Diario del covid-19 (44)

Si el telón de fondo no fuera una enorme tragedia, resultaría hasta graciosa la suerte de votación de Eurovisión en que se convirtió el proceso para el salto o no de fase de la dichosa desescalada. Especialmente, teniendo en cuenta que los criterios sanitarios, los intereses económicos y las argucias politiqueras que entraron en juego tuvieron como contrapunto real la actitud de buena parte de la ciudadanía que desde hace una semana vive cuatro traineras por delante de la fase más avanzada. Les remito a mi columna anterior, que incluso se ha quedado en aguachirle a la vista del brutal incremento del desparrame de unos cuantos de nuestros semejantes.

Por lo demás, es imposible no reseñar entre el asombro y el cabreo que a los censados en la demarcación autonómica nos ha tocado una versión capada de la fase 1. Vamos, que nos han dejado en la 0,7, siendo muy generosos. Porque sí, de cine lo de las terrazas, las iglesias y los comercios, pero, a diferencia de lo que pasa en el resto del Estado, permanecemos enclaustrados en nuestro municipio, sin posibilidad de reencontrarnos con los seres queridos a los que no vemos desde hace dos meses. Seré muy obtuso, pero el mensaje no concuerda con los que nuestras propias autoridades habían lanzado sobre la necesidad de recuperar algo parecido a la normalidad.

Diario del covid-19 (43)

Desde que empezó todo esto, no he dejado de mostrar mi admiración por la enorme responsabilidad con que, según mi opinión, la mayoría de la población estaba cumpliendo con las normas del confinamiento. De hecho, sigo defendiendo que sin ese esfuerzo colectivo con sus sacrificios añadidos —tampoco hablaré de heroísmo— hubiera sido imposible llegar al punto en el que nos encontramos, con la curva en vías de domesticar y cifras notablemente más bajas que hace solo un mes. Sin duda, nos hemos ganado el alivio del encierro, y el otro día, tras mi primera temerosa salida a hacer deporte, me pareció que íbamos a ser capaces de gestionar adecuadamente los primeros sorbitos de libertad.

Siento escribir que he dejado de sostener ese idea. Belcebú me libre de generalizar, así que solo anotaré que creo que una parte no pequeña de mis congéneres da por finiquitada la pesadilla. Lo demuestran paseando en manada, igual adolescentes que cincuentones, pasando un kilo de mascarillas, distancias de seguridad o recomendaciones de puro sentido común cuando el bicho sigue ahí. Se diría que los cincuenta y pico días de arresto domiciliario no han servido para nada, aunque casi más desolador que asistir a estos comportamientos es constatar que se practican con una impunidad absoluta. O se paran o lo pagaremos caro.

Diario del covid-19 (42)

Como señaló certeramente mi compañero Juan Carlos Etxeberria, ayer en el panel de votaciones del Congreso de los Diputados se dio un curiosísimo Tetris ideológico. Ocurrió que PSOE, PNV y Ciudadanos coincidieron en el sí, mientras que PP y EH Bildu se abstuvieron al unísono y… ¡tachán!… en el marcador se sumaron los noes de Vox, Junts per Cat y ERC. Evidentemente, se trata de una casualidad que probablemente tardará en darse de nuevo o de la golondrina solitaria que no hace verano. Sin embargo, también es un retrato del momento político actual donde literalmente puede ocurrir cualquier cosa, como que se acuesten en la misma cama, aunque sea para un polvo rápido y sin amor las formaciones que les he citado arriba.

Bien es es cierto que igual cabría remedar aquel tópico sobre el fútbol y Alemania. Esta vez se puede decir que la política española es una cosa en la que juegan todos contra todos y siempre ganan el PNV y Pedro Sánchez. Respecto a la victoria jeltzale, esperemos que no sea pírrica y solo para la estadística. Es decir, que el Napoleón monclovita suelte el juguete del mando único y lo comparta de verdad con quienes debe. Permítanme que sea escéptico. Ya les digo que el hombre está de dulce y se la bufa un kilo cumplir los compromisos porque todo le sale bien. ¡Esta vez hasta se ha cargado a Girauta!

Diario del covid-19 (41)

Jamás he destacado por mis dotes proféticas, pero algo me dice que hoy saldrá adelante en el Congreso la cuarta prórroga del estado de alarma. Básicamente, porque en nuestro fuero interno casi todos sabemos que no queda otra. Por más que sea un chantaje infecto, e incluso aunque, como les anoté ayer, destacados constitucionalistas aseguren que en el punto y hora actual basta con la legislación ordinaria, la lógica parece indicar que la extensión es necesaria. Más que nada, por no poner en riesgo lo que hemos ido consiguiendo en estos cincuenta y pico días de apretar los dientes justo ahora que intuimos al mismo tiempo la lejana luz al final del túnel y las posibilidades de volver a la casilla de salida por la irresponsabilidad de una parte de nuestros conciudadanos.

Eso sí, el apoyo deberá implicar la garantía de que no volverá a haber más bofetadas ni más ninguneos gratuitos a quienes desde el minuto cero de esta pesadilla estaban dispuestos a arrimar el hombro sin pedir otra contrapartida que la lealtad recíproca. Se ha puesto demasiadas veces la misma mejilla ante el uso caprichoso y prepotente de una herramienta legal que debe manejarse con extremo cuidado. Sánchez y su susurrador Redondo tendrán que comprometerse de una vez a dejar de ser el escorpión que pica a la rana en medio del río.

Diario del covid-19 (40)

¿Apoyar o no apoyar la prórroga del Estado de alarma? He ahí el dilema. O sea, la tremenda trampa para elefantes en que han caído las formaciones que auparon a Napoléon Sánchez a Moncloa y que lo han venido respaldando con lealtad. Si lo hacen, como podría indicar cierta lógica y quizá (esto ya es más discutible) la necesidad del momento, estarán regalando de nuevo al prócer máximo la facultad de seguir haciendo de su capa un sayo dictatorial. Si no lo hacen y, en consecuencia, decae la prórroga, la nueva caverna, que es un calco inverso de la otra, se lanzará con los ojos inyectados en sangre a acusar a estos partidos de cómplices criminales de Vox, el PP y los restos de serie de Ciudadanos. De rebote, la tri(ultra)derecha recién citada se pondrá cachonda y llamará al alzamiento nacional.

En resumen, la opción es entre lo malo y lo peor. O lo sería, si no fuera porque es muy probable que en este minuto del partido la lucha contra el bicho y sus consecuencias se pueda afrontar con la legalidad ordinaria. No lo digo yo, que en esto soy igual que cualquier cuñado de grupo de guasap. Lo anotan catedráticos de Derecho Constitucional de diversos credos, en cuyos análisis deslizan algo que debería parecernos terrorífico: Sánchez ha banalizado groseramente una herramienta excepcional de la democracia.

Diario del covid-19 (39)

Por primera vez en no recuerdo cuánto tiempo, el reloj que mide mi actividad física me dice que he alcanzado el objetivo diario. Me ha sentado bien el permiso para estirar las piernas y ensanchar los pulmones, esto último, con bastante prevención, no vayamos a joderla. Además, por lo menos en mi zona y en la franja matinal, el tiempo ha acompañado y de tanto en tanto, salvo por las mascarillas y los guantes de látex, las imágenes se correspondían con las de cualquier sábado de primavera anterior a la llegada del maldito bicho a nuestras vidas.

¿Y qué tal nos hemos portado? Confieso que a la hora en que tecleo, me he cuidado mucho de mirar lo que se contaba por ahí. Empieza uno a estar harto del extremismo pendular que divide el mundo entre incumplidores contumaces y seres angelicales que ejercen legítimamente su derecho a contagiar a los prójimos. Qué decir de los denunciadores compulsivos de los primeros y de los defensores a machamartillo de los segundos. Todo, como si esto no fuera bastante más simple: va de actitudes individuales mondas y lirondas, censurables unas, loables otras, pero siempre de una en una. Por eso me limito a dar testimonio de lo que vi con mis propios ojos, que fue un comportamiento modélico de casi todas las personas con las que compartí el pequeño bocado de libertad.

Diario del covid-19 (38)

Las formas son parte del fondo. La esperadísima, casi ansiada, comparecencia del ministro español de Sanidad, Salvador Illa, para detallar las condiciones bajo las que podremos salir a la calle a partir de mañana estaba prevista para las seis de la tarde. El tipo no apareció ante el atril hasta las seis y veinte. Así, porque sí, porque él lo vale. ¿Quién de ustedes se puede permitir un retraso semejante en su oficio? Yo, desde luego, no.

Por lo menos, iría al grano, ¿no? Pues tampoco. Antes de hincarle el diente al pifostio del cuadrante horario y de edades y actividades, que era lo único que nos interesaba a los agarrotados ciudadanos, Illa se adornó con un puñado de mentiras o, en palabras de la famosa asesora de Trump, de hechos alternativos. Por ejemplo, contó sin que se le moviera un pelo del tupé que España es uno de los primeros países en acometer la desescalada, como si no tuviéramos acceso a los medios.

Lo dijo, eso sí, con la misma convicción con que soltó otra de las grandes trolas que anda aventando el gobierno al que pertenece. “Entramos todos juntos en esto y saldemos todos juntos”, porfió el ministro, y con blindaje inguinal digno de mejor causa, añadió que para eso se había establecido un plan de transición a la nueva normalidad asimétrico y a diferentes ritmos. Es lo que hay.