Hay sangrías que riegan paellas y se te suben a la cabeza y sangrías que tiñen las calles y escuelas de Gaza y te encogen el corazón. Hay observadores internacionales que se juegan el tipo y tipos internacionales observados por jugar al fútbol. Hay mujeres que se la chupan a desconocidos para ganarse una botella de cava en un local de Magaluf y prostitutas que hacen lo propio en la calle para ganarse el pan de sus hijos. Hay niños que navegan en yate bajo el sol y otros que lo hacen de noche y en cayuco. Hay quienes se ponen pechos para triunfar en la tele y quienes se los tienen que quitar para seguir triunfando en la vida. Hay quien se gasta una fortuna en adelgazar y quien se muere por desnutrición. Hay políticos que dan la talla y políticos de baja estatura moral. Hay humanos muy bestias y animales muy humanos. Hay virus que te borran el disco duro y virus, como el del ébola, que te borran del mapa. Hay niños que se tiran a lo bomba en las piscinas y niños a los que les tiran bombas. Hay quien tiene una cuenta en Twitter y quien tiene una cuenta en Suiza. Hay quien pasará unos días en una tienda de campaña y quien pasará toda su vida en un campamento de refugiados. Hay quien volverá al trabajo maldiciendo su mala suerte y quien maldecirá su mala suerte por no tener trabajo. Hay quien se quejará de lo injusto que es el mundo y quien aportará su granito de arena para cambiarlo.
Papa llama… a ese cura de Jaén
Ocupado como está en hacer recuento de curas pederastas –ya puesto, podía denunciarlos ante la justicia humana, que luego, si eso, ya actuará la divina–, Francisco no debe tener tiempo para ver vídeos en Youtube. Si no, quizás se habría topado con el del cura de Canena, en Jaén. Ese que ha dicho que hace treinta años «a lo mejor un hombre se emborrachaba y llegaba a su casa y le pegaba a la mujer, pero no la mataba como hoy» porque «tenía una formación cristiana» y «sabía que había un quinto mandamiento que decía no matarás». Sin embargo, no hay ninguno que especifique que no se puede golpear o violar a la esposa mientras esta siga respirando, así que ancha es Castilla. Tampoco hay letra pequeña alguna que indique que no se la debe amenazar o humillar, algo que mata mucho por dentro aunque no deje moratón.
Me queda la duda de si, por seguir a pies juntillas los mandamientos, los hijos de los maltratadores tienen que honrar a sus padres, aunque de cuando en cuando también ellos reciban un pescozón. ¿Y qué explicación tiene el párroco para los sacerdotes pederastas? ¿Por qué cometieron actos impuros –por llamarlo finamente– si lo prohibía el sexto mandamiento? ¿Y acaso no mintieron, en contra del octavo, quienes los encubrieron? Quizás lo aclare el párroco en otra homilía antes de que el Papa llame para hacer la tan necesaria criba entre su personal.
No hago cupcakes ¿y qué?
Vale, no tengo horno. ¿Y qué? No he matado a nadie. En su día optamos por dos caceroleros y hasta ahora no lo había echado en falta. La culpa de que me señalen en el patio la tiene esa cepa contagiosa que se manifiesta en un deseo irrefrenable de hacer bizcochos y cupcakes. Yo, que debo ser inmune, mandé a la cría a celebrar su cumple en el cole con un rosco del súper y desde entonces vivo estigmatizada. Espero que mi ignorancia culinaria no le cree un trauma y termine descuartizándome y gratinando mis sesos en el microondas. O, lo que es peor, haciendo con ellos un sorbete si es que todavía perdura la moda de los postres. Por si no lo saben, no tener hoy día el más mínimo conocimiento de repostería es equiparable al no saber zurcir un calcetín de antaño. Así que si aún no han sido descubiertos, callen.
En verdad, no me importaría poner un horno en el hueco de la tele -a la que prácticamente doy el mismo uso- pero temo que el pequeño, que de puntillas ya llega al cajón de los cuchillos, tome represalias. Otra cosa sería sacar tiempo para utilizarlo. Porque yo estaría encantada de hacer cojines de ganchillo, tapizar el sofá en patchwork y hornear una tarta de queso con arándanos, siempre y cuando el padre de las criaturas plante cebada para elaborar artesanalmente su propia cerveza, confeccione su camiseta del Athletic y se tricote los slips y la funda del smartphone.
«Al Adolfo, por favor»
Vale que ya se ha publicado en el BOE, pero lo mismo que hay aitites que pasean por Autonomía convencidos de que lo hacen por la difunta Gregorio Balparda, los madrileños tardarán en rebautizar Barajas con el nombre del primer presidente de la democracia. Meterse a un taxi y decir: «Al Adolfo, por favor» da risa. Con todos mis respetos, pero, más que a aeropuerto internacional, suena a tasca de bocatas de calamares. Vamos, que como no enseñes rápido la maleta, el chófer te hace una tournée con paradas en Doña Manolita y El Retiro. Eso por no hablar del milloncejo de euros que podría costar el cambio de rótulos. Menos mal que Felipe Juan Froilán de todos los Santos, con sus dotes de relaciones públicas de discoteca, no parece encaminado a recibir tal honor, porque de esa entrábamos en bancarrota y no nos rescataba ni Amancio Ortega.
También anda una cuadrilla de unos 20.000 bilbainos queriendo cambiar el nombre de la Plaza Circular por el de Plaza Azkuna. Y otra en Santurtzi reclamando una calle para Eskorbuto. Puestos a sugerir, sin ánimo de injerencia, que bastante susceptible está ya con el BEC, propondría al alcalde de Barakaldo que renombrara temporalmente, lo que dure la crisis, la calle La Felicidad. Me imagino a uno de sus vecinos en la cola del paro. El de la ventanilla, con voz de una whopper con queso: «¿Domicilio?». Y el otro: «Vivo en La Felicidad». Y el de atrás: «¡Hay que joderse!».
De mayor quiero ser Yoko Ono
Ya ha pasado una semana desde que Yoko Ono visitó Bilbao y todavía no sé muy bien si admirar su brillante talento o pensar que se le ha fundido un plomo. No va y dice que «estamos cerca de un mundo en paz» porque los países no tienen dinero para fabricar más armas. Como si estas fueran estrictamente necesarias. Hay lugares, querida, donde se lapida, se viola en grupo, se mata a patadas o de hambre o se estrangula sin necesidad de drones ni bombas de última generación. Con las manos, los pies o lo primero que uno, de oficio maltratador, pilla de la encimera de la cocina. Vale que sin armamento pesado se extermina más lento, pero todos sabemos que una víctima a la vuelta de la esquina conmociona más que 40.000 civiles muertos en Siria.
La violencia, a pequeña escala, está presente hasta en el parque, donde el otro día un niño le asestó un puñetazo a otro en el estómago. «Eso te pasa porque tú también pegas», le reprendió el padre al agredido, encogido en el suelo. Los progenitores del futuro Chuck Norris ni aparecieron. Estarían en el bar, brindando por la paz mundial. Con este percal, cuesta vislumbrar ese «mundo bello» que atisba la artista. Y mira que yo también hago performances en las que me transformo de persona aparentemente normal en histérica varias veces al día, aunque solo delante de los críos. Definitivamente, de mayor quiero ser tan optimista como Yoko Ono o al menos vapear lo mismo.
