El blues del autobús

Parecía que no se podía superar el esperpento en el psicodrama colectivo del autobús anaranjado hasta que llegó el juez y mandó que el trasto se quedara en cocheras. De la decisión no digo ni pío. Ahora, respecto a la argumentación del auto, no me digan que no vuelve a ser otra vez lo del infierno empedrado de buenas intenciones. Sostiene el magistrado Juan José Escalonilla que los mensajes de la guagua fletada por los fachuzos de HazteOir “suponen un acto de menosprecio a las personas con una orientación sexual distinta a la heterosexual”. Pues ahí la ha pifiado su señoría, porque según han corrido a explicar los peritos en estas intricadas cuestiones de la palabrotología, lo que realmente se ataca en las leyendas es la identidad de género. Lo definitivamente grotesco es que la prohibición se fundamenta precisamente en la metedura de pata, que para más inri, se repite varias veces en el texto.

Aún queda territorio para profundizar el sinsentido. Se me ocurre, por ejemplo, que la organización ultramontana que echó a circular el bus grafiteado presente el correspondiente recurso basándose en la cantada. Lo chusco residiría, en este caso, en que los carcamales niegan con igual rotundidad los conceptos “orientación sexual” e “identidad de género”.

Quizá no lleguemos hasta ahí. HazteOir tiene suficientes motivos para retirarse en este punto de la astracanada con la satisfacción de haber conseguido su propósito. Aunque la hayan paralizado, su fétida campaña ha tenido un eco infinitamente mayor al que hubieran soñado. Allá donde tenía que calar, su mensaje ha calado. Piensen gracias a quiénes ha sido.

Santa Rita mártir

Repetiré una vez más mi máxima: la muerte no nos convierte en buenas personas. Así que no verán que me brote ni media lágrima por Rita Barberá. De igual modo, se lo puedo asegurar, ninguna sonrisa. ¿Y guardar un minuto de silencio por ella? No sería especialmente sentido, pero tampoco me tendría por reo de hipocresía por hacerlo. Lo cortés no quita lo valiente y viceversa. Otra cosa es que me diera por aprovechar el viaje fúnebre para vender mi moto o espolvorear mis demagogias a sabiendas, esa es otra, de que al olor de los crisantemos no es difícil tocar la fibra de cierto público y hacer caja. Que si los bolsos de Louis Vuitton frente a la pobreza energética, bla, bla, bla, requeteblá.

Pasado el estupor por el inesperado óbito de la doña (bueno, ya hay quien dice que estaba cantado), lo primero que me asalta es una reflexión baratuja sobre la insoportable levedad del ser. Tanto para tan poco. Quién le iba a decir a la en tiempo remoto reina de la belleza y hasta anteayer sultana del Mediterráneo que palmaría de un vulgar patatazo hecha un adefesio físico y, lo más doloroso, repudiada en sus últimos días entre los vivos por los que le fueron más próximos. Y ahí viene la segunda parte de la cavilación: cómo en cuanto ha adquirido la condición de cadáver, toda esa fulanada que le había puesto popa regresa al elogio desmedido, baboso… y falaz.

Esa es la tristísima moraleja. Por mucho que esa caterva de fieles de ida y vuelta se empeñe en el blanqueo de la (oportunamente) finada a base de excesivas adulaciones postmortem, no colará. Rita Barberá quedará en la Historia exactamente como lo que ha sido.

Respeto al ‘no’ colombiano

Hay que joderse otra vez con los demócratas. A miles de kilómetros, no tienen la menor duda de que los colombianos son una panda de cobardes, indocumentados, rencorosos y/o veletas que se dejan manipular por el primer malandrín que vocea cuatro chorradas. ¿Y qué tal una gota de respeto? ¡Venga ya! Los pueblos solo son sabios cuando ejercen el derecho a decidir sin salirse del carril marcado.

Qué gracia más desgraciada, por otro lado, escuchar o leer que se ha optado por continuar la guerra. Con o sin urnas de por medio, los que la han venido haciendo bien pueden parar y probar que su intención es firme. Ni siquiera hablo de pedirles que manifiesten que el cese obedece al imperativo ético y no a la conveniencia estratégica, como ni se ocupan en disimular. Basta que lo dejen y ya. El movimiento se demuestra andando. Sería magnífico comprobar, dentro de un tiempo, que efectivamente, las armas no han callado a cambio de un chantaje.

Personalmente, no me alegro del resultado del plebiscito. Pero una vez que el ‘no’ se ha impuesto tras una descomunal campaña oficial por el ‘sí’, me parece que la prudencia invita a no descalificar de un plumazo a quienes han entendido por mayoría, aunque sea exigua, que el proceso no responde a unos mínimos de justicia. Basta una brizna de ecuanimidad, ya que tanto hacemos aleluyas a la empatía, para plantearse si es humanamente comprensible que haya quien, sin ser belicista ni cosa parecida, estime que el cierre que se propone no es el adecuado. Por lo visto, mola más que vengan los que han tirado de pistola —igual allá que acá— a apostrofarlos como enemigos de la paz.

Desembarco de mandarines

Tienen que estar las franquicias vascongadas de los partidos españoles como los chorros del oro. Me imagino a los dóciles (¡y sufridos!) militantes locales bayeta y fregona en ristre, comandados por los dirigentes tocados con una cofia, dejando los suelos, las paredes y el mobiliario en perfecto estado de revista para la visita de los respectivos señoritos madrileños. Mejor dicho, para las visitas, en plural amplificado, porque a lo largo de esta campaña, ya jodida de llevar de por sí, se va a batir el récord interestelar de desembarcos de mandarines y segundos, terceros o cuartos de a bordo. En muchos de los casos, además, con contumaz reincidencia.

¿Y a qué vienen estos émulos de aquel célebre maestro Ciruela que, sin saber leer, puso escuela? Francamente, a mi también me encantaría saberlo, porque mi nariz y mi estómago de votante de a pie me dicen que, en el momento actual, el mayor favor que podían hacer los caudillos centrales a sus agencias regionales es abstenerse de poner el pie por estos pagos. Desde luego, cualquiera que decida su sufragio tras una migaja de reflexión puede caer en la cuenta del soberano despelote que es escuchar las pontificaciones ex cathedra de unos tipos que llevan casi un año demostrando su letal mezcla de ineptitud y vileza.

Sorprende y cabrea, por lo demás, la permisividad, casi sumisión canina, de los que ejercen de anfitriones ante las muestras de osada ignorancia y/o directamente groseros insultos que acostumbran a gastar sus invitados para con los naturales del lugar de su turisteo. La hospitalidad bien entendida no debería estar reñida con un mínimo respeto

Derecho a decidir, según

Apoteósica lección de democracia de la CUP de Tortosa. Dice que para su culo pirulo va a aceptar el proceso participativo —ja, ja y ja— en el que el 68 por ciento de los votantes apoyó mantener en pie no sé qué monumento franquista del copón de la baraja. ¿El razonamiento? Que la consulta no debió haberse celebrado nunca y que el alcalde la había orientado para que el mamotreto no se retirase. Nada sutil forma de llamar imbécil a la misma ciudadanía a cuyo buen juicio se apela constantemente. Caray con el derecho a decidir… siempre y cuando se decida lo que yo digo, que si no, no vale.

Y sí, miren, claro que me sé la famosa cantinela que incide en la existencia de materias sobre las que no se debe votar porque bla, bla, y requeteblá. Pero no estamos hablando de la pena de muerte, de deportar a los inmigrantes ni de cualquiera de las cuestiones que servirían como argumento razonable para sustentar esa tesis. Esto va de unas piedras que personalmente considero de pésimo gusto y que habría abogado por demoler de haber tenido vela en el correspondiente entierro, pero cuya pervivencia no acarreará efectos espantosos para la convivencia. Menos todavía, si como parece que ha sido el caso, la condición para no convertirlo en escombros es incorporar elementos que expliquen que el bodrio fue obra de un régimen criminal para conmemorar la batalla del Ebro, una de sus tropelías más sangrientas.

Si no se es capaz de respetar la voluntad popular respecto a un asunto de trascendencia relativa, escasa credibilidad se tendrá para reclamar que se permita a la ciudadanía pronunciarse sobre aspectos fundamentales.

Los que nos representan

Como hay una urgencia del copón, el Borbón titular recibe al voluntarioso gendarme del Congreso, López, mañana a la una de la tarde —menudo madrugón— para que le informe de lo que ya debería saber desde el viernes. La tontuna ceremonial es solo una más del millón y pico de tomaduras de tupé que llevamos desde el 20 de diciembre. Sí, en realidad, el vacile viene de mucho antes, pero empiezo la cuenta ahí para no encabronarles de más.

¿Qué ha pasado en estos ya dos meses y pico? Intuyo que la respuesta depende, entre otra docena de factores, de las tragaderas de cada cual o del lugar que se ocupe en la farsa. Buena parte de los que hozan sobre el escenario, esos a los que supuestamente pusimos ahí con nuestros votos, se lo están pasando en grande. Los veteranos, porque pasan un kilo de casi todo, y los nuevos, porque no se han visto (y varios no se verán) en otra igual.

Retrato perfecto del cóctel de jeta rancia y temprana fue la segunda votación que palmó Sánchez. El resultado, cantado de saque, fue lo de menos. Para los actuantes, con honrosas excepciones, se trataba de dar la nota. Un presidente en funciones con olor a cadaverina bañando de acidez cómica su rencor. Un narcisista que pasa de la cal viva al jijí-jajá-jojó sin transición y que, como cualquier maltratador, proclama que después de las hostias vienen los besos. El tipo ese que convierte el soberanismo catalán en caca, culo, pedo, pis, chupádmela, so fascistas. El del Ibex en plan matón cuando hablaba la portavoz de EH Bildu. Y todos los que me dejo, incluyendo —por alusiones, ya saben—, a uno que fue lehendakari. Joder qué tropa.

Auto de fe a Azcona

Durante el episodio, casi psicodrama, de la ya celebérrima exposición de las hostias en Iruña, le dediqué media docena de cargas de profundidad a su autor, Abel Azcona. Lo mismo que él su polémica obra, lo hice en ejercicio de mi libertad expresión. Eso creía yo. Compruebo ahora que, en realidad, no estábamos en igualdad de condiciones, puesto que al artista se le niega ese derecho.

En una nueva demostración de la inquisición rampante —y cada vez con más brío y creciente descaro— en estos pagos, Azcona ha tenido que dar cuenta de su trabajo como investigado (eufemismo actual de imputado) ante el juez de instrucción número 2 de la capital navarra. Todo, como ya sabrán, porque una casposa asociación de (sedicentes) abogados cristianos le ha puesto una querella a la que, hay que joderse, la (también sedicente) Justicia, está dando curso en lugar de haber mandado a esparragar a los denunciantes.

Se le acusa de profanación y ofensa a los sentimientos religiosos. Todo un auto de fe en pleno tercer milenio y en un estado, este del que nos toca ser súbditos sin derecho a réplica, que se cacarea anticonfesional. Y desde la bancada del público que asiste regocijado al anatema al hereje, los jerarcas de la Conferencia Episcopal española pidiendo la hoguera, siquiera metafórica. Proclama Gil Tamayo, el portavoz de los purpurados, que “meterse con los sentimientos religiosos no puede salir gratis”. Manda huevos con los que se supone que predican el perdón. Muy atinadamente, el reo de la causa ha dicho que el interrogatorio ante el juez forma parte de la pieza artística por la que se le juzga. Mi respeto y mi apoyo.