Listísimas

Pasan lustros y no pierde ni un ápice de vigencia el principio sobre el reparto de puestos en la mayoría de las organizaciones políticas que dejó enunciado Alfonso Guerra. “El que se mueve no sale en la foto”, sentenció lapidariamente el entonces número dos del PSOE, que a los efectos de colocación y eliminación de efectivos, era el número uno. Se trataba, desde luego, de un aviso a navegantes, pero también de la descripción de una realidad difícilmente refutable: un partido necesita cohesión y observación de la jerarquía. Eso se consigue, no nos engañemos, rodeando al líder de personas fieles o, si se prefiere la versión suave, de personas de su confianza. Otra cosa es que lo sean por convicción, porque no queda otro remedio o porque la recompensa merece el esfuerzo.

Es verdad que la reciente moda de las primarias ha variado algo el procedimiento. Todos tenemos en mente media docena de casos, empezando por los de los propios Pedro Sánchez y Pablo Casado, en los que ha ocurrido lo inesperado. Quizá por eso mismo, porque conocen de primera mano los peligros de no tenerlo todo atado y bien atado, uno y otro se han aplicado el cuento y de cara a la inminente torrentera de elecciones han elaborado listas casi literalmente a su imagen y semejanza. Sánchez se ha librado de hasta el último susanista y ha instalado a su guardia de corps en los lugares preminentes. De lo suyo gasta. Con mayor descaro que su rival, Casado directamente ha laminado a la vieja guardia y la ha sustituido por frikis como Cayetana Álvarez de Toledo o Juan José Cortes, cuyo único mérito político consiste en ser padre de una niña asesinada.

La triderecha navarra

El de UPN debe de ser foralismo grouchomarxiano. Si no les gusta o si no nos conviene, tenemos otro. El concepto se puede retorcer hasta el quinto tirabuzón y llegar, tachán, tachán, al antiforalismo necesario para meterse en una santa alianza con Ciudadanos, el partidete que nos ha venido dando la matraca de los privilegios vasco-navarros —según su terminología— desayuno, comida y cena. Anda que no nos habremos jalado veces la cantinela del figurín figurón naranja sobre el cuponazo, la insolidaridad y hasta el expolio que perpetramos los censados en los cuatro pérfidos territorios sobre el indefenso pueblo español.

Ahí están las hemerotecas, las videotecas y las fonotecas. De hecho, basta una leve espeleología en los archivos para encontrar las collejas cruzadas entre los ahora socios en la legión que pretende rescatar el régimen de las manos rojoseparatistas en que ha estado durante los últimos cuatro años. Claro que, visto desde el otro lado, quizá el milagro pueda apuntárselo el mesías Esparza, que ha convertido para la causa a la banda de Rivera. Se dice que ayer mismo Inés Arrimadas iba predicando la buena nueva del Convenio. Por supuesto, ni caso. En cuanto les pregunten por la cosa en Sigüenza o Almendralejo, negarán siete veces siete. O cantarán la gallina, que es lo que sabe desde el principio hasta el menos informado: el fin justifica los medios, y si hay que mezclar agua y aceite, se mezcla. Y si hay que vender Navarra —porque esto sí es vender Navarra—, se vende. No quisiera adelantarme demasiado, pero esto apunta a que el PSN ejercerá de árbitro una vez más. ¿Nos preparamos para otro agostazo?

11-M, el rostro del PP

La hipocresía de los desalmados o la falta de alma de los hipócritas. “Han pasado quince años ya, pero aunque pasaran mil, siempre llevaremos el recuerdo de las víctimas del 11-M en el corazón”, farfulla, con desahogo infinito, la cuenta oficial de Twitter del Partido Popular. Como acompañamiento, un video lacrimógeno con musiquita entre épica y solemne y proclamas que abundan en la desfachatez. De vómito, para quienes tenemos memoria y llevamos grabada a fuego la inconmensurable infamia que siguió al atentado más brutal de nuestra historia reciente.

¿Las víctimas? ¿Sus familiares? ¿El dolor? Aquel día y los que vinieron después importaron media mierda. Solo fueron carne de cañón para construir una mentira que buscaba ser canjeada en las inminentes urnas por votos contantes y sonantes. “Si ha sido ETA, barremos; si han sido los islamistas, gana el PSOE”, confiesa en El País —¡ya era hora!— que escuchó de labios monclovitas el comisario Juan Jesús Sánchez Manzano, jefe de los Tedax en aquella infausta fecha. Y toda la comunicación, o sea, la propaganda infecta del Gobierno todavía liderado por José María Aznar López, Chiquito de las Azores, fue en consonancia. Cómo olvidar al hoy multienmarronado judicialmente Ángel Acebes ganándose, según sus firmes creencias católicas, un lugar en el infierno al mentir como el bellaco que es sobre la autoría de la matanza cuando ya tenía sobre la mesa todos los datos que confirmaban que había sido obra de yihadistas de medio pelo. Patrañas, por cierto, que siguieron repitiéndose durante años desde las terminales mediáticas del PP. Menos recuerdo falso. Más pedir perdón.

La claudicación de UPN

Como les decía en la última columna, ando muy bien de memoria. De ahí que no me cueste en absoluto remontarme a los días de 2008 en que saltó por los aires el matrimonio de conveniencia entre UPN y el Partido Popular. En pleno fragor del antizapaterismo galopante en que se vociferaba sin descanso que la Navarra foral y española no se vendía, a los que compartían pancarta y asfalto rellenado a base de autobús con bocadillo se les rompió el amor de tanto usarlo y se liaron a bofetadas por un quítame allá esos egos. O ese ego en concreto, pues a nadie se le escapaba que, aunque los genoveses estaban hasta el gorro de sus socios del requeté, fue Miguel Sanz el que se llevó el invento por delante, decidido a quedarse en monopolio como guardián de las rancias esencias.

Tal abrupta partida de peras pudo haber dado paso a una derecha medianamente civilizada en la Comunidad. Sin embargo, una mano negra —o quizá dos, si contamos la de María Dolores de Cospedal— dejó fuera de combate a quien había de liderarla, el verso suelto Santiago Cervera. Desde ese episodio, la historia de ambas siglas ha sido un continuo ni contigo ni sin ti, condenadas ambas a entenderse, aunque sin dejar de manifestarse un indisimulado desprecio mutuo, cuando no asco puro y duro. Ir juntos a las generales se veía como penitencia necesaria. Del mismo modo, también cabía hacer de tripas corazón para sumar votos en el parlamento. Lo que se antojaba impensable era volver a ir en las mismas listas en municipales y forales. Pero a la fuerza ahorcan y con sendas sogas en sus respectivos cuellos Javier Esparza y Ana Beltrán han tenido que claudicar.

La (i)legalidad según el PP

Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu otra mano derecha. O bueno, sí, que lo sepa, y que se la refanfinfle que sea exactamente lo contrario de lo que se anda propalando a voz en grito. Como habrán adivinado por el título, me refiero al PP. Menudos aplausos con las orejas al Borbón reinante por haberse pasado por entre las ingles su obligada neutralidad —jua, jua, jua— para atizar la enésima colleja a los soberanistas catalanes. “Sin legalidad no hay democracia”, tuvo el cuajo de moralizar el vástago del Campechano, como si no supiéramos que él está donde está gracias a la legalidad franquista.

Pero otro día exploro ese jardín. Hoy me centro, como apuntaba arriba, en el desparpajo de la banda de Casado, que horas después de hacer la ola a esa filípica —o felípica, en este caso— se hicieron mangas y capirotes con ella en el Senado al aprovechar su mayoría absoluta para aprobar una moción que insta al gobierno de Sánchez a no completar las transferencias pendientes a la Comunidad Autónoma Vasca. Ojo, todas y cada y una de ellas, desde las que más sarpullidos les arrancan —Prisiones y Seguridad Social— hasta la más triste devolución de medio kilómetro de línea ferroviaria. ¿Acaso no es eso instar al incumplimiento vergonzante de la legalidad emanada, no se pierda de vista, del festejado Estatuto de Gernika y de la sacrosanta Constitución española? Tampoco es cuestión de sacar a paseo los grandes exabruptos, pero sí procede recordar que cuando la vaina es al revés, las bocas se llenan con la demasía del golpe de estado. En esta ocasión, sin embargo, la democracia es fumarse un puro con la ley. Así es el PP.

Sobreactúa, que algo queda

Reincido en mi inconsciencia. O, vaya, en mi esquinado escepticismo. Veo a todo a quisque echándose las manos a la cabeza, voceando con uve, coceando con ce, llamando a la movilización, al cordón sanitario, al no pasarán, al sí pasaremos… y soy incapaz de contagiarme del histerismo, si es que todavía es de curso legal esa palabra. Todo es una sobreactuación que provoca otra sobreactuación enfrente que, a su vez, vuelve a la contraparte corregida y aumentada. “El clima previo a la guerra de 1936”, escucho que dicen gentes muy cabales y otras que solo buscan aumentar la crispación y el canguelo.

Pero, insisto: ante todo, mucho calma. De hecho, ni siquiera estamos ante algo realmente nuevo. No me remontaré a la sangrienta Transición, con su ETA, su GAL y el ruido de sables a todo meter. Ni a aquellos días de Lizarra, o a las embestidas contra el tripartit catalán de Maragall, Carod Rovira y Saura. Basta retroceder hasta el gobierno de Zapatero, la mesa de Loiola, la AVT peperizada dando la tabarra por doquier, y el rancio foralismo, entre latrocinio y latrocinio, venga y dale con que Navarra no se vende.

Lo del domingo de la derechota una y trina en la madrileña plaza de Colón no es más que una reedición de todos aquellos excesos. Con el añadido, además, de que si entonces cabía la duda sobre si había algo de sustancia en el fondo, esta vez es directamente una broma. Triste, pero broma, al fin y al cabo, pues la espoleta de la reyerta es una difusa y confusa apelación al diálogo del gobierno español a ver si cuela y las fuerzas soberanistas catalanas le aprueban los presupuestos. Tonto el último en posturear.