Salvemos a Cristiano

Acudo a ustedes con una inmensa congoja por la suerte que pueda correr el benefactor de la humanidad que atiende por Cristiano Ronaldo Dos Santos Aveiro. “Me voy del Real Madrid, no hay marcha atrás”, anunciaba con justísima indignación el astro madeirense en una publicación de su país —a la altura de Os Lusiadas, como poco— llamada A bola. Imposible no empatizar inmediatamente con su sentimiento de ser víctima de una persecución implacable por el despiadado fisco español. ¿Cómo se atreven el mequetrefe Montoro y sus secuaces a reclamarle que pague sus impuestos al genio balompédico más grande del tercer milenio? ¿Qué atropello contra el estado de derecho y la dignidad de las personas guapas es ese?

Menos mal que todavía quedan caballeros españoles, y a la hora de escribir estas líneas ya hay más dos millares de patriotas que han firmado en Change.org para que al apolíneo Dios de las pelotas y papá por subrogación se le perdone la deuda y pueda así seguir vistiendo la gloriosa camisola blanca con el estampado de la aerolínea de los muy democráticos Emiratos Árabes. Emocionante también, la defensa a escuadra de Florentino Pérez, ese otro enorme prohombre nunca suficientemente bien ponderado. Merece igual encomio el férreo apoyo de la ejemplar prensa de orden —Del Marca al ABC, pasando por la hoja marhuendera—, que ha dejado muy claro en sus portadas que el (como mucho) pequeño despiste de Cristiano nada tiene que ver con el antipatriótico desfalco de la Hacienda hispana perpetrado por determinado mercenario argentino enrolado en las filas del separatismo futbolero. Hasta ahí podíamos llegar. Hics.

Nuevo viejo Sánchez

Decía Einstein (o a lo mejor no, pues la mitad de las citas que le atribuyen son falsas) que la estupidez consiste en hacer las cosas siempre igual y esperar un resultado distinto. Anóteselo el artista del trapecio político anteriormente llamado Ken Sánchez que tras una serie de vicisitudes prodigiosas atiende por Pedro. Lo que habremos glosado todos su épica victoria sobre el aparato socialista, para que su primera determinación tras recobrar el mando sea, como quien dice, volver a la casilla de la salida. No son los periódicos de hace quince meses sino los de ayer los que cuentan que su fórmula infalible para sacar del gobierno a patadas al PP pasa por sumar a los escaños de su partido los de Podemos y Ciudadanos. Y en una réplica exacta de lo ocurrido aquellos días, cuando se le apunta que morados y naranjas no irían juntos ni a cobrar el bote de la Primitiva, el tipo no se da por aludido y responde que a él no le detiene una menudencia.

Si este era el rojo sin complejos que nos habían anunciado, que baje Marx (o aunque sea, Largo Caballero) y lo vea. Caray con el nuevo viejo Sánchez, que tras la brillante recuperación del mando en la plaza de Ferraz saca el recetario que ya se ha probado fallido. Si sumamos lo de la plurinacionalidad de solo la puntita y soberanía única e intocable para resolver la bronca territorial —lean Catalunya y los que vayamos después—, la cosa empieza a oler a Lampedusa que echa para atrás. Cambiemos todo para que nada cambie. Eso sí, con Margarita Robles como portavoz en el Congreso. Quién mejor que quien rompió la disciplina de voto para imponerla a sus compañeros.

De Hipercor a hoy

Hipercor, 30 años. 21 muertos y 45 heridos, muchos de cuales aún arrastran secuelas físicas y psicológicas. Es verdad que para algunos, muy poquitos, de los que apoyaban la patéticamente llamada lucha armada de ETA marcó un antes y un después. Tal nivel de crueldad gratuita e indiscriminada resultó sencillamente inexplicable para, insisto, un puñado de personas que guardaban algo de conciencia y de espíritu crítico en su interior. El resto recurrió a la palabrería panfletaria de rigor, a las añagazas autojustificatorias o, cómo no, a encogerse de hombros porque “el conflicto es así”.

Todavía hemos tenido que escuchar en las últimas horas, y eso es lo verdaderamente terrible, que la culpa no fue de los que colocaron en el parking de un centro comercial repleto de gente 30 kilos de amonal, 100 litros de gasolina y escamas de jabón y pegamento, sino de los que no mandaron desalojar el local a tiempo. Y no crean que lo sueltan solo mentecatos de mollera granítica como los que andan quemando contenedores y pintando paredes en apoyo del homicida múltiple Iñaki Bilbao. Amén de no pocos cargotenientes de la cosa recién renovada, también lo dejan caer los polemistas de corps, esos tipos que dan lecciones, hay que joderse, sobre vulneraciones de Derechos Humanos. Son los mismos, efectivamente, que tienen las santas narices de colocar en idéntico plano de necesidad de reconocer el daño causado al lehendakari y a un mengano que se ha llevado por delante diez, quince, veinte vidas.

Claro que también es verdad, y esta vez la autocrítica es mía, que eso ocurre porque asumimos tales comportamientos como normales.

Cuarenta años después

Han resultado muy reveladoras las celebraciones y/o conmemoraciones de los cuarenta años de las elecciones del 15 de junio de 1977. Hasta lo puramente nominal daba para comentario de texto. Parece haber calado (o más bien, colado) lo de “las primeras elecciones de la Democracia”, así, con mayúscula en la última palabra-fetiche o énfasis engolado si se piaba de viva voz. Tampoco me pondré tan radicalazo como para anotar que está por ver que incluso en 2017 hayamos estrenado la tal democracia, pero los entusiastas usuarios de la expresión anterior me van a permitir que les recuerde que las citas con las urnas entre 1931 y 1936 también fueron, dentro lo que cabe, democráticas. Si queremos afinar más, situemos el punto de partida en las del 19 de noviembre de 1933, cuando por fin pudieron votar las mujeres pese a la contumaz oposición de cierta izquierda fetén. Así que dejemos las festejadas estos días como las primeras elecciones a Cortes tras la muerte de Franco.

Y todavía cabe ponerse una gotita más puntilloso y precisar que dicha muerte —el hecho biológico, como se llamaba entonces— fue de viejo y en la cama. El detalle no es menor. De hecho, explica lo que sucedió a continuación, que en realidad, venía preparándose desde tiempo antes de que el tirano la diñara: la sustitución monitorizada de una dictadura ineficaz y fea a los ojos de los mandarines del mundo por un sistema medianamente presentable de puertas afuera. Se hizo a modo de cambalache. Queda muy bien denunciarlo hoy, pero entonces no había más tutía. Como sentenció Vázquez Montalbán, era lo que imponía la correlación… de debilidades.

Ciertas penurias

Desde que una profesora de la que guardo un gratísimo recuerdo nos mandó leer Duelo en el paraíso en segundo de bachillerato, tengo a Juan Goytisolo en la mejor de las consideraciones. Otra cosa es que no llegara a captar, indudablemente por mi culpa, la esencia de esa novela ni de la mayoría de los trabajos suyos que fui leyendo con el tiempo. Mi incapacidad no es obstáculo para reconocer su lugar entre los más grandes de la literatura contemporánea en castellano. Lo anoto de saque, cual venda antes de recibir la herida, para que no se vea en las siguientes líneas nada parecido a una crítica o falta de respeto póstumas.

El caso es que, una semana después de su muerte, El País desveló que se trató de una elección consciente, motivada, en buena medida, por su mala situación económica. “Goytisolo en su amargo final”, amarilleaba una gotita el titular principal, que venía complementado por un sumario explicativo que no le iba a la zaga: “La imposibilidad de escribir y la necesidad de dinero para costear los estudios de sus ahijados deprimieron al escritor”. Impactado por ese par de directos al hígado, imaginando una pobreza de solemnidad como las que describían Dickens o Galdós, el lector buscaba confirmación en el texto del más que notable periodista Francisco Peregil. Y aunque ese pretendía ser el tono, se contaba que El País le pagaba 3.000 euros mensuales aunque no enviase nada, que el Instituto Cervantes le procuró conferencias o que, poco menos, se le concedió el Premio Cervantes por caridad, con una dotación de 125.000 euros. Simplemente, sumen, comparen y decidan si hablamos o no de penuria.

Nada cambia (parece)

¡Y después de día y medio de pressing catch parlamentario, el ganador es…! El que cada cual tenía en mente mucho antes de que los contendientes subieran al cuadrilátero de las Cortes. He ahí la primera enseñanza de la tercera moción de censura desde que justo hoy hace 40 años se volvió a la más o menos sana costumbre de votar. La iniciativa no parece haber cambiado nada ni a favor ni en contra. Las opiniones están donde estaban. Iba decir “exactamente donde estaban”, pero ni eso. Siguiendo los usos habituales, las posturas se han cerrilizado un par de grados. Los de Pablo son más de Pablo. Los de Mariano, más de Mariano. Y los otros, entre los que me incluyo, somos más de tener la sensación de inmensa pérdida de tiempo y de haber asistido a un show a mayor gloria del que se proponía como candidato alternativo sabiendo que no le daban los números ni por casualidad. A todos se nos ha cumplido la autoprofecía.

Claro que si hay que ser sincero, habrá que reconocer que el espectáculo estuvo orlado de una docena de destellos. Por lo que nos toca más de cerca, y para que vean lo ecléctico o lo bienqueda que soy, me gustaron mucho las intervenciones de Marian Beitialarrangoitia y Aitor Esteban, defendiendo el sí condicionadísimo en el primer caso y la abstención porque no hay más bemoles en el segundo. En el lado opuesto, el vocero por turno de UPN, Iñigo Alli, traspasó los límites de lo patético rebozando su “no” sumiso con las habituales alusiones a ETA y los pérfidos vascones que en su comunidad les han quitado el juguete de gobernar. Y luego, sí, el señor ese del PSOE tan encantado de conocerse.

Alegría y rabia

Naturalmente que me alegra la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre Juan Mari Atutxa, Gorka Knörr y Kontxi Bilbao, pero reconozco que soy incapaz de reprimir la sensación de rabia infinita que me invade. ¿Quién y cómo repara ahora el inmenso daño causado a tres personas que simplemente obraron en conciencia ante una arbitrariedad como la copa de un pino dictada por una instancia judicial que actuaba, como era (y sigue siendo) costumbre, por impulso político?

Por contundente que suene lo de la condena a España, se me queda muy corta. Aparte de que ni siquiera entra en el fondo del asunto, sabemos que a nadie le va a enrojecer el enésimo tironcente de orejas por pisotear alevosamente y por sistema los principios más básicos. No habrá nada parecido a una disculpa por haber propiciado un martirio que se ha prolongado durante casi tres lustros. Al contrario, esos que tanto elevan el mentón al exigir a los demás que reconozcan el sufrimiento causado están ya fumándose un puro con la sentencia.

Y por triste y vomitivo que parezca, no muy lejos de ellos se encienden otro caliqueño los que un día convirtieron a Atutxa en su peor pesadilla. Hablo, claro, de los que jalearon los innumerables intentos de ETA por mandarlo al otro barrio y ayer no disimulaban el disgusto por el fallo de los magistrados de Estrasburgo. No esperaba uno que la miseria moral y el resentimiento rancio pudieran alcanzar tales cotas. Qué gran retrato de aquellos años de plomo y mierda ideológica, el rechinar de dientes compartido por los hooligans de esta y aquella orilla. Los unos sin los otros nunca fueron nada.