Txoriak zain ditugunean

Gaurko egunean –urtarrilak 17, San Anton– hain bizi neketsua zeramaten gure mandoek eta astoek ez zuten zamarik eraman behar, euren jaieguna zelako. Eta ondo errespetatzen zuten hori gure baserritarrek.

Idiak eta behiak aske zebiltzan egun markatu hartan, larreetan bazkatzen, gurdiari edo goldeari lotu gabe, alaiki ospa zezaten hain egun loriatsua. Ardiek ere opari berezia zuten eta urte osoan eraman beharreko arran ederrak gaurko egunean bedeinkatzen ziren: horrelako kutuna saman eramanda, zeri izango zioten beldur, zein hodei ausartuko zen artaldeari kalte egiten?

Ikuiluan, aparteko janaria ematen zitzaien abereei eta, areago oraindik, hainbat otamen gizakiokin partekatu. Lagun zuten San Anton etxeko animaliek, beti zegoelako zutaberen batean bere irudi bat iltzatuta.

Entzutekoak izango ziren, bestetik, gaurko eguna urratzeko oilarrek joko zituzten kukurrukuak, pozarren zeudelako ikusita euren maitaleak, oilo jasankorrak, arrautzak erruten hasiak zirela, inoiz baino maiztasun eta kopuru handiagoan, beti zeruko argiari begira. «Por San Antón, huevos al montón» esaera, haren lekuko eztabaidaezina.

Azkenik, duela ia mende bateko galdeketa etnografikoetan jaso bezala, gure arbasoek laztantzen zituztela makeren –ama izandako txerriak– sabelak, titiak batez ere, errapeak, hortik ateratzen zen oparotasuna eta euren ahalegina eskertu nahi zizkietelako.

Eta maitekiro hitz egiten zieten bitartean, ferekak luzatzen zizkieten, ahal zituzten berba goxoenekin nahastuta.

Ez naiz ni fededuna eta ez da nire asmoa gaur den egunean inongo eremita baten heriotza oroitzea. Baina bai ahaleginduko naiz arimaz eta gorputzaz gaurko eguna apartekoa, berezia, izan dadin.

Lanean sartu aurretik (7:30) kaleko txoriei jana ipiniko diet eta gurasoen etxera hurbilduko naiz, sutondoan eta haiek ohartu barik, atzo txerrikiz paratu nuen lapikotxo bat uzteko, opari. Haiei ere naizen guztia zor diedalako. Sarri ahaztua dugun arren, pertsonak ere animaliak garelako.

Eta gero eguerdian, behin lanetik itzulita, etxekookin jango dugu lapiko horren beste guztia, ahal dela, ardotxo on batekin lagunduta.

Batez ere gure alabatxoak ikus dezan egun guztiak ez direla berdinak gure etxean. Bihotzean barneratu dezan mezu hau: gaurko eguna suposatzen duen guztia gozatu eta kontuan izan barik… ez dugula gure etxean, Euskal Herrian, bizi nahi.

Beno, utziko zaituztet, goizaldeko ordu ilun hauetarako zain izango ditudalako kaleko txoriak, irrikan, euren zaindariari kantari hasteko. Gora gaurko eguna, gora San Anton eta gora gu garena.

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Por qué lleva campanilla el cerdo de San Antón

En todo barrio o pueblo en que tengamos una ermita o iglesia de San Antón se celebrarán en estos días unos llamativos festejos en los que se subastarán productos de cerdo. Será así, con el fin de conseguir unos fondos que serán posteriormente destinados a obra benéfica, mantenimiento del templo, caridad, una obra comunal… Y todo ello está a su vez relacionado con la campanilla con la que suele representarse al inconfundible cerdito que posa a los pies de nuestro santo.

Celebramos San Antonio Abad (250-356), más conocido como “San Antón”, para distinguirlo de otro Antonio santo, el de Padua, que vivió casi mil años después (c. 1195- 1231). Y como al parecer falleció un 17 de enero lo rememoramos anualmente con infinidad de rituales que, una vez más, nos ocultan historias probablemente paganas y más profundas y complejas que lo que la Iglesia nos ha mostrado.

EL CERDO MALDITO
A pesar de que hoy nos choque, el cerdo ha sido considerado como impuro y detestable por el cristianismo. No hay más que dar una lectura a su Antiguo Testamento para comprobarlo: «…ni cerdo, porque tiene pezuña hendida, mas no rumia: os será inmundo. De la carne de éstos no comeréis, ni tocaréis sus cuerpos muertos» (Deuteronomio, 14-8) o, de mano del gran profeta Isaías: «…los que comen carne de cerdo y abominación y ratón, juntamente serán talados, dice Jehová» (Isaías, 66-17).

Esa convicción que que la carne porcina es maldita, perdura arraigada en el judaísmo y el islam, como de todos es conocido. De ahí también que se represente en muchas ocasiones a Santanás con una pezuña hendida, de cerdo, como símbolo del mal. Y, yendo más allá, creo personalmente que es ése también el origen de los “pies de cabra” –en realidad y en origen serían de cerdo– que delatan a las lamiak, alertando al incauto baserritarra de que aquellas encantadoras ninfas que peinaban sus melenas al sol eran en realidad seres del otro mundo, malignos.

Por ello, el cerdito con el que se representa a San Antón en las tallas de nuestras iglesias, significa la victoria de la fe cristiana sobre lo satánico, ya que fue ésta una de las formas –la del cerdo– en las que se le apareció el diablo al eremita egipcio en las conocidas tentaciones que hubo de superar. Incluso el tamaño refuerza esa idea, nunca reflejado en las proporciones reales sino en un tamaño muy inferior, como si de un conejo o gato se tratase, para acrecentar esa idea de sometimiento.

Por el contrario, en las culturas europeas primitivas, el cerdo era considerado un animal casi totémico, adorable, unas percepciones que hemos guardado hasta nuestros días. Para los pueblos celtas, por ejemplo, el cerdo –tanto salvaje como doméstico– simbolizaba la prosperidad y la opulencia y era considerado un regalo que la madre Tierra entregaba a sus súbditos humanos. Es difícil no relacionar esta concepción con las ofrendas de cerdo que en estas fechas hacemos los vascos al bosque y sobre las que ya tratamos en otra ocasión: el Basaratuste.

Tampoco hay que ser demasiado perspicaz para detectar que entre nosotros la matanza del cerdo ha tenido un carácter festivo, ritual –conocida entre nosotros como txarriboda, ‘la boda del cerdo’– y que no se asemeja ni por mucho al sacrificio de cualquier otro animal.  Sin duda hablamos de algo extraordinario, reverencial.

EL CERDO BENDITO
Por lo arraigado del cerdo en las culturas precristianas europeas, ni siquiera el mensaje de la Biblia pudo hacer que fuese repudiado, ya que se tenía en gran estima.

Al contrario, en especial desde la Edad Media, los cristianos de la Península lo usaron como santo y seña del avance contra los judíos y musulmanes medievales, a los que iban paulatinamente expulsando del territorio. Así, para detectar a aquellos que mentían asegurando estar reconvertidos a la fe cristiana, profesando su fe en la clandestinidad, no había nada mejor que ofrecerles carne de puerco, con lo que eran delatados al negarse a comerla. De ahí surge un exagerada afición la carne porcina que aún es notable en las zonas rurales del sur en donde, lo primero que ofrecen al visitante, es un plato de embutidos. O el “cortar un poco de jamón” tan español…

El cerdo se convierte desde entonces en el mejor aliado de la Iglesia y una y otra vez refuerzan hasta en exceso la idea del gusto por su carne. De ahí algunas coplas populares muy celebradas en otros tiempos: «Seis cosas hubo en la boda de Antón: cerdo, cochino, puerco, marrano, guarro y lechón».

EL CERDO DE SAN ANTÓN
Con ese apelativo se denominaba también un cerdo doméstico que era alimentado entre todo el pueblo. La atribución al santo le viene de que, según la leyenda, en cierta ocasión se le acercaron una jabalina con sus jabatos. Ésta suplicaba la intercesión milagrosa de Antonio “Antón” porque sus crías habían perdido la visión. Conmovido, curó la ceguera de los animales y desde entonces la madre no se separó de él. Y lo defendió de cualquier alimaña que se acercara a él con no muy buenas intenciones.

En teoría el concejo del pueblo era el encargado de comprar el lechón a criar entre todos. Y se presentaba al pueblo y bendecía en la festividad de San Antonio de Padua (3 de junio). Luego sería mimado y engordado entre todo el vecindario hasta ser sacrificado siete meses después, el 17 de enero, fiesta de San Antonio Abad. “En teoría” decimos sobre la compra porque también era muy habitual que lo donase alguna familia como agradecimiento a cualquier supuesta intercesión divina, a modo de agradecimiento, ofrenda o exvoto. Donar el cerdo, asimismo, era una forma de exhibir la benevolencia, generosidad y, sobre todo, el poderío ante la comunidad.

LA CAMPANILLA
Aquel cerdo iba provisto de una campanilla al cuello y, con su sonido, avisaba a los vecinos que había que echarle algo de comer. Su engorde era una responsabilidad común, de todas las familias del concejo.

Debió ser tal la importancia de aquellos animales que contaban incluso con una protección legal especial. Así se entiende una ordenanza de Alfonso XI (c 1337) que dice que “Otrosí: que los puercos que andovieren por la villa que los tomen todos. Esto mandamos por los muchos males que los puercos fazen en la villa: salvo los de Sant Antón, que traen campanillas. Esto sea segunt el concejo ordenare”.

Es decir, que había que apresar por perjudiciales a los cerdos que anduviesen sueltos excepto a los dotados de campanilla, los de San Antón, que eran intocables y que podían campar a sus anchas sin que nadie les molestase.

Aquellos bichos eran inteligentes y pronto aprendían a qué portal debían acercarse para conseguir el mejor sustento, cuál era el más generoso. Por ello, al contrario de lo que podríamos sospechar, la presencia del cochino en la puerta de un hogar era una demostración de opulencia de esa familia, de tener tal posición económica y dadivosidad como para poder agasajar de aquel modo al animal. Era algo de lo que se presumía socialmente. El sonido de la campanilla pregonaba además como nadie cuáles eran aquellas envidiables casas. Así es que todo el mundo se esforzaba por alimentar al cochino, para que el resto del mundo se percatase de que acudía a su puerta.

SACRIFICIO Y SUBASTA
Llegado San Antón, el 17 de enero, aquel animal se vendía o, lo más habitual, se sacrificaba para subastar a continuación sus diferentes partes o productos ya elaborados. De nuevo con cierto grado de presuntuosidad social, se abonaba en aquellas pujas un valor mucho más alto que el real. Y que todo el vecindario lo viese y comentase, que era casi lo importante.

Con lo recaudado se financiaban obras de reparación del templo, funcionamiento de hospitales o residencias, auxilio de pobres, etc. Es decir, el cerdo de San Antón se convertía en una especie de caja de solidaridad para garantizar el bienestar de aquella comunidad humana.

En mi entorno geográfico más cercano, destacan la populosa subasta del domingo 21 en la ermita de San Antón de Armuru, en pleno centro urbano de Amurrio y, cómo no, la fabulosa subasta a candela encendida el sábado 20 a la noche, en Baranbio, en un lugar en donde algún hechizo parece haber detenido el tiempo. Os recomiendo que leáis la reseña escrita el año pasado para entender lo que es en esencia la fiesta del cerdo de San Antón: A candela encendida.

Para finalizar, hemos de aclarar que en nuestro entorno no documentamos la existencia de esos cerdos callejeros con la campanilla. Pero sí se recuerdan todavía en zonas como Soria, Andalucía, etc. Y, hasta donde conozco, hoy en día tan sólo se mantiene en La Alberca (Salamanca), a los pies de la Sierra Francia. Por tanto la iconografía del cerdo en nuestras ermitas y las rifas de partes del cerdo con fines benéficos serían costumbres importadas de latitudes más meridionales.

Para finalizar, San Antón es un santo cuya celebración acoge infinidad de tradiciones y costumbres de nuestro pueblo y cultura. Esperemos ir aportándolas con el paso de los años. Mientas tanto, intentad convertir en algo extraordinario y excepcional una fecha que de otro modo sería un día anodino más en nuestros oscuros y fríos inviernos. Que seáis felices y que la campanilla tintinee en vuestras puertas.

 

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A candela encendida

Anoche fui un comensal más en la más sugerente y mágica de las cenas que uno pueda imaginarse. No por el menú o el ambiente, que también fueron inmejorables, sino por poder gozar de un cúmulo de costumbres ancestrales que, a modo de fósiles, han resistido excepcionalmente al paso de tiempo allí arriba, en la ermita de San Antón, encaramada en las nevadas laderas de Gorbeia. Acudí solo, casi de incógnito, rodeado de gente que no conocía, para así poder vivir en toda su intensidad el ritual que allí se esperaba. Noche inclemente y con la constante amenaza de nieve por lo que, para mi fortuna, acudió menos gente de lo habitual.

Fue en el barrio más alto de Baranbio, aquel al que los últimos euskaldunes locales denominaban Baranbiogoi. Una aldea que se mece entre los inconmensurables bosques de Altube y las gélidas laderas de Arna, en Gorbeia, sujetando como puede toda la riqueza etnográfica, histórica y arquitectónica que ha heredado, para que no se derrumbe para siempre.

Por ello, por estar tan olvidados en aquel paraje, los poquísimos vecinos de Baranbiogoi viven con más pasión si cabe los rituales de su ermita, dedicada a San Antón, el patrón de los animales como bien sabemos. Porque es la fecha principal de su calendario y porque saben que el año que no lo repitan, se habrá deshumanizado para siempre aquel altivo y frío enclave. Así es que, este año una vez más, motivados de modo instintivo, han repetido la costumbre que, asegura el sacerdote, data al menos del siglo XVIII. Y allí estaba yo, dando fe.

Tras degustar una cena elaborada entre varios vecinos y que se come dentro de la misma ermita, llegó lo más extraordinario del festejo, lo que iba buscando.

Ardo beroa, postura egiten dutenei emateko

En el pórtico y en lo más cerrado de la noche, una vez elevados los ánimos con la ingesta previa, el alcalde pedáneo Jesús Mari Bernaola se vistió con una blusa tradicional y con la obligada txapela para dar comienzo a la puja de los lotes que las familias del barrio aportan y con la que pretenden sacar algún dinero para mantener la ermita durante el ejercicio siguiente. Estos dos últimos años se alterna en la labor con una vitoreada neska local llamada Karmele y que es en las que todos los vecinos depositan las esperanzas de continuidad de la tradición.

Lotes de patas u orejas de cerdo desfilaron uno por uno junto a cazuelas listas para comer, añadidas botellas de vino y algún que otro gallo o capón que nunca faltan. Y los asistentes, siguiendo la tradición, pujan por ellos, envueltos por una nebulosa de alcohol, pasión y fervor. Las adjudicaciones se llevan a cabo siguiendo el antiguo procedimiento de las pujas “a candela encendida”, sin duda lo más interesante y excepcional del acto.

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Jose Mari y Karmele, en plena puja o remate

Para quien lo desconozca, los remates a candela encendida fueron el modo en el que se adjudicaban la mayoría de las contratas, generalmente de servicio público, como la ejecución de obras, el suministro de provisiones, etc. en todos nuestros pueblos, un método que una y otra vez nos aflora en la documentación histórica. Este modo de remate o puja tan entrañablemente nuestro desapareció desde que lo prohibiera la Ley de Enjuiciamiento Civil en 1881.

Pero allí, en Baranbiogoi hizo su reaparición ayer, una vez más, 136 años después de aquel precepto derogatorio. En la más sugerente clandestinidad y encubierto por la noche y lo remoto del enclave.

Consiste en dar a conocer a todos los asistentes el lote por el que se va a pujar a continuación y del que se da el precio de salida que antes han acordado en una especie de tasación. Y… comienza la magia en el preciso instante en que se prende una cerilla o mixto que será seguida de otras dos más. Siempre en conjuntos de tres. Mientras sujeta la cerilla, el subastero va incitando a los presentes para que aparten ese día la sensatez y que se entreguen a la locura de una buena causa. La más alta puja que se haya realizado al consumirse la tercera cerilla es la que se lleva el lote. Pero, por añadir algo más de emoción, si se hubiese producido una puja en la tercera de las cerillas, se prenden otras tres, para dar opción a rematar a quien esté indeciso. Así indefinidamente hasta que una tercera cerilla se consuma sin postura alguna.

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A cada oferta, que se proclama en voz alta, el alcalde contesta con un simpático “ardaoa!” o “¡vino!”. Raudo acuden a donde el o la pujadora con un vaso de vino cocido (o mosto para quien no pueda beber alcohol) que han de ingerir. Así, según avanza la noche, los ánimos están cada vez más eufóricos y los bolsillos más desprendidos. Y, como si fuese niebla rampante, van apareciendo las generosas ofertas. Doy por hecho que en tantos años habrá habido en las mañanas siguientes más de un dolor de cabeza y arrepentimiento por lo excesivo de lo pagado. Pero es así la costumbre y se repetirá año tras año sin que nadie la ponga en tela de juicio.

Por lo que a mí respecta, pasada la media noche abandoné el lugar con todo el sigilo que me fue posible, sin ni siquiera despedirme, no queriendo interferir en el desarrollo del acto que era de sus vecinos y que se prolonga hasta altas horas. Borracho yo también, aunque de emoción, totalmente exaltado por lo que acababa de vivir, me lancé cuesta abajo por aquellas carreterillas que sin pudor alguno y con toda la pendiente posible buscan el valle principal que duerme a sus pies, aquel que, al enlazar con la carretera que baja de Altube me devolvió a la normalidad, a la realidad.

Hoy todavía me froto los ojos y me pregunto si no habrá sido un sueño el hacer presenciado allí arriba un remate a candela encendida, aquel método de subastas que fue tan común en nuestro país pero que desapareció de entre nosotros hace más de un siglo. Frío, fuego, vino, griterío y aquellas cerillas… aquellas cerillas que me volvieron loco de alegría por el simple hecho de haberlas visto encenderse allí una vez más.

Mila esker, bihotz-bihotzez han izan zineten guztiei, bereziki Jesus Mari Bernaolari eta Leire Lusarretari. Hurrengo urtera arte.