Otra moción de fogueo

No lo puedo remediar. Mi lado oscuro me está haciendo desear unas elecciones generales a la voz de ya. Si rompe, que rompa, y a tomar vientos con la más que posible entronización moncloviana del figurín figurón Rivera. Y ojo, que quizá más acongojante que eso es pensar que el fulano podría tener mayoría absoluta con los restos de serie del PP. ¿Es lo que queremos? Que se confiese cada cual. Yo ya les acabo de decir que en ocasiones, y no en pocas, el cuerpo me pide tirar por la calle de en medio.

Como entretenedera hasta que pase lo que tenga que pasar, que sospecho que es lo recién mentado, bien está la moción de censura del PSOE. Déjenme anotar un par de menudencias al respecto. Primero, que es la iniciativa que estaba prometida para el pasado mes de octubre y que se ha ido retrasando con la excusa del enredo en Catalunya. Segundo, que no deja de resultar sorprendente la salida del letargo de Pedro Sánchez, a quien en las fotos de las últimas semanas hemos visto de la mano de Rajoy. Más que eso: le pasaba diez traineras a Don Eme Punto en cuanto a la intensidad y la duración del 155. Y no digamos ya en los calificativos dirigidos al president Quim Torra. ¿Cómo pedir ahora al PDeCat que le regale sus votos?

Ahí me temo que llegamos a otro punto interesante y revelador. Lo que pedirá Sánchez es que no le apoyen los disolventes nacionalistas. No solo porque no sabe sumar, como ya demostró en su fallida investidura, sino porque no quiere hacerlo. Resumiendo, esta moción de censura es tan posturera y de fogueo como la que presentó Unidos Podemos hace menos de un año. Lo dicho, casi mejor elecciones.

El dilema del 155

Siempre he sostenido, y cada vez lo hago con más hechos probatorios a mi favor, que ninguna buena acción queda sin castigo. Las mejores intenciones, además de alicatar hasta el techo el infierno, suelen conducir impepinablemente a la melancolía y el desconcierto. Algo, vamos, como lo que debe de reinar en Sabin Etxea en estos minutos en que ni cenamos ni se muere padre. O sea, en que no decae el 155 mientras avanza inexorable el reloj hacia el instante en que deben votarse los presupuestos generales del Estado.

A 24 horas del momento de la verdad, el PNV está entre la espada de su propia promesa y la pared de un acuerdo que considera muy positivo, y que objetivamente lo es. Hace solo una semana, parecía que los astros se habían conjurado para servir una de miel sobre hojuelas. El 155 se extinguía naturalmente justo antes de apretar los cinco botones verdes en el Congreso de los Diputados. Pero en esas llegó Torra, es decir, Puigdemont, y mandó parar. De un modo, además, al que resulta peliagudo ponerle peros. ¿Cómo dar la impresión de que se apoya la conculcación de derechos de los designados consellers estando presos o fugados? Jodida está la cosa, incluso aunque en el fuero interno se sepa que la vaina no va de dignidad sino de estrategia política y que la coherencia y los principios debieron demostrarse, por ejemplo, no participando en unas elecciones impuestas.

¿Cómo se sale de esta? Abogo por hacer de la necesidad virtud. Personalmente, votaría no a los presupuestos. Se mantiene la palabra y se queda liberado de ese acuerdo sobre las pensiones que, por lo visto (ejem), tanto ha disgustado.

Que le duela a Rivera

Aunque hasta el rabo todo es toro y los precedentes no invitan al excesivo optimismo, se diría que la mayoría de los indicios apuntan a la muerte por causas naturales del 155. Otra cosa es que pasado mañana se le haga resucitar en versión corregida y aumentada, pero a los efectos que nos ocupan, que son los del acuerdo sobre los presupuestos generales del Estado, parece que el PNV podrá decir que ha cumplido su promesa. Entra en la negociación efectiva con el Gobierno español una vez que la aplicación del perverso artículo queda en suspenso.

Seguramente, me vendría mejor callarme, pero soy incapaz de dejar de anotar que no tengo claro que fuera buena idea convertir la retirada en condición irrenunciable. Me consta que lo popular es aparentar una firmeza del quince y medio y exhibir unos principios de granito. Lo que no me cuela es que eso solo fuera exigible a una formación (ya puse ejemplos de acuerdos de otras siglas con el malvado PP), del mismo modo que no se me escapa la escasa reciprocidad del gesto por parte de sus destinatarios. Tengo la impresión de que el PNV ha estado a un tris de ser ese tipo que le presta una escalera a un amigo y acaba quedándose sin escalera y sin amigo.

En cualquier caso, llegados a este punto, digamos que bien está lo que bien acaba, y ahora a los jeltzales les toca rematar la faena. Y sí, muy bien lo de las pensiones, pese al desprecio de que ha sido objeto incluso por sus beneficiarios, pero habrá que aprovechar la extrema necesidad al otro lado de la mesa para arrancar todo lo que se pueda. Cuanto más veamos berrear a Albert Rivera, mejor síntoma será.

La gran farsa

¡Oh, qué sorpresa! Con once años de retraso, nos enteramos de que cada uno de los aspavientos y rasgados rituales de vestiduras del PP y UPN durante las negociaciones de Loiola eran puro teatro. Como leímos el lunes en las páginas de Diario de Noticias de Navarra, hasta aquella manifestación lisérgica que reunió en Iruña a lo más granado del fascio, la carcunda, vividores del cuento varios e ingenuos ciudadanos al grito de “Navarra no se vende” fue una pantomima de tomo y lomo. Se la montaron a pachas Miguel Sanz, a la sazón y en el momento, presidente de la demarcación foral, y Mariano Rajoy, en funciones entonces de líder de la oposición española tras haber mordido el polvo en 2004 ante el imberbe Rodríguez Zapatero.

Tanto el de Corella como el de Pontevedra estaban informados al milímetro de lo que se cocía en la mesa de diálogo entre representantes del gobierno español y ETA (y/o sus comisionados de la izquierda abertzale) con el PNV como notario y engrasador. Y uno de los detalles fundamentales que conocían eran que Navarra no era ni de lejos moneda de cambio.

Lo divertido y a la vez revelador sobre la inmensa farsa que es la política reside en el hecho de que se había pactado hasta la crítica. Zapatero se dejaba hostiar dialécticamente por Rajoy, Sanz y el ultramonte mediático diestro a cambio de que no le reventaran totalmente las conversaciones. Es de imaginar, por cierto, que los otros interlocutores de Loiola estaban igualmente al corriente del apaño. Podríamos encabronarnos por el trile tardíamente descubierto. Pero también cabe pensar que entre bambalinas hoy está pasando algo parecido.

Del selfi al hecho

En el principio fueron ojos como platos y bocas abiertas hasta el esguince de mandíbula incapaces de balbucear nada que no fueran obviedades de aluvión. ¿Cómo carajo había que reaccionar al ver que ese partidito del extrarradio con cinco votos le había sacado al ogro de la Moncloa lo que hasta un cuarto de hora antes era absolutamente imposible? ¿Quién se iba a imaginar que los malvados sacamantecas periféricos pondrían como condición indispensable para aprobar los presupuestos de Rajoy una que ni el más cabestro de los extremocentristas podría (des)calificar con la habitual sarta de bramidos sobre los privilegios, el egoísmo y la mancillada unidad de la nación española?

Y si a la piara naranja se le había quebrado la cintura, qué decir de la perplejidad en las amplias llanuras progresís que empiezan donde habitan los cofirmantes del 155 y terminan en los diversos mundos de Yupi. Vaya gol entre las piernas a los cazapancartas de lance. Del selfi al hecho va un buen trecho.

Era de cajón que la cosa no podía quedar así. Es el relato, amigo, se dijeron a lo Don Rodrigo los argumentistas de guardia. De entrada, también es verdad que porque el PNV lo había puesto a huevo, el recuerdo en bucle a la línea roja catalana como presunta muestra de falta a la palabra dada. Un tanto endeble el dardo, si se tiene en cuenta que la votación real de las cuentas será dos días después de que expire el plazo definitivo para convocar (o no) nuevas elecciones. Restaba, entonces, agarrarse a las enseñanzas de la zorra y sentenciar que las uvas están verdes, o en este caso, que el compromiso arrancado es una birria. Ajá.

De Génova a Sicilia

Tres hurras por el guionista del psicodrama. O cuatro, qué narices, porque lo de atizar el acuerdo presupuestario —¡Gol en la Condomina!— en medio de la polvareda cifuentil ha sido el remate pintiparado a la trama lisérgica de un día para la histeria, que no para la Historia. La pena, en lo que me toca, es que atrasa la columna de rigor, esa en la que explicaré una vez más lo que va de predicar a dar trigo o la diferencia entre cazar pancartas y llevar al BOE un poquito de lo que se pide con toda justicia en la calle. Déjenme que presuma de haber avanzado en mi última homilía algo de lo que ocurrió.

Y ya que nos ponemos, dado que tantas otras veces mis vaticinios han devenido en vergonzosos fiascos, anotaré también que en estas mismas líneas publiqué un epitafio a cuenta de la hasta hace nada gran esperanza blanca del PP. Es verdad que en este caso, el mérito era tirando a justo, porque la mengana olía a fiambre a millas, pero que hablen ahora los que porfiaban contra toda evidencia que la individua llegaría a agotar la legislatura.

Sí reconozco humildemente que lo último que me imaginaba es que la puntilla sería un bochornoso vídeo de la doña afanando unos potingues en un Eroski de Vallecas hace siete años. Con zapatos de Prada, como describió la dependienta que le echó el ojo. El primer aprendizaje es que un choriceo menor es más eficaz para acabar con una carrera política que una rapiña multimillonaria. El segundo y más importante es comprobar que si la izquierda es cainita, como decíamos ante el enredo bobo de Podemos en Madrid, la derecha española es directamente corleonesca. Capisci, Cristina?

Acordando con el ‘enemigo’

¡Hay que ver el juego que está dando aquel puñado de papeletas mal contadas en Bermeo que bajaron del marcador jeltzale el escaño número 29, rompiendo la mayoría absoluta que propiciaba el acuerdo con el PSE! Lo llamativo —a la par que revelador del caprichoso azar que gobierna la política— es que, a pesar de que el asiento en cuestión fue para EH Bildu, quien de verdad lo está aprovechando es el Partido Popular. Si las urnas habían relegado a la formación de Alfonso Alonso a la condición de excrecencia, la aritmética parlamentaria la ha convertido, sin embargo, en la fuerza decisiva a la hora de la verdad.

Se puso de manifiesto en los primeros presupuestos del bipartito y, salvo monumental sorpresa, volveremos a comprobarlo con las cuentas para 2018. Con el añadido, ojo, de una reformilla fiscal al gusto de los populares y acuerdos extensibles a instituciones donde los números le son más esquivos a PNV y PSE. En plata, a Araba y su capital, Gasteiz.

¿De verdad todo es cuestión de matemáticas? ¿Y dónde quedan los principios? ¿Cómo se puede acordar nada con el corrupto PP del 155 y bla, bla, requeteblá? Procede devolver las preguntas a quienes las están haciendo en compañía de un rasgado de vestiduras cada vez menos creíble. Si no lleváramos cien docenas de caídas de guindos a las espaldas, quizá colara la vieja letanía. Pero qué menos que pedir un cierto disimulo. No sé, que pareciera como que había cierta disposición a negociar en serio, en lugar de poner condiciones que se saben inasumibles de saque. Por lo demás, la última palabra será, cuando toque, de esa ciudadanía en cuyo nombre se predica.