De buena tinta

¿Así que Iñigo Martínez al Athletic por un pastón y Garbiñe Biurrun, candidata a lehendakari de Podemos, eh? Con estos ojitos y estos oídos que se van a merendar los gusanos lo leyó y escuchó aquí su seguro servidor. Lo proclamaban a todo trapo los grandes visionarios de este oficio de tinieblas tirando de su proverbial suficiencia de agáchate y hazme una churrupaíta.

No hablo solo de las primeras páginas donde ambos pronósticos fallidos —ofrecidos, ojo, como hechos consumados— han quedado para los restos como monumentos al fiasco anticipatorio. Si cabe, me encabronan más esos y esas colegas (por mentarles de algún modo) que recorren los corrillos impostando gran misterio antes de soltar con soniquete de orgasmo clitoridiano lo que el dúo Gomaespuma llamaba elsupernoticiónquetecagas.

Fui testigo de refilón de cómo varios de estos Nostradamus de lance iban contando a quien les saliera al encuentro que la candidatura morada de la jueza Biurrun era cosa hecha desde el pleistoceno inferior. En su versión, se estaba dejando pasar el tiempo para disimular. Me recordaron un huevo a aquel otro clarividente del copón que la víspera del atentado de ETA en la T4 me aseguraba, citando contactos “de muy dentro”, que la tregua era irrompible. Ni una semana después del bombazo, el tipo presumía de haberlo anunciado. Siguiendo idéntico patrón, hoy es el día en que los difusores del chauchau de la magistrada van con el mentón enhiesto y sonrisa picaruela alardeando de haber tenido noticia antes que nadie del rechazo de la oferta para encabezar las listas moradas al parlamento vasco. No hay quien pueda con ellos.

¡Rajoy vive!

En este punto y esta hora de la farsa procede una ovación con su correspondiente vuelta al ruedo para el Tancredo de Pontevedra. No se ha visto un cadáver con mejor salud que el del recordman planetario de presidir en funciones. Con la tontería, otro trimestre y pico que se echa al coleto el mengano. Vengan los tres tenores Sánchez, Iglesias y Rivera a quitarle lo bailado, que con razón se llevarán una peineta acompañada de una estentórea pedorreta. En singular homenaje a Helenio Herrera, Mariano los ha ganado sin bajarse del autobús. ¿Se acuerdan de las risas cuando le confesó al Puigdemont de pega que tenía la agenda muy despejada? Pues ya ven el despiporre actual: un tipo que a estas alturas debía empezar a ser un mal recuerdo vuelve a tener futuro. Como poco, puede tirar los dados de nuevo, y a ver qué pasa.

Eso, a ver qué pasa. ¿A que muchos de ustedes, como yo, sospechan que le puede ir la cosa mejor que el 20 de diciembre? Y ya, si nos ponemos cenizos, imaginamos con espanto una noche electoral, la del 26-J, en la que la suma del PP con Ciudadanos alcanzaría para gobernar con holgura. Tranquilicémonos. Probablemente todo se quede en susto. No puede ser que los dioses de la democracia, aunque sea esta tan chunga, nos quieran tan mal. Sin embargo, el solo hecho de que exista la posibilidad recién enunciada debería servirnos para un par de reflexiones. La primera, sobre lo poco que cabe esperar de ciertos votantes. La segunda, que cualquier desgracia que pase se la habrán ganado a pulso los que no han querido llegar a un acuerdo de puñeteros mínimos para mandar a casa a Mariano Rajoy Brey.

La gran gran burla

Como la tomadura de tupé de estos 4 meses no les parecía lo suficientemente vejatoria, los trileros de la política hispanistaní no se han privado de atizarnos el insulto final. Ni en un instituto de secundaria regular habría colado la oferta de último minuto —low cost hasta para eso— con que quisieron tenernos entretenidos a los que no nos queda otro remedio que prestar atención porque nuestro trabajo consiste en contar sus ocurrencias. Me disgusta coincidir con el figurín figurón Albert Rivera, pero se lo pusieron a huevo al chaval del Ibex. Para 4 años de gobierno entre 6 partidos, 30 propuestas en 3 folios. No llegan ni a los caracteres de un tuit para cada una de ellas. Ese es el nivel de profundidad de estos chapuceros con cargo al erario común. Claro que la página que da la medida de todo es la cuarta, esa portada de primer día de cursillo de Word bajo el encabezado Pacto del Prado. Por grandilocuencia de a duro que no quede.

Y menos mal que no salió. Sí, sé lo que me digo. Me consta que presuntamente nos habríamos librado del peñazo —además, carísimo— de la vuelta a las urnas. Aun así, piensen un momento en el escupitajo en el ojo que supondría haber hecho todo este viaje para acabar aceptando una chufa de acuerdo que perfectamente podría haberse alcanzado el cuarto día de negociaciones.

No lloremos por la leche derramada. Termino como ayer y, mucho me temo, como haré más veces de aquí al 26 de junio. Podemos achacar la mayor parte de la culpa, con sus diferencias de grado, a los tunantes que nos han estado toreando. Sin embargo, en nuestra mano estará que no puedan hacerlo de nuevo.

¿Fracaso colectivo?

Oigo y leo, incluso en los editoriales de los diarios que publican estas líneas, que la impepinable repetición de las elecciones generales obedece a (o es síntoma de) un fracaso colectivo. Pues a mi me borran de la lista de responsables, por favor. Seguro que tengo culpa compartida de mil y una tropelías, pero les prometo que de esta en concreto estoy tan libre como de la pésima imagen que dio mi equipo el otro día contra el Levante. Y como servidor, otros millones de ciudadanos que en esta farsa no hemos desempañado más papel que el de panolis, primos o pardillos, términos todos ellos del mismo significado. Solo faltaría que los truhanes que nos la han estado dando con queso durante ¡cuatro meses! vengan ahora a tratar de encalomarnos su fraude.

¿Fraude? Sí, porque aunque cupiera alegar también incompetencia, no sería atenuante. Quienes nos han acarreado hasta aquí lo han hecho, amén de con una torpeza indescriptible, a muy mala idea. Contra sus sus pronunciamientos públicos a dos carrillos, ninguno de los protagonistas de la tragicomedia de enredo ha obrado por el interés general sino por el suyo propio. Simplemente, podían permitírselo. Incluso en el peor de los casos, sus habas —y sus gintonics de 18 euros— no corrían el menor de los peligros.

En esa bastardez egoista sí han conseguido ponerse de acuerdo las cuatro siglas concernidas. Cabrá argumentar que no todas han mostrado el mismo grado de maldad, y no será incierto. Pero allá quien quiera engañarse jugando a salvar a los propios y condenar a los ajenos. Será darles patente de corso para que, llegado el caso, vuelvan a hacer lo mismo.

Tris, tras, tres

Primer encuentro a tres desde el 20 de diciembre, que ya ha llovido un rato. Dos horas y media de reloj, con 18 individuos alrededor de una mesa ovalada. ¿Media docena por cada una de las formaciones? Parece lo lógico, pero por alguna razón que les dejo interpretar, había 7 de Podemos —incluyendo al mandarín principal—, 6 del PSOE y 5 de Ciudadanos, con un gachó que causó baja de último minuto. Sánchez y Rivera se reservaron para mejor ocasión.

Muy cuquis en las fotos, pero, ¿el resultado? Nada entre dos platos. Y eso es precio de amigo, porque la cosa anda más cerca de la tomadura de tupé a la ciudadanía que de otra cosa. El trato a los periodistas que cubrieron el evento sirve como prueba, bien es cierto que allá cada uno, si se deja. Después de tener a la canalla tirada a esas horas —vendrán luego con la milonga de la conciliación y la racionalización—, Iglesias, el de la transparencia, el de la luz y taquígrafos, el que quería transmitir las negociaciones enteras, dijo que no le petaba soltar prenda. Mañana, por hoy, sería otro día.

Sí salió un mengano de Ciudadanos, de nombre José Manuel Villegas, a contar que se había quedado buena tarde, que qué bonitos los apliques de la sala donde se habían juntado y que, ya si eso, otro día hablamos. Salvo por la afectación y la solemnidad de chicha y nabo que gasta el teórico número ¿dos? de Ferraz, el discurso de Antonio Hernando derrotó por parecidas bagatelas. Cantaba a leguas que lo que nos están contando estos manifiestamente mejorables actores es que todos están en campaña para las elecciones de restreno que nos aguardan a la vuelta de la esquina.

Las purgas de Pablo

Fíjense que con todo lo crítico que me he mostrado con Podemos, siempre había opinado que la identificación de la formación morada con el estalinismo era una caricatura grosera. Para mi sorpresa —solo relativa, tampoco exageremos—, es el propio mandarín en jefe de la cosa quien parece empeñado en retratarse como la versión vallecana del padrecito. Miren si no, cómo siguiendo la macabra broma clásica, le ha hecho la autocrítica a su número tres, Sergio Pascual. Con alevosía, nocturnidad y, cómo no, el sambenito de rigor, es decir, la acusación de haber perpetrado una gestión deficiente que ha resultado perjudicial para la (santa) causa. Abundando en el paralelismo con los usos y costumbres del bigotón, como recordó ayer Oskar Matute en Euskadi Hoy de Onda Vasca, el ahora laminado fue enviado como comisario a la campaña electoral andaluza para marcar a Teresa Rodríguez, sospechosa de desviada de la ortodoxia pablista. Igual que en lo más crudo del invierno soviético de don José, los mayores evangelizadores acabaron fusilados por traición, prácticamente sin excepciones, Pascual ha sido el purgador purgado.

En el inventario de parecidos razonables, se puede citar la alucinógena carta de Iglesias en la que proclama que cuando se trata de “defender la belleza” —les juro que esa es la expresión— no caben “corrientes o facciones que compitan por el control de los aparatos”, telita. Con todo, la mayor de las semejanzas con el infausto régimen es el atronador silencio de los corderos. Y aun peor —ya lo verán en las respuestas a esta misma columna—, el bilioso ataque a quien ponga en solfa tal proceder.

Cal viva y algo más

En el ratito de gloria que le tocó en la bufonada de investidura, la medianía que ejerce como portavoz del PSOE le echó un cuarto a espadas a su señorito Sánchez tirando del cuento de hadas de la Inmaculada Transición. Ya lo había hecho en la sesión matinal, con bastante mejor prosodia e idéntico abismal desconocimiento del asunto, el figurín Rivera, que cita tanto y tan mal a Suárez, que el Duque acabará resucitando para darle una manta de hostias.

Aparte de en la ya mentada ignorancia atrevidísima, el chisgarabís Hernando y el recadero del Ibex  coincidieron en retratar esos años como un nirvana donde todo fluía en insuperable armonía. Cuánta razón hay que darle una vez más a Gregorio Morán —que a diferencia del par de zascandiles con acta de diputado, sí vivió aquello y lo recuerda con dolorosa precisión—, cuando señala ese peculiar fenómeno del pasado que consiste en cambiar constantemente mientras el presente sigue inmutable. Con media hora que pasaran en la hemeroteca, los alegres juglares descubrirían que la crispación de hoy es una broma divertida en comparación con la sangre, la pólvora y la bilis que corrían por entonces.

O la cal viva, cuyo uso se extendería hasta unos lustros más tarde, como citó en la misma jornada y sin que nadie pueda acusarle de inventarse nada que no ocurriera el diputado Iglesias Turrión. Mucho más leído que el dueto del Pacto a la Naranja, el líder de Podemos se estrenó en el Congreso recordando los 40 años de la masacre de Gasteiz. Aunque al principio me pareció que se adornaba, viendo lo que vino después, el ejercicio de memoria resultó más que pertinente.