Gastos de campaña

Qué tierno, ahora nos vienen con lo de la campaña austera. Casi no apesta a mala conciencia, excusa no pedida y, por todo lo anterior, una nueva muestra de que piensan que nos pueden camelar con un azucarillo. Para que la vaina resulte aun más cínica, citan como argumento de autoridad a Felipe VI, que uno a uno les cascó a los representantes de los partidos el rollete de la necesaria contención del gasto en la última y conscientemente inútil ronda de blablablás que se atizaron antes de aceptar que no cabía otra que volver a las urnas. Los tiene blindados el Borbón menor, a ver cuándo le da por echar cuentas de lo que nos ahorramos si prescindimos de él en este belén perenne en que nos tienen secuestrados.

Lo divertido —mejor tomárselo así— es que no tienen ni pajolera idea de por cuánto saldrá la broma. Tan pronto te dicen 130 millones de euros, como te lo bajan a 100 o te lo suben por encima de 200. Tomemos, si quieren, la cifra más alta. ¿Es mucho? Hombre, si es para obtener el mismo resultado que la vez anterior, es decir, para tirarse cuatro meses de rueda de prensa en bucle, es un atraco a mano desarmada. Si de verdad va a servir para formar un gobierno y ponerse a las tareas que tan urgentes nos dicen que son, es probable que merezca la pena.

No diré que a la hora de ejercer la democracia, aunque sea esta manifiestamente mejorable, haya que tirar la casa por la ventana, como parece que ha venido siendo el caso prácticamente general. Seguro que se pueden y deben hacer campañas con gastos medianamente razonables. Pero no por demagogia posturera para tapar un fiasco, sino por pura convicción.

¡Rajoy vive!

En este punto y esta hora de la farsa procede una ovación con su correspondiente vuelta al ruedo para el Tancredo de Pontevedra. No se ha visto un cadáver con mejor salud que el del recordman planetario de presidir en funciones. Con la tontería, otro trimestre y pico que se echa al coleto el mengano. Vengan los tres tenores Sánchez, Iglesias y Rivera a quitarle lo bailado, que con razón se llevarán una peineta acompañada de una estentórea pedorreta. En singular homenaje a Helenio Herrera, Mariano los ha ganado sin bajarse del autobús. ¿Se acuerdan de las risas cuando le confesó al Puigdemont de pega que tenía la agenda muy despejada? Pues ya ven el despiporre actual: un tipo que a estas alturas debía empezar a ser un mal recuerdo vuelve a tener futuro. Como poco, puede tirar los dados de nuevo, y a ver qué pasa.

Eso, a ver qué pasa. ¿A que muchos de ustedes, como yo, sospechan que le puede ir la cosa mejor que el 20 de diciembre? Y ya, si nos ponemos cenizos, imaginamos con espanto una noche electoral, la del 26-J, en la que la suma del PP con Ciudadanos alcanzaría para gobernar con holgura. Tranquilicémonos. Probablemente todo se quede en susto. No puede ser que los dioses de la democracia, aunque sea esta tan chunga, nos quieran tan mal. Sin embargo, el solo hecho de que exista la posibilidad recién enunciada debería servirnos para un par de reflexiones. La primera, sobre lo poco que cabe esperar de ciertos votantes. La segunda, que cualquier desgracia que pase se la habrán ganado a pulso los que no han querido llegar a un acuerdo de puñeteros mínimos para mandar a casa a Mariano Rajoy Brey.

La gran gran burla

Como la tomadura de tupé de estos 4 meses no les parecía lo suficientemente vejatoria, los trileros de la política hispanistaní no se han privado de atizarnos el insulto final. Ni en un instituto de secundaria regular habría colado la oferta de último minuto —low cost hasta para eso— con que quisieron tenernos entretenidos a los que no nos queda otro remedio que prestar atención porque nuestro trabajo consiste en contar sus ocurrencias. Me disgusta coincidir con el figurín figurón Albert Rivera, pero se lo pusieron a huevo al chaval del Ibex. Para 4 años de gobierno entre 6 partidos, 30 propuestas en 3 folios. No llegan ni a los caracteres de un tuit para cada una de ellas. Ese es el nivel de profundidad de estos chapuceros con cargo al erario común. Claro que la página que da la medida de todo es la cuarta, esa portada de primer día de cursillo de Word bajo el encabezado Pacto del Prado. Por grandilocuencia de a duro que no quede.

Y menos mal que no salió. Sí, sé lo que me digo. Me consta que presuntamente nos habríamos librado del peñazo —además, carísimo— de la vuelta a las urnas. Aun así, piensen un momento en el escupitajo en el ojo que supondría haber hecho todo este viaje para acabar aceptando una chufa de acuerdo que perfectamente podría haberse alcanzado el cuarto día de negociaciones.

No lloremos por la leche derramada. Termino como ayer y, mucho me temo, como haré más veces de aquí al 26 de junio. Podemos achacar la mayor parte de la culpa, con sus diferencias de grado, a los tunantes que nos han estado toreando. Sin embargo, en nuestra mano estará que no puedan hacerlo de nuevo.

¿Fracaso colectivo?

Oigo y leo, incluso en los editoriales de los diarios que publican estas líneas, que la impepinable repetición de las elecciones generales obedece a (o es síntoma de) un fracaso colectivo. Pues a mi me borran de la lista de responsables, por favor. Seguro que tengo culpa compartida de mil y una tropelías, pero les prometo que de esta en concreto estoy tan libre como de la pésima imagen que dio mi equipo el otro día contra el Levante. Y como servidor, otros millones de ciudadanos que en esta farsa no hemos desempañado más papel que el de panolis, primos o pardillos, términos todos ellos del mismo significado. Solo faltaría que los truhanes que nos la han estado dando con queso durante ¡cuatro meses! vengan ahora a tratar de encalomarnos su fraude.

¿Fraude? Sí, porque aunque cupiera alegar también incompetencia, no sería atenuante. Quienes nos han acarreado hasta aquí lo han hecho, amén de con una torpeza indescriptible, a muy mala idea. Contra sus sus pronunciamientos públicos a dos carrillos, ninguno de los protagonistas de la tragicomedia de enredo ha obrado por el interés general sino por el suyo propio. Simplemente, podían permitírselo. Incluso en el peor de los casos, sus habas —y sus gintonics de 18 euros— no corrían el menor de los peligros.

En esa bastardez egoista sí han conseguido ponerse de acuerdo las cuatro siglas concernidas. Cabrá argumentar que no todas han mostrado el mismo grado de maldad, y no será incierto. Pero allá quien quiera engañarse jugando a salvar a los propios y condenar a los ajenos. Será darles patente de corso para que, llegado el caso, vuelvan a hacer lo mismo.

Cervantosis

¡Qué hartura, por favor, con la cervantosis! Quieran los cielos que superada la redondez de la efeméride, dejen en paz al manco en su presunto osario. Y esto escribe, se lo juro, un tipo que ahora mismo va por la segunda lectura de la sin par novela, sin contar las versiones liofilizadas que nos atizaron en lo que aún se llamaba colegio nacional. Admito que hay fragmentos excelsos, otros con mucha enjundia, bastantes que resultan divertidísimos, pero también toneladas de paja y partes que son auténticos pestiños. Respeto y entiendo que esté considerada una obra universal y, por descontado, que su autor ocupe el pedestal más alto de la literatura.

¡Leñe, pero hasta ahí! Están muy de más las soplapolleces supremas que nos ha tocado leer o escuchar en estos días de culto posturero. De acuerdo con esas gachupinadas, Cervantes es el inventor de la ironía, un protofeminista, un pionero de la multiculturalidad, un ecologista avant la lettre y lo que se le ocurra a cada juglar. Incluso, aunaba facetas contradictorias, como la de defensor a ultranza de la unidad española —véase el regalo de Rajoy a Puigdemont— o la de adelantado del derecho a decidir.

Y ya, si lo llevan al Congreso de los Diputados, como fue el infausto caso el otro día, ni les cuento. Aparte de las risas de ver al actual presidente del lugar glosando con prosopopeya prestada lo que se notaba que no distinguiría del As, fue digno de encantamiento de algún malvado gigante que los líderes de cada bandería usaran al escritor alcalaíno o al hidalgo de la Mancha para culpar a los otros del desgobierno. Con los políticos hemos dado, amigo Sancho.

Unidad de quemados

Una jodienda, oigan, esto de los ciclos informativos. Pasa el día y pasa la romería. Cada mochuelo vuelve a su olivo, y aquí ya no hay nada más que ver. Les hablo de la tocata y fuga obligada de José Manuel Soria. Como el individuo renuncia a casi nada —ministro en funciones, ya me dirán—, solo una semana después resulta que el asunto está ya cubierto por un espeso manto de olvido. ¿Es que no le caben más responsabilidades a un tipo que, además de haber trasteado en sociedades hediondas, ha mentido en bucle al respecto? Eso, por lo que toca al que se va. Pero, ¿qué me dicen de los que se quedan después de haber puesto las dos manos en el fuego por el gachó?

La unidad de grandes quemados gaviotiles está a reventar. Les hago una lista que empieza por Alfonso Alonso, que porfió que las explicaciones de Soria fueron “contundentes, razonables y suficientes”. Su compañero de gabinete provisional, Rafael Catalá, añadió que “tenían fundamento”, mientras que Luis De Guindos aseguraba que “habían sido convincentes” y José Manuel García Margallo apostillaba que “no había la menor razón para dudar”. Fuera del Ejecutivo interino, María Dolores de Cospedal calificaba al canario como “ejemplo de transparencia”, el bocabuzón Rafael Hernando sostenía con aplomo que “es un caso que no es un caso”, el semialevín Pablo Casado bramaba que las aclaraciones resultaron “totalmente pertinentes” y, por no hacer interminable la relación de piscinazos, el fontanero Martínez Maillo expresaba “todo el apoyo y confianza de su partido” a quien había actuado “con rapidez y agilidad”. Y todos y cada uno siguen en sus puestos.

Lanbide, tenemos un problema

Tremenda escandalera porque al viceconsejero de Empleo del Gobierno vasco le da por decir lo que miles de personas piensan. Perdón, lo que miles de personas padecen en sus carnes cada puñetero día. ¿Que la expresión concreta no ha sido la más afortunada, según el temple de gaitas que le ha tocado al titular del Departamento, mi admirado Ángel Toña? Pues quién sabe, a lo peor sí, aunque a mi me sigue emocionando ver a un cargo público saliéndose de los portantoencuantos y hablando como se habla en la calle. En todo caso, tíresele de las orejas si es lo que manda el protocolo, pero más allá de la bulla mediática amarilla y de las patateramente oportunistas peticiones de dimisión de tipos que tienen un curro del copón asegurado, aprovechemos para lo que importa. Y lo que importa es que José Andrés Blasco ha puesto el cascabel a un gato respecto al que todo quisque se hace el orejas primorosamente: el servicio vasco de empleo no funciona para lo que proclama su enunciado.

El primer paso para solucionar un problema es reconocer que se tiene. Lo siguiente es una migaja de coraje para hacer el diagnóstico concreto huyendo de la doble demagogia que presiona desde los extremos. En eso, los sufridos usuarios pueden aportar mucho más que los burguesotes progresís de segunda residencia en Jaca (con nómina pública, por descontado). Bastaría, de todos modos, media docena de visitas a las oficinas de la cosa. Se percibiría sin demasiado esfuerzo que la teórica misión primordial de Lanbide, gestionar la colocación, queda sepultada por la tramitación de ayudas. ¿Tan difícil sería desdoblar ambos cometidos?