La kortina de Mendi

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El príncipe de los castaños preside las memorables ruinas de la kortina de Mendi

Ayer por fin conocí la kortina de Mendi, asentada en uno de los pocos espacios llanos que ofrece la ladera septentrional del monte Pagolar (722 m). Unas piedras derrumbadas en el más recóndito e inaccesible rincón, bajo un sobrecogedor castaño, denotaban el enclave que había sido pieza vital en el devenir de mis antepasados. Instante de placer inmenso, de comunión con la tierra y con la esencia de lo que somos.

Allí estaba a solas con mi padre (83 años), que volvía a aquel lugar de trabajo que, en su niñez, se encargaban de preñarlo con ilusiones. Nada menos que setenta años después de su última visita…

Tras un intento de localización fallido a la mañana, con su hermano –mi tío– Pedro (89 años), a la tarde, ya sin compañías, fue la vencida. No con poco esfuerzo y tras dar mil y una vueltas. Porque aquel “Sí hombre, cómo no voy a saber llegar” que sonaba a fanfarronería al comienzo de la aventura se transformó en sórdida desorientación: unas descorazonadoras selvas de pinos, incontables nuevas pistas para sacar madera y el cierre de los viejos caminos humillaron todos sus recuerdos y el reencuentro se intuía inviable.

Pero por fin, cuando ya íbamos a desistir, en el último desesperado intento, allí apareció nuestra bella durmiente. Habíamos por fin escuchado su angustiada llamada y estábamos deseando besarla.

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Pedro y Celes, pensativos y ansiosos por encontrarse con la memoria de su madre, setenta años después, allá en Mendi

Las kortinas (cortinas) o kirikiño-hesis como se llaman en Orozko, son unas grandes construcciones circulares de piedra en donde se guardaban las castañas con su erizo. Allí, en su interior, sazonaban absorbiendo las sales del erizo durante uno o dos meses para alcanzar un sabor inolvidable. Cuántas veces he escuchado a mis padres decir que no les extraña que no se coman ahora castañas. «¡Si no saben a nada! ¡No sabes tú lo que eran aquellas de las kortinas! ¡Qué diferencia de sabor

Por otra parte, en Laudio, Luiaondo, Okondo y Orozko las castañas fueron además fuente de riqueza, no sólo de supervivencia alimentaria: se vendían en grandes cantidades, muchas de las ocasiones para su exportación vía puerto de Bilbao hacia Flandes y otros lejanos lugares.

Mi abuela, de nombre Dominga Mendiguren Solaun (1900-1956), a la que sigo añorando por no haberla podido conocer, era al parecer una hábil apañadora, una labor normalmente femenina que se complementaba con la de los chicos que vareaban los castaños para “derramar” aquellos soñados erizos. Y llevaba en la casa la responsabilidad del uso de la kortina y de la cosecha anual de la castaña.

 

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Mis apuntes etnográficos cortejan en sentido homenaje a amama Dominga y sus padres, mis bisabuelos, en una imagen de hace más de un siglo, frente a su caserío de Markuartu

 

Ya con el cambio de los sistemas de producción del siglo pasado, desde muy jóvenes, mi padre y sus hermanos intentaron sacar algún pequeño jornal en la pujante industria, un oportunidad abierta que les sacaría de la miseria que arrastraban desde generaciones atrás en el aquel menguado caserío del que eran inquilinos. Y pronto se percataron de que el hambre se saciaba en las humeantes fábricas del fondo del valle y no en aquellas kortinas cada vez más elevadas por el empuje con el que la enfermedad de la tinta del castaño iba asesinando, laderas arriba, a aquellos misericordiosos árboles.

Aun con todo, su madre Dominga siempre les decía que, por favor, al margen de aquellos deslumbrantes jornales, nunca abandonasen la kortina, porque aquello siempre había sido la mejor garantía para sobrellevar el hambre. Que era algo muy nuestro, una labor demasiado arraigada en el alma como para permitir que nunca, ni pasados ni presentes ni futuros, lo olvidásemos.

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Restos de la kortina familiar de Mendi

Pero la historia no tenía marcha atrás y nunca quisieron aquellos resabiados muchachos saber más de aquellas paredes en lo alto del monte. Hasta ayer que, demasiados años después, la volvimos a visitar motivados por mi insistencia (estoy catalogando e investigando esas humildes construcciones), espoleado además por la emisión unos días atrás de un programa en ETB2 en el que hablé algo del tema.

Sobre la kortina de Mendi, amparándola, se exhibe vanidoso el más solemne castaño que jamás haya conocido en Laudio, desplegando unos imponentes brazos sobre el lugar, aderezándo de magia todos los rincones, mutando en excelso y monumental el más humilde de los enclaves. Alguna extraña intuición me dice que ahí hay algo más que un casual árbol sobre unas paredes caídas: aquel lugar estaba allí esperándonos desde décadas atrás. El pasado nos hacía señas: sin duda nos quería hablar.

Una vez bien reconocido el lugar por mi padre, reconfortado al recobrar el control, abandonamos sin problema el “castañal viejo” para ir a una kortina inferior y, de ahí, a “la de Tomás” [en referencia a un tal Tomás Zubiaur], la más grande y curiosa de todas, con una cabaña anexa incluso, que en su día contaba con tejado de césped (tepes, porciones de hierba con tierra volteadas y colocadas a modo de teja). Todo en ruinas pero identificable. Incluso con la portezuela de la kortina  sin destapiar, indicándonos que la última gran cosecha nunca se bajó al valle y que quedó allí abandonada, para la eternidad.

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La admirada «kortina de Tomás«

Tras hacer las fotos y mediciones oportunas, descendimos raudos por el antiguo “sendero de Potroloka”, ahora excavado por un regatillo que avanza en un entorno de maleza y que en su día era al parecer el flamante camino por el que subían con carro y bueyes a por las castañas. «Era –me dice aita– malo, porque había mucha piedra que dificultaban continuamente el avance de las ruedas». Y desde allí, ya seguros, bajamos hasta la “campa de Inuskitza” (Inúsquiza) y luego a Dibidaur y…

Allí quedan para siempre sus recuerdos porque me ha jurado que no va a volver más. Las piernas de aquel brioso muchacho que a diario subía hasta la kortina de Mendi un puchero de rancho para dárselo a sus hermanos y padres, se resienten ahora ante el esfuerzo.

Como sabe su hermano Pedro que, al no lograrlo ayer en el intento de la mañana, renunció para siempre a regresar a aquel bendito lugar.

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Sin embargo, lejos de estar apenados, una vez abajo celebramos la localización como si se hubiese tratado de un gran acontecimiento, algo especial. Estaban excitados, alegres, porque sabían que cerraban un círculo cuyo final presienten cercano. Por fin habían cumplido con el mandato de su madre, Dominga, y ya pueden vivir y morir en paz.

Ahora me toca a mí la responsabilidad de no olvidarlo y transmitirlo a mi descendencia. Y al mundo. Será todo un placer, amama Dominga… Aunque me cueste alguna lágrima cuando algún día vuelva y no estén allí mis seres queridos.

Todo esto y mucho más, ayer allí arriba, en aquel sitio al que ya no va nadie: la vetusta pero encantadora kortina de Mendi.

 

Maiatzean laian eta orduan jaian

«Maiatzean laian eta orduan jaian» dio euskal esaera zahar batek. Bestela esanda, behin lurra iraulita, ar eske dago, beroaldian, animaliei gertatzen zaien bezala. Prest azaldu zaigu, horrenbestez, hazi maskulinoa bere barrunbeetan besarkatzeko, gozatzeko eta goratzeko, irudika daitekeen elkartze idealizatuenean.

Hori, ni bizi naizen tokian eta aurreko post batean kontatu nuenez («Quiero ser arcángel«), maiatzean egiten zen: maiatzaren 8rako (Done Mikel Goiangeruaren agerpena) soroak laiatuta eta 11n (San Mateo) ereinda. Nekearen nekez, «nekazari» hitzari dagokion moduan…

Hortik aurrerakoa, laborari familia horren zoriona ala zorigaitza, patuaren indarrak erabakiko zuen. Alea jacta est, erromatarrek zioten moduan gauza baten etorkizuna euren eskuetatik kanpo zegoenean. Itxarotea besterik ez zitzaien geratzen gure arbaso baserritarrei. Eta zeruari begira, otoitz egitea, naturaren indarrak norberaren beharren aldera erakartzeko.

Horregatik dugu gaurkoa egun esanguratsua: maiatzaren 15a, San Isidroren omenezkoa.

Aurreratu behar dut ni ez naizela batere fededun, are gutxiago kristau edo elizkoi. Baina aitortu behar dut biziki gustatzen zaidala Elizaren kontuei erreparatzea, euren ohiturek eta egun gailenek sinesmen edo egite oso arkaikoen isla ematen digutelako. Ikasi behar dugu horien mintzaren atzean irakurtzen. Hortaz, egun honi, neure esparru pertsonalerako, eman nahi diodan garrantzia. Beste aitzakia bat egun arrunta egun berezi eta aparta bihurtzeko…

Duela gutxira arte, oso ospatua izan da San Isidro, nekazarien zaindaria delako eta, haren hedaduraz, baita abeltzainena ere. Hots, gure baserritarrentzako patroi bikaina.

Batzuk dira pertsonaia horri egozten zaizkion mirariak. Ezagunena diosku, behin batean Isidro morroi zebilenean jaun ahaltsu eta pagano batentzat, golde-lanetan idi pare batekin, gelditu egin zuela bere lana jainko kristauari otoitz egiteko. Jabeak, bazter batetik begira ostendua zelatan zebilela, harrapatu zuen bere eginbeharra utzita. Eta errieta egiteko prest zegoenean, zigortzeko asmo maltxurraz, aingeru bat agertu ei zen eta berak zuzendu zituen idiak, lan bikaina eginez, santuak bere otoitza eten barik. Hain izan zen liluragarria bertan ikusitakoa, ezen Isidroren jabea kristau bihurtu baitzen eta, bere atzetik, beste asko eta asko.

Umeentzako ipuina dirudi baina erreferentzia izan da gure baserritarrentzat urte eta urteetan.

Gauk, hainbat ospakizun berezi eta ganadu feria dugu: bat aipatzearren, Aiarako Arespalditza herrian egiten dena. Ihes egiten zaigun kultura baten azken postal bizidunak ikusteko aukera. Gutxi barru betiko joango zaigulako gure kulturaren azken belaunaldi hori. Eta orduan, hutsune hori izango dugunean, orduan bai, faltan izango dugu orain arbuiatzen ditugun San Isidro ospakizun eta feria.

Egun zoriontsua izan dezaten Euskal Herriko baserritar guztiek.

Quiero ser arcángel. 8 de mayo.

Quiero ser arcángel, sí. Y es que ya me diréis que a quién no le va eso de vivir en los cielos y gozar de placeres, exenciones fiscales… Sin ruidos, con barras libres… Sin tener que comprar la comida, ni madrugar, ni fregar… A tope y sin sentirte luego mal por los excesos.

Aunque, todo hay que decirlo, a los humanos nos lo han puesto un poco jodido. Porque ser beato o mejor santo está bien, no le vamos a quitar mérito, pero es a base de haberlas pasado canutas aquí abajo: o te has jodido de hambre o te han torturado o te han comido los leones… Y de pillar cacho, nada. Hasta los calentones están radicalmente prohibidos. Así es que ya veis qué plan más excitante. No sé hasta qué punto compensa pasarlas aquí más putas que Caín —¿no tendría que ser «más putas que Abel»?— para meter el morro en ese mundillo. Yo, personalmente, veo eso de ser santo como una cosa de pringadillos, de aficionados de poca monta.

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Pero ser arcángel es otra cosa. Ahí naces así y ya lo tienes hecho. Sin hincarla ni dar palo al agua. Un poco como los Borbones, que vives del cuento y encima te adoran y vitorean.

Para que me entendáis, es como ser el encargadillo de los ángeles: un chollazo. De hecho eso significa el “arc-” inicial de su nombre: ‘superior’. Entonces un arcángel es un ‘ángel superior’. Carpeta bajo el sobaco para aparentar que haces algo y paseítos y jamadas para cerrar tratos por ahí. Poco más: y a vivir que esta vida son cuatro eternidades.

No como los ángeles, siempre currando a tope, atentos para que nadie se salte un semáforo en rojo, para que no nos tiremos de cabeza a esa piscina que cubre poco o enamorando a bobalicones. Una labor que roza la esclavitud y que en absoluto está bien pagada. Y además no pillan porque no tienen sexo: «¡Mierda con la tara! ¡Podían habernos hecho sin las plumas!» Me los imagino maldiciendo su destino…

Así las cosas, podríamos decir que los arcángeles “viven como Dios”. Pero es que nos quedaríamos cortos: yo creo que viven hasta mejor. Porque el jefe supremo también debe de andar a tope: ya veis que ni siquiera tiene tiempo para atender las injusticias, el hambre, guerras o violaciones… Así es que, pudiendo elegir, me quedo con lo de ser arcángel. Tienen tal libertad de actuación, que incluso van de incógnito para que no les controle nadie: por eso se les cita sólo dos veces en la Biblia y de chiripa o descuido. ¡Vaya colada se metió algún evangelista!

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Son tan secretos que no hay ni una lista definitiva y varía según la religión que los trate. Pero daremos por buena la nuestra y no las otras, como con tanta cortesía hacemos siempre.

Así contaríamos con un equipo de siete, cada uno con su campo de acción, una especie de ministerio pero sin ni siquiera llevar el maletín. Por tanto, nuestros arcángeles son Miguel (Ejércitos), Gabriel (Comunicaciones), Rafael (Carreteras, Sanidad y Amores), Uriel (Patrimonio inmueble), Raguel (Justicia: como veis, el gran desconocido, el que tiene el mundo como lo tiene), Sariel, (encargado de enderezarnos a los Pecadores) y Remiel (Resucitados o puertas giratorias).

Os habréis percatado de que los que más necesitamos son los que menos se lo curran. Pero claro, como es el cielo y allí no hay tensiones, tampoco se les puede recriminar nada, para que no se estresen.

Por el contario, de entre todos ellos ¿cuál es el más activo, el más conocido, el que más vitoreamos con diferencia? ¡San Miguel! El que reparte hostias a diestro y siniestro. El de las peleas, el matoncete de los recreos.
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¿Y cuál es el que más nos ha gustado a los vascos y vascas en toda nuestra trayectoria histórica, al que hemos hasta nombrado como patrón y protector de Euskal Herria? Pues ese mismo: San Miguel, el zumbón. De los otros, ni una mísera ermita. Aquí el que no levantaba piedras o mataba algún dragón, era tenido por mingafrías, por excesivamente vago. Y no se le hacía aprecio… que es como hacer desprecio.

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¿Y a qué viene todo esto? Pues para decir que hasta a la Iglesia le sonó a excesiva esa veneración tan exaltada hacia San Miguel y sus mortales leñazos. Y  le quitó con un decretazo todo el boato y culto a su celebración del 8 de mayo, una fecha que hasta entonces era bien ensalzada y esperada. Porque como sabréis, la fiesta principal del fenómeno este, la celebramos en septiembre, el 29. Y no era cuestión de repetir en otro día. Así lo sentenció la Santa Madre Iglesia.

Pero, como decíamos, hasta no hace mucho, se celebró el 8 de mayo, para conmemorar que —dice la tradición— una vez San Miguel «el matachín» bajó de los cielos y estuvo charlando con un pastor —que por cierto estaba acojonado y pálido pensando que le iba a caer una mano de brillantina— en Italia, en el monte Gargano, en la espuela de la forma de bota que hace el país. Dicen que en el año 492. Pero no os lo puedo asegurar del todo porque no había nacido. Ni siquiera recuerdan mis padres habérselo escuchado a los abuelos.

Y ese 8 de mayo que tan cerca tenemos hoy, ha sido referencia y origen para muchas fiestas de nuestros pueblos que tan desvinculadas vemos ahora, porque por nada el mundo relacionamos el 8 de mayo con San Miguel, nuestro Done Mikel. Pero en otro tiempo era tal su relevancia que hasta se tenía por un hito en el calendario, asociado a las labores humanas con la que procurar la supervivencia a la prole de la casa.

Por eso se dice en la sabiduría popular aquello de SAN MIGEL MAIATZEKO, GURE SOROA LAIATZEKO, es decir, ‘por el San Miguel de mayo, a layar nuestro huerto’
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La ‘laia’ es, como sabréis, un apero agrícola con el que se voltea la tierra antes de sembrar. Una especie de braván o arado manual del que ya hablaremos en otra ocasión.

Consultados mis padres me comentan que sí, que la fecha en cuestión podría ser una buena referencia. Pero que en función de la bonanza atmosférica también se solía adelantar algunos días. Y que lo ideal era dejar volteados esos trozos de tierra y que se empapasen con alguna tormenta de primavera, con esas preciadas gotas cálidas… porque eran las que le daban «otra gracia a la tierra». Luego, lo que es el sembrado en sí, se hacía pasados unos días, en torno a San Isidro, el día 15, el de santo labrador.

Pero no nos referimos al sembrado de trigo, etc. cuya sementera se hacía en noviembre-diciembre sino al de la siembra primaveral del maíz, las alubias… aquellas especies americanas con las que aquí erradicamos el hambre que hasta entonces nos retorcía. Por eso, saciados, dejamos paulatinamente de adorar a aquel brutote San Miguel, porque aprendimos que en la vida hay que hablar más y hostiarse menos.

No por ello hemos de olvidar la referencia que supone el 8 de mayo. Por nada del mundo. Ni del cielo. Y a lo dicho: que no vayáis de chulos por la vida. Que por mucho que lo pretendáis, serlo de verdad son siete: los arcángeles. Por eso yo quiero ser uno de ellos. Me pido ser cubrebajas de Rafael, el de los amores, el del roce sin pecado. También por eso quiero ser arcángel. Podéis ir en paz.

Itziar, neuk ere maite zaitut

 

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Duela urte bi, 2015eko maiatzean hain zuzen ere, egun batzuk pasatu nituen Itziar Ituñorekin, Orozkoko kondairekin liluratuta zegoelako eta, balizko antzezlan baterako, inspirazio gisa erabili nahi zituelako. Laguntzea eskatu zidan. Elkarrizketa goxo batzuk eta hainbat ibilbide partekatu genituen udaberri hartan, aitzakia paregabe eta ukaezinaz.

Han-hemen ibili ginen, bazterrak arakatzen, urratsak egiten. Eta, egun haien ondorioz, gauza bakar bat esan dezaket: antzezle ona badela, jakina. Baina, zalantza barik, askoz hobea dela esparru pertsonalean. Egiatan neska zoragarria da, atsegina, elkarrizketa sakonekoa, betea, detaile guztietan fina, goxoa, zaintzen zaituenaren sentsazioa ematen duen horietakoa.

Bestela esateko, berpiztu genituen Orozkoko lamiekin gertatu bezala, tratuan jardun eta berehala betiko maiteminduta uzten zaituen pertsona horietakoa da. Baita Roberto izeneko bere bikote aparta ere: zoragarria. Amazoniako gazte garden eta lerden, gizaki purua… A zer nolako bizipoza eman zidan bere indio estetika eta itxura osoarekin, Urigoitiko zaharrei euskaraz sano-sano egiten ziela ikustean… Ze harridura aurpegiak: “Niri bere, euskeraz, e?” Nola ahaztu bizipen gozo eta gogoangarriak haiek!!

Geroztik, mezu eta deiren bat trukatu dugun arren, ez dut berriz ikusi. Ezta pantailetan ere. Baina Itziar eta Roberto betiko izango ditut bihotz-lagun, euren ontasunez markatu nindutelako.

Horregatik min handia egin dit ikusteak nola tratatu duten Itziar Espainiako “leizetarrek”, “kabernikolek”… Txori xume bat gaiztakeriaz kolpatzen ari direla ikusiko bagenu bezala, haren mina gure min bilakatzen delako, nahitaez barrunbetan txertatzen zaigulako, haren samindura-zama arindu nahi diogulako… Sentsazio bera izan dut. Eta tristatu nau.

Ez gara esparru politikoetan sartuko, ez dudalako ulertzen nola Espainiak ez gaituen onartzen eta, aldi berean, nola asaldatzen diren ikustean ez dugula euren parean egon nahi. Tratu txarrak ematen dizkigunarekin egon behar al da ala?

Asteburuetan Madrildik etxera doanean “lagunekin euskaraz ere egiten duela” diote batzuek hortik, fatxa-foroetan… Hori delitua… Ba al da etxera ilusionatuta  itzultzeko motibo ederragorik? Bien bitartean, Espainiako justizia isilik eta zelatan, esku hartu barik, iraindua haietako bat ez den bitartean…

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Beraz, Itziar, watxapez esan bezala, zentratu zaitez zure lanean, bikainki egiten duzulako. Hori besterik ez dugu zuregandik nahi eta espero, horrekin zoriontsu egiten gaituzulako. Eta zure bizitza gura dituzun bizipenez bete, ardura barik, lokabe, aske, hegalari… amaieran kontuak eskatzeko jainkorik ez duzulako topatuko, zu arratsalde haietako Itzinako jainkosa eta sorginen pareko bihurtu zinelako.

Mila musu eta gora gu, euskara eta Euskal Herria!!! Eta ez ahaztu, Itziar: neuk ere, Euskal Herri osoak bezala, MAITE ZAITUT. Eutsi.