Los de Atxuri en la romería del Yermo

Desde que tenemos noticias documentales de su existencia en la Edad Media, era Santa María del Yermo un templo de gran renombre y proyección, ligado a grandes linajes algo que convierte a nuestro templo en sobresaliente. Pronto se le atribuyen cualidades milagrosas y ello supone que la gente codicie enterrarse allí, que se firmen numerosas donaciones testamentarias para el santuario y que comience a peregrinar gente hasta allí, buscando la solución divina a sus cuitas humanas. Y pronto se convierte en renombrada la fiesta su romería.

PERO EN ESTA OCASIÓN queremos hacer especial mención al punto álgido de sus romerías, en las décadas a caballo entre el XIX y el XX ya que se lo debemos a una cuadrilla de entusiastas jóvenes que se reunían en la taberna de Paloca (Atxuri) y que se encargaron de llevar a miles y miles y miles de bilbaínos hasta la romería de Laudio, un pueblo que se vio abrumado por el gentío que, desde la ciudad, acudía a aquel delicioso paraje de montaña.


La sociedad vasca de fines del XIX vivía sumida en una gran crisis emocional, de pérdida de valores, tras habérsele arrebatado definitivamente sus fueros (1876). Eran tiempos de revisión romántica del pasado y de la idealización de las añoradas esencia e identidad vascas que veían como, día a día, se desvanecían.

Por ello, al margen de pasear y dejarse ver, a la nueva sociedad bilbaína le encantaba usar ese recién aparecido tiempo libre para reencontrarse con la esencia rural que se desvanecía, gozándola de un modo quizá artificioso o recreado. Así se ponen de moda, por ejemplo, las casas txakoli —una especie de merenderos a donde se iba a pasar el día festivo— u otros lugares en los que pudiese disfrutarse del tipismo vasco, aquello que ya se intuía desaparecer.

Llegada de romeros bilbaínos a la romería de Santa Lucía. Obra de 1925 reinterpretada para un calendario de 1952 del empresario Arcadio Corcuera.

De ese modo, surgen en el Bocho cuadrillas de jóvenes con gran iniciativa, como lo fueron el Kurding Club —por las «curdas» que cogían— o, especialmente relevante para nuestro caso, el grupo de la taberna de Paloca, en Atxuri, sobrenombre con el que se conocía a Anastasio Bergara Etxabe (1838-1920) un comerciante de vino y que también lo vendía al por menor, de chiquiteo.

Desde aquel punto de encuentro comenzó una cuadrilla de clientes asiduos a organizar en sucesivos años expediciones de bilbaínos a la romería del Yermo, en donde se encontrarían con lo más auténtico del paisanaje rural, algo que durante muchos años se convirtió en un clásico. Recuerdo de aquella intensa relación entre poblaciones, también se comenzó a apodar Paloca a la taberna que los Urquijo tenían en la plaza de Laudio, gestionado años después por Miguel Urquijo Maruri, el hermano del compositor Ruperto y también alcalde. Por cierto, la joven camarera del local era Maricrus, tan presente en los cánticos populares de Ruperto.

Ayudaría el hecho de que el bar de Paloca era en lo político un conocido foro del pensamiento liberal, coincidente con la del Marqués de Urquijo, lo que facilitaría la sintonía en el devenir de nuestra historia.

Aquella gran avenida de bilbaínos, se vio además facilitada por otra aportación de los tiempos modernos, el ferrocarril, que había cambiado nuestro mundo desde que 1863 nos uniese con Bilbao. Se fletaban trenes especiales para transportar a los miles de bilbaínos que acudían al reclamo de la fiesta. También, como es bien recordado en el pueblo, prostitutas que arribaban para dar rienda suelta al negocio del fornicio. De ahí que en los ambientes locales de Laudio, de carácter mayoritariamente conservador —carlista— y rural, observasen con mucho recelo aquellas modernidades que atentaban contra la decencia, por lo que disfrutaban más y de un modo más natural y propio el día de San Antonio, dejando los desmanes de la de Santa Lucía para los foráneos. Por eso entre nuestros laudioarras mayores aún se conoce la fiesta de Santa Lucía como «la romería de los vizcaínos«. Pero no adelantemos acontecimientos…

Sea como fuere, las noticias de prensa de aquella época reflejan a la perfección el ambiente que se vivía por aquel entonces. Y cómo aquellos jóvenes entusiastas del Paloca organizaban con detalle el evento. Hasta se ocupaban de señalizar el camino por donde «…subiendo van los romeros, por Bentabarri [Larraskitu] ya se les ve pasar…» que cantase Ruperto Urquijo. Dice lo siguiente el Noticiero bilbaíno de 8 de mayo de 1886:

«Se preparan para el día 14 solemnes funciones y fiestas en el santuario de Santa Lucía de Yermo, donde además de las misas de costumbre, habrá romería con tamboril y ciegos, esperándose que este año acudirá aún más gente que en los anteriores, puesto que se han arreglado los caminos y senderos, particularmente el que desde Bilbao se dirige a dicho santuario por San Roque y Pagasarri, poniéndose jalones con señales para que nadie se extravíe».

Cada año se intenta mejorar la edición anterior y, gracias a aquella aportación foránea, la fiesta de Santa Lucía va ganando en grandiosidad y suntuosidad. Se dan entrañables escenas en las que se funden dos mundos antagónicos, el de lo moderno y lo tradicional, el de lo urbano frente a lo rural. Nos sobrecogen solamente con imaginarlas:

«Anteayer asistieron a la romería de Santa Lucía de Llodio diecisiete individuos de buen humor todos vecinos de Atxuri y que suelen reunirse en la taberna de Paloca. Los expedicionarios hicieron el viaje en un coche particular que iba adornado con banderas. Entre los romeros figuraban uno vestido de municipal y otro de heraldo. En el trayecto entre Bilbao y Llodio fueron disparando cohetes. Al llegar a Llodio todos los romeros se colocaron en correcta formación, el heraldo que llevaba una corneta se puso a la cabeza y entraron en el pueblo ejecutando una marcha vascongada al estilo antiguo. Todos los aldeanos al paso de la comitiva se descubrían. Llegaron los expedicionarios al punto en donde se celebraba la romería y allí el Ayuntamiento en Comisión salió a recibirles. El alcalde les manifestó que por su antecesor sabía que eran gentes de buen humor y que les daba permiso para que se divirtiesen todo cuanto quisieran. Poco antes de empezar la fiesta fueron retratados con el Ayuntamiento, la Guardia Civil y un asno que conducía un enorme pellejo de vino. Después fueron retratados haciendo el aurresku. Terminada la comida se presentó el Ayuntamiento en la casa en donde se hallaban los expedicionarios para darles las gracias por la visita. Los romeros una vez terminada la romería regresaron a esta Villa a donde llegaron a las 10 de la noche prometiendo volver el año próximo y sumamente reconocidos por el comportamiento del Ayuntamiento de aquella localidad» (Noticiero bilbaíno, 16 de mayo de 1894).

RRomeros llegando a Santa Lucía, una de las últimas obras de José Arrue (pinchar en el enlace)

El asunto fue a más y al año posterior acudió de manos de aquellos entusiastas nada menos que el Orfeón Bilbaíno, que se sumó a la banda de música local y los tamborileros locales.

El año siguiente, 1896, aquella «delegación del bilbainismo» quizá alcanzó su punto álgido al organizar con una comisión de nada menos que veintitrés miembros del Paloca, diversos actos, preparados con varios meses de antelación para que nada pudiese fallar. Ellos mismos buscaban la financiación de aquello que «regalaban» a la fiesta de Laudio. Nos lo cuenta así el Noticiero bilbaíno de 29 de enero de 1896:

«La romería de Santa Lucía que en Llodio se verificará este año promete verse más concurrida que en años anteriores. Veintitrés individuos de esta villa, algunos de ellos muy conocidos por su jovialidad, han dispuesto reunir fondos para celebrar con la debida pompa el día de la festividad citada. Al efecto uno de los expedicionarios ha redactado un reglamento cuya magnífica portada e introducción demuestran las envidiables cualidades caligráficas de su autor. Para fines del próximo mes harán también dichos romeros un cartel a varias tintas que ha de resultar sorprendente si ha de juzgarse por el Reglamento que hemos visto. Este cartel que ha de anunciar los festejos que celebren se expondrá en el establecimiento que en Achuri tiene el concejal señor Vergara», en referencia a Anastasio Bergara, Paloca.

De nuevo acudió para cantar la misa el Orfeón Bilbaíno y hubo diversos actos institucionales de hermanamiento, con intercambio de discursos, agradecimientos y regalos, muy al estilo de la época. El presente más reseñable de ellos es el bello cuadro de Marcelino Gómez que entregaron al alcalde del momento, Luis Plaza, y que desde entonces se exhibe con orgulloso en el salón de plenos de la casa consistorial de Laudio.

Cuadro regalado por la «Sociedad Expedicionaria» de los muchachos del Paloca, exhibido en el salón de plenos municipal

De ahí en adelante, la romería fue en aumento de visitantes, con refuerzo del servicio de ferrocarriles, aunque ya con menos relevancia de aquel grupo del Paloca. Probablemente tuvo que ver un acontecimiento político ya que el tal Paloca, un relevante personaje también el lo político, en una votación crucial en diciembre de 1898, traicionó a su grupo en Bilbao y votó a favor de sus adversarios, los carlistas. Aquel transfuguismo fue algo muy denostado por todo su entorno y vilipendiado por la prensa liberal. Un detalle que, desde luego, no iban a dejar pasar por alto el marqués Estanislao Urquijo ni toda su cohorte política local.

En cualquier caso, nuestra romería continuó exitosa hasta la Guerra Civil, sin el impulso de los del Paloca pero viva por su inercia y, dicen, es a partir de los trágicos acontecimientos bélicos cuando todo comenzó a declinar.

También se cree que aquellos promotores bilbaínos hicieron buena amistad con un chaval de Laudio. Y que por eso, alguna década después y en varias ocasiones, bajaron a Bilbao unos laudioarras montados en unas carrozas tiradas por bueyes. Era el músico Ruperto Urquijo (1875-1970), que pretendía devolver el favor con el mismo ánimo de alegrar el espíritu trabajando la convivencia en buena armonía. Si es que el mundo es un pañuelo. A partir de ahí, todo es sabido. Todo salvo el siempre incierto futuro, que tan solo depende de nosotros.

NOTAS: Cuba. No gozó el compositor Ruperto Urquijo de los años más esplendorosos de los expedicionarios del Paloca pues se encontraba en la guerra de Cuba, de donde regresó enfermo en marzo de 1897. Era aquella contienda bélica la preocupación social del momento, lo que pesaba sobre el ambiente. También con gris reflejo en las fiestas del Yermo, tal y como lo recogen las noticias del momento: « Hoy ha tenido lugar la consabida peregrinación a Santa Lucía del Yermo con un tiempo delicioso para implorar por la intersección de tan milagrosa santa la terminación de la guerra de Cuba y librar de las demás calamidades que afligen por el presente a nuestra querida y valerosa patria. Han asistido los 29 pueblos que componen el Arciprestazgo de Ayala que han dado un contingente de 2200 personas y unidos a este número los que han asistido de los demás pueblos circundantes en el Santuario pasaban de 3500. […] Arraigó con entusiasmo y voz potente sobre el objeto de la peregrinación dando valor a muchas desconsoladas y afligidas familias cuyos valerosos hijos, abandonado el hogar paterno, han ido a guerrear con heroísmo por la integridad de la patria. Hubo momentos en que hizo llorar a la gente y sobre todo a muchísimas madres que no dejan de suspirar por sus hijos […]. A expensas del Excmo. Marqués de Urquijo se obsequio a los peregrinos con ración abundante de carne y pescado con su correspondiente pan y vino» (Noticiero bilbaíno, 16 de septiembre de 1896).

Recuerdos de Santa Lucía. Junto a aquellas masas humanas que acudían desde la capital de Bizkaia llegaba también la modernidad a nuestro pueblo y, por ello, todas las costumbres y estética «de antes» parecían desvanecerse.

A eso canta Ruperto Urquijo (1875–1970) en su centenaria canción «Recuerdos de Santa Lucía«. Quedaos especialmente con el mensaje de su letra, cargado de añoranzas con el pasado:

«Ya no se ven las aldeanas bailando junto a la ermita. Ya no se ven las aldeanas, ya son aldeanas artistas. Ya no se ven guapas mozas con sus vistosos pañuelos, delantal, trenzas hermosas a poca altura del suelo. Ya no bailan las aldeanas guapas, con el sello que las distinguía. No tienen las alegres paseras el sello de aquellas porque se perdió. Ya no tienen las alegres pascuas la belleza pura y natural que le daban las aldeanas guapas en día tan bello… bello sin igual»

PODÉIS VERLO Y ESCUCHARLO AQUÍ:
https://www.youtube.com/watch?v=p4I-twxPR7k

Segunda obra regalada. Además del cuadro que se exhibe aún en el salón de plenos de Llodio, se hizo entrega de otra obra de arte de la que nada más hemos sabido. La había elaborado con gran esmero Benito Ordeñana, profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao. La describen así las noticias de la época: «El trabajo es un verdadero capricho […] lleva dibujada en el fondo una diligencia con los tamborileros vestidos de casaca roja y tricornio en el testero, dentro los alegres expedicionarios [los muchachos del Paloca de Atxuri] y a la zaga un lacayo de sombrero de copa y levita» (Noticiero bilbaíno, 25 de mayo de 1896).

Fecha de la fiesta. Siempre se celebraba el lunes de Pentecostés que, como su nombre en griego indica, son cincuenta días tras la resurrección de Cristo. Una fiesta cristiana que, una vez más, tiene su origen en los ciclos de la agricultura. Sea como fuere, dicho de un modo más pragmático y sin connotaciones ideológicas, la fecha elegida era el lunes situado cincuenta días después del primer domingo tras la primera luna llena de la primavera. ¡Qué cosas! Pero, desde 2013 y a petición de los vecinos del lugar que organizaban la fiesta, se celebra el último lunes de mayo.

La taberna de Paloca. Se trata de un edificio construido en 1848 en el que Anastasio Bergara, alias Paloca, ocupaba tanto la planta baja, donde se halla la taberna-almacén, como el primer piso, de vivienda. Fue uno de los bares modestos en lujos pero emblemático en el chiquiteo bilbaíno. Con el tiempo fue decayendo, convirtiéndose en un bar muy vulgar, en el que en sus últimos años, la clientela solo acudía por las chicas de sexo fácil que allí ofrecían sus encantos y/o miserias. Sabemos que a primeros de 1968 ya estaba definitivamente cerrado, más de un siglo después de su apertura. Quien nos diría que aquel antro iba a ser tan relevante para la historia de Laudio.

Ver para creer: ¡que santa Lucía nos conserve la vista!

Imagen del año pasado, con aquello del «Al mal tiempo, buen vino». Este año nos quedamos sin la legendaria romería consecuencia de la pandemia.

Orígenes del Dolumin Barikua de Laudio

El poderosísimo primer marqués de Urquijo (Estanislao Urquijo Landaluce, 1816-1889) ocultó en la medida de lo posible que sus orígenes estaban en una humilde familia baserritarra de Murga, Ayala. Era una realidad que deslucía el título nobiliario que, con él, había instaurado en 1871 el rey Amadeo I.

ORÍGENES HUMILDES. Un nuevo rico, pero no un noble de raza,  algo que jamás pasaría por alto la aristocracia de rancio abolengo con la que se relacionaba. Dedicó Estanislao toda su vida a cometer grandes empresas políticas y empresariales, con gran éxito, tanto que amasó una ingente fortuna económica, algo inconcebible hasta el momento. Pero… no dejaba de ser hijo de unos vulgares campesinos.

PARTIDA BAUTISMAL. Misteriosamente, su partida bautismal está arrancada del libro de registros de la parroquia de Murga, un suceso que siempre se ha relacionado con la voluntad de ocultar su raigambre humilde y campesina. Un gesto para desvincularse con un pasado que, en cierto modo, le resultaba deshonroso.

Tampoco se puede obviarse el modus operandi con el que consiguió muchas de sus innumerables propiedades y caseríos, ejerciendo de prestamista y aprovechándose de la situación de miseria de algunas familias baserritarras, dejándolas en muchos casos arruinadas y desahuciadas.

Sin embargo, no podía evitar aquella irrefrenable pasión por el cultivo de la tierra, llenando de plantas, árboles y vides sus propiedades. Porque le brotaba desde los genes ya que, desde muchas generaciones atrás, no era sino un simple agricultor.

CONCIENCIA. Ese conflicto entre el ser y el no ser le debió atormentar hasta el último de sus días, sabiendo que había repudiado algo tan noble y digno como el ser agricultor. Conocería aquella frase del clásico Cicerón (106-43 a. C.) que decía que «La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre». Y le remordería en su fuero más íntimo.

Siendo como era Estanislao una persona de fervorosas convicciones religiosas, a medida que avanzaba su vida, se vería cada vez más incomodado por esas dudas que martillearían su conciencia. Y con ellas dejó este mundo el 30 de abril de 1889.

TESTAMENTO. Toda aquella lucha interna parece reflejarse en su testamento, bien enfocado desde las primeras disposiciones no a la salvación de su ingente fortuna, que poco valía en el más allá, sino al rescate de su alma, a la redención de sus pecados. Por ello, nos habla desde un principio de encomendar su alma a Dios, de mostrar humilde y sin boatos su cuerpo en el funeral, de encargar nada menos que 20.000 misas rezadas por la salvación de su alma, así como inconmensurables donaciones a entidades religiosas y de beneficencia. Y, entre todos esos mandatos píos, nos llama la atención el encargo testamentario de ayudar, promocionar y premiar económicamente a agricultores y ganaderos de la comarca. Un reencuentro quizá entre las dos caras de una misma realidad: lo que había intentado ocultar frente a arrogante aristocracia pero que no podía esconder ante Dios. Daría así una solución post mortem a aquellos remordimientos que tanto le pesaban.

Retrato de Estanislao Urquijo Landaluce, el hijo de campesinos que llegó a ser noble, el primer Marqués de Urquijo (La Ilustración Española y Americana, 1882)

1890. Así, al año siguiente de su deceso y en cumplimiento del mandato de primer marqués, se acordó en sesión de 7 de mayo de 1890 de la Junta de Caridad del Valle [de Laudio] instaurar unos premios en diversas categorías para estimular el sector agropecuario comarcal como nunca se había hecho. Es el germen de lo que luego sería la renombrada Feria de Viernes de Dolores o Dolumin Barikua.

Quizá por su fecha de fallecimiento un 30 de abril, próxima al Viernes de Dolores — viernes previo a la Semana Santa — de aquel año y por reforzar aquella fuerte devoción cristiana, se instauró esa fecha como día de los premios. Participaban baserritarras de la comarca pero también tomaban parte en las compraventas gente de Gasteiz, Cantabria, etc. ya que la feria alcanzó gran renombre.

Hay que decir que, por las circunstancias puntuales de cada momento y dado que era una iniciativa en cierto modo privada, no se llevó a cabo todos los años. Lo mismo que nos sucede en esta ocasión, el viernes 3, con motivo de la pandemia de coronavirus.

Placa acreditativa del primer premio de 1909 expuesta en la fachada del caserío Errekakoa en el camino de Katuxa-Ibarra en Gardea. Fabricada en hierro colado, cuyo negocio controlaba el marqués. Es este caso, se trata del segundo marqués, Juan Manuel Urquijo Urrutia, sobrino del primero.

PREMIOS. Las primera edición constó, a modo de prueba, de 17 categorías consistentes en labranza, árboles frutales, toros del país, vacas del país, toros de raza suiza, vacas de raza suiza, yuntas de bueyes, terneras hasta un año, novillas, parejas de novillos de 2 a 3 años, yeguas, mulas, potros, berracos de raza extranjera, cerda con crías, cebones y, para finalizar, «recría de cebones en mayor número».

Con el paso del tiempo, la feria fue evolucionando y adquiriendo gran arraigo y éxito, tanto entre la población baserritarra que acudía al evento con sus mejores galas y productos, como en la más urbana, que gozaba de aquel encuentro con el añorado mundo rural.

Retrospectiva de la feria de Viernes de Dolores con un toro semental premiado

MUNICIPAL. Por ello, al decaer la influencia local del marquesado, fue el mismo ayuntamiento de Laudio quien se hizo cargo de la feria a partir de 1950, algo que ha llegado hasta nuestros días. Una fiesta grande, de ambiente, de las de animar el alma.

CARNE Y BULA. Aunque no tengamos pruebas documentales de ello, siempre se aseguró que el marqués había conseguido una bula especial, expedida por el mismo Papa y que permitía comer carne en esa fiesta en Laudio, a pesar de ser un viernes de Cuaresma, de rigurosa vigilia. Se aprovechaban bien de ello los que habían de cumplir con el rito de la «robla» que ponía fin a la compraventa del ganado.

DENOMINACIÓN. Para finalizar, me gustaría hacer una referencia a su nombre de Dolumin Barikua, algo que nos parece tan «de siempre» pero que en realidad no lo es. El nombre oficial de la feria fue el de Viernes de Dolores desde sus orígenes. Una referencia religiosa que, en el euskera de nuestro entorno, ha sido conocida como Doloreetako Barikua. Pero, en el renacimiento tras la dictadura franquista, se buscaba un nombre más pomposo y culto, tan brillante como el mismo evento, así es que desde el ayuntamiento se adoptó como equivalente en euskera el nombre de Dolumin Barikua en 1984, haciendo así un acertado guiño al euskera occidental popular. Desde entonces, todo es paz y gloria. Seguro que también en el alma de Estanislao.

NOTAS

A pesar de que «se hiciese desaparecer» la partida bautismal de Estanislao Urquijo Landaluce, sí entregó una copia certificada de la misma para poder formar parte del Senado, así como otra documentación diversa (pinchad sobre los enlaces).

Algunas de las informaciones dadas ya las publicó el investigador local Juan Carlos Navarro Ullés en el programa de la feria de 1990, con motivo del centenario del evento.

La propuesta de la denominación en euskera se debe a Joan Mari Iriondo Goti, uno de los grandes impulsores de la recuperación del euskera en aquellas épocas. Eskerrik asko bioi, bihotz-bihotzez.

La tablilla de Pedrotxu

Poco o nada reseñable tendría un día como hoy, 5 de octubre, si no fuese por una curiosa ocurrencia de un muchacho de Laudio, justo hoy hace 96 años: la de escribir una frase en una tablilla e introducirla dentro de una obra de una pared en la que trabajaba. A ello se añade, claro está, el casi milagro de que un operario que trabajaba en una obra llevada a cabo este año de 2018 se fijase en aquel elemento de entre los escombros.

En efecto, así sucedió. Remodelando la llamada Casa del Hortelano, dentro del hoy parque público de Lamuza, apareció entre los cascotes de la obra una tablilla que, escrita en lápiz, mostraba la siguiente inscripción: «Pedro Mendívil y Larrea deja este recuerdo a los 27 años de edad. Llodio a 5 de octubre de 1922«. Hoy, a la espera de darle un destino concreto, se custodia en el despacho del alcalde como objeto entrañable y querido del pueblo.

En sí, es algo sin importancia alguna. Pero, a su vez, me parece algo tan entrañable y humano que no puedo pasar la fecha sin publicar unas líneas, más siendo hoy un 5 de octubre, como aquel lejano día. Es además la disculpa perfecta para vincular el Laudio actual con aquel otro, cándido, cercano y tranquilo, previo a la industrialización e incremento demográfico que lo transformaría totalmente décadas después.

Poco hubo que investigar para dar con el individuo en cuestión: se trataba de Pedro Mendibil Larrea (1895-1967), un personaje curioso y popular en el pueblo. Hijo de Mariana Larrea Sautua (Baranbio) y de Pedro Mendibil Mendieta (Laudio), lo que, por la coincidencia de los nombres de pila del padre y el hijo hizo que hasta el final de sus días fuese conocido como Pedrotxu, Pedrotxu Mendibil Larrea.

Pedro Mendibil Mendieta junto a su hijo Pedro Mendibil Larrea, Pedrotxu en el día de su Primera Comunión. Foto del archivo familiar

 

LA CASA DEL HORTELANO. La tablilla con la inscripción recientemente rescatada la insertó Pedrotxu en un edificio del Palacio del Marqués de Urquijo, conocido como la Casa del Hortelano. La había mandado construir el primer marqués de la saga, Estanislao Urquijo Landaluce (período como marqués: 1871-1889), dicen que para atender la gran finca agrícola que poseía, germen del posterior conjunto palaciego y quizá añorando su humilde origen en una familia de labradores de Murga (Ayala). En aquel gran nuevo edificio, en su piso principal y más elevado, vivía el encargado de gestionar el cultivo de las fincas y, claro está, de ahí adquiere el edificio el nombre que todos conocemos. En su vivienda contaba nada menos que con tres dormitorios, cocina, escusado (váter) y sala.

Bajo esa parte más noble, en el piso inferior había un lagar, pajar, gallinero, cuadra con pesebres y carbonera-leñera. Y, ya en el sótano, la bodega con cubas para los txakolines y un pozo artesiano o patin, para extraer agua del subsuelo.

Fallecido Estanislao, su sobrino, el segundo marqués (Juan Manuel Urquijo Urrutia, ejerciendo en el período 1889-1914) emprende ciertas mejoras y ampliaciones en el edificio para albergar más empleados con los que atender los huertos y las abundantísimas viñas y, asimismo, poder alojar a la numerosa familia y aristocracia que ya se da cita allí en los períodos veraniegos.

Pero, con el tercer marqués de Urquijo (Estanislao Urquijo Ussía, durante 1914-1948) la Casa del Hortelano modifica ligeramente su ubicación, se amplía «…de manera que se levantó en su lugar un edificio de cuatro plantas con tres áreas diferentes; en una estuvo la Administración, en la del centro la vivienda del Marqués de Bolarque, y en la parte cercana al frontón el “Teatro Salón Diego”…» tal y como publicara el investigador Juan Carlos Navarro (revista municipal Zuin, mayo de 2014).

La «Casa del Hortelano» tras su rehabilitación actual. Foto: Susana Martín, Deia.

 

EL INCENDIO. Esta última reforma tendría que ver sin duda con el incendio que destruyó parte del edificio la madrugada de la noche del 16-17 de abril de 1922, debido según se sugería a un cortocircuito en la novedosa luz eléctrica y que hizo que “parte del palacio con sus muebles quedaran reducidos a cenizas” como reza la prensa del momento.

El Heraldo Alavés, de 18 de abril de 1922, con descripción del devastador incendio. Recorte por cortesía de Javier Reguera

 

LA OBRA DE PEDROTXU. Pedrotxu era por aquel entonces uno de los tres albañiles que había en el pueblo, junto a Tomás Ibarluzea y Alejandro Eizmendi, «Tolosa».

Tomó parte en diversas obras palaciegas, siempre trabajando para el carpintero Leonardo Zurriarain, que hacía las veces de contratista y que acordó varias obras con el marqués. Queremos suponer que, por las fechas, cuando tuvo Pedrotxu la ocurrencia de esconder aquella tablilla dentro de la pared, se afanaban todos en dar esplendor a aquel edificio que el fuego acababa de destruir.

Inscripción con el nombre de nuestro personaje en la tablilla

 

EL PERSONAJE. Aquel joven muchacho quizá pensó en dejar su recuerdo para la posteridad porque había dejado de ser el chaval travieso de su juventud para convertirse en un padre de familia responsable: unos meses atrás había nacido ya su hijo primogénito Enrique (1923-1974). Luego le seguirían Alfonso (1925-2003), Lorenzo (1928-2011) y la pequeña de la casa, Mª Mercedes (1930), la única que sobrevive y que es la que tanta información de su padre nos ha facilitado. Todas estas criaturas procedían del matrimonio entre “Pedro Mendivil y Larrea, casado, albañil de 27 años de edad, natural de Llodio y doña Benita Echevarria y Perea, labores, de 28 años de edad, natural de Orozko y ambos vecinos de Llodio” tal y como se recoge en la partida de nacimiento del primer hijo.

Pedrotxu Mendibil junto a su esposa Benita Etxebarria. En primer término, fragmento de la tablilla. Foto del archivo familiar

 

La casa familiar de Pedrotxu, en el corazón de Lamuza, se había dividido en dos viviendas para alojar a sendas familias, separadas por una puerta que no se cerraba pero a su vez se respetaba ya que en ciertas ocasiones, por las limitaciones de accesibilidad (transporte de féretros…) era necesario pasar de una vivienda a la otra.

En la otra vivía «Escola» conocida así por ser Escolástica Pérez, que habían inmigrado del valle del Pas. Aún les recuerdan cómo andaban con su característico cuévano. Tenían un bar que a su vez hacía las veces de tienda en un pequeño espacio que compartían con una vaca que estaba algo más atrás. La parte exterior estaba rotulada con el texto «vino y chacolí«.

Pedro era desde chaval un personaje genio y figura, de tanto humor y carácter libre que hacía desesperar al maestro de apellido Elorza y que hoy cuenta con una calle en el pueblo. «Ya vienen los de Olarte» —el barrio más alejado del centro— les recriminaba con ironía porque llegaban tarde a clase cuando precisamente eran los que más cerca de la escuela vivían.

Casas en el barrio de Lamuza, hoy desaparecidas. La de la izquierda es la casa de los Mendibil y, más a la derecha, la casa y bar de «Escola».

En cierta ocasión hizo alguna trastada que jamás se supo con detalle. Pero fue de tal trascendencia que el mismo Elorza le ordenó a Pedro que se la contase a su madre Mariana y que fuese ella quien le impusiese el castigo. Pero, sin que le angustiase lo más mínimo el encargo, no contó nada en casa. De nuevo en clase, el maestro le interpeló delante de todos para saber cuál era el castigo que le habían aplicado en casa, a lo que contestó que «bien cenado, ir a la cama», con las risas de todos los allí presentes. Le echaron de la escuela o se fue. Nunca lo aclaró. Pero desde entonces acudía a clases a Sta. Lucía, un barrio en la montaña, donde ejercía de profesor un sacerdote. Pedrotxu, siempre alegre, alardeaba que él estudiaba en la «Universidad de Sta. Lucía«.

Pedrotxu con su hija Mercedes. Obsérvese el cartel anunciador de «Vino y chacolí». Foto del archivo familiar

Otra de sus numerosas anécdotas «sonadas» fue la de ir capturando y criando ratas sin que nadie supiese de ello. Pues bien… llegados los Carnavales, se disfrazó de afilador ambulante y con sí llevaba la piedra en su carro, así como el característico cajón para guardar herramienta, trozos de tela vieja con las que probar el afilado, etc. Allí había metido las “bestias roedoras”. Ya en el baile, habría la tapa —o la hacía abrir— y salían desaforadas las ratas, con el consecuente pánico y alboroto de los allí presentes.

También me contaba su hija que, entre otras hazañas, “en la época de la guerra hizo Pedrotxu un zulo en el portal del viejo bar Lauri (Casa de los Ussia) para guardar la corona de la Dolorosa (imagen de la parroquia) y otras cosas de valor así como joyas de los propietarios, etc.”, anécdota que curiosamente también recuerdan a la perfección en mi familia.

LAS MALVICES. Pero de las muchas curiosidades que aquella tarde del pasado 20 de agosto me contó Mercedes sobre su padre, hubo una que me pareció entrañable y de gran fondo emocional. Y es que Pedrotxu amaba y admiraba los zorzales, unas aves que aquí conocemos como malvices (aunque sea un término masculino en nuestra zona se usa en femenino: “las malvices”). Tanto que hasta podríamos hablar de que tenía una gran obsesión personal por ellas.

Zorzal, conocidos entre nosotros como «malviz»

En cierta ocasión tenía enjaulado un buen ejemplar en su ventana. Se pasaba horas y horas mirándola y hablándola. Y cada día reservaba su último trozo de comida para dárselo a ella. El ave se lo agradecía con primorosos trinos, unos gorjeos que eran la admiración de todo aquel que transitaba por aquel entorno de Lamuza.

Llegó incluso a ofrecerle Alejandro Gorostiaga «mil pesetas y una tripada de angulas» por ella, a lo que Pedro, perdidamente enamorado de su ave, se negó con rotundidad.

Pero en otra ocasión se encaprichó de ella el sacerdote —llamado Félix— y, como el clero pesaba tanto por aquel entonces, no se la pudieron negar. Con gran pesadumbre, Pedro se la tuvo que vender por una simbólica peseta.

Mas, cuando acudía a los obligados oficios religiosos, no podía concentrarse en ellos porque oía a lo lejos cantar a su añorada malviz y toda su atención se le iba allí, con poco provecho para sus ejercicios espirituales. Así sufrió lo indecible hasta que un día decidió que no podía vivir ni un minuto más con aquella pena. Por ello se lo comentó a su madre y lo hablaron con el sacerdote que, visto el alcance que aquella melancolía tenía para el muchacho, no puso impedimento para hacer una marcha atrás en el cambio de peseta por pájaro, para alegría de Pedrotxu, que nunca más abandonó a su avecilla hasta la muerte.

HASTA SIEMPRE, PEDROTXU. Poco más podemos añadir porque poco más sabemos. Pero llegamos a intuir que, en ese otro lugar en donde no pasa el tiempo, seguirá Pedrotxu embelesado escuchando a su divina malviz. Y sonreirá viendo cómo aquella tablilla en la que escribió en su juventud ha provocado estas letras que lo devuelven a la historia, a la actualidad, a la historia de los terrenales. Un 5 de octubre… Él agradecido en su eternidad y nosotros eternamente agradecidos. Por los siglos de los siglos…

Muchas gracias a Mercedes Mendibil, a su esposo Eugenio Gastaka y a sus hijos Eugenio y Lutxi. Por todo lo bueno que siempre nos disteis, nos dais y, sin duda, nos daréis.

 

 

Por qué el de Laudio es el único pórtico de hierro de Euskal Herria

Cuatro muertos y seis heridos… La desgracia era de tal gravedad que Estanislao Urquijo, por aquel entonces uno de los hombres más poderosos de España y sin duda el más de Álava, no lo dudó ni un instante: abandonó su residencia de negocios en Madrid, para acudir con la mayor celeridad posible a Laudio, en donde creía que en un momento así de amargo él debía estar. De arraigadas creencias católicas, se sentiría en cierto modo responsable de aquella desdicha.

Estanislao Urquijo Landaluze (1817-1889) era un personaje que para aquel entonces había amasado grandes fortunas y había dado arranque a una nueva línea nobiliaria una docena de años atrás: era el primero de los marqueses de Urquijo y había fijado su casa o palacio solariego en aquel Laudio de fines del XIX. Con las características típicas de los sistemas caciquiles de aquella época, ejercía un paternalismo desmedido con sus súbditos a cambio de los votos que le aupasen al poder político.

Estanislao Urquijo Landaluze

Por ello vio que aquella era la ocasión perfecta para ganarse la confianza del pueblo, mayoritariamente carlista, y que recelaba aún de ese nuevo personaje liberal.

Tres hombres dejaron aquel día la vida, entre escombros, al margen de seis heridos, uno de los cuales falleció posteriormente. Se acababa de desplomar el pórtico de la iglesia, reparado cuatro años atrás a expensas del ya célebre marqués.

EL VIEJO PÓRTICO
La historia comienza mucho más atrás, en el siglo XVIII, cuando, alentados por la bonanza económica, se decide eliminar el vetusto templo para dar rienda suelta a la modernidad y desarrollo con la edificación de una nueva iglesia: la que vemos hoy. La labor de tracista –arquitectura– se le encarga nada menos que a Martín de Larrea, el auténtico héroe del momento por haber conseguido lo tecnológicamente “imposible” en el puente de Anuntzibai: salvar una distancia tan grande con un sólo arco.

Aquel nuevo templo fue dotado con un amplio pórtico (1774) en el que pudiese bullir la vida social en los días de climatología adversa. Pero, la construcción que parecía que iba a ser “para una eternidad” no había sido ejecutada con un mínimo de calidad y, tan sólo un siglo después, se encontraba en un estado lamentable, amenazando ruina. Y es por ello por lo se acomete una restauración o reforzamiento en 1878, aplicando un simple sistema constructivo en tinglado y apuntalando con unas novedosas columnas de hierro que había sufragado el recientemente nombrado marqués. Era el arranque del frenético uso del hierro en la construcción, un fruto de la Revolución Industrial, y que haría furor en Europa décadas después.

Pero aquellos apuntalamientos y soluciones parciales tampoco sirvieron para mucho y, un domingo de mercado con una gran nevada, se desplomó con gran estrépito, como si fuese un gigante abatido. Fue, como hoy, un 11 de marzo pero de hace 135 años, es decir, en 1883. Y esa es nuestra historia…

Torre de la iglesia (XVIII) con la antigua casa consistorial anexa y, en el otro extremo, el pórtico (XIX) en el amanecer de un día de nevada

LA MUERTE, EN EL MERCADO SEMANAL
Una vez más, Dios se olvidó de sus súbditos y allí fallecieron aplastados tres hombres: los laudioarras José Urquijo Muñuzuri y Francisco Urretxi, de 68 y 44 años respectivamente, y Apoliniano Olabarria, natural de Orozko, “de veinte y muchos años” tal y como reza el acta de defunción. Posteriormente falleció uno de los heridos que, por falta de tiempo y de interés real, no hemos localizado. A la dantesca imagen se sumaron diversos heridos de cierta gravedad.

EL SACERDOTE Y SU ESCOPETA
Ya a la medianoche anterior anunció aquel pórtico con sus lamentos que estaba a punto de poner fin a su historia. Debieron ser sonoros los crujidos del maderamen porque, el sacerdote, atemorizado pensando que estuviesen forzando la puerta del templo para robar, efectuó varios disparos de escopeta al aire. Nadie comprendía a qué venía aquello en aquella lóbrega noche en la que los copos de nieve caían sin cesar, engrosando aún más aquella gran nevada.

Al rayar el día pronto vieron que no era cosa de ladrones sino los estertores agónicos de aquella estructura de vigas y columnas que se había desplazado por el peso de la nieve y cuya ruina parecía inminente. Pronto, el excitado alcalde tomó la determinación de designar unos hombres que, con el cargo improvisado de guardas, impidiesen el paso al recinto. Mientras tanto, fueron a consultar al “perito” experto local, alguien que pudiese aportar una solución. Fue un joven herrero del barrio de Goikoplaza que, a la vista del sobrecogedor panorama, no dudo en determinar que había que ir de inmediato a por una pareja de bueyes y derribar aquella amenazante estructura. Pero, mientras se preparaban para ello, en torno a las diez de la mañana, la edificación se desplomó «…con horroroso estruendo…» y atrapó debajo a aquellos desdichados baserritarras que, ante las inclemencias del exterior, habían decidido imponer su terquedad frente a la prohibición de entrar, una prohibición por fortuna sí respetó la gran mayoría de los habituales.

El siniestro suceso conmocionó a toda la comarca y tuvo gran eco en la prensa, incluso en la de ámbito nacional. Yo mismo he escuchado en mi casa en más de una ocasión aquel vago recuerdo –ya sin datos concretos ni fechas exactas– del funesto accidente. Debió ser tal la impresión dejada por aquella desgracia que hasta diez años después no se acomete la construcción de un nuevo pórtico, el actual.

En cualquier caso, el multimillonario y todopoderoso marqués de Urquijo vio ahí la ocasión para dar el do de pecho y así ganarse definitivamente a esa apesadumbrada población, que debería acostumbrarse a buscar siempre protección y auxilio en su entorno. Una estrategia política y social que no era sino la reinterpretación moderna del sistema de vasallaje feudal, propiciado por el sistema de corruptelas políticas poco disimuladas, típicas del régimen bajo la presidencia de Cánovas del Castillo.

EL NUEVO PÓRTICO DE HIERRO
Dejando al margen la opulenta historia de nuestras ferrerías, la cultura del hierro estaba de nuevo en plena expansión mundial gracias a la Revolución Industrial. También en el ámbito geográfico más cercano desde que en 1845 se pusiesen en marcha los primeros hornos altos: Santa Ana de Bolueta con los que, como capitalista, tuvo una fructuosa relación Estanislao Urquijo. Y, siempre unido al metal a través del desarrollo del ferrocarril, también obtuvo vínculos económicos intensos con los posteriores Altos Hornos de Vizcaya (1882) y, su sobrino sucesor, con la Sociedad Vasco Belga de Miravalles (1892).

Por eso se ha dudado que el esplendoroso pórtico de hierro –el único de Euskal Herria– se pudo haber encargado en los nuevos talleres de Ugao y no en los de Bolueta como la lógica siempre nos ha hecho pensar. Pero no hay nada claro al respecto pues, en su estilo, los Urquijo acometieron grandes obras que no dejan rastro documental conocido.

Para más inri, Estanislao falleció (1889) tres o cuatro años antes de levantar el nuevo pórtico por lo que lo inaugurará ya el segundo marqués (1889-1914), Juan Manuel de Urquijo Urrutia sobrino del primero, que murió soltero y sin descendencia.

El curioso pórtico es el punto de encuentro de la cofradía de Sant Roque (desde 1599) cada último domingo de agosto

Desconocemos asimismo la fecha exacta de su edificación. Pero sí sabemos que es en el período entre 1892, cuando en la documentación se habla de la necesidad de reedificar un nuevo pórtico y 1894 en el que se cita que urge pintar la nueva construcción de hierro pues “se está oxidando en por esta falta [de pintura]”.

Características celosías elaboradas en moldes, algo novedoso en el momento de su construcción

También la autoría del artístico diseño y concepción del pórtico nos es desconocida si bien se ha apuntado hacia Joaquín Rucoba (1844–1919), uno de los arquitectos más brillantes del momento y que ya usaba el hierro en sus construcciones.

TORRE EIFFEL: DE PARÍS A LAUDIO
Aunque ya se había usado este método de construcción en fechas previas, sin duda debemos nuestra curiosidad arquitectónica local al gran impacto y nueva corriente que supuso la erección de aquella gigante torre de 300 metros en París y que conocemos como Torre Eiffel, en la exposición universal de 1889 que rememoraba el centenario de la Revolución francesa. Tan sólo cuatro años antes de nuestro pórtico férroso…

Figura representando a A. Gustave Eiffel en el tercer y último piso de la torre que lleva su nombre. Tras la cabeza se observa la estructura metálica con sus característicos roblones

Con el monumento promovido por Gustave Eiffel, se impone en las construcciones de cierta relevancia el uso de piezas de hierro pudelado –un sistema de refinamiento del hierro obtenido en los altos hornos– y que unidas por roblones –especie de remaches o pasadores– da a la construcción unos horizontes dimensionales hasta entonces sólo factibles en sueños.

Consecuencia de aquella moda, es como contamos con el Puente Bizkaia (1893), llamado “puente colgante” –transbordador que une Portugalete con Getxo– o, sin más, la famosa cruz (1901) que corona la cima de Gorbeia, punto culminante de los territorios de Álava y Bizkaia.

Y es eso, con lo mejor del momento, con lo que el acaudalado marqués quiere beneficiar a su pueblo. Por ello, pórtico de hierro y además tan exquisito y refinado, sólo hay uno: el de Laudio. Lástima que sea una maravilla patrimonial pero a su vez la secuela de que aquellas desdichas almas murieron aplastadas allí, tal día como hoy: un helador 11 de marzo de 1883. Hace 135 años… ¡Cómo pasa el tiempo!

A mi amigo, investigador y cineasta Kepa Sojo, porque en su día me hizo entender ese dichoso pórtico. En muestra de agradecimiento y de la inquebrantable amistad que nos une