Palabras con pene

Asisto con incredulidad y cabreo crecientes a la bronca de los portavoces y las portavozas. Supongo que lo siguiente será pretender que también hay un debate serio para dirimir si la tierra es plana, si el cáncer se cura no haciendo nada o si la masturbación provoca ceguera. Fíjense que en los últimos tiempos los apóstoles de la superioridad moral indiscutible han batido marcas de membrillez envuelta en totalitarismo (y viceversa), y ya deberíamos estar vacunados contra la sorpresa, pero ni por esas: siempre hay un plus ultra.

El que nos ocupa no es anécdota sino categoría. Va más allá del bobo ten con ten sobre la corrección o la pertinencia de decir esto o lo otro. Es, en realidad, el retrato —más bien, el selfi— del retroprogresismo que nos toca padecer. Y en la foto aparecen quienes convierten un simple lapsus o una supina muestra de ignorancia (escojan) en bandera contra una desigualdad que ni está ni se la espera en la palabra en cuestión, compuesta por el verbo Portar y el sustantivo Voz, que ya es femenino. No faltan tampoco los caballeros andantes que han corrido al socorro de la dama en esa forma de machirulismo vomitivo que es el paternalismo. Fuera de concurso, las cátedras y los cátedros de filología que parecen creer que en castellano el género se determina exclusivamente por una a o por una o.

Habrá, es verdad, personas que también han actuado con la mejor fe. A ellas me dirijo, porque en mi humilde opinión, la verdadera materia para la reflexión es el flaquísimo favor que se le ha hecho a la causa totalmente legítima y necesaria del lenguaje inclusivo. Pregunten a su alrededor.

Me quedo con OT

Los retratos sociales son así. La gala de los Goya, en comodón sábado noche de temporal en toda la península, tuvo la peor audiencia del último decenio. La final de Operación Triunfo, en jodidísima madrugada de lunes a martes —la victoria de Amaia Romero se certificó a la 1.39—, batió su récord de espectadores, casi cuatro millones. De la repercusión en redes sociales y de la diferencia del tono de los mensajes, crítico hasta lo cáustico en el reparto de premios del cine y entusiasta sin matices en el concurso musical, mejor no hablamos.

Y no saben cómo me alegro. Sí, yo, que hasta horas después del momento de autos apenas había visto de refilón a la recién encumbrada supernova navarra, y sigo desconociendo el aspecto que tiene el tal Alfred y no digamos el resto de los participantes de la cosa. Por no mentar que, con mi dureza de tímpano, las canciones versionadas me suenan a aquellas cintas de gasolinera ejecutadas por meritorios que no tenían derecho ni a nombre en la carátula diseñada para que picasen los incautos.

Pero me da igual. Por ajeno que me resulte el fenómeno, celebro el sano júbilo de sus variopintos seguidores, lo mismo milenials con los dientes aún de leche que cuarentones y cincuentones sin complejos. Y festejo más si cabe el crujir de dientes de los campeones mundiales de la superioridad moral, venga y dale con la murga de la malvada industria musical que en lo sucesivo esclavizará a la inocente víctima de Mendillorri. Cuánto intenso, y yo qué viejo para tomarme en serio los secuestros de las buenas causas a la mayor gloria del ego y el caché de reivindicarores profesionales.

Trump, año II

Que le vayan quitando lo bailado a Donald Trump. Un año y unos días como dueño del juguete más caro del mundo. Desde aquí mi saludo a los centenares de sesudos y sapientísimos analistas que se tiraron todas las primarias republicanas y toda la campaña general jurando que era materialmente imposible que ocurriera. Este es el minuto en que todavía no solo no se han disculpado, sino que nos cantan las mañanas —y los mediodías, y las tardes, y las noches, y las madrugadas— con nuevas pontificaciones ex cátedra sobre el aniversario. Todo, lugares comunes y nuevas profecías que serán pifias en cosa de semanas. Efectivamente, melonadas como las que puede soltar cualquier desventurado opinador, empezado por este humilde tecleador al que están leyendo, si hacemos la salvedad de que no vamos presumiendo por ahí de ser la quintaesencia de la información internacional. También es verdad que buena parte de la culpa es de quienes siguen comprándoles las burras.

Por lo demás, no parece que para olerse de qué va el fenómeno Trump haya que tener docena y media de másteres en geopolítica. Basta con pisar las calles, especialmente las de los lugares más castigados, como alguno de los que recientemente se han mentado en estas columnas, y poner la oreja. Ya no es el sueño de la razón sino el hartazgo infinito el que produce monstruos en serie. Como tantas veces he escrito —y esta no será la última—, tarde nos lamentaremos de haber menospreciado, insultado y vejado al común de los mortales. Sigan orinándose sobre ellos y ellas y diciéndoles que llueve. Sigan desatendiendo sus llamadas de auxilio. Verán qué susto.

No todos los corruptos

Como casi todo, la corrupción va por barrios. ¿Porque todos, incluidos los que van de impolutos —a veces llegaban cartas…— tienen uno, dos o veinte casos y lo niegan o se justifican con similares paparruchas dialécticas? Desde luego, pero no solo por eso. También, o mejor dicho, especialmente porque la denuncia de los marrones no atiende a motivos éticos. Vamos, pero ni de lejos. Antes al contrario, cada chanchullo que sale a la luz, da igual en calidad de presunto o de probado, no es más que una oportunidad para atacar al rival político.

¿Y si, por los avatares de la historia y el destino manifiesto, ya no es rival sino compañero de fatigas? Pues nada, pelillos a la mar, al mejor latin lover se le escapa un pedo, como acabamos de ver en las divertidas y altamente reveladoras reacciones a la sentencia del Caso Palau. Por si nadie se ha dado cuenta, incluso en su aguachirlado final, ha quedado demostrado que lo del 3 por ciento (4, en realidad) no era una leyenda urbana ni una acusación al tuntún. Y eso da de lleno y sin remisión a la antigua Convergencia Democrática de Catalunya, convertida hoy, justamente para tratar de huir hacia adelante, en PDeCAT o, en su última versión electoral, Junts Per Catalunya, oséase, la formación o movimiento que ahora lidera el mismo Carles Puigdemont que en la época de autos no era precisamente un bedel del partido.

Siguiendo el manual al uso de los castos y puros, tal circunstancia significaría asumir la responsabilidad correspondiente, pedir perdón, y hacerse a un lado. Por supuesto, en esta ocasión no procederá. En mi cinismo, no lo denuncio. Solo lo apunto.

El morbo hace caja

A los de mi gremio se nos da de vicio el flagelo. Lo que nos habremos atizado a cuenta del tratamiento mediático del caso Diana Quer. Si no hubiera tan tremendo drama detrás, resultaría hasta graciosa la exageración en el rasgado de vestiduras de… ¡exactamente los mismos y las mismas que se venían dando un festín de morbo asqueroso desde el minuto uno de la desaparición de la joven! Encabezan la lista, cómo no, los programuelos televisivos que están en la mente de todos y las cabeceras que tampoco hace falta detallar. Sin embargo, no se quedan fuera las y los exquisitos representantes de la superioridad moral que no han perdido la oportunidad de montarse a lomos de su indignación de plexiglás con el único objeto de pasar por la rehostia de la integridad denunciante, eso sí, a cambio de clics, retuits y aplausos de aluvión.

Parecido asco me da el amarillismo sin escrúpulos en la narración de los hechos que la demagogia ventajista de todo a cien. El fango en que se refocilan lo uno y lo otro es idéntico, lo mismo que el ánimo final, que no es otro que hacer caja. Tan cruel como suena. Nada como las desgracias, especialmente si tienen nombre y apellidos, para llenar la buchaca de los medios y/o los profesionales de la cosa esta del informar u opinar sobre lo que sea y a costa de lo que sea. Pregunten a cuánto se cotiza estos días un anuncio de 20 segundos en los interminables tramos de publicidad de los espacios arriba mentados. Cuando sepan que es un pastizal de escándalo quizá comprendan por qué se estira y estira una historia cuyos elementos básicos principales están contados más que de sobra.

Ni con ni sin cupo

Vaya, vaya, con los alegres piadores. Tanto ponernos a los perversos vascones de vividores del sudor ajeno por nuestra peculiaridad fiscal, y cuando el lehendakari propone el supuesto chollo como modelo para la desastrosa financiación territorial española, piden a grito pelado que aparten de ellos ese cáliz. Alegan extravagantes motivos que, por más que disimulen, se reducen a uno: saben que recaudar y no poder gastar un euro de más es una jodienda sobre otra jodienda. Cuánto mejor pulirse lo que sea menester y cuando hay telarañas en la caja, extender la escudilla para que el camarero Estado la rellene de pasta fresca. Además, así no cabría la martingala de señalar como privilegiados e insolidarios a los que mal que bien tratan de apañárselas. ¡Los vascos nos quieren robar también el sacrosanto derecho a la demagogia y el populacherismo ramplón!

La respuesta al emplazamiento de Urkullu ha dejado ver por dónde derrotan los barones y baronesas de la mayoría de las ínsulas del todavía reino. Y al figurín figurón Rivera ha terminado de retratarlo como el memo ambulante a la par que malvado que ya sabíamos que era. Dice el cada vez más engorilado líder de Ciudadanos que solo faltaría extender el privilegio a todas las provincias para que la injusticia se multiplique por 50. Cómo explicarle al garrulo recadista del Ibex 35 que si todos tienen exactamente lo mismo, ninguno tiene más que otro, y por tanto, los únicos privilegios son los de su calenturienta imaginación. O sea, los de su falaz y haragán discurso para llevarse crudos los votos de paisanos artificialmente encabronados. Menudo rostro.

Acordando con el ‘enemigo’

¡Hay que ver el juego que está dando aquel puñado de papeletas mal contadas en Bermeo que bajaron del marcador jeltzale el escaño número 29, rompiendo la mayoría absoluta que propiciaba el acuerdo con el PSE! Lo llamativo —a la par que revelador del caprichoso azar que gobierna la política— es que, a pesar de que el asiento en cuestión fue para EH Bildu, quien de verdad lo está aprovechando es el Partido Popular. Si las urnas habían relegado a la formación de Alfonso Alonso a la condición de excrecencia, la aritmética parlamentaria la ha convertido, sin embargo, en la fuerza decisiva a la hora de la verdad.

Se puso de manifiesto en los primeros presupuestos del bipartito y, salvo monumental sorpresa, volveremos a comprobarlo con las cuentas para 2018. Con el añadido, ojo, de una reformilla fiscal al gusto de los populares y acuerdos extensibles a instituciones donde los números le son más esquivos a PNV y PSE. En plata, a Araba y su capital, Gasteiz.

¿De verdad todo es cuestión de matemáticas? ¿Y dónde quedan los principios? ¿Cómo se puede acordar nada con el corrupto PP del 155 y bla, bla, requeteblá? Procede devolver las preguntas a quienes las están haciendo en compañía de un rasgado de vestiduras cada vez menos creíble. Si no lleváramos cien docenas de caídas de guindos a las espaldas, quizá colara la vieja letanía. Pero qué menos que pedir un cierto disimulo. No sé, que pareciera como que había cierta disposición a negociar en serio, en lugar de poner condiciones que se saben inasumibles de saque. Por lo demás, la última palabra será, cuando toque, de esa ciudadanía en cuyo nombre se predica.