Hoy es el día. Llega la madre de todas las elecciones después de una campaña sucia, tramposa, simplista hasta el parvulario y plagada de momentos grotescos. Nada, por otra parte, que no cupiera esperar del nivel paupérrimo de la política española actual y, descendiendo al detalle, de la personalidad inenarrable de algunos de los cabezas de cartel, de sus secuaces, y, cómo no, de los incendiarios responsables de agitación y propaganda.
En resumen, que no arriendo la ganancia a los ciudadanos madrileños llamados a votar hoy. Ocurra lo que ocurra tras el recuento —y ojo, que no está el pescado tan vendido como pretenden algunos—, mañana serán tildados de ignorantes, irresponsables y, según hacia dónde se incline la balanza, de fascistas desorejados o de comunistas del demonio. Este servidor, que tiende a creerse lo de la soberanía popular y lo de la democracia representativa, aun sabiendo que el sistema es manifiestamente mejorable, aceptará el resultado que salga aunque sea el que no deseo. Espero no volver a ver, como ya se ha hecho costumbre demasiadas veces, airadas movilizaciones justo al día siguiente de emitir los votos.
Por lo demás, los más sabios de Hispanistán deberían echar una pensada a lo acertados que estuvieron cuando quisieron asaltar Murcia. De aquellos polvos, estos lodos.