Diario del covid-19 (21)

Y ahora, unos nuevos Pactos de La Moncloa. No sabe uno si cogerla llorona o descoyuntarse de la risa. Aunque quizá lo que verdaderamente debería hacerse sería buscar la fe perdida en el fondo de un baúl, hincarse de rodillas y ponerse a rezar en bucle ante la evidencia de que quien se ha erigido en autoridad máxima para sacarnos de esta no sabe por dónde le da el aire. Dejando de lado que, por más melaza que les hayan echado Victoria Prego y los apologetas de la Inmaculada Transición, aquellos acuerdos fueron un timo de la estampita a quienes los firmaron de buena fe, hace falta tener rostro para reclamar su reedición a modo de patente de corso para hacer lo que a Sánchez y a Iván Redondo les vaya saliendo de la sobaquera.

Por supuesto que la salida de una crisis endiablada como esta requeriría un gran consenso más allá de las siglas o las instituciones que se represente. Pero la condición de partida es la lealtad, la sinceridad y la disposición a consensuar las decisiones o, como poco, a someterlas a debate de pros y contras. No es, desgraciadamente, lo que ha venido haciendo Sánchez. La penúltima prueba es que sus ocurrencias más recientes, lo del Arca de Noé y los test a tutiplén por sorteo las supieron antes los medios amigos que los responsables políticos a los que se les pide respaldo.

Urkullu, no; Chivite, sí

Celebro, no saben ustedes cuánto, el preacuerdo para aprobar los presupuestos de Nafarroa que han alcanzado el Gobierno de María Chivite y EH Bildu. Por la parte maliciosa, por la bilis que —imagino con delectación— empezarán a supurar las huestes cavernarias en cuanto sepan de la noticia. Confirmarán con los ojos fuera de las órbitas y expeliendo espumarajos por las fauces que Sánchez ha vendido la sacrosanta Comunidad foral a la ETA, así, con artículo, que es como les gusta pronunciar el nombre de su bicha favorita.

Será divertido. Pero más allá de eso, el pacto también me provoca una sonrisa socarrona al pensar que las cuentas que va a apoyar la coalición soberanista —la llamo así porque un día puse abertzale y me lo afearon algunos integrantes de la formación— no creo que sean muy diferentes de las que desdeñó con cajas destempladas en la demarcación autonómica. Y sí, ya se conoce uno la película del relato y los adornos sobre los compromisos megamaxisociales que se dirá que se le ha arrancado a la contraparte. Pero no me cuela. O sea, me cuela en la misma medida que hice como que me tragué las aleyuyas de Podemos en la CAV, pretendiendo que gracias a ellos, los presupuestos son requetefeministas, requeteverdes y me llevo una.

Allá cada cual con los autoengaños al solitario y, sobre todo, con lo que se vende a la parroquia. Bienvenidos los pactos, que no dejan de ser males menores porque a la fuerza ahorcan o estrategias del rato que toca. Como digo más arriba, este en concreto lo aplaudo, como aplaudí la abstención con sabor a sí en la investidura de Sánchez. Lo que no se me escapa es el contraste.

Otra investidura

Pierde uno la cuenta de las veces que hemos estado en las mismas durante los últimos cuatro años. De nuevo, investidura a las puertas con las matemáticas abiertamente esquivas al candidato propuesto. Cabe como clavo ardiendo al que aferrarse en la presente reedición del psicodrama que en esta ocasión hay un acuerdo previo y se supone que sólido entre los dos partidos que hace seis meses estuvieron jugando al gato y al ratón. Si añadimos que entre la variada y rica miscelánea política que salió de las últimas urnas hay una amplia vocación de respaldar el gobierno del mal menor, el escenario pinta media migaja mejor.

Con todo, esa amalgama sigue sin ser suficiente. Los hechos tozudos vuelven a señalar a los soberanistas catalanes, y particularmente a ERC, como depositarios de la llave que abre el primer portón a Pedro Sánchez. Conoce uno el paño lo suficiente como para tener claro que lo que trasciende de las negociaciones entre los socialistas y los republicanos es puro humo para despistar o, sin más, alpiste que nos entretenga a los plumillas al tiempo que calme a los menos proclives de cada formación. Aun así, se diría que la disposición de ambas partes es grande y, fijándonos específicamente en Esquerra, que sus demandas son, no ya razonables, sino de mínimos. Si sumamos que los penúltimos movimientos desde Waterloo, para variar, no apuntan por dinamitar los endebles puentes, quizá haya motivo para la esperanza. Ojalá que al bocachancla Emiliano García-Page los reyes le dejen media docena de botes de vaselina, no para lo que él insinúa en su hedionda metáfora, sino para que se la tome con árnica y sifón.

Inmutable Constitución

Debo reconocer que me entretiene mucho este día de San Nicolás de Bari, digo de Santa Hispánica Constitución. Los telediarios de las cadenas amigas, enemigas y entreveradas llevan banda sonora de lira patriótica —o sea, patriotera—, y transcurren entre loas y proclamas a cada cual más estridente sobre las sagradas escrituras de la Celtiberia cañí. Chupito, cada vez que oigan que el inmaculado texto fue producto de la generosidad, la altura de miras, la decidida voluntad de superar el pasado y la inconmensurable talla personal y política de sus artífices.

¿Y acaso no fue así? Ustedes y yo llevamos las suficientes renovaciones del carné como para tener claro, incluso sin ánimo desmitificador, que la vaina no pasó de un enjuague oportunista. A la fuerza ahorcaban, y los que todavía tenían la piel teñida del añil de sus ropajes falangistas buscaron la componenda con los teóricos opositores al régimen que no pudieron evitar que el viejo muriera en la cama. Tocaba una de borrón y cuenta nueva, y como se engolfaba en decir el mago Tamariz de la época, Torcuato Fernández Miranda, el birlibirloque consistía en ir de la ley a la ley. En plata, del Fuero de los españoles a la Constitución de 1978.

Fue, sin duda, un mal menor, o si somos medianamente justos, una mejora respecto a lo anterior. Pero si resultaba largamente insuficiente en su génesis a golpe de cenicero lleno, cambalache y ocurrencias, cumplidos hoy los 41 años, la pretendida ley de leyes apesta a chotuno. Pide a gritos una puesta al día que, lamentablemente, no se acometerá porque sigue siendo la piedra angular de un régimen más sólido de lo que parece.

Principio de realidad

Mi animal mitológico favorito empieza a ser el nuevo estatus vasco. Y cuando digo vasco, quiero decir de los tres territorios de la demarcación autonómica. El baño de realismo empieza por ahí. Si nos diera por ampliar el espectro a Nafarroa, y no digamos a Iparralde, nos encontraríamos con la aritmética totalmente en contra. Como a la fuerza ahorcan, quienes no hace tanto se enrocaban en el Zazpiak bat o nada acabaron cayéndose del guindo y aceptando que cada trocito del mapa tiene sus ritmos. Eso, claro, haciendo precio de amigo y no reventando del todo el globo de la ilusión, porque si somos una gotita sinceros con nosotros mismos, sabemos perfectamente que pueden pasar decenios antes de que en el norte el soberanismo deje de ser incontestablemente minoritario. En cuanto a la Comunidad foral, y sin negar los avances de los últimos tiempos, la correlación de fuerzas sigue siendo favorable a lo que hemos dado en llamar unionismo.

Resumiendo, la única posibilidad de emprender el camino hacia Ítaca pasa por encontrar un acuerdo amplio en la CAV. ¿Acaso no era lo suficientemente amplia la mayoría que sumaban PNV y EH Bildu en el acuerdo inicial? De cara al objetivo perseguido, no, salvo que pretendiéramos excluir a una porción enorme de la sociedad a la que decimos escuchar. En cualquier caso, y como nos enseña para bien o para regular el ejemplo catalán, no estamos ante una cuestión de puras matemáticas. Qué va, ni siquiera de justicia. Aunque pensemos que la razón está de nuestra parte, el terreno de juego es el que es. Se impone actuar con pragmatismo. Y mejor hacerlo ahora que dentro de otros quince años.

Un acuerdo posible

Sigo con atención moderadamente escéptica el baile presupuestario en la demarcación autonómica. Comprendo que a la mayoría de mis convecinos el asunto se la trae bastante al pairo, incluso aunque lo que esté en juego sea literalmente el mejor o peor destino de sus dineros. No lo apunto como reproche, sino como constatación. Me hago cargo de lo complicado que es para el común de los mortales entender los intríngulis de las cuentas públicas y no digamos ya los tiras y aflojas entre los gobiernos y los grupos de la oposición, que generalmente no pasan de imposturas demagógicas. Lo que ocurrió el año pasado en estos mismos lares es el ejemplo perfecto de lo que digo. Tanto marear la perdiz para acabar en una prórroga que, gracias a unos parches legislativos, no ha supuesto grandes quebrantos.

Eso fue con EH Bildu. En este caso, como saben, la fuerza aparentemente más proclive al acuerdo con el gobierno bipartito es Podemos. Ni siquiera Elkarrekin Podemos, pues los representantes de Ezker Anitza se han borrado de saque alegando no sé qué de unas líneas rojas. Merecerían una columna aparte los humos que gastan quienes, de haber concurrido en solitario a las elecciones, no se hubieran comido un colín y ahora van con el mentón enhiesto. Lo dejo para otra ocasión, pues apenas me quedan caracteres para señalar que sería muy digno de aplauso que los presupuestos de 2020 salieran adelante con el respaldo de tres partidos, a primera vista, tan diferentes. Si abrimos una gota el foco, y por mucho que nos repitan que no se deben mezclar negociaciones, el acuerdo sería coherente con el que se intenta conseguir en Madrid.