Trapicheos municipales

Una vez vendido todo el pescado municipal, el primer recuerdo es para Rajoy, ese señor que ahora se dedica a pegarse chombos en el Mediterráneo, quítenle lo bailado. Uno de sus más célebres galimatías ha quedado desmentido. O, como poco, muy matizado. No es el vecino el que elige al alcalde. No, desde luego, en buena parte de los consistorios, donde, como pudimos ver ayer, la vara de mando ha dependido de cambalaches en despachos bastante lejanos al lugar donde luego tocará ejercer.

Y ojo, que si hacemos un repaso somero, enseguida comprobaremos que no hay sigla que se libre de haber participado en trapicheos, bien sea a granel o al detalle. Me maravilla casi más que me encabrona cómo dependiendo de si se pilla o se pierde cacho, estamos ante la democracia funcionando a pleno pulmón o frente a una rapiña intolerable. Parece olvidarse que donde las dan las toman… y viceversa.

Sí es verdad, en todo caso, que ha habido algunos comportamientos para nota en las asignaturas de la hipocresía y/o el autorretrato. Lo del PSN, sin ir más lejos, que ayer certificó, por si hubiera lugar a dudas, que es el cuarto integrante de Navarra Suma. Su actuación a medio camino entre Poncio Pilatos y Don Vito Corleone —me lavo las manos, pero que parezca un accidente— ha entregado al combo del ultramonte un puñado de alcaldías. En la contraparte, ha arramplado con alguna que otra propina, batiendo récords en Huarte, donde será alcaldesa la única concejal de la formación, toma sandiós. Antes de consumarse la infamia, decía Barkos que sin atisbo de coherencia es difícil encontrar un mínimo de dignidad. Yo lo leo así: Agur, Chivite.

No está todo escrito

Ha estado vivo Joseba Asirón al poner por la tarde el pleno de constitución de la nueva corporación municipal de Iruña. Para entonces se sabrá qué ha pasado en la mayoría de los demás pueblos de la Comunidad Foral y quizá quepa un movimiento in extremis para evitar que la vara de mando vuelva a manos de Enrique Maya. Como salga medio bien la jugada, la autoridad electoral competente tendrá motivos para imitar a las contiendas deportivas e imponer que en lo sucesivo todos los plenos inaugurales se celebren simultáneamente y sin posibilidad de saber qué ocurre en el resto de estadios, o sea, de ayuntamientos.

Con todo, la diferencia horaria de Iruña va a ser una excepción. La suerte de prácticamente todos los demás consistorios se va a dilucidar mañana por la mañana. En el caso de la demarcación autonómica, es cierto que el pacto-ómnibus entre PNV y PSE le ha restado mucha emoción al asunto, pero aun así, hay una docena de localidades donde las espadas siguen en alto. Espadas cruzadas y contradictorias, por demás. EH Bildu, que ha mostrado su enfado por la falta de respeto a las listas más votadas allá donde el binomio PNV-PSE les puede arrebatar los gobiernos, no tendrá empacho en actuar a la recíproca en los lugares donde le alcance la suma con Elkarrekin Podemos y/o las plataformas independientes. Es más: no es descartable que la coalición soberanista y los jeltzales, en un doble tirabuzón que encabritaría a Alfonso Alonso, se asocien para dejar al PP sin Laguardia y Labastida. No sé si me divierte o me espanta que casi todos los casos, por incoherentes que parezcan, vayan a ser perfectamente argumentados.

Pactilandia

Felicitemos al equipo de guionistas de este enredo de acuerdos, desacuerdos y contracuerdos a que estamos asistiendo. Fíjense que yo no daba un duro por el serial, pero aquí y ahora reconozco humildemente que, como elaborador de espacios informativos y moderador de tertulias, todos los días he tenido alpiste nuevo que echar al personal. Y da lo mismo el ámbito del que hablemos. Si no era el embrollo de Irun, eran las mil y una abracadabras de la cuestion-de-estado de la demarcación foral, el gamberrismo dinamitero de Vox, los esfuerzos de PP y Ciudadanos para que no parezca que están de hinojos ante Abascal o la reiteración de Iglesias en la solicitud de un ministerio o, ya si eso, una subsecretaría. Para nota, claro, la actuación a favor de corriente del PSOE, con Ábalos, el de la voz cavernosa, sacando el matasuegras del adelanto electoral unas horas antes de que saliera su compañera Adriana Lastra con la milonga del “gobierno de cooperación” para que las hordas opinativas tuvieran con qué entregarse a su consuetudinario onanismo mental.

Y más allá de la pirotecnia, los hechos contantes y sonantes. En la aburrida CAV, el pacto previsto, con margen a alguna liebre saltarina pasado mañana en la constitución de ayuntamientos. En Navarra, todo abierto todavía, no diré que no, pero con Maya volviendo casi con seguridad a la alcaldía de la capital. En una parte regular de la hispanitud, triderecha pura y dura, más o menos disfrazada, a falta, quizá, de alguna extravagancia. Todo ello, como anticipo de un gobierno de Sánchez en España a lomos de una aritmética que a la hora en que tecleo no soy capaz de prever.

Pactos a la fuerza

He seguido con gran expectación y no menos perplejidad el pulso entre el PNV y el PSE (y viceversa) sobre la alcaldía de Irun. Finalmente, los jeltzales han echado pie a tierra y renuncian a disputar la makila. Resumido, por una paz, un avemaría. O en menos fino, que toca comerse con patatas cuatro años más de desplantes y autoritarismo de José Antonio Santano. Todo, en nombre del bien mayor, que se supone que en este caso consiste en un pacto global que se extiende a todos los lugares en que la aritmética alcanza para poner regidores de uno o otro partido.

Doctores tiene la política moderna. Seguro que la presunta estabilidad que se consigue haciendo tabla rasa es una maravilla, pero vaya y explíqueselo a los ciudadanos que van a tener que apechugar con las consecuencias. Hablo de las y los irundarras, por supuesto, pero también de los vecinos de un puñado de localidades medianas y pequeñas que el próximo sábado, cuando se constituyan las nuevas corporaciones, comprobarán cómo la voluntad que expresaron en las urnas es corregible en función de intereses que nada tienen que ver con sus farolas, sus baches o sus servicios sociales.

Seré un hereje, pero mis entendederas no me dan para comprender qué hay de malo en que cada pueblo haga sus acuerdos y desacuerdos en función de sus necesidades y de sus capacidades para sumar o restar. Nada que objetar, faltaría más, a un pacto amplio en las principales instituciones para lograr mayorías que eviten sobresaltos y patadas a la espinilla. Pero como decía ayer mismo el lehendakari, Iñigo Urkullu, eso podemos y debemos hacerlo con menos líneas rojas y menos demagogia.

Por qué gana el PNV

Efectivamente, una pregunta nada original la del encabezamiento de estas líneas. De hecho, hace unos días, uno de esos irreductibles hinteleztuales (sic) de casinillo que adornan nuestro paisaje ya evacuó una pieza titulada de modo similar en los boletines oficiales de la hispanovasquidad. No ya refractario, sino directamente fóbico con quinquenios de resentimiento bilioso acreditados, la tesis del mengano venía a ser que los reiterados triunfos del PNV se asientan en la estulticia de la plebe del terruño. Vamos, que los censados en los tres territorios son/somos catervas de tontos de baba que se dejan engatusar en bucle por chorizos contumaces que llevan arruinando este trocito del mapa desde tiempo inmemorial. Bueno, ahí exagero; solo desde la primera victoria hace cuarenta años. Nota al margen: es el despiporre que el latigador en cuestión tuviera un trocito de poder en el trienio excepcional en que los jelzales fueron oposición y que su aportación no superara en valor a una pelotilla ombliguera.
Y tampoco deja de ser revelador que el diagnóstico coincidiera casi milimétricamente con el emitido en las supuestas antípodas ideológicas por Arnaldo Otegi Mondragón. Como habrán leído, el líder siempre en forma de EH Bildu ha atribuido las últimas victorias del PNV a las carretadas de sufragios de pérfidos españolazos espoleados por un presunto “voto del miedo” que habría azuzado como espantajo el partido de Ortuzar y Urkullu. Traducido, que de nuevo la ciudadanía no tiene ni pajolera idea de votar y que si solo se contaran las papeletas fetén, otro gallo cantaría. Exactamente por eso es por lo que gana el PNV.

Nadie pierde

Si nos ceñimos a la demarcación autonómica, las elecciones del domingo respondieron al clásico de la victoria de todos y cada uno de los contendientes. Creía uno que era cosa de la adrenalina (y otras sustancias) de la noche del recuento, pero avanzan los días y no remiten los cánticos triunfales. Ahí sigue, por ejemplo, el PP liofilizado hasta el extremo proclamando ser la única referencia de no se sabe muy bien qué. O haciendo la ola a Sémper, el candidato que necesitó esconder las siglas para ganar —¡oh, paradoja!— al propio PP, pues le sacó unos cientos de votos en Donostia a los aspirantes a Juntas y al parlamento europeo. Apúntese el mérito, por cierto, al carismático irundarra y a su director de campaña, Juan Muñoz Baroja, dos outsiders.

Un peldaño más arriba de los exgaviotiles, Elkarrekin Podemos festeja no haberse dejado los dientes en las urnas como su casa nodriza. Es humanamente entendible, si no fuera porque apenas anteayer se había anunciado también el asalto a los cielos y el desalojo sin contemplaciones de los malvados jeltzales. Otra vez será.

En cuanto al PSE, no faltan motivos de algarabía. Hace nada estaban muertos y hoy han recuperado una pilada de votos que no les sirven para ser alternativa vasca, pero sí excelente muleta con acceso a mucho pelo gubernamental. Y qué decir de EH Bildu, ahora conocida, según ratos, como la izquierda independentista o solo soberanista. Sus resultados fueron, efectivamente, históricos; los números cantan. Otra cosa es que no alcancen ni de lejos para cubrir ninguno de los grandes o medianos objetivos. Si se trataba de ser segundos, procede la enhorabuena.

‘Agur, Cuponazo’

El mejor artefacto propagandístico del PNV en lo que va de campaña no ha salido de Sabin Etxea. Me perdonarán los publicistas jelzales, pero ninguna de sus creaciones sirve tan certeramente para impulsar el voto a sus siglas como el vídeo de Ciudadanos lanzado bajo el gilieslogan requetesobado “Agur, Cuponazo”. Si yo tuviera la mano que algunos malvados me suponen en la difusión de los mensajes de la formación presidida por Andoni Ortuzar, bombardearía en cada acto electoral —especialmente en los dirigidos a los no convencidos— con esa pretendida gracieta parida por los lamelibranquios riveristas. A la vista de las patochadas naranjas, incluyendo la grosera imitación del acento vasco, cualquier persona indecisa tendrá claro qué papeletas son las que más duelen al extremocentrismo uno y trino.

Si no han tenido ocasión de echarse a las meninges el cagarro audiovisual, no se lo despanzurro. Simplemente les cuento que es una fantasía situada en la sede del PNV durante la noche del 28 de abril, cuando el escrutinio determina que el chaval (ya cada vez menos) del Ibex será el nuevo presidente español. De saque, hace falta una arrogancia mastodóntica para practicar el onanismo mental con semejante alucinación lúbrica. Contento irá el figurín figurón si el puñadito de escaños que consiga cosechar superan a los que obtenga Vox y/o sirven para sumar una mayoría absoluta de la triderecha. Por la parte que nos toca como humildes ciudadanos de este trocito pecaminoso del mapa, lo que debemos buscar es cortarles el vacilón al niñato y sus cantores de gesta. Un saludo, por cierto, a UPN, que comparte lista con el guasón.