Pan, magia y rituales en Nochebuena

Trozo de pan de Navidad, con su año

Cuando hace unos años fui padre, me invadió la necesidad de tener que recuperar el ritual del pan de Navidad, una costumbre muy nuestra y que habíamos abandonado años atrás, tras siglos de convivencia íntima con ella.

Quizá ya no tenía razón de ser desde que, deslumbrados por la modernidad, nos vimos aturdidos con la irrupción de la televisión y por los destellos cegadores de mariscos, cavas y turrones, con los que ya convivimos en estas últimas décadas. Unos lujos estos que, dicho sea de paso, nunca me han dado tanto placer como cuando hemos vuelto a la esencia, a cosas tan simples como rescatar el rito del pan de Nochebuena. Porque al ser padre y como nunca hasta entonces, se me ha reactivado la necesidad de transmitir lo mejor que llevo dentro. Y si es algo mágico, prodigioso y encantador como lo que os voy a contar, mejor que mejor para estas fechas.

Aunque a algunos os parezca mentira, hoy por hoy no hay nadie de cierta edad en el mundo rural vasco al que le resulte desconocido aquel ritual tan especial que daba —y da aún en muchos hogares— el pistoletazo de salida a la cena más ceremoniosa del año y, por ende, a todo el período de la Navidad.

Era el de más edad de la mesa el que cargaba con la responsabilidad de hacerlo, con la mayor solemnidad posible. En algunos pueblos, no en el mío, era costumbre rezar previamente un padrenuestro por cada difunto de la familia. Tras trazar con la punta del cuchillo una cruz en la base del pan, se besaba éste. Así quedaba purificado, apto para adquirir su verdadero potencial sobrenatural. A continuación, se procedía a cortar diversas rebanadas de pan que se repartían siguiendo la edad o la jerarquización de la mesa.

Pero el primero de los trozos cortados, el currusco, era el que iba a ser el protagonista del acto. Separado de la hogaza, se guardaba bajo el mantel, lugar que habría de ocupar toda la noche para pasar luego el resto del año en un armario o cajón. Todo el mundo con el que hablemos nos repetirá insistentemente que era un trozo que no se enmohecía en todo el año, indicio que ya nos pone sobre aviso de sus cualidades mágicas.

En algunos lugares, una vez colocado el pan ritual bajo el mantel, se rescataba el del año anterior y se repartía para ingerirlo, en pequeños trozos, entre todos los comensales y los animales de la casa, cerrando un ciclo anual. Se creía que actuando así se preservaba la salud: no en vano también es conocido en euskera como ogi salutadore, ‘pan que da salud’. En otras localidades, el más anciano de la casa untaba una punta del currusco en vino para ablandarlo y poder comerlo, repartiendo el resto entre los animales.

En mi familia sin embargo, no se hacía eso. Al contrario y al igual que en otros muchos lugares, se guardaba por si había que dárselo a algún perro enfermo de rabia: era el único método de sanación conocido para esa enfermedad. En otros valles cercanos, se arrojaba a los ríos crecidos cuando era inminente la inundación, para rebajar su cauce.

Asimismo en la costa vizcaína era lanzado al mar embravecido, para calmarlo, o en otros muchos lugares a las tormentas de pedrisco para evitar que descargasen, una vez más, su rabia.

Txomin Lili (1930-2019) mostrando sus trozos de pan de Navidad mientras nos explicaba sus cualidades sobrenaturales

No era extraño tampoco pensar que mientras aquel pan estuviese en casa preservaría de desgracias el hogar. También se daba a los mendigos pensando que así pondría fin a sus cuitas, porque su capacidad milagrosa no conocía límites.

Nosotros, que hoy vivimos en un piso y no tenemos ríos, mares o tormentas que calmar, pintamos con un rotulador el año en el primer trozo de pan cortado. Y lo tenemos como comensal invitado debajo del mantel durante toda la cena y, a la mañana siguiente, una vez pasado Olentzero, lo guardamos en un cajón junto a los de otros años. De ese modo vamos completando poco a poco el álbum de nuestras Navidades, el de nuestras fugaces vidas familiares.

Cada 25 de diciembre los miramos y comentamos al añadir un ejemplar más, contentos al ver que a Olentzero le ha encantado la idea y que por eso ha sido tan generoso con nuestra familia. Es lo que tiene la paternidad…

Este año pretendo hacerlo más bonito si cabe. Vamos a ser más desprendidos en el corte y dejaremos al día siguiente parte del pan en un exitoso comedero de pajarillos que hemos hecho este otoño. Para que ellos también sean felices y gocen de eterna salud. Porque nos hacen plenamente dichosos cada vez que acuden a comer y los vemos revolotear.

Es decir, que hemos adecuado e integrado la vieja tradición en los tiempos modernos para de ese modo intentar preservarla de la desaparición total.

Y lo hago así porque no quiero prescindir de esta costumbre tan íntima y que conocemos como “pan de Navidad”, “Gabonetako ogi bedeinkatua”, “ogi saludatu”, “ogi salutadore”… rito solsticial anual que es, al parecer, la última reminiscencia de una costumbre antiquísima que estuvo generalizada por toda Europa. ¡Vaya privilegio y suerte el poder rememorarla cada año!

Pero, como acostumbramos a hacer con este tipo de tradiciones tan interesantes, las abandonamos a su suerte para dejarlas morir por inanición. Sin el mínimo esfuerzo por revitalizarlas, readecuarlas o transmitirlas. Mientras, acogemos con generosidad y los brazos abiertos otros ritos navideños o de cualquier tipo que nunca han sido nuestros. Es que, a veces lo pienso, parecemos bobos.

Por favor, haced este año un esfuerzo para integrarlo en vuestras cenas. Os prometo que vais a ser más dichosos. Y que no os engañe el sistema: esto hace más felices a los pequeños de la casa que todos los juguetes del mundo. Eguberri on.

Santo Tomás, mi abuelo y la renta del caserío

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Día de Santo Tomás. José Arrue artistak Arcadio D. de Corcuera S. A. enpresaren 1952ko egutegirako egokituriko margolana

Hoy, 21 de diciembre, es el día de Santo Tomás (San Tomas en euskera).

Quisiera tener un recuerdo para mi abuelo Martín Mugurutza Zendegi (1896-1972) que cada año, tal día como hoy, bajaba a pagar la renta anual del caserío en Markuartu (Laudio) al gran propietario y adinerado Enrique Escauriaza. Era en Bilbao, en donde todo bullía con la gran feria creada unas décadas atrás por Felix Garci-Arcellus, un personaje bilbaíno que vivió muchos años en Laudio.

Bilbo. Baserritarrak azokara bidean

La renta a abonar era en su caso una cantidad más bien simbólica de dinero, algún par de gallinas y unos huevos. También de vez en cuando unas nueces… o lo que había, porque mucho más no se podía.

El propietario, a sabiendas de que aquellos inquilinos necesitaban el dinero más que ellos, correspondía con buenos regalos, generalmente una gran bacalada, con la que mi abuelo volvía feliz y orgulloso en el tren.

Los regalos recibidos igualaban o superaban por tanto el valor de la renta. Debía de ser, como en la actualidad, que el espíritu de la Navidad hace que el día de hoy sea tan especial.

Y es que, con la perspectiva del tiempo, me he dado cuenta de que lo que hacía feliz a aquel propietario era el ayudar a una familia que estaba más para recibir que para dar. Porque, siendo adinerado y terrateniente como era, poco le apasionaba acaparar anualmente un mísero capital que en nada le iba a cambiar la vida. No buscaba la usura.

Asimismo, por lo que veo, nuestros antepasados han sido más de honradez que de dinero porque, sin faltar de nada, tampoco nunca les sobró. Pero, lo que son las cosas, ahora me doy cuenta que es la honradez y no las riquezas, la que me ha hecho sentirme una persona afortunada y feliz.

Porque —eso me lo han inculcado bien— no hay cosa más grande y reconfortante en esta vida que el ser decente y vivir en paz con uno mismo, sin desear aquello que no se puede alcanzar o, lo peor, que ni siquiera se necesita.

Y es que la humildad, la gratitud y la conformidad son los grandes capitales que realmente te hacen pudiente, porque son los que facilitan la libertad, «el mayor tesoro que los cielos dieron al hombre», como apuntase el loco caballero andante de La Mancha. No el dinero. Definitivamente, creo que es la necesidad y no la opulencia la que esculpe las más modélicas personas.

No me diréis que estas enseñanzas no son la mejor de las herencias…

La imagen del encabezamiento es El día de Santo Tomás, pintado por José Arrue en aquellos años en que mi abuelo bajaba a pagar la renta. Era José Arrue también íntimo amigo de aquel soñador Félix Garci-Arcelus que decidió en 1915 hacer una gran feria para reforzar aquel comercio rural generado en el día de Santo Tomás con la bajada de tantos y tantos baserritarras a Bilbao para pagar sus rentas.



Dos “euskal gazapos” lingüístico-navideños

No es mi pretensión marcar normas sobre el uso de la lengua ni decir qué es correcto y qué no, porque es algo que no me compete. Pero sí quiero hacer ciertas reflexiones para indicar qué es mejor, más tradicional, más adecuado. Ahí no tengo duda… Eguberri on.

Ya tenemos encima las Navidades, tan de siempre, tan tradicionales, tan vasquitos y neskitas nosotros que… están rodeadas de elementos nuevos y mal concebidos además. Hay dos bien cantosos, de proporciones bíblicas y que nos desbordan irremediablemente cada año por estas fechas.

ZORIONAK
Zorionak es una forma moderna-modernísima de felicitar las pascuas. Sin tradición alguna. Eso sí: fabricada con el “eusko label” e insertado en todo lo que no venga made in China. Zorionak es en realidad la traducción bricomaníaca y desmelenada del “Felicidades” castellano. Hecha a pelo y encajada a porrazos…

El problema radica en que felicidades es una forma que tiene sentido en ese caso pero no en otro: no diríamos jamás ¡alegrías!, ¡prosperidades! o ¡suertes! para felicitar o desear algo.

Igualmente, decir “(las) felicidades” en euskera no tiene sentido alguno y carece de la más mínima tradición o lógica lingüística dentro de esa lengua. No es que esté mal la palabra «zorion(a)«, ‘(la) felicidad’, totalmente correcta, sino el uso que hacemos de ella en plural y sin acompañar a nada, porque queda coja, sin sentido. Es como si dijésemos alaiak, pozak… Porque felicidades puede tener sentido por tradición en el castellano pero no una traducción literal del mismo al euskera.

Tradicionalmente, para felicitar las Navidades en euskera han sido usadas fórmulas como Eguberri on o Gabon zoriontsuak o lo que se quiera. Pero no ZORIONAK, una fórmula castellana travestida a estética de símil vasca: el lobo cubierto con piel de cordero. Menos mal que al menos hemos librado el «egun on» y no lo decimos «egunonak» para clonar el «buenos días» meridional.

Por eso levanto el banderín de linier. Aunque mucho me temo que es una batalla perdida: “De fuera vendrá quien de casa te echará” recuerda esa misma rica cultura del castellano…

EL OLENTZERO
El personaje navideño que recientemente hemos incorporado en la mayoría de nuestros pueblos se llama Olentzero. Pero, por ser un nombre propio, no admite artículo. Es decir, que exclamaremos “ha venido Olentzero” y no “ha venido EL Olentzero”. Ni más ni menos que como nos comportamos al decir “ha nacido Jesús en el portal de Belén” pero no “ha nacido EL Jesús...”.

En euskera sucede otro tanto: “zer eskatuko diozu OlentzeroAri?”, “etorri da OlentzeroA” es una desatino digno de una buena carga de carbón, ya que precisa “Olentzero dator” eta “Olentzerori eskatu behar diozu”. Fijaos cómo en la canción tratamos de mil amores al personaje, sin añadirle implante alguno de una «a» al final: «Olentzero joan zaigu, mendira lanera…», «Horra, horra, gure Olentzero…»

No es ninguna reivindicación excéntrica: es pedir el mismo trato que le ofrecemos a la competencia mercantil de «Melchor and Cía«. Nadie reclama un regalo a “el Melchor” sino “a Melchor”.

Menos mal que la advenediza Mari Domingi se ha zafado de un nombre «articulado» ya que el papel le exigiría más un vestido de volantes con lunares que ese anacrónico tocado medieval zarzuelero: “La Mari Domingi”.

Así es que poneos las pilas y no la liéis ahora: que os quedáis sin regalos. Eguberri on.

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El «begitxindor», la horchata y el michi-michi, unidos por la cebada

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BEGITXINDOR
El uso de la palabra de euskera “begitxindor” está relativamente extendido en los ambientes populares de gente mayor, aún sin saber euskera. Y como estoy escribiendo sobre ello en otro lado, me parece curioso acercarlo hasta aquí para entretener esta mañana dominical.

“Begitxindor” o cualquiera de las diversas variantes fruto de la deformación de la primera (biritxindor, bitxindor, etc.) significan ‘orzuelo’ que, como sabemos, es una protuberancia en el borde del párpado del ojo, debido a la inflamación de una glándula sebácea, una especie de grano infectado, molesto y doloroso.

Una vez más, el euskera goza de la ventaja de poder unir dos palabras diferentes, sin ligadura alguna entre ellas, para dar vida a una nueva. Así, de un modo tan simple como milagroso, es como surge “begitxindor”, a partir de “begi”, ‘ojo’ y “txindor”.

HURGANDO CON LA LENGUA
Sobre esta última palabra, no tengo claro su origen. Ya de por sí, en solitario, también significa ‘orzuelo’ y ahí puede finalizarse su recorrido. Hurgando en su origen, lo más cómodo y accesible parece ser el relacionarlo con “txingor”, ‘grano’, incluso ‘granizo, pedrisco’. Pero a mí me parece también sugerente la posibilidad de ir más allá y vincularlo con “txingar”, ‘chispa del fuego’, ‘brasa, rescoldo’, “txondor” o “txondar”, ‘pira de las carboneras’ y hasta con “txindor” ‘petirrojo’. Es decir, que hablaríamos de un antiguo origen en común, en un antiguo término que ya no conocemos, y que significaría algo así como todo aquel amontonamiento que arde, una especie de pequeñas erupciones de fuego o calor que de un punto determinado brotan hacia el exterior.

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UNA DE CEBADA
Por otra parte, tampoco la palabra castellana “orzuelo” se libra de estas divagaciones lingüísticas, siempre tan curiosas y llamativas, ya que en principio significa ‘grano de cebada pequeño’, quizá por su similitud en la forma entre el granito de cebada y el del orzuelo. En efecto, “orzuelo” surge del latín “hordeolus” que no es sino un diminutivo de “hordeum”, ‘cebada’.

QUE SEAN DOS
Por cierto, como última curiosidad, el nombre de la bebida “horchata” también tiene el mismo origen en “hordeum”, ‘cebada’, por un cruce entre palabras. Y es que, si vais de vacaciones por los pueblos del Levante español podréis comprobar cómo en algunos bares y horchaterías venden aún “agua de cebada”, una bebida sabrosa y que hace las delicias de los más mayores, tomándose muchas veces mezclada con horchata…

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MICHI-MICHI
De ahí viene el lío… éste es el origen del legendario “michi-michi”, la bebida veraniega, granizada, y que hacía furor en los parques madrileños de fines del XIX y principios del XX, algo similar a las limonadas de garrafa que tanto nos han gustado y gustan aquí. El origen del nombre de aquella bebida no era sino el valenciano “mig i mig”, ‘mitad y mitad’, cebada y horchata.

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DE RECEBO
Por cierto que la palabra «hordeum» perdio su carrera por denominar al cereal, ya que era tan usado y preciado para engordar al ganado que prefirieron unirlo al verbo «cebar» (del latín «cibare»).

Dicho lo cual, yo también me piro de recebo, a tomar unos pinchitos dominicales. Feliz día.

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Los últimos gentiles, en Laudio

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Yo soy de esos que me emociono a la más mínima. Y cualquier tontería me convierte en el ser más feliz que pueda haber bajo el firmamento, mucho más que con cualquier fortuna material, rodeadas siempre de tanta obscenidad que hasta pueden medirse con números. No… las sensaciones puras y fuertes son otras, esas que sin servir para nada se nos arraigan al alma y nos zarandean todas las emociones de arriba a abajo.

Pues bien. Estos días [esta nota es de 2016] he vivido una de esas situaciones emocionantes. Y es que el tema no es para menos: cuándo y dónde fueron avistados los últimos gentiles, aquellos seres gigantes de la mitología vasca. Os cuento. Pero dejadme que empiece por el principio.

Ayer tuve la suerte y el honor de tomar parte en la presentación de un libro que recoge nada menos que 450 relatos populares recabados en el entorno de Gorbeia. Son los estertores de una cultura vasca, de un modo peculiar de interpretar el universo que nos rodea y que, a pesar de haber gozado de salud y vigor durante siglos, ya no tiene sitio en nuestro mundo de ondas electromagnéticas y teléfonos que casi hablan solos.

Por si se me olvida, adelanto que el libro es de Juan Manuel Etxebarria Ayesta, académico de Euskaltzaindia y profesor de la Universidad de Deusto. Lo publican entre esas dos instituciones. Es por otra parte el fruto del trabajo concienzudo de dos décadas de labor puramente etnográfica. Y, dicho sea de paso, el regalo navideño perfecto para esa amiga o cuñado algo frikis, para esos raritos que, aunque pocos, también andamos por el mundo.

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Pues bien. En uno de esos cuentos toma parte una mujer mayor de Orozko. Aunque en la obra se cite, prefiero omitir aquí su nombre. La conozco personalmente. Es una baserritarra totémica, inteligente, admirable, de esas que te inundan con cada una de sus respuestas.

Preguntados ella y su marido sobre la supuesta desaparición de los gentiles, respondió nuestra amiga con una auténtica bomba que os transcribo palabra a palabra, traducida del euskera original: «…no sé. Pero yo he conocido gentiles en Llodio. Está desapareciendo la raza vasca pero yo en Llodio, hará unos 25 ó 30 años me quedé sorprendida: en el Día del Baserritarra [en las fiestas patronales del lugar. Nuestra genial mujer estaba allí vendiendo productos de caserío] allí había una mujer y su hermano… ya sabes cómo se mueven los gigantes… [se anota en la transcripción que mientras lo decía interpretó con movimientos del cuerpo los andares de estos seres mitológicos], así, sí… Eran enormes… de verdad que era gente llamativa.
Y nadie hacía caso… Pero con esos movimientos, no sé, pausadamente… Y así los hacían. Hermanos, en Llodio… Eso lo tengo visto yo. Y nadie sacó una foto para que lo viese la gente. Se va perdiendo la raza vasca…»

Mágico relato, punto de éxtasis entre aquel mundo de creencias que era tan real para nuestra baserritarra y que tan extravagante y desaforado nos puede parecer a los demás. Tanto que estremece. El choque de dos placas tectónicas entre la antigua y moderna cultura vasca.

Ella y nadie más que ella lo veía… maravilloso.
Para mí ha sido el gran regalo navideño, el perfecto, ese que aunque lo busques mucho es casi imposible de conseguir. Siento que ya me ha tocado la lotería antes del sorteo y poco más necesito para sentirme feliz. Como decía el Quijote, me ha dejado «tan junto al cielo que no hay de mí a él palmo y medio«. Gracias querida «J.». Y a ti Juan Manuel por regalarnos el testimonio del último avistamiento de aquella raza de gigantes mitológicos… nada menos que en Laudio…

Por Santa Lucía… ¿empieza a alargar el día?

POR SANTA LUCÍA…
…no habrá baserritarra que el 13 de diciembre, festividad de Santa Lucía, pase sin decirnos aquello de “Por Santa Lucía, comienza a alargar el día” o cualquiera de las muchas variantes de la frase en cuestión. Porque les gusta poner en práctica y exhibir su capacidad de memorización con este tipo de eventos del calendario. Gozosos porque ven que así suben un pequeño escalón más de sus ciclos anuales, de sus vidas, como siempre han hecho porque vieron hacer. Gente que durante siglos observó el cielo sin tener más que aportar que esa tradicional frase y creencia popular. Creencia falsa pero cierta a la vez.

Tampoco hay que ir muy allá para intuir que en esas fechas de cambio solar se celebrarían con arraigados ritos de carácter pagano y que la Iglesia la integraría en sus creencias remodelándola y atribuyéndola nada menos que a Santa Lucía, la patrona de las luces y la visión por excelencia.Tanto que hubo que inventar posteriormente la leyenda de que se le arrancaron los ojos, algo de lo que no existe noticia alguna, para sí reforzar esa unión con la luz, cuyo mismo nombre sugiere.

Laudioko Sta Luzia baselizako xehetasun bat

Pero vayamos al calendario…

En principio, todos sabemos ya que la fecha en empezará a alargar el día será el solsticio de invierno, que puede caernos entre el 20 y el 23 de diciembre. Aunque el más reconocido y celebrado es el día 21, que casualmente es el que nos toca este año. Pues bien: por eso precisamente hacemos el cambio de estación, porque empieza a alargar el día. Así es que no le demos más vueltas y no os embarulléis con lo que os echo encima ahora.

LA DE CAL
Realmente el error en la fecha «popular» y la «científica» proviene de un reajuste hecho entre calendarios en 1582 y que hizo que ese año se pasase directamente del 4 al 15 de octubre, comiéndose varios días. Y de ahí el desajuste que no ha sido capaz de actualizar el refranero popular.

LA DE ARENA
Pero igual de cierto es que la realidad del solsticio es mucho más compleja de lo que nos cuentan ya que existe un liante de aúpa llamado «perihelio». Huid de él porque cuando más sepáis de él más os va a complicar la existencia.

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¿Y en qué nos afecta el «perihelio» ese? Pues que mientras por las fechas de Santa Lucía ya comienza a alargar un poco la puesta del sol, la tarde, el amanecer sigue atrasándose y restando horas de luz totales. Sólo comenzará a amanecer antes ya pasadas las Navidades y sus Reyes Magos. Y el cómputo total de horas de luz, la suma de todo, ese sí, empezará a alargar a partir del 21. Así es que es un lío. Pero la tarde ya avanza como bien nos desvelan nuestros baserritarras…

Sin más, que Santa Lucía nos conserve la vista… porque seguro que no os habéis enterado de nada de lo que os he contado. Si es que hay veces que no hay como la fe para creer sin entender…

La concejala mundiala

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Ganando en el primer tiempo

Los que apostábamos desde hace tiempo por la igualdad y el lenguaje no sexista, nos frotábamos las manos con el euskera ya que, por norma general, no hacía distinción de género en sus palabras. Por fin estábamos mejor posicionados que el castellano en esa parrilla de salida para una supuesta conquista del futuro.

Y es cierto que esa virtud del euskera es así. Pero igual de innegable es que ni todas las palabras del euskera son neutras ni todas las del castellano tienen carga femenina o masculina: hay algunas, muchas, en el castellano que son ambivalentes.

Buena alineación

Una de ellas, y que me afecta a diario por trabajar en una administración local, es la palabra CONCEJAL que sin más significa ‘del concejo’. Lo mismo que terrenal es lo de la tierra, celestial lo del cielo, animal lo que tiene ánima o vida, municipal del municipio, provincial de la provincia o mundial del mundo. Sin distinción entre hombre y mujer, hembra o macho. Por no hablar de arrozal, menstrual, audiovisual, manual, postal, neutral, catastral, central, invernal y dos mil trescientos ejemplos más. Con el redondeo al alza, dos mil quinientos.

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Balón pinchado
Y eso que a priori por carecer de distinción de género nos parecía hasta hoy el gran comodín para afrontar el lenguaje no sexista, se convierte ahora en el arma lingüística más absurda e irreverente con el lenguaje que uno pueda imaginar. Pero mandan las corrientes de lo quizá irracional… y hay que mostrar sumisión y no resistencia para que te den.

Ahora hay que usar “concejala” cuando te refieras a una mujer. Sí o sí. Y si explicas lo que estoy contando ahora te caerá, como me ha caído ya, la pedrada estigmatizadora de machista intransigente. Toma esa…

Parar el juego

¿Y no será mejor reflexionar un poco? Digo yo que si el término “concejal” representa indistintamente a los miembros del concejo o ayuntamiento, al margen de que sean hombres o mujeres, el hecho de forzarnos a hacer una distinción, el marcándonos la consigna o mandamiento de usar en la Administración pública “concejal” diferenciado de “concejala” es realmente el mayor acto de machismo imaginable. Porque da a entender que “per ese” los concejales han de ser hombres, machos. Una majadería en toda regla y lo más alejado de la lucha por la igualdad.

Y lo mismo sucede con palabras como “alcalde” de origen árabe y con significado de ‘juez’ que no contiene por sí misma distinción de género: alcalde puede ser una mujer o un hombre. De ahí que Euskaltzaindia se haya negado a admitir la palabra “alkatesa” porque con “alkate” se ha denominado y denomina el cargo sin problema alguno. No con pocas presiones y atribuciones de machismo solapado al no claudicar a aceptar una palabra de moderno cuño artificioso… Como el que veía brujas volar en los aquelarres de Trangatx, se ven desigualdades léxicas en donde no las hay.

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Fichaje de extranjeros

Hace poco hubieron de recurrir a un uso marginal de algunas zonas de América de la palabra “lideresa” para forzarnos a desdoblar el “líder” que tan bien nos servía para todos los casos. Y se han aferrado a ello como quien se agarra al peldaño de una escalera que te va a llevar a los cielos. Con gran gozo, múltiple orgasmo y inconmensurable satisfacción. Siendo todo así de ideal, supongo que caerán en breve palabras ambivalentes como astronauta, albañil o ciclista…

Remontada del adversario

Así es que, en el estado actual de las cosas, parece que el euskera pierde una batalla más, ahora en lo más hondo, en lo estructural, desarmado de su mejor recurso. Porque aquel ideal de palabras ambivalentes parece que ya no sirve. Ahora se llevan otros principios. Y yo me encuentro desorientado. No sé si tengo que luchar por la igualdad, contra la desigualdad o, sin más, hacerme abanderado de la rebeldía contra la imbecilidad. Es que ya no cabe tanta…

No sienten los colores

Y el resto del mundo, los “normales”, ya sabéis: concejal y concejala. Mundial y mundiala.

Me viene al pelo el lema de Emakunde:

«LA DESIGUALDAD NO NACE, SE HACE» /
«BERDINTASUN EZA EZ DA BEREZ SORTZEN, EGIN EGITEN DUGU»

Ninguna frase lo podría definir mejor.

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PS: Eso sí, sin olvidarnos de luchar día a día y en cuerpo y alma contra la desigualdad. Sin mezclar churras con churros, ni merinas con merinos.