaza: “Lo hemos estudiado, y un gobierno en funciones puede aplicar el 155 sin problemas”.

La secuencia muestra los retratos fidedignos del autor de las amenazas y de su gurú de cabecera. Esos, exactamente esos, son Pedro Sánchez e Iván Redondo, dos tipos que cambian de discurso como de gayumbos. La diferencia es que lo segundo se hace por higiene y lo otro, lo de pasar de arre a so y viceversa, responde al cálculo de la mandanga que funciona en el mercado en cada momento. Ni siquiera se preocupan en disimularlo, como prueba la elección del eslogan de campaña. “Ahora, España”, reza la martingala, dejando implícito que ayer no tocaba y que mañana ya veremos.

¿Colará? Lo comprobaremos el 10 de noviembre, pero no lo descarten. Como escribí recientemente, juega a su favor la descomunal flaqueza de memoria del personal con derecho a voto. Hágase de nuevas quien quiera. Este Sánchez es el del colosal banderón rojigualdo, el que fue a piñón con el PP en la aplicación del 155 y el que dedicó los epítetos más gruesos a los líderes soberanistas. No ocurrió hace tanto tiempo.

La Momia, capítulo ene

Quisiera compartir el alborozo por la decisión u-ná-ni-me del Tribunal Supremo es-pa-ñol —¿Esta vez no son una panda de fachuzos con toga?— respecto a la momia del bajito de Ferrol. Me alegro, claro que sí, por las víctimas del matarife y sus deudos, entre los que me cuento, pero tampoco acabo de ver los motivos para tanto festejo. Y menos, cuando los que se están atribuyendo el gol en Las Gaunas (ojo, que aún puede ser anulado por el VAR) obedecen a las cuatro siglas que, habiendo gobernado un kilo de años desde que se produjo “el hecho biológico”, no movieron un dedo por sacar los despojos del viejo dictador de su apartamento en el Valle de los Caídos. La misma Carmen Calvo que anda haciendo la conga de Jalisco era ministra de peso en el gabinete de Rodríguez Zapatero que, pese a ordeñar la Memoria Histórica sin rubor, jamás se atrevió a pasar la línea azul de Cuelgamuros.

Paso por alto que en todo este zigzagueo posturero se ha conseguido resucitar, si no al fiambre, sí a sus adoradores y adoratrices. O casi peor, que se han creado ex-novo franquistas retrospectivos que no superan los treinta tacos en canal. Ya veremos cómo pagamos esa ligereza. Me conformaré con que el dictamen judicial sea firme y con que se cumpla. Llévense las rebañaduras del sátrapa a donde proceda, expídanse los frailes del Valle al rincón en que se los requiera (si es que tal sitio existe), y dinamítese sin escatimar en trilita el fantasmagórico parque temático de la humillación. A partir de ahí, podremos emitir el parte de guerra definitivo y aplicarnos a la jodidísima tarea de enfrentarnos al presente y el futuro, que ya toca.

Excesos fúnebres

Camino del más allá, Alfredo Pérez Rubalcaba irá pensando en cómo una vez más los hechos le han dado razón. “En España se entierra muy bien”, dejó dicho el sabio de Solares, y a su propia muerte se ha podido comprobar la verdad de tal aserto. Nada que decir, faltaría más, sobre el elogio nacido del alma de los cercanos en lo afectivo o en lo ideológico. Ni tampoco respecto a las palabras de sincero reconocimiento y aprecio de los muchísimos adversarios políticos con los que tuvo una relación estrecha más allá de las banderías y de las posturas incluso diametralmente opuestas. Lo que canta La traviata son los juegos florales de homenaje dialéctico entre tipos que en su día tildaron al recién difunto de demasías sin cuento.

Manda carallo y medio que los que lo acusaban de colaborador de ETA o de instigador del 11-M se vengan arriba ahora en el ditirambo. ¿Qué narices anda González Pons dedicándole una elegia rebosante de natillas cuando lo acusó de perrerías indecibles? ¿A qué vienen los halagos envueltos en almíbar de Gabriel Rufián al carcelero, enemigo de la causa catalana y no sé cuántas más? Me quedo un millón de veces con quienes, a pesar de tener quintales de reparos hacia el personaje, han optado por el silencio respetuoso.

Siempre lo he dicho y lo repito por enésima vez: la muerte no nos hace ni mejores ni peores personas. Con suerte, vendrá el tiempo a ponernos en nuestro sitio o a barnizarnos de una cruel pátina de olvido. En cuanto a Pérez Rubalcaba, y sin negar su vida anterior, me quedo con sus últimos días, cuando rehusó la puerta giratoria y volvió a la universidad. Fue un gran… expolítico.