Diario del covid-19 (37)

Trato de imaginarme mi primer vermú extradomiciliario en las circunstancias descritas por el birlibirloquero Sánchez anteayer y se me pone el cuerpo raro. Sé de entrada que deberá ser en el treinta por ciento de la terraza de un local hostelero. Puesto que seguirá imperando la distancia social de dos metros, si quedo con otra persona para la libación, deberemos ocupar, como poco, dos mesas, y sentarnos en diagonal. Ahí se me descoyuntan las matemáticas. Con dos o tres parejas quedaría completado el aforo que se le permitiría a la mayor parte de los bares que conozco. ¿Cómo deberían hacer cola los clientes que aspirasen a su consumición? ¿Cuánto espacio urbano podrían ocupar, teniendo en cuenta que en muchas calles las tabernas se suceden sin solución de continuidad? Todo eso, claro, sin plantear si a los propietarios les resultará rentable abrir, con todos los gastos que ello implica, para dar servicio a tan limitada clientela.

También es verdad, lo confieso, que mi reparo mayor es psicológico. Si coger una lata de atún en el súper me provoca taquicardia al barruntar lo que pueda llevarme a casa, me declaro incapaz de imaginarme posando mis labios en un vaso que ha sido utilizado vaya usted a saber por quién y por cuántos. Incluso sabiendo que lo han lavado a 80 grados. Maldita nueva normalidad.

Diario del covid-19 (36)

Hay anécdotas que huelen a categoría. Al gobierno que dice perseguir bulos por tierra, mar y aire le han pillado con el carrito del helado. Ni corto ni perezoso, infló los datos de test realizados para salir guapo en el ránking que elabora la OCDE. Y así fue que durante todo el lunes el sanchismo mediático y el mediatizado anduvo sacando pecho aquí y allá porque había conquistado el octavo puesto de la clasificación. Ayer, sin embargo, fueron los de la acera de enfrente los que estuvieron de despiporre porque el organismo transnacional tuvo que darle una patada a España hasta el decimoséptimo lugar de la lista, una vez comprobado —supongo que con manifiesto sonrojo— que desde Moncloa se la habían intentado meter doblada.

Cazado en renuncio, el licenciado en Filosofía y ministro de Sanidad, Salvador Illa, que el día anterior presumía con el mentón arriba del gran logro, remedaba a la zorra de la fábula. Las uvas estaban en verdes. O, en sus palabras: “El lavado de manos, la higiene y las medidas de distancia social son más efectivos que hacer test a personas que no presentan síntomas”. Este humilde tecleador, que carece de los conocimientos sanitarios adecuados, no duda que lo que dice Illa sea verdad. Lo que no entiendo es que por qué entonces se llegó a mentir a la OCDE y a la ciudadanía.

Diario del covid-19 (35)

Aquí andamos, cuarenta y pico días después del casi toque de queda, no está muy claro si camino de la luz al final del túnel o de vuelta a la casilla de salida. No sé a ustedes, pero a mi me acongoja una hueva que en el mismo informe para la desescalada del comité de sabios del autócrata vocacional Sánchez se exija a las comunidades autónomas que garanticen la capacidad para duplicar las camas de UCI. Suena bastante al refranero español que tanto gustaba citar a uno de los milicos ahora excluidos de las ruedas de prensa oficiales: A Dios rogando y con el mazo dando. También puede ser la sentencia bíblica que sostiene que la mano derecha no debe conocer lo que hace la izquierda. O tal vez sea el latinajo de rigor, a saber, excusatio non petita…

Se diría que seguimos jugando a cara a cruz o, como poco, a frenar y acelerar a la vez. Los mensajes oficiales oscilan de un segundo a otro entre la idea de que ya está todo chupado y la de que como nos confiemos, nos vamos a dar una piña de campeonato y que más fuerte será la recaída. “Un paso atrás sería más grave que lo vivido hasta ahora”, proclamó ayer el infalible hechicero monclovita Simón, pasando por alto que, por mucho que los demás podamos aportar quintales de responsabilidad individual, es él quien tiene que recomendar las medidas adecuadas.

Diario del covid-19 (34)

Hubo un tiempo nada lejano en que yo también solo veía virtudes infinitas en Fernando Simón. Mil veces lo puse como ejemplo de comunicación en la gestión de crisis peliagudas. Me parecía sinceramente un tipo que sabía transmitir confianza y calma en situaciones de zozobra, cuando el común de los mortales, o sea, servidor, empezaba a acongojarse ante lo que ya se iba dibujando como un episodio de alta gravedad. Y por ahí empezaré el desmontaje del mito. Hoy es el día en que está documentado que, en el caso más favorable para él, no sabía tanto como aparentaba. En los archivos está su declaración categórica, el 23 de febrero pasado, de que el virus no había entrado en el Estado español, cuando para esas fechas, según el informe del Instituto Carlos III, ya campaba a sus anchas en, por lo menos, una quincena de focos.

Nadie venga con la soplagaitez del Capitán A Posteriori, que ya en esos días había voces —y no únicamente de tertulieros fachuzos— alertando de la posibilidad que Simón negó no solo con contundencia sino con displicencia. Y así, en un sinfin de ocasiones en estas semanas tremendas en las que hemos podido comprobar que en numerosas ocasiones no son los datos técnicos y científicos los que basan las decisiones políticas, sino al revés. La ciencia sirve de coartada a la política.

Diario del covid-19 (33)

Vuelvo a revelarme como pésimo profeta. Cuando a primera hora de la mañana de ayer vi que ElDiario.es publicaba que la Guardia Civil incluía tuits corrientes y molientes de EH Bildu en sus informes sobre el clima contrario al gobierno español en la gestión de la crisis, pensé que a lo largo de la jornada ardería Troya. En mi, por lo visto, desfasada visión de lo que es un escándalo de pantalón largo, la información tenía la misma gravedad que otras que acabaron en días o semanas con carreras políticas. De entrada, quedaba confirmado que la bocachanclada del baranda de la Guardia Civil no fue un lapsus ni un error de expresión: en el documento reproducido se lee claramente un epígrafe que reza “Creación de clima contrario a la gestión de la crisis”. Por si eso fuera poco, en el caso de la coalición soberanista, el material recopilado estaba constituido por tuits con los que se puede estar de acuerdo o no, pero que no pasan de opiniones o legítimos posicionamientos políticos.

Para mi perplejidad, a la hora en que tecleo, más allá de los afectados directamente, el asunto no ha tenido mayor relieve ni siquiera entre los habituales denunciadores de mordazas. Casi es natural que el ministro Grande-Marlaska, autor de la orden, haya bramado en público que el filtrador de los papeles se la va a cargar.

Diario del covid-19 (32)

No sé si por cinismo, por cansancio resignado o por querencias de partido, me dicen algunos que debería darnos igual el giro de acera de las caderas de Sánchez con la cuestión de las salidas de los menores a la calle. Lo importante es que la chavalería va a poder airearse y se aparca la barbaridad de permitirles solo que acompañaran a los progenitores a la compra, viene a ser la conclusión de mis interlocutores. Algo así como que está bien lo que bien acaba.

Será que esta semiclausura que ya supera los cuarenta días me ha vuelto aun más tiquismiquis, pero ni siquiera puedo aceptar eso último como realidad. Lo cierto es que todavía no sabemos cómo ha acabado. La única evidencia es que un titubeante Salvador Illa se marcó un Rajoy cuando le preguntaron bajo qué circunstancias se iba a hacer efectiva la medida. “Dar un paseo es dar un paseo”, sentenció el ministro. Al día siguiente, es decir, ayer, se filtró convenientemente a los medios amigos un documento difuso que abre la puerta a garbeos de hasta un adulto con tres niños. Tremenda diferencia respecto al original, ¿no les parece? Y más, si piensan que el tan bien ponderado Fernando Simón no parece tenerlas todas consigo en el asunto de relajar el confinamiento infantil. ¿Habrá nuevas rectificaciones? Yo, desde luego, no lo descarto en absoluto.

Diario del covid-19 (30)

Era lo que faltaba. Aplausos en la última comparecencia diaria de la Junta cívico-militar para el uniformado que 24 horas antes había contado sin filtros que el cuerpo que dirige, la Guardia Civil, trabaja “para minimizar el clima contrario a las decisiones del Gobierno”. Con cara de atribulamiento muy mejorable, y sin llegar a decir nunca que la había pifiado, el tipo se escudó en sus cuarenta años de servicio en los que siempre había puesto a las personas en el centro y tal y cual, Pascual. Claro, todos sabemos que José Manuel Santiago, nombre del benemérito mayor, ha llegado a Jefe del Estado Mayor de la Guardia Civil por su compromiso sin fisuras con los Derechos Humanos, igual en Mostar que en Itxaurrondo o La salve.

Pero ya les digo: recibió la ovación de sus compañeros de cuartelada matutina transmitida en directo… y para pasmo de unos cuantos, también de la crema y la nata de la misma progritud que denunciaba con denuedo la malhadada Ley Mordaza. ¡En honor al tipo que acababa de confesar que sus aguerridos subordinados se dejan la piel para localizar y castigar a los disolventes que osan no postrarse de hinojos ante las decisiones del Gobierno español! Si no fuera una tragedia, resultaría hasta cómico que los que nos alertan de una salida autoritaria no vean que ya estamos en ese punto.