No dejará de sorprenderme la paciencia franciscana y la contención budista de Iñigo Urkullu. Y, claro, su insistencialismo a prueba de bomba, o sea, a prueba de la cachaza desparpajuda de un tipo como Pedro Sánchez al que se la bufa todo. Después de año y medio de ser objeto —junto al resto de autoridades locales— de ninguneos y hasta saboteos sin cuento, el lehendakari le ha remitido al inquilino de Moncloa la carta número ene para contarle, por si no lee los periódicos, que los contagios han vuelto a desbocarse y que la situación empeora por momentos. Por ello, la primera autoridad de la CAV urge al presidente español a desatarle las manos para que pueda luchar contra la pandemia. Ya que no está dispuesto a ayudar, por lo menos, que no entorpezca la tarea de quienes sí pretenden hacer frente al virus. Eso, por desgracia, en un estado que sigue rezumando jacobinismo para lo esencial, pasa por estudiar un nuevo estado de alarma para que los jueces jatorras dejen de tumbar cada iniciativa para tratar de frenar los contagios, los ingresos, las muertes y la ruina. Como poco, Urkullu le pedía a Sánchez que reconsiderase el fin de la obligatoriedad de la mascarilla en exteriores. La respuesta ha sido que verdes las han segado o, si prefieren una expresión con más intención, que por ahí se va a Madrid. Con una suficiencia que roza la chulería y da de lleno en la mentira zafia, primero la portavoz del Gobierno y luego la ministra de Sanidad (dejo al margen al delegado enredador) negaron la necesidad de esas medidas porque la cosa tampoco está tan mal y porque las comunidades ya tienen herramientas suficientes. Y no se les cayó la cara de vergüenza.
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Un puñetazo en la mesa
Esta no es la columna que iban a leer ustedes. En la original, que ya estaba enviada y presentada en página, les hacía partícipes de mi curiosidad sobre el modo en que el Gobierno español iba a obligar a cumplir sus últimas disposiciones político-sanitarias a las comunidades que habían manifestado su intención de no bajar la cerviz. Celebro tener el trabajo de extra de teclear estas líneas de sustitución, porque el BOE me ha ofrecido la satisfacción a lo que tanto me intrigaba. La firmeza de la inconsistente ministra Carolina Darias amenazando con dar tastás en culo a las autoridades locales díscolas era pura impostura. Al final, lo que ha ido negro sobre blanco al órgano que recoge las disposiciones normativas es que la CAV se las puede pasar por la sobaquera en atención a su situación epidemiológica específica. Y ojo, que tampoco es privilegio particular, porque se les deja el mismo libre albedrío al resto de autoridades locales que no estaban por la labor de comulgar con la rueda de molino evacuada por el Consejo Interterritorial de Salud, ese organismo que, como bien dibujaron Asier y Javier, es una versión cutre y sin gracia del camarote de los Hermanos Marx. Desconozco si esta golondrina hará verano. Ojalá el presidente español, al que cada vez más gente conoce como “Su Persona”, haya recapacitado y caído en la cuenta de que no puede seguir maltratando por más tiempo a sus socios más leales cuando se ve de minuto en minuto su precariedad aritmética para mantenerse en Moncloa. Me alegro infinitamente del puñetazo encima de la mesa del lehendakari advirtiendo de que no acataría el edicto del desahogado Sánchez. Ese es el camino.
Solo cabía desobedecer
En la primera parte de la pandemia, fueron las pomposas conferencias de presidentes autonómicos. En la segunda están siendo las reuniones del Consejo Interterritorial de Salud. Las maravillosas intenciones nominales de tomar decisiones consensuadas se quedan, cada vez con mayor frustración y hartazgo para las autoridades locales, en un dedazo desde Moncloa. Si repasamos el histórico, comprobaremos que el gobierno español ha venido haciendo de su capa un sayo y, para más inri, vendiendo la mercancía averiada de la cogobernanza. Lo ocurrido en el último encuentro, donde el rodillo se aplicó incluso cuando Euskadi no participó ni en el debate ni en la votación, fue especialmente escandaloso. Ante medidas que, además de no tener sentido sanitario en nuestro entorno, invaden competencias de hoz y coz, la única respuesta que cabía era la desobediencia. Por eso celebro el puñetazo encima de la mesa del lehendakari. Después de meses de ejercicios de contención sin límites para no embarrar el campo, Iñigo Urkullu ha anunciado que lo aprobado el miércoles en el presunto órgano colegiado no será de aplicación en los tres territorios de la Comunidad Autónoma. Durante las próximas tres semanas seguirán vigentes las disposiciones que aprobó el LABI el lunes. La hoja de ruta, por lo tanto, será el Plan Biziberri. El riesgo, mucho me temo, es que los sectores descontentos acudirán raudos y veloces al Superior de Justicia con los resultados que ya imaginamos porque hay un puñado de precedentes. Con todo, merece la pena asumirlo al tiempo que se manda un mensaje a Pedro Sánchez. Esta vez el maltrato del socio leal sí tiene un precio.
Entre Murcia y Madrid
La de ayer parecía una mañana la mar de tranquila. Quedaba algún resto de serie del levantamiento de la inmunidad a Puigdemont y se tejían perezosamente los mensajes de aluvión de un nuevo aniversario del 11-M. Pero en esto cayó el gobierno de Murcia como efecto de un tiro en el pie del PP gobernate y de una patada a la desesperada de esa nada que atiende por Ciudadanos en comandita con un PSOE que está al plato y a las tajadas. Ni una hora nos duró el entretenimiento a los plumíferos ávidos de cualquier novedad, la que sea. La eternamente minusvalorada Isabel Díaz Ayuso y su Rasputín de cabecera, Miguel Ángel Rodriguez, vieron el momento de echar el órdago. Al carajo el molesto socio naranja, el aguado Aguado —valga la redundancia, como gusta decir a los opinadores del ultramonte—, y vamos a elecciones adelantadas con aroma a mayoría absoluta de la neolideresa. Parece que las mociones de censura a la desesperada de Más Madrid y PSOE llegaron tarde.
Todo eso, claro, esperando el efecto de las ondas sísmicas en los no pocos lugares donde Ciudadanos sostiene, generalmente junto a Vox, gobiernos autonómicos o municipales. Andalucía y Castilla y León aseguran que, de momento, aguantan. Se antoja difícil que lo hagan mucho tiempo. Pedro Sánchez e Iván Redondo sonríen mientras acarician un gato.
Sánchez, el gran vacunador
He perdido la cuenta de las veces que habré escrito aquí mismo que quien nace lechón muere gorrino. Ay, Sánchez, eterno Sánchez. Llevaba el tipo silbando a la vía de perfil durante lo más crudo de la segunda ola, dejando que se comieran el marronazo las autoridades de cada Comunidad, y cuando parece que dejan de pintar bastos, sale a darnos la buena nueva. Otra vez, en un aló, presidente dominical de los de hace unos meses. Españoles, españolas —inclúyanse ahí los y las de novísima obediencia, ya saben quiénes—, sepan que tenemos un planazo de vacunación contra el bicho que es la leche en verso. Oigamusté, que en esto vamos de la mano de Alemania, por delante de toda la purria de la UE, también de aquellos a los que les vamos dar el sablazo para pagar la ronda.
Un notición, ¿verdad? Tal que así les coló a los ingenuos y pelotas de diverso cuño. Este servidor, con pellejo duro y renegrido, olió el tufo a gato encerrado incluso bajo tres capas de mascarillas. Y así se lo solté a los oyentes de Onda Vasca: ¿Cuánto les va a que las autoridades de cada terruño, que son las que habrán de llevar a la práctica el pomposo plan de inmunización, no tienen ni pajolera idea de lo que ha anunciado urbi et orbi el prohombre de Moncloa? De nuevo, bingo. El lehendakari lo confirmó resignado y contrariado. Un caso.
Podemos es la oposición
Es un hecho constatado cien veces que la triderecha PP-Vox-Ciudadanos no le hace ni cosquillas a Pedro Sánchez. Al contrario, cada vez que montan el número en el Congreso juntos o por separado, lo único que consiguen, además de hacer un ridículo sideral y provocar vergüenza ajena por arrobas, es engrandecer al inquilino de Moncloa. Ahí y así me las den todas, pensará el presidente que tiene como objetivo único seguir siendo lo que es a la mañana siguiente.
La torpeza del tridente diestro no es su problema. Su motivo de preocupación viene —¡oh, paradoja!— de su socio en los bancos azules. Ahora mismo la única y verdadera oposición de Sánchez está en su propio gobierno. Y qué oposición, oigan, que no se queda en zancadillas corrientes de las que se esperan en cualquier ejecutivo compartido, sino que llega a las puñaladas por la espalda con charrasca de nueve pulgadas, como acabamos de ver con la autoenmienda de Podemos a los presupuestos en compañía de ERC y Bildu, siempre prestos al enredo. Y ya no solo por su presentación. En el instante en el que escribo, una Secretaria de Estado —Ione Belarra, fiel escudera del vicepresidente Iglesias— sigue sin haber pedido disculpas a la ministra Margarita Robles por haberle llamado “favorita de los poderes que quieren que gobierne Vox”. Esto promete.
Diario del covid-19 (24)
Milagro por Semana Santa. Aparecen de la nada diez millones de mascarillas que serán distribuidas a la plebe en medios de transporte por policías que hasta ayer denunciaban que no las tienen ni para ellos. Hasta donde uno conoce, el personal sanitario, que es quien sigue en primera línea, todavía carece de los preciados tapabocas. ¿Tendrán que ir a hacer cola a paradas de metro, tren y autobús a ver si les cae una? Todo esto, sin perder de vista que el Gobierno Vasco, institución que debería coordinar la entrega en los tres territorios de la demarcación autonómica, asegura no saber nada del asunto… ni de las mascarillas que habrían de repartir la Ertzaintza y las policías locales.
Y luego, claro, que nadie se atreva a poner en solfa el enésimo despropósito, pues será acusado de romper el consenso y de no remar en la misma dirección. ¿En qué dirección, si puede saberse? De momento, el único rumbo que hemos visto es un zig-zag ebrio a base de ocurrencias que se lanzan y caen al olvido cuando se anuncia la nueva tanda de propuestas creativas que jamás llegan a realizarse. Y como principio que guía las acciones, el que aventó ayer uno de los uniformados de la junta cívico-militar que nos da las consignas del día: “Hagamos caso al refranero español, que dice que no hay mal que cien años dure”. Glups.