Pequeños ahorradores y padre cigala

Dice la cría que le meta la paga de amama en la hucha, que prefiere guardarla, en vez de comprarse chuches, “por si un día no tiene trabajo”. ¡Por Tutatis! ¿Pero qué clase de pequeña ahorradora estoy criando? ¿Tan negro se ve el panorama a los siete años? ¿Me pedirá que, en vez de una cuenta infantil, le abra un fondo de pensiones? Lo peor es que el pequeño inconsciente, que nos sigue escrutándolo todo como los coches con cámaras de los municipales, se ha quedado pensativo, dándole vueltas al chupete. Ahora temo que un día se escape al banco de la esquina, balbucee tras el mostrador y le calcen unas preferentes.

Por si vinieran mal dadas, peores quiero decir, una trata de no malgastar cerrando grifos, apagando luces y reciclando vaqueros de temporadas pasadas, ahora que está tan de moda el vintage. Todo en balde, porque el padre de las criaturas es especialista en contrarrestar el efecto hormiguita con sus cigaladas. ¿Que has usado tres cupones descuento en el supermercado? Pues él los anula comprando pastillas para el lavavajillas brillo de diamante a precio de ídem en el comercio más caro de Bilbao. ¿Que te tiñes en casa, es un decir, para espaciar tus visitas a la peluquería? Pues él se mete en Fnac “solo a mirar” y sale con un yo qué sé, qué se yo, con usb y te echa por tierra el ahorro del mes en un pispás. El otro día gastó medio bote de Pronto limpiando una mesita de medio metro cuadrado. Si cree que así le voy a apartar de sus funciones, lo lleva claro.

Periodistas tocados y hundidos

Es lo que tiene el directo. El directo y el calor de los focos, que debe pochar las neuronas. Solo así se explica que la reincidente Mariló Montero preguntara, al paso del coche fúnebre de Sara Montiel, que qué había dentro. Pues si te parece, la guía Campsa de 2008, la colilla de un puro en el cenicero y ¡ah!, se me olvidaba, casualmente está también el cadáver de la actriz. Pero tú tranquila que, aunque unos más que otros, todos metemos la pata. Servidora, sin ir más lejos, preguntó en el homenaje a un sacerdote fallecido que dónde estaban sus hijos para hablar con ellos. Fue hace mucho, mucho tiempo y en mi descargo diré que salté de la cama al lío, a golpe de teléfono, sin tiempo de quitarme las legañas y mucho menos de reiniciar el cerebro. Además, por algo aconsejarán no decir nunca «este cura no es mi padre» ¿no? Vamos, que de haber tenido descendencia, seguro que no habría sido el primero.

Ahora, para pena, penita, pena, la que dan los reporteros que retransmiten unas inundaciones con el agua hasta los sobacos o el último temporal de nieve con los mocos hechos estalactitas. Hace unos días, un entusiasta de esos murió en Inglaterra al tratar de vivir como un sin techo. La profesión se está poniendo chunga. No hay más que ver a algunas periodistas televisivas, que lo mismo enseñan pechuga que se tiran de un trampolín o se cascan un reportaje de investigación. Es hora de reciclarse. Yo me voy a presentar a La Voz para cantarle a alguno las cuarenta. ¿O no se trataba de eso?

De penitencia, vacaciones ultracongeladas

El difunto pulpo Paul adivinaba los resultados del Mundial de fútbol, la marmota Phil pronostica el tiempo… Las mascotas como oráculo están de moda, así que el padre de las criaturas y yo decidimos rentabilizar el dineral invertido en leche en polvo y pañales delegando en el niño la elección del destino de las vacaciones de Semana Santa. En mala hora. Le dimos un fuet y le colocamos frente al televisor mientras emitían el tiempo en ETB, confiando en que apuntara con el embutido a algún punto de Euskal Herria. Mira que en el recién estrenado mapa está clarito, pues ¡zasca!, salchichonazo en Burgos. «Esta ha sido de prueba», dijimos al unísono. Pero ya saben cómo son los críos, entran en bucle y no hay tutía.

Al sexto porrazo en la pantalla, asumimos que era mejor ir a Villarcayo que quedarnos sin tele, así que me lancé a la piscina, como los famosetes sin liquidez de los programas, y encargué a padre e hija que prepararan el equipaje. No sé en qué estarían pensando porque los infelices metieron hasta los manguitos. Ahora estamos ateridos, con el albornoz encima del forro polar, contando las horas para volver a casa.

La próxima vez le pediré consejo a la reina, que está como una ídem en Mallorca, mientras su ex de facto se gasta todo el presupuesto de la Casa Real en quirófanos. Me consuela que, al menos, estoy mejor que la infanta. Me la imagino haciendo las maletas. «Cari, meto un par de trajes de rayas y un par de chandalcitos para cuando nos saquen al patio».

Una familia de serie B

Tengo una familia de cine. Género, por clasificar. El padre de las criaturas, desde que anunciara oficialmente en la última reunión de vecinos el cese temporal de la convivencia con su bufanda del Athletic, por motivos de sobra conocidos, está rarísimo. De hecho, se ha apuntado a un curso de patchwork para hacerse una colcha con retales, cuando él siempre había sido más de punto bobo. Que haya cambiado la cervecita y el fútbol por el café, las pastas y la aguja de coser tiene un pase, pero que haya convencido a toda su cuadrilla -tenían que verles- es de película de Almodóvar.

En el filme quizá también tendría cabida la cría. El otro día la sorprendí caracterizada con la cabeza y las patas del disfraz de pingüino. «¿Qué haces?». «Jugar a la Antártida». Hasta ahí nada que objetar. «¿Y ella quién es, una foquita?», pregunté por mi sobrina, de 5 años, que yacía en el suelo, inmóvil. «No, una niña muerta. Muerta de frío». Me quedé ídem, lo juro. Bien pensado, la cría encajaría mejor en una cinta de Alex de la Iglesia. Y el inconsciente, en una de Chuck Norris, porque desde que aprendió a andar se pasa el día dándose de cabezazos con las paredes. Para mí que eso tiene que matar más neuronas que los porros sí o sí. Vamos, que estaba convencida de que tenía en casa a unos pedazo de artistas hasta que vi en las noticias que Bárcenas se había apuntado al paro. No sé quién le escribirá el guion, pero ni la Blancanieves en blanco y negro puede competir con él en surrealismo.

So, sobre, tras

Si no fuera por los corruptos, llegaría un día en que los sobres dejarían de fabricarse. Más que nada por la falta de relevo generacional de los remitentes. Me cuenta una amiga, tras una ventanilla de la universidad, que algunos jóvenes llegan a licenciarse sin haber escrito una triste postal. Y que cuando les enseña un sobre lo miran desconcertados, como si les estuviese mostrando un pasapuré de manivela. A más de uno le ha pedido que escriba en él su dirección y le ha puesto la del correo electrónico. Para darse de cabezazos. Apuesto a que la primera carta de muchos será la de despido. Y aún llamarán al de personal para cerciorarse: «¿Seguro que es para mí? Mira que en la gala de los Goya se equivocaron…».

Ahora que ya nadie se acuerda de la pobre preposición y todos asocian sobre a dinero negro, da no sé qué ir a comprarlos. El otro día le pedí uno a la estanquera y me lo dispensó con sonrisa cómplice, como cuando de chaval vas a la farmacia a por preservativos. Con la mirada de los clientes clavada en la nuca, no me quedó otra que explicarme. «Es para escribir una carta», dije. Y ellos, descreídos: «Sí, sí, una carta. Eso dicen todos». Total, que cogí el sobre y lo escondí en el bolso rápidamente, no me fuera a ver algún vecino. Pero aún quedaba lo peor: chuparle la oreja al retrato del rey. No me parece serio. Estampan su careto en los sellos cuando todos sabemos que en su familia le sacan chispas al email. Estoy por preguntarle a Corinna si le adjunto copia a él o a su yerno.