Olentzero, de madero a carbonero

Hace ya un año escribí un artículo titulado Olentzero es un madero, con gran aceptación y difusión. Con él intentaba mostrar cómo habíamos inventado un «nuevo Olentzero», inexistente hasta nuestros días, una especie de Santa Claus a la vasca, desdeñando a su vez las profundas raíces de dicho ritual.

Decíamos allí que, en realidad, el nombre Olentzaro —u Olentzero— parece hacer referencia al período de días invernal, solsticial, el centro del invierno. Era el nuevo fuego del hogar, casi sobrenatural en estos días, el que tomaba el protagonismo, quizá como representación terrenal y más humana del astro sol. Y para ello se hacía arder un grande y noble tronco, destacado por su porte, arrastrándolo a duras penas desde el bosque hasta el hogar. Era así cómo aquella vivienda, animales, bienes y familia quedaban bendecidos por aquel fuego arraigado en el bosque. Hasta sus cenizas gozaban de poderes sobrenaturales, mágicos. Eso era Olentzero…

Era el nuevo fuego del hogar, casi sobrenatural en estos días, el que tomaba el protagonismo, quizá como representación terrenal y más humana del astro sol

En realidad, sobre todo el conjunto subyace el primitivo culto a los bosques, al totémico árbol, a los que se les atribuía vida y protección. Es una primitiva creencia animista común en toda Europa y de la que formábamos parte los vascos. No os creáis que es pura casualidad o estética el hecho de que en tantos de nuestros escudos heráldicos aparezca un árbol, que bajo ellos se hiciesen las más solemnes reuniones concejiles o que muchos de los santuarios se expliquen con la apariciones marianas en diversos árboles… precisamente para ocultar o suplantar el culto popular a aquellos árboles por el cristianismo.

CULTO AL BOSQUE DE LOS VASCOS.Evidentemente, ninguna o escasísimas referencias tenemos de aquellas creencias, ya que no existe documentación de esa época. Pero sí contamos, casi milagrosamente, con algunas puntuales referencias que nos dejan entrever una realidad mucho más generalizada y extendida que lo que muestran. Algunos casos, son bien conocidos.

Bittor Larrazabal, indómito, frente a sus bosques de Olarte, Laudio.

En el País Vasco hay recuerdos de un animismo simple como, por ejemplo, ocurre en Kortezubi (Bizkaia), donde Barandiaran recogió una tradición según la cual antiguamente los árboles iban por su propia voluntad a los caseríos para que los quemaran, hasta que una mujer se enredó con las ramas de ellos en el portal de su mansión y, colérica, dijo ««Etorriko ez bali hobea leiko», ‘Sería mejor que no viniesen’. Desde entonces, es el hombre el que tiene que ir al monte a cortarlos» (Eusko Folklore, 1921).

Azkue estudió «…curiosas manifestaciones de vieja dendolatría [culto a los bosques y arboles] propias del territorio vasco-francés. En localidades de la Baja Navarra, como Saint Jean de Pied de Port, donde sobreviven las antiguas selvas pirenaicas, se oye y se dice que cuando se vende algún bosque, éste se encoleriza tanto que siempre suele caer algún árbol que aplaste a uno o a otro de los hombres que por él pasan» (Euskalerriaren Yakintza, 1935).

«A él mismo le contaron en Idiazabal (Gipuzkoa) que un fraile francés, leñero, decía a los árboles que iba a cortar «guk botako zaitugu eta parkatu iguzu» [Op cit.]. Que este fraile era vasco se desprende de la misma fórmula rimada que tenía para pedir perdón al árbol, fórmula semejante a otras recogidas en diversas partes de Europa».

Algo similar podemos entrever en una de las encuestas etnográficas que sobre leyendas y mitos de Orozko hizo Anuntxi Arana: «Etxe zarretean bere ez eudien esaten aretx batek gizon bat hil euala? Eta hai aretxa txondarrean sartu orduan eta txondarrak ez eukan gauza onik: haik txondarrak ez eukan gauza onik inoiz».

Olentzaro representa un culto al bosque, sustituido por el Cristianismo. Padurabaso, Gorbeia

CULTO AL BOSQUE Y EL CRISTIANISMO. En el siglo III, el Cristianismo se instauró como la religión oficial del Imperio Romano. Así promulgó la existencia de un dios único y declaró idólatra y pagana la adoración de las arraigadas divinidades de la naturaleza. Y comenzó su cruzada contra todas aquellas antiguas creencias y tradiciones con la intención de hacerlas desaparecer. La destrucción y profanación de los lugares y bosques sagrados a manos de insignes cristianos fueron procedimientos habituales para imponer la nueva religión. Así, en el Concilio de Toledo (año 661) se proclama la persecución y castigo de…“los adoradores de los ídolos… dan culto a árboles y fuentes”. También Carlomagno, al someter al pueblo sajón, ordenó talar el roble sagrado que adoraban.

Pero es tal el arraigo popular de esas costumbres que hasta impregna a los numerosos ermitaños que a partir del VI deciden entregarse a la vida contemplativa, en fusión con la naturaleza. El mismo San Bernardo nos lo aclara muy bien: «Los bosques te enseñarán más que los libros. Los árboles y las rocas te enseñarán cosas que no aprenderás de los maestros de la ciencia». Pero, en general, tanto desde el flanco político-administrativo como desde el religioso —que en aquellas épocas se entremezclaban— se combaten aquellas viejas creencias para erradicarlas y para luchar en favor del culto al dios cristiano. Por no extendernos, lo dejaremos para otra ocasión.

Majada de Zastegi (Gorbeia) y su supuesto menhir en diciembre al mediodía. La larga sombra muestra la debilidad del sol en estas épocas de Olentzero

A su vez, el contacto con el bosque para su explotación fue en aumento, por lo que aquella visión de inviolabilidad suprema fue difuminándose entre las masas populares. Así, la divinidad que en sí era el bosque, se sustituye por un bosque como morada de seres divinos o sobrenaturales.

En otra fase posterior, la mentalidad popular de aquellas aldeas, llenaron los bosques de seres legendarios. De ahí surgirían los Basajaun ‘el señor del bosque῾, parejo y paralelo al Silvano de los romanos, como bien apuntara Alberto Santana. A su vez, por otro flanco, la Iglesia promovió apariciones marianas en bosques y árboles determinados que, por su carácter milagroso no daban opción a la duda o réplica. Todo esto no es sólo propio de nuestra cultura vasca sino que sucede en todas las de Europa: de nuevo, somos unos más en las corrientes generales.

DEL MAL AL CARBONERO. A partir de entonces, el bosque representa de un modo simbólico la parte opuesta de la luz, civilización y la bondad. Allí reina lo desconocido, la tenebrosidad y el canon de peligro del que siempre hay que huir. Por ello se llenan nuestras culturas populares de brujas maléficas en nuestros cuentos infantiles —con origen en cuentos populares centroeuropeos — , en los que yo conocí de niño. Y leyendas de viejas del monte, lobos casi humanos que habitan el bosque como idealización del mal. Hasta los bandoleros, más tardíos, encontraban en nuestras selvas el refugio para su maléfica actividad.

No sería por tanto extraño que ahí pudiésemos encajar a nuestro Olentzero —ahora personaje— y muy alejado del Olentzaro inicial —estado o tiempo de bondad—, ser grotesco y molesto como se describe en sus lugares de origen: En Oiartzun, por ejemplo, es un ser que desciende desde el bosque y baja por la chimenea con una hoz en la mano, aterrorizando a los niños de la casa. En Elduain, además, es necesario que la chimenea esté limpia, porque si no cortará no dudará en cortar la cabeza de los moradores. Hay muchas variantes, tantas como pueblos… hasta la de convertirlo en un horrible ser que tiene tantos ojos como días del año más uno, es decir, 366 (Larraun).

A pesar de lo que nos insuflen hoy, no deja de ser un personaje que simboliza la transgresión, lo indecente, el buen saber estar: es un tripero insaciable, sucio y desaliñado, un borracho de ojos espantósamente sanguinolientos que persigue con una hoz a los habitantes del valle, amenazándoles de muerte. Alguien de quien hasta hace cuatro días, los niños huían aterrorizados. Hasta hemos tenido que moificar la letra de su famosa canción para adecuarla a nuestras necesidades: «Olentzero, buru handia, entendimentu gabea» (‘Olentzero, cabezón, sin inteligencia’) a «Olentzero, buru handia, entendimentuz jantzia» (‘Olentzero, cabezón, vestido con inteligencia’).

Personaje cántabro de Esteru, con gran similitud en el relato y estética a nuestro Olentzero. Algo similar sucede con el A Palpador gallego.

Tal es así, que en la mayoría de los pueblos se finaliza la fiesta ejecutándole en una hoguera en el centro del pueblo, por mucho que antes hayan paseado «la pieza» por sus calles reclamando la propina por ello. Nada distante de la costumbre solsticial de algunos pueblos de Álava de quemar un pellejo o monigote que encarna el mal del año pasado gritándole con rabia «erre pui erre, a quemar el culo a Putierre».

Aquel estadio de convivencia con lo más profundo del bosque, ya en el XVIII y probáblemente más en el XIX, lo debieron representar los carboneros. Más cuanto más tardíos en el tiempo, pues habían de acudir cada vez más lejos y más arriba en las montañas para conseguir las escasas maderas carbonizables. No creo por ello que sea casual que en algún caso local puntual, el personaje de Olentzero sea un carbonero, una suposición hoy tan generalizada que roza del dogma de fe. Pero nunca ha sido así: porque esa generalización es pura modernidad. Por eso aquí intentamos mostrar una evolución mental de ese paso de madero a carbonero.

Restos de una gran carbonera en Ubegi, cerca de Padurabaso, en lo más recóndito de Gorbeia, en donde vivieron aquellos trabajadores en unas condiciones duras, alejados de la civilización

¿Y cómo damos fin a aquellas creencias paganas de culto al árbol? Reconvirtiendo aquel ser del bosque —ahora carbonero— en el mismo anunciador del nacimiento de una nueva fe, el personaje que, humillado y rendido ante el nuevo dios, baja de la barbarie del bosque a la deliciosa población, para decir que Cristo ha nacido: «…aditu duenean, Jesus jaio dela, lasterka etorri da, berria ematera». Algo que ya nos es conocido como explicación popular de la desaparición de los gentiles, en colectivo suicidio al haber nacido Cristo.

Salvando las distancias en lo geográfico y en lo temporal, no trata algo diferente de lo que se cuenta en aquella referencia europea que decía que «mediante una constante predicación, [el obispo Wigberto] apartó del error a éstos, que estaban sometidos a una vana superstición, y el bosque llamado Zutibur, que los indígenas veneraban en todo como un dios y desde época antigua permanecía inviolado, lo destruyó desde las raíces y en él construyó una iglesia dedicada a San Román mártir». Arrancar árboles para plantar templos, borrando creencias anteriores.

Y LA LUZ SE HIZO… Nada nuevo bajo el ahora tan débil sol… No pretendo ni juzgar ni dar clases morales de nada a nadie. Tan solo desearos que paséis unas felices fiestas y que no olvidéis que siempre os hará más felices el internaros en un bosque para sentiros parte de él que todo el consumismo olentzeriano al que el insaciable comercio nos empuja para despeñar nuestra cultura.

Olentzero es un madero

El personaje de Olentzero que tan incuestionable nos parece hoy, poco o nada tiene de tradicional entre nosotros y sí mucho de una necesidad ideológica de un momento concreto, siendo luego bien espoleado por el comercio, siempre ansioso de mover las cajas registradoras. Y no está mal del todo y de hecho me encanta para celebrarlo. Pero no soporto que ello conlleve una matarrasa de todo lo anterior, de lo propio y genuino. Tanto que lleguemos a olvidar quiénes somos y de dónde venimos. Así es que vamos a revolver un poco, como un modo de lucha revolucionaria y antisistema contra el olvido generalizado.

Olentzero en Bilbo, todo un espectáculo. Pero espectáculo dicho en todos los sentidos: pobres criaturas, pobre país…

EL SOL Y EL FUEGO. Nuestra celebración navideña se debe —como a estas alturas todos sabemos— no a la rememoración del nacimiento de Jesucristo sino a unos antiquísimos ritos previos consistentes en la adoración al sol, costumbres que el cristianismo enmascarará posteriormente con esa efeméride natalicia inventada ad hoc para adueñarse de ellos.

En estas fechas tan entrañables celebramos el inicio del invierno en nuestros calendarios actuales o, quizá mejor, tal como se percibe en los países del norte de Europa, el día central del invierno, ya que es ahora cuando menos fuerza tiene el sol y comienza a resurgir.

También sabemos que aquellos ancestrales ritos de adoración al sol se materializan entre nosotros por medio del fuego, una especie de delegación simbólica de aquel astro en la Tierra. Un fuego que en las fechas señaladas del ciclo solar adquiere siempre un carácter mágico, purificador, benefactor y protector para sus súbditos los humanos. Es el sol el que da y quita la vida a esa naturaleza de la que nos sustentamos.

La especulación sobre la posible antigüedad de esa veneración al fuego solar es algo que estremece. Pero prueba de ello es que, de un modo u otro, se lleva a cabo en prácticamente todas las culturas del mundo. Es decir, es algo en apariencia inherente a nuestra existencia como seres humanos.

EL TRONCO PRODIGIOSO. Con los nombres de eguberri, gabon, gabonzuzi, gabon-subil, gabon-mukur, olentzero-enbor, onontzoro-mokor, subilaro-egur, suklaro-egur, sukubela, porrondoko... recogió J. M. Barandiaran en toda la geografía vasca la costumbre de traer desde el bosque hasta el hogar un gran tronco cuyo destino era el ser «sacrificado» en el fuego, quizá ofrendado al sol para atraer su protección y prosperidad en el futuro más cercano. Debía de arder durante esa noche solsticial —Nochebuena— y así poder convertirse en algo mágico, dotado de poderes sobrenaturales.

«El tronco que en Trespuentes ardía por Nochebuena en el hogar lo traía hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año». Imagen de leñadores vascos

«El tronco que en Trespuentes ardía por Nochebuena en el hogar lo traía hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año. En Larraun, como en la mayoría de los pueblos, ardía en el hogar sólo durante Nochebuena; en Llodio y en Salvatierra hasta la última noche del año...» contaba el sacerdote de Ataun en unas densas notas que, por su interés, reproducimos completas al final de este post.

De la gente entrevistada en Laudio —mi pueblo de nacimiento—, nadie lo recuerda hoy [con posterioridad conseguí un precioso testimonio: El tronco navideño de Goirizabal]. Aunque sí las vagas referencias de algunas personas mayores de los cercanos Luiaondo (Aiara), Okondo o Saratxo (Amurrio). Su ceniza bendecía los campos  y ayudaba a mantener la buena salud del ganado.

OLENTZERO. Curiosamente ese madero mágico de Nochebuena recibe el nombre de Olentzero en algunos rincones de nuestra geografía, en referencia a la bondad de los augurios de esa noche, al instante estrictamente navideño, nada que ver con el personaje que hoy conocemos. Sí tenemos referencias, claro está, de un complejo personaje mitológico que simboliza estas fechas solsticiales o al menos actualmente comparte su nombre. En cualquier caso, nada tiene que ver con un carbonero, el mito moderno actual. Por no extendernos, dejamos para otra ocasión la profundización en la metamorfosis histórica de ese personaje.

Concuerda con el hecho de que no se hable de ningún carbonero ni personaje ni nada similar en la primera referencia de esa palabra, como es sabido, a manos de Lope Martínez de Isasti (Lezo, 1565-1626). Su explicación no deja lugar a dudas: «A la noche de Navidad [llamamos] onenzaro, ‘la sazón [la época] de los buenos’». Tampoco en las siguientes citas documentadas, limitadas a describir con ese término el período de tiempo de esas fechas mágicas. Lo aclara a las mil maravillas un dicho popular mucho más tardío recogido por R. Mª Azkue (Euskalerriaren Yakintza) de un Almanaque bilbaíno de 1897: «Onezaroz leihoan, Pazkoetan sua» [‘Por Navidades en la ventana, en Pascua junto al fuego’]. Es decir, que ha de hacer invierno cuando toca porque, si se altera el orden natural, nos golpeará su crudeza en primavera, cuando más perjudicial es para las cosechas. Algo similar al «Cuando marzo mayea, mayo marcea» con el que mi madre sentencia el firmamento cada vez que mira por la ventana. Una y otra vez. Año tras año. Con la pasión de quien cree estar desvelando algo hasta entonces desconocido.

Nunca encontramos en los registros mínimamente clásicos de nuestra lengua carbonero alguno bajo en nombre de Olentzero. Sospecho por ello que lo inventaríamos a fines del XIX o, quizá incluso, a principios del XX.

En cualquier caso, no es difícil de hacer una extrapolación para sugerir que podrían identificarse perfectamente la extracción de un llamativo tronco del bosque y la labor de los carboneros en las más apartadas montañas, la idealización moderna del concepto de Olentzero.

Olentzero con Mari Domingi en Mungialde, bien cargados de regalos para los peques

TIÓ DE NADAL, TIZON DE NABIDAT. La misma concepción de ese tronco navideño que conlleva la prosperidad y la bondad lo tenemos en el Tió de Nadal, –también llamado tronc(a), soca, xoca, cachafuòc o soc de Nadal…– de las culturas circumpirenaicas de Cataluña, Andorra, Occitania y Aragón, un tronco al que se cuida y “alimenta” en casa hasta que en Nochebuena se le hace “defecar” todos los alimentos, regalos, etc. poniendo un fin simbólico al hambre y las penurias.

Tió Nadal, el tronco mágico navideño pirenaico, que cuenta con especial relevancia en Cataluña

Una referencia con un mayor valor etnográfico si cabe podemos observarla en una plegaria ritual recogida en Escalona (Huesca) y en donde, en el momento de prenderle fuego, el más viejo o dueño de la casa solicita al madero navideño todo tipo de favores con los que, prácticamente, se hace una definición de lo que se considera felicidad:

«Tizon de Nabidat tu yes o tronco d’a casa por ixo yo bendizco con bin esta troncada en nombre de Dios y o nino que baxa ta la tierra ta que ta ista casa traigas a felizidat más plena. O primer trallo ta tu, porque tu tot lo nabegas. O segundo por nusatros que nos des salut a espuertas. O terzero ta que niebe y se críen as cosechas. O cuarto ta que as arreses no se disgrazien ni mueran. Y o quinto ta que a Paz nos espante toda guerra».

Fiesta rural de los Tonis en Taradell (Barcelona), con un claro carácter de ritual de invierno. Transporte del gran tronco en las tres tombs (paseo compuesto de tres vueltas por el pueblo). Año de 2016.

Felicitación navideña con alegoría al transporte del Yule Log, el tronco de Navidad. 1870 aprox.

YULE LOG EUROPEO. Nuestras ancestrales costumbres han sido compartidas por los países del norte de Europa, con el nombre de Yule log –hoy reducido en muchas ocasiones a una tarta con forma de madero–, el Christklotz… unos grandes troncos, símbolos por excelencia de la Navidad, y que se acarreaban hasta el hogar para que éste quedase bendecido con su simple presencia. Es exactamente lo mismo que tan arraigado aparece en nuestras costumbres locales vascas.

Antiquísima cultura europea común basada en una religión de adoración del bosque… Una vez más, otro camino diferente nos conduce hasta la misma piedra angular.

ÁRBOL DE NAVIDAD. Curiosamente, en estos días que ahora nos toca vivir, muchos de nuestros hogares, calles y plazas se encuentran decoradas con el árbol de Navidad. Es una costumbre moderna entre nosotros pero que a su vez, con su importación, cerramos el círculo del culto al árbol que nuestros antepasados practicaron: recogemos de fuera lo que perdimos aquí.

En efecto, la moda del árbol adornado en nuestros hogares la importamos en su día de Francia y ésta, a su vez, a mediados del XIX, de los países germánicos. En su lugar de origen –Alemania y Escandinavia– con él se adoraba al dios Frey, el responsable del sol, la prosperidad y la lluvia: mitología en su estado más esencial.

De ahí que se adorne con regalos, comida, felicidad… colgando de sus ramas como reclamo y preludio de esa prosperidad que con él auguramos. Hablamos sin duda de lo mismo, de aquel árbol que con gran esfuerzo arrastraban desde el bosque hasta nuestros hogares para que portase la abundancia, fecundidad y felicidad a la comunidad que allí vivía. Idéntico fin y origen que esa expresión de «próspero año nuevo» que una y otra vez repetimos casi sin ser conscientes de ella.

Cortando el árbol de Navidad en el bosque. Franz Krüger. 1857

Estremece asimismo pensar cómo también nuestros antepasados eligieron un solemne árbol en torno al cual hacer las juntas vecinales para determinar los designios del pueblo, el embrión de los actuales ayuntamientos. El árbol, siempre el árbol… el idolatrado bosque, reminiscencias de aquellos pueblos a los que los romanos llamaron bárbaros. 

Ahora hemos de conformarnos con un personaje de diseño idealizado para las fiestas solsticiales y que por su complejidad ya trataremos en otra ocasión. Nada que ver ni siquiera con aquel último gentil, el único que no se inmoló al ver nacer a Jesucristo y que —cuenta la leyenda— descendió al valle a dar la noticia de que empezaba una nueva era.

Un afinado Olentzero el actual, recién casado con una esposa impuesta por conveniencia, último grito en modernidad. Una modernidad que de nuevo queda desfasada porque, dicen, Olentzero  y Mari Domingi refuerzan el modelo heterosexual como única opción de emparejamiento, condenando al ostracismo a las demás opciones amorosas o familiares. En fin…

Tampoco hoy en día puede citarse que le gusta beber vino con fruición. Ni puede mostrar su pipa porque incitaría a fumar a los más pequeños. Un personaje, para más deshonra y ofensa, al que hemos añadido un saco repleto de regalos a la espalda que nunca hasta entonces había llevado. Unas dádivas que los niños reciben tras haber escrito una carta con sus infantiles deseos y que puntualmente recoge un emisario de nuestro orondo Olentzero. Y si se le puede poner un zapato para que identifique a cada uno de la familia, perfecto. Eso sí, como es carbonero, entrega carbón a quien se ha portado mal. ¿Nos suena de algún otro lugar, verdad?

En resumen, lo único cierto de esta historia es que hemos creado un San Nicolás o Santa Claus “a la vasca”, diseñado a medida hace unas pocas décadas: ya tenemos el Euskal Papa Noël, el sustituto perfecto para los Reyes Magos. Cuando no lo hacemos posar junto a una mula y un buey…

LOS REGALOS. Por cierto, personaje éste de Santa Claus que comenzó a hacer regalos de juguetes, etc. a los más pequeños en torno a 1820, auspiciado por el comercio. O la réplica comercial de aquél, nuestros Reyes Magos cuyos «regalos de siempre» comenzaron en 1850… Dicho de otro modo: ayer. Y de ahí nuestra también «ancestral tradición» de los regalos de Olentzero que nunca hasta estas últimas décadas lo había hecho.

Imagen de hoy mismo, con el fuego que convierte en hogar la casa que me vio nacer

LA INFELICIDAD DEL OLVIDO. Y no es que esté en contra de la actualización, readecuación de nuestras costumbres, porque en el fondo siempre han sido cambiantes en el tiempo y porque, bienvenidos sean los cambios si ellos ayudan a su perduración. Pero a su vez, mientras alentamos esos nuevos mitos y leyendas, dejamos escapar sin siquiera ningún guiño de añoranza aquello que durante siglos fue nuestra esencia, el alma de nuestra cultura. Ni una sola referencia en ninguna publicación ni una breve explicación sobre nuestro tronco navideño en la más remota escuela infantil. Nada de nada.

No parece posible que sea cierto lo que estoy contando ¿verdad? Con lo celosos que somos los vascos para nuestras tradiciones…

Así es que os deseo mucha felicidad a todos/as y un “próspero” año nuevo. Comprad lotería para ver si os toca, que yo me quedo conforme pegado al tronco de árbol que arderá, más mágico y atávico que nunca, en el fuego de Nochebuena. Porque bien es sabido que es el fuego el que da nombre al hogar. Eso ya es suerte de por sí, un auténtico premio. Eguberri on.

CONTINUACIÓN (2ª parte): Olentzero: de madero a carbonero

Viejo tronco junto a la Ventilla de Okondogoiena (Okondo) paulatinamente fundiéndose con la tierra de la que surgió

ANEXO: TEXTO DE J. M. BARANDIARAN SOBRE EL TRONCO DE NAVIDAD (1956)

«El tronco que en Trespuentes ardía por Nochebuena en el hogar lo traía hasta la cocina una pareja de bueyes y allí estaba en el fogón durante todo el año. En Larraun, como en la mayoría de los pueblos, ardía en el hogar sólo durante Nochebuena; en Llodio y en Salvatierra hasta la última noche del año. En Esquiroz y en Elcano ponen al fuego tres troncos: el primero para Dios, el segundo para Nuestra Señora, el tercero para la familia. En Eraso y en Araquil ponen, además, un madero para cada uno de los miembros de la familia y otro para el pordiosero. En Olaeta encienden en el hogar un tronco de haya durante la última noche del año y queman a su lado todo lo que queda del tronco del año anterior. Por haber estado al fuego durante la Nochebuena o en el último día del año, Gabonzuzi tiene virtud especial. Con su fuego preparan la cena de Nochebuena en Oyarzun.

En Abadiano y en Anzuola hacen lo mismo; además, después de la cena, la familia se agrupa en su derredor para calentarse. En Elduayen procuran hacerle arder a gran fuego, a fin de evitar, según se lo dicen a los niños, que descienda de la chimenea el personaje Olentzaro, armado con una hoz, a quitar la vida a cuantos viven en la casa.

En Esquiroz colocan el tronco o Gabonzuzi consagrado a Dios en el umbral de la puerta principal de la casa el primer día del año, o el día de San Antón, y hacen pasar por encima a todos los animales domésticos. Creen que así los animales no morirán por accidente durante el año. La misma costumbre existía también en Oyarzun y en Araquil. En Salvatierra creen que Gabonzuzi tiene la virtud de alejar las tempestades y lo ponen al fuego cada vez que se acerca una tormenta.

En las casas donde hay toro semental practican lo siguiente: colocan al fuego en el hogar dos palos durante la cena de Nochebuena; ambos se queman algo por un extremo; hienden luego el más largo de los dos por el extremo quemado y colocan el segundo atravesado en la hendedura del primero de modo que ambos formen una cruz; ésta es llevada al establo donde se halla el toro y clavada o colgada de un muro o poste. Con esto creen que el toro no tendrá durante el año el mal conocido con el nombre maminpartidu.

En Aezcoa recogen el carbón y la ceniza producidos por la combustión de Gabonzuzi. Cuando una vaca tiene endurecida la ubre, ponen al fuego tales residuos y aplican su sahumerio a la ubre enferma. En Amorebieta dicen que el nochebueno o Gabonzuzi evita que la comadreja perjudique a quienes viven en la casa o a sus animales. No dejan que se apague el fuego del hogar durante la Nochebuena para evitar que alguno de la familia muera durante el año.

En Bedia conservan el tronco o sus carbones, pues piensan que asi continúa bendecida la casa. La ceniza producida al quemarse ese tronco en el hogar es conservada hasta el día de San Esteban en Ibárruri. Ese día la llevan a las piezas de cultivo y es esparcida en forma de cruz en la tierra. Así piensan que los animales dañinos morirán.

Según creencia de Liguinaga el nochebueno influye en que sean hembras los corderos que nazcan en el rebaño. Cuando muere una persona le ponen al lado Gabonzuzi en Eraso. En Olaeta ese tronco, que allí arde en la última noche del año, es retirado después de la cena y colocado en el establo a fin de preservar de enfermedades a los animales allí recogidos».