¿Queréis alarma? ¡Tomad!

Bueno, pues ya tenemos el deseo concedido por nuestro particular genio de la lámpara. Recién llegado de fotografiarse contumazmente sin mascarilla en El Vaticano —¿qué decíamos de Trump y Bolsonaro por lo mismo?—, el redentor Sánchez Castejón ha escuchado las preces de sus vasallos y nos ha concedido un estado de alarma de toma pan y moja. ¡Hasta el 9 de mayo de 2020, oigan! No lo hay más largo en nuestro entorno inmediato, a ver qué dirigente europeo se atreve a bajarse la bragueta ejecutiva y medírsela con el mejor dotado de los gobernantes de este lado de Occidente. Bien es verdad que te tienes que reír (por no llorar un río) al aplicar la lupa y comprobar que el toque de queda en Hispanistán comienza a las once de la noche, cuando los componentes del populacho hemos tenido tiempo de sobra de socializar el virus a modo con nuestros compadres.

Más allá de la melonada horaria, qué gran triunfo para los conspicuos defensores de las libertades civiles. Resulta que para evitar que cercenaran (supuestamente) una, la de reunión, nos encontramos ahora mismo con un decreto que permite tumbar durante medio año ese derecho fundamental y otras diez docenas más sin dar ninguna explicación. En resumen, se ha hecho un pan con unas hostias. Hasta tendría gracia si no fuera porque hay gente que sigue muriendo.

No es «tomar el mando»

¡Albricias! En su bondad infinita, el magnánimo presidente españolísimo, Pedro Sánchez, ha accedido a convocar un consejo de ministros extraordinario —¡en domingo!— para decretar el estado de alarma en sus dominios, tal y como le han solicitado los presidentes de ocho comunidades autónomas. ¿Solicitado? Bah, eso es precio de amigo: en la cabeza del mandarín monclovita y en la pluma de sus succionadores, se lo han rogado, implorado o mendigado, con el lehendakari a la cabeza, chupaos esa, disolventes eternamente disconformes con el centralismo. ¿Veis cómo no se os puede dejar solos porque, a la hora de la verdad, tenéis que venir con la testuz baja a pedir sopitas al primo de Zumosol para que os saque las castañas del fuego?

Ya habrán comprobado que por ahí va la doctrina oficial, que para sorpresa de nadie, es exactamente la misma que la de los locales cuantopeormejoristas, doblemente felices ahora porque se llenan las UCI y el tipo que les arrea un buen meneo en todas las elecciones ha tenido que dar el paso que comentamos. Cómo explicar a unos y otros obtusos vocacionales que esto no va de humillarse ante Sánchez para que “tome el mando”, sino de reclamarle el puñetero paraguas jurídico necesario para que cada autoridad tome medidas que salven vidas y empleos en la realidad que mejor conoce.

Contagiar, derecho fundamental

De récord en récord, y me llevo una. Plusmarca de contagios en la Navarra ya confinada —rozando los 600— y máximo histórico (hasta mañana o pasado mañana) en la demarcación autonómica, con 1.033 positivos de vellón y las UCIs empezando a sudar la gota gorda. Pero calma al obrero, que la autoridad judicial rampante en la CAV, el muy superiormente moral TSJPV, ha decidido por sus togas bonitas que limitar los encuentros de más seis personas es un atentado del copón de la baraja contra los derechos fundamentales, así que no hay tutía. Venga a juntarse familias y cuadrillas en el número que les salga de la sobaquera para compartir fluidos, aerosoles y gotículas de acuerdo con las garantías jurídicas inquebrantables. Que, oiga, puede usted acabar intubado o, si la dicha es adversa, en el hoyo, pero con la satisfacción de haber ejercido su plena libertad… a morirse y a matar al prójimo.

Así que con esas, a la autoridad que de verdad creíamos competente no le ha quedado otra que decretar un puñado de medidas descafeinadas y espolvorear un ramillete de recomendaciones sometidas al buen juicio de la ciudadanía. O sea, que nos podemos ir dando por jorobados. Gila revive. ¿Está el virus? ¡Que se ponga! Oiga, ¿podría usted parar la pandemia unos días hasta que los jueces nos den la venia para salvar vidas?

Se veía venir

A finales de julio escribí una columna titulada No pinta bien. En realidad, me dejé llevar por las ganas de no jorobar demasiado la marrana, pues en aquellas jornadas estivales de brotes y rebrotes desbocados, debí haber encabezado mis garrapateos diciendo claramente que pintaba mal, muy mal, si me apuran. Sin ser uno, en lenguaje de Violeta Parra, ni sabio ni competente en materia de pandemias cabritas, ya se podía intuir por entonces que empezábamos a transitar por el camino negro que va a la ermita de la multiplicación de contagios, hospitalizaciones y —oh, sí— fallecimientos. El que desemboca impepinablemente no sé si en un confinamiento como el de marzo y abril, pero sí en la toma de medidas restrictivas por parte de las atribuladas y hasta despistadas autoridades.

Las primeras de esas medidas, que ahora mismo les apuesto yo que no serán las últimas, ya están decretadas tanto en la demarcación autonómica como en la foral. Ha llegado Paco con la rebaja, diría mi difunta ama, aunque quizá ella misma también proclamaría, viéndose en estas, que ya nos pueden ir quitando lo bailado. Desde aquellos días en que ya se olía la llegada de la tempestad, hemos venido comportándonos como si la cosa no fuera con nosotros, esperando el milagro de último minuto que —¡manda carallo!— aún no hemos descartado.

Cifras que mienten

Si no nos mata la pandemia, lo hará una sobredosis de cifras. Todas requeteverídicas y, al mismo tiempo, falsas como un billete de siete euros. Y que levante la mano el que este libre del pecado de espolvorearlas como si fueran la revelación del cuarto secreto de Fátima. Yo me acuso, contrito y arrodillado ante ustedes, mis sufridos y espero que indulgentes lectores y oyentes, de participar en la ceremonia de la confusión diaria a base de números y tantos por ciento al peso en los informativos que maldirijo en Onda Vasca. No sé cuántos contagios en las últimas 24 horas, equis más (o menos) que ayer, con una positividad de jota al cuadrado partido de la raíz cúbica de omega. ¿Entienden algo? De eso se trata, de que la audiencia se quede con la música pero no con la letra.

Seguiré obrando así, pero ahora que estamos en confianza, les aconsejaré que se pongan mascarilla en el cerebro y se apliquen gel hidroalcohólico mental a discreción cuando desde los medios les bañemos de datos sin desbastar. Piensen, por poner un ejemplo muy simple, que no es lo mismo cien contagios sobre quinientas PCR o sobre 5.000. O que también cambia el resultado si una parte importante de los test se hace conscientemente donde se sabe que no se va a encontrar bicho o en lo que se ha constatado como foco galopante.

¡Vamos, Rafa!

No voy a negar que las victorias de Rafa Nadal suelen ir acompañadas de torrentes de caspa patriotera. Este año, en víspera de 12 de octubre, en medio de una pandemia y con la carcunda monárquica (y la monarquicana) en plena operación de salvamento del Borbón mayor y del chico, la rojigualdina más rancia ha corrido, si cabe, con mayor furor. Se diría que para muchos de esas y esos exaltadores postureros, el decimotercer Roland Garrós del manacorí equivalía a la derrota definitiva del virus y, por el mismo precio, a la perpetuación de la jefatura del estado transmitida por vía inguinal.

¿Habrá algo que empate en patetismo ridículo? Sí, lo hay: el exceso de bilis hirviente derramada por los que se pretenden lo plus de lo plus del guayprogresismo, empezando por los que moran en mi terruño y ejercen, además, de megamaxiantiespañolistas. Queda para las antologías cómo el domingo por la tarde fueron dejándose los higadillos y vomitando inquina tontorrona de cuarta contra quien, por lo visto, encarna su particular anticristo. Así que yo, que en materia de golpes tenísticos me quedo con el revés a dos manos, disfruté un huevo y medio, no tanto por la victoria merecidísima de Nadal frente al tocapelotas Djokovic (que también), como por el encabronamiento sideral de sus odiadores. Valientes merluzos.

Los jueces nos salvarán

Qué esfuerzo más inútil, el de las administraciones públicas al pretender que la gestión de la pandemia se guíe por criterios sanitarios. Epidemiólogos, virólogos y demás profesionales de bata blanca están de más. Los que de verdad saben de esto son los de las togas y las puñetas. Y como muestra más reciente, la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Madrid de tumbar el confinamiento de la Comunidad que había decretado el gobierno español alegando que vulnera derechos y libertades fundamentales. Cómo explicar, cómo contar a sus reverendísimas señorías que tales derechos y tales libertades te sirven de una mierda cuando estás muerto.

Y sí, me sé la letanía con que me vendrán incluso muchos de mis más apreciados amigos del mundo jurídico. Que las cosas no son tan sencillas, que entre Ayuso, Illa y Sánchez lo han puesto a huevo, que hay principios irrenunciables que deben prevalecer y bla, bla, requeteblá. A todo eso respondo que sí, que muy bien, que en el plano teórico o académico, esos adagios lucen un huevo. Pero explíquenselo a quien, en el mejor de los casos, se va a pasar dos meses entubado en una UCI porque unos tíos que viven en una realidad paralela pidieron que les sujetaran el cubata para dictaminar que las razones médicas son una coña marinera al lado de su infinita sapiencia.