Tremenda escandalera. El lehendakari ha dicho que el rey va desnudo. No me refiero al Borbón joven, que la verdad es que tampoco se ha tapado mucho, sino al del cuento clásico de Andersen. Ya saben, el del emperador que iba en pelota picada mientras los súbditos glosaban la elegancia de su nuevo traje, hasta que una criatura soltó lo que todo el mundo veía y nadie quería o se atrevía a reconocer, que en el caso que nos ocupa es la falta de garantías del referéndum del 1 de octubre sobre la soberanía de Catalunya.
Pues sí, otro enemic del poble, de esos que mentaba ayer en estas mismas líneas, con el agravante de que sobre Urkullu siempre había pesado la sospecha o baldón de desafección a la causa. Era de manual que su enunciado de lo evidente, de lo palmario, de lo obvio, de lo impepinable, desataría la furia infinita de los que no admiten el menor matiz, ni siquiera (o menos aún) si se trata de una realidad, ya les digo, que cae por su propio peso.
Aquí es donde procede citar a Agamenón y su porquero o traer a colación la célebre frase nunca dicha, por lo visto, por Galileo: “Y sin embargo, se mueve”. Es decir, que el referéndum es justo y necesario, que nace de las más nobles intenciones, que es lo menos que se podía hacer frente la cerrazón del gobierno español, que tiene una indudable vocación democrática y, desde luego, pacífica… Pero que, pese a ello, las circunstancias en las que tendrá lugar harán imposible que su resultado pase los filtros mínimos que cualquiera exigiría a una consulta popular. A partir de ahí, cabe engañarse y tratar de engañar a los demás o ser honesto y reconocerlo.