Enrabietado en San Mamés

business-man-cryingNecesito un cargamento de tapones. Pero no de plástico, no. Para las orejas. Y ya puestos, otro de tila. Porque a los miembros masculinos de mi familia les ha dado por enrabietarse al unísono y voy a terminar tarumba. Lo del crío, a sus diecinueve meses, es comprensible, aunque cada muesca que ha hecho en el parqué lanzando objetos contundentes en plena corajina me haya dolido en el alma, como les duele a algunos tíos un rayazo en la carrocería. Mis disculpas a José Mari, el carpintero, por los daños irreparables en su obra. Lo del niño, digo, tiene un pase. Ahora, lo del padre de las criaturas, a sus cuarenta tacos, es de juzgado de guardia saturado. Ya llevaba meses con la vena rojiblanca hinchada, planeando ocupar La Catedral, en plan Kukutza, para evitar su derribo. Hasta convocó por WhatsApp a su cuadrilla de coros y danzas en las gradas para ensayar Del arco de San Mamés, no nos moverán. La noche de la despedida, con su bocata bajo el sobaco, se despidió amenazando con encaramarse al punto más alto del estadio y atarse con la bufanda del Athletic. Desde aquí le pido al responsable de la demolición que si se lo encuentra, me llame. O mejor que llame a Iribar, que ejercerá sobre él mayor poder de convicción. Si le ofrece el póster del equipo de la BBK firmado, baja fijo. En el fondo es como un niño. Yo hasta el finde no tengo prisa, pero le agradecería que me lo trajera para el sábado, hacia las ocho, para que se quede con los críos. Tengo cena con las amigas.

So, sobre, tras

Si no fuera por los corruptos, llegaría un día en que los sobres dejarían de fabricarse. Más que nada por la falta de relevo generacional de los remitentes. Me cuenta una amiga, tras una ventanilla de la universidad, que algunos jóvenes llegan a licenciarse sin haber escrito una triste postal. Y que cuando les enseña un sobre lo miran desconcertados, como si les estuviese mostrando un pasapuré de manivela. A más de uno le ha pedido que escriba en él su dirección y le ha puesto la del correo electrónico. Para darse de cabezazos. Apuesto a que la primera carta de muchos será la de despido. Y aún llamarán al de personal para cerciorarse: «¿Seguro que es para mí? Mira que en la gala de los Goya se equivocaron…».

Ahora que ya nadie se acuerda de la pobre preposición y todos asocian sobre a dinero negro, da no sé qué ir a comprarlos. El otro día le pedí uno a la estanquera y me lo dispensó con sonrisa cómplice, como cuando de chaval vas a la farmacia a por preservativos. Con la mirada de los clientes clavada en la nuca, no me quedó otra que explicarme. «Es para escribir una carta», dije. Y ellos, descreídos: «Sí, sí, una carta. Eso dicen todos». Total, que cogí el sobre y lo escondí en el bolso rápidamente, no me fuera a ver algún vecino. Pero aún quedaba lo peor: chuparle la oreja al retrato del rey. No me parece serio. Estampan su careto en los sellos cuando todos sabemos que en su familia le sacan chispas al email. Estoy por preguntarle a Corinna si le adjunto copia a él o a su yerno.

Sin riñones por la vuelta al cole

Los bulos vía mail son como el timo de la estampita. Siempre hay alguien que pica. Anteayer, un amigo con menos capacidad de discernir que un molusco bivalvo me reenvió la rocambolesca historia de Sandra, una estudiante a la que drogan, roban los riñones y violan cinco tíos, dejándola embarazada. Ahí es nada. Solo faltó que en la UVI móvil, camino del hospital, viera a la autoestopista de la curva. Según el relato, Sandra despertó desnuda en una bañera llena de hielo, en plan bonito del norte, y con dos incisiones en la espalda. El apartamento, detallan, había sido alquilado «sin ningún tipo de contrato». Uf, sin duda, este es el dato más estremecedor. Casi da más miedo que la extracción de órganos.

De todos modos, si lo que pretenden es darnos un sustaco, van apañados. Desde aquí aprovecho para avisar a la nueva mafia del crimen organizado, a la que atribuyen los hechos, de que llega tarde. Acabamos de pagar por los libros de texto un riñón y parte del otro y con el cachito que nos queda no tienen ni para un revuelto. Vamos, que ellos verán, pero venir para nada es tontería.

Por cierto, eso de que secuestran en los centros comerciales a niñas y les rapan el pelo para que parezcan chicos también es bola. ¿Quién va a querer llevárselas ahora con lo que cuesta el comedor? Mi vecina abandonó a la suya en la sección de charcutería de un supermercado y se la devolvieron antes de llegar al parking. A mí lo que de verdad me da yuyu es que el rey se crea un madelman y le dé por pilotar helicópteros. Sin L ni nada.

Ropa: la primera semana es chic; la siguiente, hortera; y la tercera, vintage

SERÁ que con la ola de calor tengo las neuronas al pil-pil, pero cuantas más revistas leo menos entiendo de moda. Y más lleno tengo el trastero, porque no hay quien se haga con una sin tener que llevarse unas chanclas, una bolsa tamaño Ikea o un pareo. Ahora me da miedo comprar ropa por si se la tienen guardada y me regalan revistas. Por culpa de esas publicaciones, en mi armario hay colgados unos pitillos amarillo fosforito, unas mallas de flores y unos vaqueros de campana. Los que una semana eran muy chic a la siguiente eran una horterada y a la tercera, vintage. Y así, no hay quien le pille el truco a las tendencias. Como no sea a las suicidas. Para mí que utilizan la misma ruleta para decir qué se lleva y escribir el horóscopo.

Por desgracia, no soy la única damnificada. El otro día vi en Sopelana a una mujer con unas sandalias de tacones tipo broca del 16. La pobre se quedaba clavada en la arena. Parecía que estaba haciendo una cata. También vi a un chaval con las bermudas en los muslos. Caminaba a pasitos, como las muñecas de Famosa. Una cosa es llevar el pantalón caído y otra que ni se lo ponga. Lo que se me da bien es ese peinado despeinado que se lleva ahora. Me hago una coleta, acerco la cabeza al crío y con cuatro estirones, consigo el efecto ideal. También sirve un gato. A ver si llega el martes de Aste Nagusia, me enfundo el traje de baserritarra y me relajo. Igual no me lo quito hasta las elecciones. Y hasta bailo un aurresku.

Espere tumbado

Creo que ya lo tengo. Ha costado, pero he descubierto la nueva estrategia de los gerifaltes de Sanidad: recortar las listas de espera acabando con la paciencia del personal. Mi suegro, por poner un ejemplo, lleva un año pegado al teléfono esperando a que le llamen para operarle. En todo este tiempo se le ha desgastado aún más la cadera, pero sobre todo la moral. El especialista le ha perjurado que de octubre no pasa, pero eso mismo le dijo en Navidades y luego en Semana Santa y ahí sigue, hecho polvo sin poder moverse del sofá. Al menos podían ser más sinceros y soltarle, con anestesia o sin ella, la cruda realidad: «Mire usted, le intervendremos allá cuando acaben las obras del TAV«. Así podría valorar si le merece la pena seguir padeciendo o empezar a recolectar tapones de plástico para costearse el quirófano en la privada.

Y ahí es donde quería yo llegar. ¿No será que a base de dar largas a los pacientes pretenden espantarlos hacia las clínicas? ¿Por qué llaman igualatorios a los centros médicos que solo atienden a quien les puede pagar? Y si para que a todos nos diagnostiquen y traten antes hay que hacer una derrama, que lo digan, que quien más, quien menos, está dispuesto a renunciar a unas cañitas a cambio de un mejor servicio sanitario, porque citarle a un nonagenario para dentro de un año es mucho fiar. A no ser que quieran convertir las listas de espera en listas de espere sentado o tumbado. En una caja de pino en el peor de los casos.