La salud era lo primero

Caramba con los severísimos pontificadores de la consignilla “la salud es lo más importante”. En cuanto rascas con el canto de un duro, te encuentras que su superioridad moral y su rectitud engorilada no aguantan medio soplido. Qué imágenes, las del pasado fin de semana, de multitudes arremolinadas, pasándose por el forro de los caprichos todas las letanías sobre la distancia de seguridad, la responsabilidad individual y me llevo una.

Oiga, mireusté, que llevaban mascarilla, por lo menos cinco de cada diez. No me compare, que era por una noble causa, ya verá cómo el bicho sabe distinguir a quién llevarse por delante y a quién no. No joda, que era a las puertas de la fase tres, mientras los cayetanos fachirulos de los barrios madrileños de alcurnia salieron en la uno mal contada y con banderas españolas y palos de golf, que son vehículos seguros de difusión del virus. Milongas, milongas y más milongas que contienen el autorretrato de los medidores de doble, triple, cuádruple vara o lo que haga falta. Ya ni siquiera es hipocresía. Es cinismo del más alto octanaje entreverado con la soberbia de los que siempre salen vencedores de cada envite porque si alguien les afea la conducta, se encabritan y le ponen de fascista para arriba. Pues sea, que uno no se va a callar a estas alturas de la tragicomedia.

Micrófonos cerrados

Dicen que lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas. Y se asegura lo mismo sobre las conversaciones de plumillas con políticos antes de que se encienda la lucecita roja o después de que se apague. Esto último, claro, siempre es según el color del medio y las siglas del político en cuestión. Anda que no habrán sido pocas las veces en que las declaraciones verdaderamente sustanciosas, las que se han difundido urbi et orbi, han sido las captadas al despiste en los instantes previos o posteriores a la entrevista o al canutazo teóricamente oficiales.

Les hablo, por si se están perdiendo, de la publicación, con casi tres meses de retraso, de unas bocachancladas de la ministra Irene Montero sobre la relación entre el pinchazo de asistencia del 8-M y el miedo al coronavirus. Uno, que va para muy viejo, sonríe ante la indignación de quienes sienten como sacrilegio la filtración de un presunto off the record —que no es exactamente una piada de colegueo— y el engorilamiento de los que creen haber hallado un Watergate a la hispana. Ni tanto ni tan calvo. Como tantas veces, basta cambiar los nombres y las adscripciones ideológicas para darse cuenta de que las reacciones serían exactamente inversas. O sea, que menos lobos y más aprender una máxima de varios oficios: nunca hables ante un micrófono cerrado.

Muertos ‘de más’

Como señaló atinadamente Juanjo Álvarez ayer en la tertulia de Euskadi Hoy de Onda Vasca, resulta tremendo que en la técnica estadística existan conceptos como Mortalidad esperada o Exceso de defunciones. Es uno de los aprendizajes siniestros y no exentos de morbo de esta pesadilla interminable. Lo primero viene a ser la previsión de muertos en un periodo, supongo que en función del comportamiento medio de otros años en las mismas fechas. Lo segundo, lógicamente relacionado con lo anterior, es el número de fallecimientos que se dan por encima de la estimación.

Y ahí es donde se han roto todas las marcas. Con datos puros y duros de los registros civiles en la mano, resulta que solo entre el 13 de marzo y el 22 de mayo murieron en el estado español 43.000 personas más de las que se esperaba. La cifra está muy por encima del balance oficial de fallecidos por coronavirus que aporta el ministerio de Sanidad. Se puede argumentar que no necesariamente cabe achacar al maldito covid19 cada uno de los decesos de más. O no, por lo menos, como consecuencia directa. Otra cosa es cuántas de las muertes han sido por efecto colateral del virus, al deberse a dolencias eclipsadas ante la emergencia sanitaria. Averiguarlo es un reto que tiene la ciencia y que nos dará la estremecedora dimensión de la tragedia.

Contar muertos

Una noticia directa a la boca del estómago: la factura mensual de las pensiones ha caído por primera vez por las muertes por coronavirus. La Seguridad Social tuvo que hacer frente en mayo a 38.508 pensiones menos que en abril. Es altamente probable que en la explicación detallada de semejante descenso entren otros factores, pero a nadie se le escapa el brutal mensaje que contiene esa cifra. Nada, por otra parte, que no se nos hubiera pasado por la cabeza ni que nos resulte extraño. Esta pandemia se ha cebado cruelmente con las personas mayores.

Se antoja especialmente siniestro que hayamos conocido este hecho apenas unas horas después de que el artista del alambre Fernando Simón nos informase de que de un día para otro habían desparecido casi dos mil personas del saldo oficial de muertes. ¿La explicación? Ninguna convincente: que las comunidades autónomas no saben contar. O peor aun, que cambiando de criterio, los números salían menos feos. Miren que trata uno, casi con fe de carbonero, de no poner en duda el criterio de los que saben, pero en este caso cuesta un mundo. Máxime, si como hemos venido intuyendo, hasta la fecha las muertes se han contado de menos y no de más. Eso, sin pasar por alto lo más doloroso, que es la reducción a mera estadística de vidas que se han quedado por el camino.

Diario del covid-19 (45)

No sé si resulta más siniestra, patética o enternecedora nuestra querencia por hacernos trampas al solitario. Tanta bronca por las fases, tanta literatura chunga sobre la nueva normalidad o lo cambiados que saldríamos de esto, y resulta que el personal ha decidido por su cuenta que el bicho se ha ido, que (en el mejor de los casos) basta con un mascarilla requetesobada como detente-bala y que ancha es Castilla. Qué imagen, la mañana de un lunes laborable, la de las terrazas de mi pueblo llenas a razón de cuatro almas por mesa de un metro cuadrado. Todo un desafío para las matemáticas; todavía estoy esperando que uno de esos listos que regalan clases de óptica venga a explicarnos que si el zoom, que si el objetivo, que si el ángulo. Ni distancia interpersonal ni gaitas: promiscuidad pre-pandemia pura y dura.

Me alegro sinceramente por el sufrido gremio hostelero, pero no puedo evitar pensar con espanto en el lugar al que pueden llevarnos estas actitudes. Ahora que, a costa de un sacrificio indecible de los profesionales sanitarios y del esfuerzo de la gente corriente, los números empiezan a apuntar en buena dirección, no podemos pifiarla. La recaída es una opción muy sería. Apelo, sí, a la responsabilidad individual, pero también al deber de nuestras autoridades de impedir la vuelta al infierno.

Diario del covid-19 (44)

Si el telón de fondo no fuera una enorme tragedia, resultaría hasta graciosa la suerte de votación de Eurovisión en que se convirtió el proceso para el salto o no de fase de la dichosa desescalada. Especialmente, teniendo en cuenta que los criterios sanitarios, los intereses económicos y las argucias politiqueras que entraron en juego tuvieron como contrapunto real la actitud de buena parte de la ciudadanía que desde hace una semana vive cuatro traineras por delante de la fase más avanzada. Les remito a mi columna anterior, que incluso se ha quedado en aguachirle a la vista del brutal incremento del desparrame de unos cuantos de nuestros semejantes.

Por lo demás, es imposible no reseñar entre el asombro y el cabreo que a los censados en la demarcación autonómica nos ha tocado una versión capada de la fase 1. Vamos, que nos han dejado en la 0,7, siendo muy generosos. Porque sí, de cine lo de las terrazas, las iglesias y los comercios, pero, a diferencia de lo que pasa en el resto del Estado, permanecemos enclaustrados en nuestro municipio, sin posibilidad de reencontrarnos con los seres queridos a los que no vemos desde hace dos meses. Seré muy obtuso, pero el mensaje no concuerda con los que nuestras propias autoridades habían lanzado sobre la necesidad de recuperar algo parecido a la normalidad.

Diario del covid-19 (41)

Jamás he destacado por mis dotes proféticas, pero algo me dice que hoy saldrá adelante en el Congreso la cuarta prórroga del estado de alarma. Básicamente, porque en nuestro fuero interno casi todos sabemos que no queda otra. Por más que sea un chantaje infecto, e incluso aunque, como les anoté ayer, destacados constitucionalistas aseguren que en el punto y hora actual basta con la legislación ordinaria, la lógica parece indicar que la extensión es necesaria. Más que nada, por no poner en riesgo lo que hemos ido consiguiendo en estos cincuenta y pico días de apretar los dientes justo ahora que intuimos al mismo tiempo la lejana luz al final del túnel y las posibilidades de volver a la casilla de salida por la irresponsabilidad de una parte de nuestros conciudadanos.

Eso sí, el apoyo deberá implicar la garantía de que no volverá a haber más bofetadas ni más ninguneos gratuitos a quienes desde el minuto cero de esta pesadilla estaban dispuestos a arrimar el hombro sin pedir otra contrapartida que la lealtad recíproca. Se ha puesto demasiadas veces la misma mejilla ante el uso caprichoso y prepotente de una herramienta legal que debe manejarse con extremo cuidado. Sánchez y su susurrador Redondo tendrán que comprometerse de una vez a dejar de ser el escorpión que pica a la rana en medio del río.