Mucha policía, poca diversión

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Qué quieren que les diga. Ha sido echar un vistazo a la Ley de Seguridad Ciudadana que perpetra el Ministerio del Interior y ser poseída de la misma por el espíritu de Eskorbuto. Es lo que tiene madurar al ritmo de Mucha policía, poca diversión, entre algarada y algarada callejera. Que marca. Así que aquí me tienen, preparando el colacao a los críos y tarareando, en plan niña de El Exorcista: «¿Quién tiene el dinero? ¿Quién? ¿Quién tiene el poder? ¿Quién tiene el futuro? ¿Quién? ¿Quién lleva la ley?». Se lo preguntaba a mediados de los ochenta la mítica banda y bien podría contestarles ahora el Gobierno de Rajoy, vistas las nuevas infracciones que se ha sacado de la manga y que en la práctica suponen que uno se podrá manifestar, pero lejos, bajito y con educación. Tipo merendola de los boy scouts.

Vamos, que si uno ve a un antidisturbios velando por el mantenimiento del orden público a porrazo limpio y se le escapa un joputa, ya puede ir pidiendo un crédito para apoquinar los 30.000 euros del ala que le pueden caer. Y que ni se le ocurra acudir a la protesta con una capucha, aunque sea invierno y se le pelen las orejas de frío. A ver si se entera el personal, de una vez por todas, de que hay que cruzar contenedores a cara descubierta, con el pelo engominado y corbata, como delinquen los corruptos. Tampoco vale grabar a los agentes, no vaya a ser que de pronto pilles a media docena pateando presuntamente hasta la muerte a un ciudadano. Como sigan alimentando a la bicha que llevamos dentro, algún día se va a liar parda.

Ver asesinatos en horario de oficina

Pónganse en situación. Están ustedes en una fiesta de Halloween, disfrazados, pongamos por caso, de cadáver político o de fantasma del paro y, de repente, ven arder a uno de los invitados. Tienen dos opciones: intentar apagar las llamas o quedarse de brazos cruzados. Y esto último es lo que hicieron los asistentes a la tétrica party celebrada en Los Ángeles: contemplar al sujeto en combustión, convencidos de que se trataba de una broma. Para cuando se percataron de que aquello no tenía ni pizca de gracia, ya era demasiado tarde. Yo lo flipo. Un hombre echa humo en sentido literal y a nadie se le ocurre enchufarle, por si las moscas, con el extintor. ¿Que luego se cabrea porque les has pifiado los efectos especiales? Pues le dices que hubiera pedido muerte.

Es como los vídeos de niños chinos que tienen cierta tendencia a quedarse atascados entre dos paredes. Uno se pregunta quién demonios capta impasible las imágenes. Porque tú te encuentras a un crío envasado al vacío entre dos tabiques y no te da -espero- por sacar el móvil para grabarle. La peña está inmunizada. Visiona vídeos de asesinatos en horario de oficina, después de echar un vistazo al tiempo y leerse la crónica del Athletic. Luego ve a un indigente tirado en la calle y no le da por comprobar si respira, no vaya a ser que le pida un cigarrillo. O escucha unos gritos en el piso de al lado y sube el volumen de la tele. Si eso, ya dejará una tarjetita en la urna de la iglesia cuando se tope con la esquela en el portal.

Los niños quieren ser imputados

Ya lo decía una encuesta a mediados de este verano: los niños no quieren ser políticos. Lo que quieren ser, intuyo, es imputados. Como Rodrigo Rato, que acaba de ser fichado como asesor internacional del Banco Santander. Debe de dar muy buenos consejos porque también hace lo propio en Telefónica. Es, en definitiva, la Elena Francis de las finanzas, pero con un caché millonario. Igual les parece una tontería, pero este tipo de presuntos parecen estar tan solicitados que yo que ustedes añadiría sus antecedentes penales, si es que los tienen, en su currículum. Justo debajo de lo de Nivel de inglés: Ana Botella.

Es más, dado que el volumen del personal bajo sospecha va en claro aumento, para facilitar su contratación sería conveniente crear una red social ad hoc. En plan Linkedin, pero con un apartado para el historial delictivo. El propio Bárcenas podría abrirse un perfil preventivo, si es que le queda tiempo en su apretada agenda carcelaria. Según las imágenes que le han grabado ilegalmente dentro de prisión, y que por ética periodística he visto codificadas a través de un colador, el extesorero del PP no para, del patio a misa y de misa a la cancha. Uno no se explica cómo ha podido coger algún kilo de más. Será la costumbre o que en Soto del Real no cocinan la langosta a la plancha. También podría promocionarse en esta red Mariló Montero porque, esté o no imputada, decir que el Toro de la Vega es «una fiesta maravillosa» es de juzgado de guardia.

Un campo de fútbol tapizado de ataúdes

Perdonen la ignorancia bélica, pero las únicas guerras que he visto de cerca han sido de almohadas, a lo sumo alguna de banderas, así que de las que matan en serio no tengo, afortunadamente, ni pajolera idea. Por eso no entiendo, por más que lo expliquen los dirigentes de algunos países exportadores de armamento, que no esté permitido exterminar al personal con gas sarín, pero sí con artillería pesada o drones de última generación. Como si con los misiles o las balas la gente solo se muriera de risa.

Tampoco me queda claro por qué a lo que pretende hacer Estados Unidos en Siria lo llaman intervención. Por el tamaño del instrumental que utilizarán no creo que la operación militar vaya a ser precisamente de amígdalas. Dicen que «la respuesta será increíblemente pequeña y limitada». Vamos, que lo harán rapidito y no dolerá, pero temo que los daños colaterales y el propio enemigo no piensen lo mismo. Pena que no esté Gila para que se lo pregunte por whatsapp.

Fíjense si soy profana en la materia que, por más vueltas que le doy, ni siquiera comprendo el motivo del actual empeño en meter la zarpa en este conflicto cuando desde su comienzo, en marzo de 2011, han fallecido 11.000 menores. El dato ocupa catorce caracteres –la décima parte de un insignificante tweet– pero puestos sus pequeños ataúdes uno al lado del otro llenarían –a ver si esto les conmueve más a algunos– todo un campo de fútbol. ¿Se imaginan el terreno de juego tapizado de cajas blancas? Pues eso

Tetas a diestro y siniestro

master-tetasLo confieso. Las tetas me confunden. Mejor dicho, su uso indiscriminado. Porque lo mismo se enseñan en la calle para protestar contra el machismo que se exhiben en la portada de una revista para autofinanciarse los implantes mamarios. Una de las últimas que se ha rendido al topless mediático ha sido una periodista canadiense que le mostró los pechos a un alcalde durante una entrevista. Y, claro, una ve todo eso y le da por pensar que tiene los suyos un pelín infrautilizados. Descartada su rentabilidad económica –con menos de una 100 no se puede aspirar a decorar celdas ni cabinas de camión–, resulta complicado discernir cuándo el destape está justificado. Porque tampoco es cuestión de soltarse el sujetador como en las películas de los 70, que decía Alfredo Landa «hola, buenas» y se desnudaban tres rubias de 1,70 del tirón. Que algunas lideren su lucha a golpe de pezón es respetable pero, qué quieren que les diga, yo veo a unos tíos manifestándose con los cataplines al aire y como no me convenzan con otros argumentos de más peso, van dados. También está de moda posar en bolas para recaudar fondos. Tanto que dentro de poco lo morboso será tener un calendario de las jugadoras del equipo del barrio con jersey de cuello alto. Conste que a mí ni fu ni fa, como si nos despelotamos todos a la de tres, pero les advierto que a las noches refresca y no es cuestión de volver al curro el lunes y cogerse la baja el martes por resfriado.