Muñecos de trapo

LA campaña está causando estragos. Catálogo de juguetes en mano, me he sorprendido pensando si no tendría éxito un kit de debate de la señorita Pepis para dos o cuatro jugadores. O un tragabolas electorales, con cuatro ciudadanos boquiabiertos, en vez de hipopótamos, dispuestos a comulgar con ruedas de molino culo en pompa. He vuelto en mí al ver las Nancys. Llámenme gore, pero añoro aquellas tardes en las que rodaban sus cabezas por la moqueta. Entonces las muñecas no se tiraban por una simple decapitación. Si perdían la sesera, se volvía a sujetar con una goma al muelle y tira millas. Una vez desmochadas e injertadas, peinarlas sin volverte a quedar con el tronco, a modo de antorcha, en la mano era todo un reto. Las había dislocadas, con collarín de esparadrapo, mancas, cojas y tuertas, con el pelo trasquilado y la cara tatuada con rotulador. En los hogares más modestos solo se tiraban cuando estaban completamente descuartizadas. En otros se conservaban expuestas dentro de sus cajas como el primer día para que no se estropearan. Como si tuviera algún sentido mostrar a un niño o niña una muñeca y no dejarle tocarla. Hoy apenas nadie las repara. Tampoco les da tiempo a romperse porque, antes de siquiera despeinarse, ya son reemplazadas. Cosas del consumismo, del absurdo de sepultar en regalos a quienes nadan en la abundancia, mientras otros se ahogan como muñecos de trapo en el mar.

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Conciliar y seguir vivo

UN juez ha reconocido el derecho de un padre a flexibilizar su horario de entrada para llevar a la guardería a su hijo. Eso va a ser eso tan raro que llaman concinosequé. A ver qué dice la Real Academia de la Lengua… Conciliar: hacer compatibles dos o más cosas. No aclara si se refiere a compaginar, por ejemplo, una nómina de diputado con un sobresueldo o

dos trabajos de birria para llegar a fin de mes. Me temo que muchos nos sentiríamos más identificados si añadieran la coletilla Y no morir en el intento. Porque conciliar, en la práctica, es cubrirse las ojeras con esmalte color vainilla para exteriores para no asustar a los clientes cuando enlazas tos con pesadillas. O llamar a tus padres para que lleven al crío al pediatra porque te han puesto una reunión a las cinco, quizás para que otro concilie la siesta con su jornada laboral. Es comerte un pincho frío para llegar antes de que acabe la función navideña del colegio. Es salir de la oficina y pasar cinco horas con tu madre en el hospital. Es trabajar a turnos y coincidir con tu pareja solo en el descansillo. Es tener que contratar a una persona para que lleve a la niña al autobús porque no te dejan llegar media hora más tarde a trabajar. Habrá que ver si eres tan imprescindible cuando vayan a recortar personal. Es guardar días de vacaciones para cubrir los virus y las fiestas escolares. Es que la cuidadora te cuente, mientras metes horas extras, la vida de tus hijos por WhatsApp.

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Medallas a vírgenes y perras

00    Jorge Fernandez condecora a la Virgen.SEGURO que comentas a las puertas de un instituto que han concedido una medalla a la virgen y se les viene a la cabeza uno de esos programas de muchachos ciclados y chicas tetijuntas en los que no haber mantenido relaciones sexuales sería no sé si meritorio pero al menos digno de mención. Pero no, lo que la Audiencia Nacional acaba de avalar es la concesión de la medalla de oro al mérito policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor, una virgen de las de saya, manto y corona que fue distinguida el año pasado por el Ministerio del Interior. El asunto, más que de un alto tribunal, parece propio de esos juicios televisivos en los que la peña reclamaba cuestiones de vital trascendencia, como la pensión alimenticia de un caniche o los daños morales por haber dejado unos zapatos a una amiga y que le hubiera roto un tacón. Al margen de eso, se sienta un inquietante precedente, ya que la mayoría de magistrados no consideran “irracional” galardonar a una figura religiosa, en representación de una cofradía, y argumentan que entra dentro de la “potestad discrecional” de la Administración. Vamos, que mañana les da por condecorar a Chewbacca y punto en boca. Yo, si de destacar el mérito policial se trata, antes le daría la medalla a Diesel, la perra que falleció durante la operación antiterrorista en Saint Denis. O a las madres, capaces de olfatear que te has fumado un cigarrillo a tres kilómetros de distancia.

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Deformación profesional

ENTRAS a un bar a cambiar dinero para la OTA, oyes a un tipo diciendo que este fin de semana piensa “desconectar” y, de pura sobredosis de butifarra informativa catalana, te da por imaginártelo subido a un escalón de Ikea, cortando con un serrucho una circunferencia de suelo a su alrededor y declarando, espumadera en alto, la república independiente de su casa. Enseguida caes en que no solo no pretende desenchufarse de España, sino que el viernes a las tres piensa salir disparado a desconectar a un pueblo de Burgos. Así que, hecha trizas tu teoría, asumes que será cosa de los periodistas, que sufrimos una preocupante deformación profesional y pensamos que a todo el mundo le interesan las cuestiones de Estado cuando un buen puñado, en vez de especular sobre el futuro de España, lo hacen sobre el siguiente expulsado de Gran Hermano o la última entrega de La Guerra de las Galaxias. Nos consuela que no somos el único gremio afectado. Lo sé porque un día coincidí con un directivo en un ascensor. “Parece que ha refrescado”, musité en modo mortal estándar. “Sí, es una variable a tener en cuenta, dado que acentúa la probabilidad de precipitaciones, lo que repercutiría en la instalación de componentes externos por las filiales del grupo en la zona norte, influyendo en los movimientos del stock y, por consiguiente, en la cuenta de resultados”. Dicho esto, se abrieron las puertas justo cuando iba a empezar a derribarlas a cabezazos.

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Mi madre es una zombi

DICEN que hay vida más allá de los hijos, pero es tan difícil encontrarla como en Marte. Nada más nacer te privan del sueño para anular tu voluntad y, a la que te descuidas, te mean para marcar territorio. A partir de entonces, ya eres suya. Y tu tableta también. Fuera amigos. Fuera aficiones. Fuera películas para mayores de 7 años. Fuera cualquier placer que no sea desvanecerse en el sofá sin clavarse una ficha de Lego en las costillas.

En esas condiciones de semiesclavitud, una llega a comprimir en formato Zip sus necesidades más básicas: come mientras rasca la vitrocerámica, se peina sentada en la taza y se viste con lo que descuelga del tendedero para evitar doblarlo. ¿Y la plancha? No me hagan reír. A lo sumo, MEJOR-DISFRAZ-ZOMBI-MADREusará la de los langostinos en Nochevieja. Llegados a ese punto en el que una se quita las legañas mirándose en los retrovisores, camino del colegio, no es de extrañar que el otro día una madre me preguntara por qué iba de zombi si ya había pasado Halloween. “No voy de zombi, voy de lunes y las ojeras son mías”. Para evitar confusiones, el martes me peiné y me puse minifalda. “Tienes unas piernas bonitas”, quiso arreglarlo. “Dejémoslo en que tengo piernas”. La verdad es que no había reparado en ellas. Me vine arriba y el miércoles me pinté el ojo. Solo uno porque justo el crío se lió a galletas (María) con la cría. Hoy me he decantado por un mono de retirar avispas asesinas. Mano de santo, oigan.

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