El arin-arin y el conficto social en una romería de Arrue

El cuadro Romería (1920) de José Arrue no refleja solo la arcadia feliz del mundo rural vasco como siempre hemos pretendido verlo, sino también un conflicto ideológico que rasgó la convivencia social del momento. Hagamos por tanto otra lectura de la obra.

Desde el primer vistazo observamos que, dentro del gentío congregado en la romería de San Miguel —ermita que, según la creencia popular local, se tiene por el primer templo del municipio de Orozko— nos plantea Arrue un acto central más relevante, solemne, principal en la escena: es el baile del aurresku presidido por las autoridades y al son del txistu, la expresión más tradicional y genuina de la fiesta.

Pero a su vez, en una esquina del cuadro, reforzando aún más su carácter marginal, nos muestra a unos jóvenes que, ajenos a la liturgia del acto central, bailan alegres y con los brazos en alto un puerro o arin-arin, al son de acordeón, pandero y un txistulari. Son la última consecuencia del inconformismo del momento, la ruptura del orden establecido, los antisistema que añoran la libertad de la modernidad y no la tradición. Nadie como el maestro José Arrue para reflejar con extremado detalle —pictórico e histórico— esos dos mundos que chocan entre sí.

El cuadro Romería de José Arrue (1920) no representa una arcadia del mundo rural vasco, sino también la confrontación de dos danzas, dos sociedades, dos formas de entender la vida, separadas por el devenir del tiempo.

AÑORANZAS. La sociedad vasca de fines del XIX vivía sumida en una gran crisis emocional, de pérdida de valores, tras habérsele arrebatado definitivamente sus fueros (1876). Consecuencia de ello, se implantó entre la población una añoranza romántica del pasado, una idealización de la esencia e identidad vascas que, como en toda lectura del tiempo pasado, aparentaba ser mucho más idílica que la certeza histórica.

En realidad, no todo el problema residía en la pérdida de las guerras y los Fueros, ya que al desastre generalizado se sumaba la amenaza de algo imparable y que comenzaba a hacer tambalear la idealización de identidad tradicional inamovible de nuestro pueblo: llamaba a la puerta la modernidad, adversario número uno para muchos sectores sociales, otro enemigo contra el que combatir.

TIEMPOS MODERNOS. Y no eran poco fundados los recelos ya que, de la mano de aquellos nuevos aires, había llegado la industrialización fabril de gran parte de Bizkaia, con la aparición pareja del proletariado y también de la inmigración, especialmente a partir de 1863, cuando las Juntas Generales de Bizkaia suprimieron la prohibición de exportar mineral de hierro más allá de los límites del Señorío y, poco más tarde (1876), la explotación ilimitada de sus minas, produciendo una borrachera económica que duró como sabemos hasta la extenuación de sus menas. Ello convirtió la ría bilbaina en un hervidero de barcos y comerciantes, de locales y extranjeros y de enriquecidas familias que convivían en una ciudad tan apretujada y densa que no cabía en sí misma.

Para más inri de los que defendían la inamovilidad social y cultural secular, había aparecido el ferrocarril (Bilbao-Castejon, 1863) y la comunicación con el resto de Europa era ya una realidad. Así, viajes que parecían impensables unas décadas atrás eran ahora normales y accesibles en precio. Y se abrireron los horizontes…

A ese nuevo mundo burgués bilbaíno, tan elitista y refinado, habían llegado también desde bastante tiempo atrás los elegantes y palaciegos bailes de salón que, como el vals, polka… tanto furor hacían. Un baile con contacto entre hombres y mujeres, algo inaceptable y escandaloso para la sociedad vasca más tradicionalista —carlistas—, el clero y quien tomaría el verdadero relevo: Sabino Arana y el nacionalismo que aparecería poco después (PNV, 1895), muy moralista en sus inicios.

El contacto físico, la mera cercanía o insinuación visual entre ambos sexos era tenido por muchos —y más en el ámbito rural— como algo sucio que atentaba no solo a la honorabilidad de la muchacha implicada —era sobre las mujeres sobre las que recaía la presunción de culpabilidad— sino un ataque fulminante a la honestidad, honra y honor de toda su familia.

Para las jóvenes muchachas de Orozko, así como para las de otras zonas rurales, era muy común y socorrido el bajar a servir a Bilbao. Y es allí, en sus vivencias urbanas, en donde se entusiasman mirando aquellos bailes que danzan sus señoras, con toda la elegancia y boato del mundo. A partir de entonces, el baile «a lo agarrado» —llamado baltseo entre los baserritarras— se extiende como la pólvora de mano de aquella gente joven que ve otra alternativa de vida, con historias de ambientes muy diferentes de los que se comenta existen en Londres, París… y ya no quiere escuchar el alegato a la tradición del mundo rural porque no le ofrece más que una vida privada de los colores naturales de su primavera. Por ello, pronto se suman a la corriente de modernidad los jóvenes de las aldeas, que escuchan ansiosos lo que aquellas sirvientas, arrieros, etc. les cuentan sobre la ciudad y el resto del mundo. No aceptan ya limitarse a los bailes serios y sin ese contacto tan necesario para dar rienda suelta a esa juventud que les brotaba por cada poro.

Las autoridades locales —civiles y eclesiásticas— se escandalizan y maldicen una y otra vez la influencia de esos diabólicos bailes, enemigos venidos de fuera, atentado contra las estructuras tradicionales de la convivencia social, religiosa y, sobre todo, de la decencia.

IRRUPCIÓN DEL ACORDEÓN. Por si fuera poco, aquellos nuevos bailes venían acompañados de un nuevo instrumento, infinitamente más rico en matices que la gaita o txistus habituales, como lo era el acordeón. Aunque el invento era anterior (1829) llega por primera vez a Euskadi de mano de Juan Bautista Busca (1839-1902). Nacido en el Piamonte italiano, llegó a Gipuzkoa a trabajar en las obras del ferrocarril —en lo que eran especialistas por su dilatada experiencia tuneladora en los Alpes— y se instaló en Zumarraga en 1864.

Detalle del margen del cuadro en donde se refleja el arin-arin y, más atrás, los jóvenes buscando lugares apartados en donde entablar una conversación y, quizá, fraguar una nueva historia de amor.

Su aparición fue arrolladora y se expandió con la velocidad de un rayo, haciendo furor entre los jóvenes. Es por ello por lo que el clero calificó a la acordeón como infernuko hauspoa, ‘el fuelle del infierno’ por la ruptura con lo anterior —dominado por los txistularis, entonces conocidos como danbolin, tamborilero…— y su notable incitación a los bailes considerados pecaminosos.

En cierto modo, aquella fractura entre lo tradicional y lo aperturista tuvo su reflejo en la dualidad entre el txistu y la triki. Y, precisamente esta última, por no ser tenida como símbolo para sustentar el canon del vasquismo, al no estar tan sometida al control de la pureza conceptual, adoptó y reprodujo sin complejos en las romerías cada una de las modas musicales que estaban de actualidad, lo que le hizo definitivamente imponerse —aún en la actualidad— como instrumento fresco y jovial y no tan solemne y hierático como el txistu, sin libertad de movimientos por la función que se le asignó.

HECHA LA TRAMPA. Pero los ambientes retrógrados eran asimismo conscientes de que la nueva moda era ya irrefrenable, que había que buscar una solución que contuviese la nueva oleada de podredumbre moral. Así, aunque a regañadientes por algunos sectores ultraconservadores, se decide relajar la permisividad de los bailes públicos, para sujetar aquella avalancha del gusto por el baile a lo agarrado.

Es de ese modo como, en un giro de 180 grados, se da carta blanca a la entrada de danzas hasta entonces desconocidas en el mundo rural, como los son el fandango o el arin-arin —también es de nueva irrupción la biribilketa— que, aunque sean descaradas al dejar bien a la vista las turgencias y formas de la mujer especialmente al levantar los brazos, servirán como sucedáneo para refrenar aquellas ansias juveniles.

FANDANGO Y ARIN-ARIN. Es así como aquellas personas e instituciones que luchaban contra estos nuevos bailes y danzas, comienzan en esta nueva fase a admitir primero y a promover después el fandango y el arin-arin, como estrategia para resolver la dicotomía del «baile a lo suelto» frente al «baile a lo agarrado». Ahora se proponen incluso como modélicas de «lo propio», creando la percepción irreal y manipulada de esas danzas que ha llegado hasta nuestros días.

DE LO URBANO A LO RURAL. En realidad, esas danzas se expanden desde el ámbito urbano hacia lo rural, justo lo contrario de la percepción que actualmente podemos tener. En nuestro caso, desde el Bilbao urbano viajan hasta el Orozko de baserri, seduciendo cada nuevo pueblo que atraviesa. También viaja la moda hacia el resto de Euskal Herria: de ahí que en territorios más alejados sea conocida como Bizkai-dantza.

Otra escena de una romería en Orozko, con el perfil del monte Ganekogorta al fondo, en el que el moderno baile a lo agarrado o baltseo ya parece integrado incluso entre la gente de más edad. También el moderno instrumento llamado acordeón, el fuelle del infierno. La ilustración la realiza José Arrue para la editorial Verdes en 1929, casi una década después de nuestro cuadro Romería. La evolución social, la modernización, son ya indiscutibles.

Es así como con el paso del tiempo y a pesar de los recelos, el fandango y el arin-arin, que en el siglo XIX habían sido tildados por varios autores de foráneos y desvergonzados, aparecen como aceptables frente a la invasión de baile a lo agarrado. Y, por oposición a este, acabarán por ser considerados incluso como modélicos o falsamente genuinos: todo parecía lícito para intentar refrenar la ola del perverso baile «a lo agarrado».

Algo similar parece suceder con la acordeón, cuya expansión parte al parecer de los más urbano, «del baile popular del lugar llamado La Casilla en Abando/Bilbao desde 1882 hasta 1923, atendiendo particularmente a la consolidación de un modelo novedoso de articulación de la danza y de la amenización musical en ese espacio que presuntamente fue replicándose por otros ámbitos del País Vasco» (Berguices, 2016).

ORIGEN DEL FANDANGO. El fandango, como su nombre sugiere, no nos es propio a los vascos, sino la adaptación de una de las danzas españolas, muy común en la región andaluza, desde donde se extendió a las comarcas de Levante y de ahí al resto principalmente a través de representaciones escénicas. Era tenido como de cierto escándalo por su transgresión. Y sabemos de su presencia en la Bizkaia urbana desde muy antiguo:  «…en Bilbao se baila de lo lindo, sobre todo el fandango…» (1727).

ORIGEN DEL ARIN-ARIN. El arin-arin o puerro proviene de la contradanza en origen inglesa y cuyo mismo nombre castellano de contradanza surge de countrydance. Nació como decimos en Inglaterra y se adaptó algo más tarde en Francia, desde donde se extendió. Aunque la mayoría de los investigadores apuestan por la línea de que fuesen los mismos ingleses quienes la trajesen a Bilbao, gracias al intenso intercambio cultural unido al comercio del mineral.

También se conoce entre nosotros bajo la denominación de zakur-dantza ‘baile de perros’ — quizá impuesta por algún crítico con la nueva moda— y como porrua, puerro o porrusalda ‘sopa de puerro’, especialmente en alusión al arin-arin cantado.

En 2017 el grupo de danzas Batasuna (Orozko) se hizo cargo de la representaci´ón del cuadro Romería de José Arrue, para integrar sus escenas en un proyecto audiovisual llamado Zerumugan que nunca llegó a ver la luz. Tomaron parte más de 300 figurantes.

Aquel baile de origen extranjero sube desde la ciudad hasta las más aisladas aldeas rurales, ahora impulsadas como lo ideal, lo genuino, para intentar refrenar la ola del perverso baile a lo agarrado.

Para cuando José Arrue pintó en 1920 el cuadro Romería ya estaba el arin-arin integrado en la fiesta. Pero su sagaz ojo, oriundo del ambiente más urbano de Bilbao y que ya había viajado por Barcelona, París o Italia, sabe discernir las dos realidades: la tradicional y la moderna, la del pasado y la del porvenir. Por eso refleja ese nuevo baile como probablemente se percibía por aquel entonces en Orozko, pueblo en donde la tradición había encontrado uso de sus últimos refugios, flanqueado por las faldas del monte Gorbeia. Marginado en la escena y seguramente en lo social, nos aparece el baile extraño, solo con gente joven, la más modernamente ataviada y sin ningún mayor entre ellos. Para colmo de los más incomodados, acompañado de acordeón y pandero y rondando aquellos lugares apartados que, contraviniendo lo establecido, buscaban los jóvenes para fraguar su amor. Habían llegado para quedarse los tiempos modernos…

En la recreación de la romería en 2017 me correspondió el personaje que, junto a una jarra, pan y vino, observaba el luego de los bolos. Fotografía regalo del fotógrafo Mikel Isusi que aprovecho como modo de agradecimiento a la inconmensurable labor desarrollada durante meses por el grupo de danzas Batasuna y que, en mi caso, sirvió además para encarnar y materializar un sueño personal. Eskerrik asko, lagunok.

= La evolución de esos nuevos (entonces) tradicionales (ahora) bailes es demasiado compleja como para detallarla aquí. Recomiendo la lectura del artículo La creación del baile al suelto vasco (2012) del investigador, txistulari y artista José Ignacio Ansorena Miner.

= La obra de José Arrue cuenta con el reciente soporte de su nueva web oficial. No dejéis de visitarla.

= La referencia del primer trikitilari en Euskadi, proveniente del Piamonte italiano y que se instala en Zumarraga, la tomo del trabajo de investigación del también acordeonista Gorka Hermosa.

= Tras la publicación del post, me han hecho llegar la tesis doctoral Organología popular y sociabilidad: El baile de La Casilla de Abando-Bilbao y la expansión del acordeón en Bizkaia (1880-1923) de Berguices Jausoro, Angel (2016) que enriquece lo expuesto y que ha servido para añadir post scriptum algún párrafo más al texto inicial.

Beber en bota y amar el vino

[EUSK] Ardoa ez da berez txarra, gehiegikeriaz edatea baizik. Are gutxiago zahatotik edaten baldin bada. Horra nire gogoeta afektiboa, doako tutoretza bat oparian, zahatotik gutxieneko duintasunez edateko teknikak agertzeko. Hau guztia, jakina, konfinamenduan aspertzearen ondorioa da. Beraz, umorez eta egarriz gozatu.
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[CAST] No es malo el vino sino su exceso. Menos aún si se bebe en algo tan entrañable como la bota. Reflexión afectiva que incluye un tutorial gratuito para beber en bota con un mínimo de decencia técnica. Producto todo ello del aburrimiento en el confinamiento. Para disfrutarlo por tanto con humor y sed.

Ser SINSORGO

A pesar de ser un vocablo tan nuestro, no pertenece al euskera sino que es una palabra castellana que se edifica en base a otra de euskera: no la usan los euskaldunes sino los castellano-hablantes.

Se trata de sinsorgo, tan común entre los vascos, pero extraña a oídos de alguien de fuera de nuestras fronteras, ya que también su uso en el castellano es geográficamente muy restringido.

Al utilizarla, hacemos referencia a algo o, sobre todo, a alguien ‘insustancial, de poca formalidad o fundamento’ o incluso ‘imbécil’, si bien lo común es usarlo en un modo cariñoso, no con el fin de herir o afrentar. Al ser propia del castellano, admite distinción de género: sinsorgo para masculino y sinsorga para el femenino.

Por otra parte una sinsorgada —siempre usada en femenino— es un ‘acto propio de un sinsorgo/a’. La palabra sinsorgada, común entre nosotros, no está sin embargo recogida como propia del castellano.

El origen de sinsorgo está en el euskera zent(z)urge, surgida de la suma de zentzun ‘sentido, juicio’ y ge, ‘sin’. Es decir y traducido literalmente, ‘sin sentido’.

La partícula —ge añadida a un sustantivo implica la negación de éste. Así, kolorge es ‘sin color’, indarge ‘sin fuerzas’, etc. Está relacionado con el primitivo bage de donde, por una metátesis o cruce involuntario ente consonantes, se convierte en el gabe que hoy usamos en el euskera unificado o batua. Y de la variante bage + rik proviene el bagerik o barik característico del euskera occidental o dialecto vizcaíno.

¿Y cómo pasa la —n final de zentzun a la r de zentzu-r-ge o sinso-r-go? No es nada extraño en euskera al entrar en composición con otra palabra. Es lo mismo que nos sucede con jaun ‘señor’ pero jauregi ‘palacio’, literalmente, ‘lugar del señor’.

Pues nada, que seguís siendo tan sinsorgos/as y que nunca cambiéis.

Podéis ver una explicación más a la ligera en el siguiente vídeo: https://youtu.be/QjeqBPiCNVE

El «pan jaiko»

Con el nombre de pan Jaiko se denominaba un pan especial que, con fines más allá que el simple alimento, se consumía en Laudio en día de hoy —Domingo de Resurrección en el credo católico— y mañana. Es poca, poquísima, la gente que lo recuerda y por ello queremos hablar de él, en especial por dar testimonio de esa denominación inédita jaikoy que sin duda hace referencia al carácter ‘festivo’ del mismo, a partir de jai ‘fiesta’.

En lo morfológico, era un pan más plano que lo habitual y con forma de triángulo, características que lo hacían inconfundible.

Mi padre (1934) y madre (1941) lo recuerdan de su infancia como un pan especial, muy apreciado que, de vez en cuando y sin fechas concretas, se cocía aprovechando la hornada de pan semanal. Otra tía mía —Carmen Olabarria (1938), del caserío Kastañitza— recuerda afortunadamente con más detalle cómo su madre Felisa Arza (1915-2001), les preparaba aquel pan para estos días concretos, domingo y lunes pascuales, adornándolo con un huevo en su centro. En lo personal, me ha resultado imposible recabar más información, a pesar de haberlo intentado con bastante gente.

Felisa Arza (1915-2001) preparaba el característico pan de tres puntas con un huevo para sus hijos. Era el pan jaiko, propio de las fiestas pascuales

Sabemos por informaciones de otros municipios que se trata de la Pazkopila —’torta pascual’— y que se ha conocido con otras denominaciones populares como ranzopil (San Román de San Millán), arrazobi (Agurain), arraultzopil (Ganboa), mokotza (Gorozika, Zornotza, Arratia), mokorrotea, paskopille (Bermeo y Busturia), Cornite (Santurtzi), besotakoi (Zerain), kaapaxue (Elosua-Bergara), karapaixo (Arrasate, Eskoriatza), garapaio, karrapio, Samarko opila (Oiartzun, en referencia a San Marcos, 25 de abril, día en que se repartía), morrokua (Dohozti), adar-opil (Bera)… según recoge el Atlas Etnográfico de Vasconia en todos los territorios de Euskal Herria, a través de infinidad de encuestas sistemáticamente realizadas hace varias décadas.

PADRINOS Y MADRINAS. Nombres como el de besotakoi de más arriba — de besoetako ‘padrino’ o ‘madrina’— nos advierten de otra característica, olvidada ya en Laudio, y que consiste en la costumbre de que ese pan lo regalen padrinos y madrinas — en especial las madrinas— a sus ahijados. Simboliza probablemente el hecho de que, suceda lo que suceda en la vida, se garantiza la continuidad familiar porque, como sabemos, los padrinos son los sustitutos legítimos en caso de fallecimiento de los padres.

Esta costumbre no es en absoluto exclusiva de Euskal Herria sino que es de carácter general: «pola Pascua os padriños regálanlles ós afillados ovos, roscas ou bolos de pan» (Carlos Sixirei, 1982)

Pan jaiko elaborado para la ocasión por la panadera artesanal Aida Fuentres Iza, a semejanza de las mokotza de Arratia. El de Laudio era —según los escasos testimonios disponibles— más plano y con un solo huevo central o ninguno y sin chorizo. Aunque con seguridad no existían cánones rígidos y la variedad sería amplia

TRES PUNTAS. No descartaría en absoluto que esas tres puntas que caracterizan a la mayoría de los panes pascuales citados representen la Trinidad, el sanctasanctórum irresoluble de la multiplicidad de la divinidad cristiana. Tampoco que nuestro pan esté directamente ligado a la liturgia cristiana: no olvidemos las oblatas u obladas, ofrenda que se lleva a la iglesia y se da por los difuntos, que regularmente es un pan o rosca.

Tres es asimismo el número mágico en la cultura vasca, la cantidad concreta de vueltas que no se pueden dar a una iglesia, cementerio o casa si no queremos caer en una maldición eterna. Como tres eran las vueltas que debían dar a un árbol aquellas personas que deseaban convertirse en brujas.

De todas formas, también existen estos panes con forma alargada, redonda, de rosco, etc: se trata de lo mismo.

SÍMBOLO EQUINOCCIAL. El pan es el alimento con más variedad de carga simbólica y ritual entre todos los que existen. Pero, además, en esta ocasión incluimos el huevo, famoso «huevo de Pascua» en infinidad de culturas, y que representa el nacimiento o, mejor dicho, el renacimiento, la inmortalidad o la eternidad.

Todo ello se corresponde con las primigenias fiestas de culto al equinocio que acabamos de superar, cuando la luz, una vez más, ha triunfado sobre la oscuridad y nos promete prosperidad y abundancia, bien simbolizado por el huevo.

Aquellas fiestas paganas son adoptadas para sí por la Iglesia, difuminando el sentido original, y adaptándolo a sus necesidades. Pero están íntimamente ligadas. De ahí que nuestro Domingo de Resurrección —hoy— sea el primer domingo posterior a la primera luna llena de la primavera, es decir, tras el equinoccio que da paso a la primavera.

ABERRI EGUNA. La Pascua en sí es una fiesta de origen judío y rememora en su origen el rescate y liberación que Yahveh hizo del pueblo judío que estaba en manos de los egipcios. Idea que, dicho sea de paso, sirvió como modelo a Sabino Arana para declarar este domingo como fecha del renacimiento de la patria vasca o Aberri Eguna.

Tanto el huevo como el pan jaiko simbolizan el renacer de la luz y la vida. Es ese el sentido que Sabino Arana, basado en los textos bíblicos, quiso dar (aunque nunca lo confesase expresamente) en su ideario al Aberri Eguna, día de la patria vasca, celebrado en el Domingo de Resurrección .

También aquella Pascua judía rememoraba el cuarto día de la creación del mundo y que según el Génesis, separó luces y tinieblas y organizó día y noche, luna y sol o, entre otras, las estaciones del año, dando prioridad a la luz que había de gobernar el universo.

Imagen de la celebración de la pascua judía que, además del cordero sacrificado (ritual de fertilidad), incluyen el huevo y un pan fino. Imagen: Shutterstock (tomado de la red).

Con el mismo sentido del resurgimiento de la oscuridad y muerte hacia la luz y vida eterna, plantea el cristianismo posteriormente la resurección de Cristo el día de hoy.

JAIKO. El nombre laudioarra de jaiko ‘de fiesta’ hace sin duda referencia a un aspecto olvidado hoy: la salida de un período largo de penitencia —la Cuaresma, al igual que la fiesta de salida del Ramadán musulmán — que se celebraba con el repique de campanas que han permanecido silenciadas durante la Semana Santa y, sobre todo, con el consumo de carne, normalmente cordero —o cabrito—, acompañado del vino y la alegría que se habían prohibido hasta entonces.

Tal era el gozo de este día que, en otros lugares lejanos (Arzúa-Coruña, Lugo…) documentamos cómo las mozas rompían en la calle los cacharros más viejos o deteriorados y hasta lanzaban huchas de barro por encima de la imagen de la Virgen que era sacada en procesión (Cacheda Vigide, 1989). No sería extraño que en Euskal Herria se hubiesen dado muestras de júbilo similares.

Era la liberación de las ataduras, de las penurias y renacía la vida. Sin duda, en el ámbito popular vivida como una fiesta de los placeres humanos, mucho más allá de la idealización de la resurrección de Cristo.

También somos conscientes de que, con estas líneas, rescatamos de las tinieblas del olvido el testimonio y la denominación jaiko, resucitándolos para darle una nueva vida, otra oportunidad, también ahora pensando en la prosperidad primaveral y en la eternidad de nuestra cultura tradicional.

Por qué los gitanos acentúan pápa y máma

El habla y acentuación característica de la comunidad gitana es fácilmente reconocible y muy dada a imitaciones por nuestra parte, la de los payos.

Cuando lo hacemos, pronto nos valemos de términos diferenciadores como lo son la acentuación de pápa y máma en lugar de los más aceptados papá y mamá.

Pero eso que nos hace tanta gracia, es en realidad una muestra de fidelidad que el pueblo gitano ha mantenido respecto a las formas originales, menos dados a dejarse llevar por modas que lo que hemos hecho los payos.

Bella imagen de igualmente bella gitana. Obra del farmaceútico y fotógrafo oscense Ricardo Compairé Escartín (1883–1965)

MAMA. En origen se acentuaba máma en castellano pero, en cierto momento de la historia, parecía burdo y poco refinado que se denominasen de igual mama (madre), mama (ubre) y mama (del verbo mamar), lo que daba lugar a no pocas mofas.

Por eso se recurrió a imitar el delicado estilo del francés, paradigma de la exquisitez en aquellas épocas, una lengua con tendencia a acentuar la última sílaba de las palabras. Y así se creó una mamá mucho más elegante y chic que la original máma. Aunque, todo hay que decirlo, en algunas zonas de España, de Sudamérica y en esa habla gitana, se mantiene aún la acentuación primigenia.

PAPA. Algo similar sucedió con la versión masculina, que no levantaba cabeza desde la importación de la patata desde el continente europeo, un alimento en origen para cerdos y animales, no de consumo humano. Coincidían de ese modo papa (patata) con papa (padre) y papa (mandatario de la Iglesia), lo que tampoco lo hacía muy digno. Y, por la misma razón, se pasó a papá, dándole así la excelsitud que hasta entonces parecía faltar al concepto de paternidad.

Ese cambio fue bien asimilado en la sociedad civil. Pero no en la eclesiástica que, con su raigambre, se negó a variar el acento del «santo padre», el Pápa.

PATATA. Tal el grado de influencia de la Iglesia que, para no verse mezclada su santidad el Papa con el tubérculo americano, lo celestial con lo terrenal, forzó el cambio de su denominación.

Por ello, en una mezcla entre lo que en origen y hasta entonces se llamaban papas y las batatas —otro tubérculo—, fueron rebautizadas con otros nombres que evitasen las coincidencias. De ese modo surgieron los nuevos términos patata o pataca — muy usada en Galicia— que han llegado hasta nuestros días. Y sobre la denominación del Papa del Vaticano, pues eso: podéis ir en paz. Demos gracias a Dios…

Por cierto, las acentuaciones mamá y papá, a la francesa, las introdujo en Madrid la corte borbónica en el siglo XVIII. Ya se ve que, desde su origen, los de esta estirpe poco de utilidad han aportado a la Humanidad.

Así es que… menos mofarse del habla gitana y más a aprender de ellos, que tienen mucho que enseñarnos en esto de la insumisión frente a los inútiles.

Orígenes del Dolumin Barikua de Laudio

El poderosísimo primer marqués de Urquijo (Estanislao Urquijo Landaluce, 1816-1889) ocultó en la medida de lo posible que sus orígenes estaban en una humilde familia baserritarra de Murga, Ayala. Era una realidad que deslucía el título nobiliario que, con él, había instaurado en 1871 el rey Amadeo I.

ORÍGENES HUMILDES. Un nuevo rico, pero no un noble de raza,  algo que jamás pasaría por alto la aristocracia de rancio abolengo con la que se relacionaba. Dedicó Estanislao toda su vida a cometer grandes empresas políticas y empresariales, con gran éxito, tanto que amasó una ingente fortuna económica, algo inconcebible hasta el momento. Pero… no dejaba de ser hijo de unos vulgares campesinos.

PARTIDA BAUTISMAL. Misteriosamente, su partida bautismal está arrancada del libro de registros de la parroquia de Murga, un suceso que siempre se ha relacionado con la voluntad de ocultar su raigambre humilde y campesina. Un gesto para desvincularse con un pasado que, en cierto modo, le resultaba deshonroso.

Tampoco se puede obviarse el modus operandi con el que consiguió muchas de sus innumerables propiedades y caseríos, ejerciendo de prestamista y aprovechándose de la situación de miseria de algunas familias baserritarras, dejándolas en muchos casos arruinadas y desahuciadas.

Sin embargo, no podía evitar aquella irrefrenable pasión por el cultivo de la tierra, llenando de plantas, árboles y vides sus propiedades. Porque le brotaba desde los genes ya que, desde muchas generaciones atrás, no era sino un simple agricultor.

CONCIENCIA. Ese conflicto entre el ser y el no ser le debió atormentar hasta el último de sus días, sabiendo que había repudiado algo tan noble y digno como el ser agricultor. Conocería aquella frase del clásico Cicerón (106-43 a. C.) que decía que «La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre». Y le remordería en su fuero más íntimo.

Siendo como era Estanislao una persona de fervorosas convicciones religiosas, a medida que avanzaba su vida, se vería cada vez más incomodado por esas dudas que martillearían su conciencia. Y con ellas dejó este mundo el 30 de abril de 1889.

TESTAMENTO. Toda aquella lucha interna parece reflejarse en su testamento, bien enfocado desde las primeras disposiciones no a la salvación de su ingente fortuna, que poco valía en el más allá, sino al rescate de su alma, a la redención de sus pecados. Por ello, nos habla desde un principio de encomendar su alma a Dios, de mostrar humilde y sin boatos su cuerpo en el funeral, de encargar nada menos que 20.000 misas rezadas por la salvación de su alma, así como inconmensurables donaciones a entidades religiosas y de beneficencia. Y, entre todos esos mandatos píos, nos llama la atención el encargo testamentario de ayudar, promocionar y premiar económicamente a agricultores y ganaderos de la comarca. Un reencuentro quizá entre las dos caras de una misma realidad: lo que había intentado ocultar frente a arrogante aristocracia pero que no podía esconder ante Dios. Daría así una solución post mortem a aquellos remordimientos que tanto le pesaban.

Retrato de Estanislao Urquijo Landaluce, el hijo de campesinos que llegó a ser noble, el primer Marqués de Urquijo (La Ilustración Española y Americana, 1882)

1890. Así, al año siguiente de su deceso y en cumplimiento del mandato de primer marqués, se acordó en sesión de 7 de mayo de 1890 de la Junta de Caridad del Valle [de Laudio] instaurar unos premios en diversas categorías para estimular el sector agropecuario comarcal como nunca se había hecho. Es el germen de lo que luego sería la renombrada Feria de Viernes de Dolores o Dolumin Barikua.

Quizá por su fecha de fallecimiento un 30 de abril, próxima al Viernes de Dolores — viernes previo a la Semana Santa — de aquel año y por reforzar aquella fuerte devoción cristiana, se instauró esa fecha como día de los premios. Participaban baserritarras de la comarca pero también tomaban parte en las compraventas gente de Gasteiz, Cantabria, etc. ya que la feria alcanzó gran renombre.

Hay que decir que, por las circunstancias puntuales de cada momento y dado que era una iniciativa en cierto modo privada, no se llevó a cabo todos los años. Lo mismo que nos sucede en esta ocasión, el viernes 3, con motivo de la pandemia de coronavirus.

Placa acreditativa del primer premio de 1909 expuesta en la fachada del caserío Errekakoa en el camino de Katuxa-Ibarra en Gardea. Fabricada en hierro colado, cuyo negocio controlaba el marqués. Es este caso, se trata del segundo marqués, Juan Manuel Urquijo Urrutia, sobrino del primero.

PREMIOS. Las primera edición constó, a modo de prueba, de 17 categorías consistentes en labranza, árboles frutales, toros del país, vacas del país, toros de raza suiza, vacas de raza suiza, yuntas de bueyes, terneras hasta un año, novillas, parejas de novillos de 2 a 3 años, yeguas, mulas, potros, berracos de raza extranjera, cerda con crías, cebones y, para finalizar, «recría de cebones en mayor número».

Con el paso del tiempo, la feria fue evolucionando y adquiriendo gran arraigo y éxito, tanto entre la población baserritarra que acudía al evento con sus mejores galas y productos, como en la más urbana, que gozaba de aquel encuentro con el añorado mundo rural.

Retrospectiva de la feria de Viernes de Dolores con un toro semental premiado

MUNICIPAL. Por ello, al decaer la influencia local del marquesado, fue el mismo ayuntamiento de Laudio quien se hizo cargo de la feria a partir de 1950, algo que ha llegado hasta nuestros días. Una fiesta grande, de ambiente, de las de animar el alma.

CARNE Y BULA. Aunque no tengamos pruebas documentales de ello, siempre se aseguró que el marqués había conseguido una bula especial, expedida por el mismo Papa y que permitía comer carne en esa fiesta en Laudio, a pesar de ser un viernes de Cuaresma, de rigurosa vigilia. Se aprovechaban bien de ello los que habían de cumplir con el rito de la «robla» que ponía fin a la compraventa del ganado.

DENOMINACIÓN. Para finalizar, me gustaría hacer una referencia a su nombre de Dolumin Barikua, algo que nos parece tan «de siempre» pero que en realidad no lo es. El nombre oficial de la feria fue el de Viernes de Dolores desde sus orígenes. Una referencia religiosa que, en el euskera de nuestro entorno, ha sido conocida como Doloreetako Barikua. Pero, en el renacimiento tras la dictadura franquista, se buscaba un nombre más pomposo y culto, tan brillante como el mismo evento, así es que desde el ayuntamiento se adoptó como equivalente en euskera el nombre de Dolumin Barikua en 1984, haciendo así un acertado guiño al euskera occidental popular. Desde entonces, todo es paz y gloria. Seguro que también en el alma de Estanislao.

NOTAS

A pesar de que «se hiciese desaparecer» la partida bautismal de Estanislao Urquijo Landaluce, sí entregó una copia certificada de la misma para poder formar parte del Senado, así como otra documentación diversa (pinchad sobre los enlaces).

Algunas de las informaciones dadas ya las publicó el investigador local Juan Carlos Navarro Ullés en el programa de la feria de 1990, con motivo del centenario del evento.

La propuesta de la denominación en euskera se debe a Joan Mari Iriondo Goti, uno de los grandes impulsores de la recuperación del euskera en aquellas épocas. Eskerrik asko bioi, bihotz-bihotzez.

Santa Ines, bart egin dot amets

Hasta hace un siglo todavía era habitual escuchar conversaciones en el euskera local de Laudio. Es entonces, cuando el sacerdote, etnógrafo y lingüista R. Mª Azkue recogió una expresión con la que se calmaba a la gente, especialmente a los niños, tras haber sufrido una pesadilla.

Decía así: Andra Santa Ines, bart egin dot ame(t)s: ona bada, berorren partez; txarra bada, bat bere ez. (‘Señora Santa Inés, anoche he tenido un sueño: si es bueno, gracias a su merced, si es malo, nada de nada’).

Era la fórmula popular que usaban nuestros laudioarras para depurar aquel cuerpo incomodado mientras dormía, el remedio para calmar a los asustados paisanos que habían pasado el mal trago de una pesadilla. En otras poblaciones frases casi idénticas se repetían tres veces al acostarse, a modo de protección contra los malos sueños.

Azkue da esta jaculatoria más arriba citada como propia de Laudio pero no deja de ser una de las muchas variantes que, añadiendo unas palabras o fragmentos del texto protector, circulaban por toda Euskal Herria. Daños colaterales de la transmisión oral…

LAS PESADILLAS. Los sueños y especialmente los malos, las pesadillas, eran interpretadas por aquel entonces como una intromisión de entes malignos en nuestras conciencias, una especie de ocupación corpórea, siempre aprovechando la falta de atención al dormir y el ambiente nocturno, el hábitat por excelencia de los entes diabólicos y malhechores.

SANTA INÉS. Se da por hecho que el recurso específico a Santa Inés, se debe sin más a lo adecuado de su nombre para rimar con amets ‘sueño’, ya que en otras tantas versiones frases similares se recitaban en alusión a San Andrés. O incluso a la Virgen de Codés en la zona navarra. Pero es Santa Inés la que se impone sobre todas las demás en ese uso popular contra las pesadillas.

Asimismo, lo cierto es que la figura de Santa Inés fue muy venerada en el País Vasco de otras épocas.

INÉS RUIZ DE OTALORA. Lo que es menos conocido es que esa santa es un personaje histórico real, propio de Euskal Herria: se trata de Inés Ruiz de Otalora, una piadosa arrasatearra, de clase social alta, fallecida en Valladolid en 1607 con unos 40 años de edad como han demostrado los estudios realizados por Aranzadi bajo la dirección del conocido antropólogo forense Pako Etxeberria.

Inés Ruiz de Otalora era viuda de Rodrigo de Ocáriz, también mondragonés y grefier —una especie de secretario— de la Casa Real de Felipe II en Valladolid.

Los hijos que habían tenido Inés y Rodrigo fallecieron siendo niños, por lo que no tuvieron herederos.

Sabemos además que el cuerpo de Inés recibió sepultura en el convento de San Francisco de Valladolid pero, sabiendo que su última voluntad había sido la de descansar eternamente en su villa natal de Mondragón, se exhumó el cadáver para proceder a su complejo traslado hasta la villa guipuzcoana. Desde entonces, allí reposa junto a su esposo, en la capilla que la adinerada familia construyó en el interior de la iglesia parroquial de San Juan. La conocen allí como Amandre Santa Ines.

Pero ¿de dónde su santidad? Fue al desenterrarla para el transporte, cuando observaron que su cuerpo se mantenía incorrupto, momificado, algo que se interpretó como milagroso. Pronto el rumor se extendió como la pólvora y su leyenda de santidad fue creciendo, más cuanto más alejados en el espacio y el tiempo.

Imagen del cuerpo momificado de Inés Ruiz de Otalora, Santa Inés, foto del Diario Vasco de 09 11 2018, con motivo de unas visitas guiadas. El cuerpo, no visitable, se encuentra en una capilla familiar situada en el lado de la epístola de la parroquia de San Juan de Arrasate (Gipuzkoa)

CUERPO INCORRUPTO. En la mentalidad de aquella época, un cuerpo incorrupto se interpretaba como un designio celestial que, por la razón que fuese, había decidido que aquel cuerpo debía permanecer y eternizarse en la Tierra a pesar de estar su alma en el Cielo de los justos. Porque aquel resto humano había sido elegido para repartir bondad entre los humanos, para hacer de interlocutor entre la tierra y el cielo, para ser el transmisor directo del mensaje del dios cristiano.

Son las reliquias de los santos, aquellos elementos especialmente codiciados a partir de la Edad Media porque hacían «portátil» la intercesión milagrosa de Dios allí donde lo necesitásemos. Y, no lo olvidemos, porque generaban grandes riquezas a las iglesias que las custodiaban.

En el caso de Inés, suponemos que el haberse tratado de un personaje distinguido, acaudalado y especialmente bien relaccionado con la Iglesia —también en lo económico—, habría tenido mucho que ver con la leyenda de su supuesta santidad.

CORONAVIRUS. En cualquier caso, y aunque no crea en esas historias he de reconocer que, en estos días, me gustaría vivir en el Laudio de un siglo atrás para poder interpelar a Santa Inés y que nos sacase ella de esta dura pesadilla que nos ha tocado vivir. Andra Santa Ines, bart egin dot ame(t)s…

NOTAS: son casi ilimitadas las variantes de la frase para tratar las pesadillas de un modo sobrenatural a través de nuestra geografía. Probablemente la mejor recopilación sea la de «Sueños y pesadillas en el devocionario popular vasco» del sacerdote José Mª Satrústegi y publicada en Cuadernos de Etnología y Etnografía de Navarra, nº 47 (1969). También es bastante completa la recopilación de Resurrección María Azkue en Euskalerriaren Yakintza, tomo I, en el apartado dedicado al mundo de los sueños, capítulo sexto de la obra.