La tablilla de Pedrotxu

Poco o nada reseñable tendría un día como hoy, 5 de octubre, si no fuese por una curiosa ocurrencia de un muchacho de Laudio, justo hoy hace 96 años: la de escribir una frase en una tablilla e introducirla dentro de una obra de una pared en la que trabajaba. A ello se añade, claro está, el casi milagro de que un operario que trabajaba en una obra llevada a cabo este año de 2018 se fijase en aquel elemento de entre los escombros.

En efecto, así sucedió. Remodelando la llamada Casa del Hortelano, dentro del hoy parque público de Lamuza, apareció entre los cascotes de la obra una tablilla que, escrita en lápiz, mostraba la siguiente inscripción: «Pedro Mendívil y Larrea deja este recuerdo a los 27 años de edad. Llodio a 5 de octubre de 1922«. Hoy, a la espera de darle un destino concreto, se custodia en el despacho del alcalde como objeto entrañable y querido del pueblo.

En sí, es algo sin importancia alguna. Pero, a su vez, me parece algo tan entrañable y humano que no puedo pasar la fecha sin publicar unas líneas, más siendo hoy un 5 de octubre, como aquel lejano día. Es además la disculpa perfecta para vincular el Laudio actual con aquel otro, cándido, cercano y tranquilo, previo a la industrialización e incremento demográfico que lo transformaría totalmente décadas después.

Poco hubo que investigar para dar con el individuo en cuestión: se trataba de Pedro Mendibil Larrea (1895-1967), un personaje curioso y popular en el pueblo. Hijo de Mariana Larrea Sautua (Baranbio) y de Pedro Mendibil Mendieta (Laudio), lo que, por la coincidencia de los nombres de pila del padre y el hijo hizo que hasta el final de sus días fuese conocido como Pedrotxu, Pedrotxu Mendibil Larrea.

Pedro Mendibil Mendieta junto a su hijo Pedro Mendibil Larrea, Pedrotxu en el día de su Primera Comunión. Foto del archivo familiar

 

LA CASA DEL HORTELANO. La tablilla con la inscripción recientemente rescatada la insertó Pedrotxu en un edificio del Palacio del Marqués de Urquijo, conocido como la Casa del Hortelano. La había mandado construir el primer marqués de la saga, Estanislao Urquijo Landaluce (período como marqués: 1871-1889), dicen que para atender la gran finca agrícola que poseía, germen del posterior conjunto palaciego y quizá añorando su humilde origen en una familia de labradores de Murga (Ayala). En aquel gran nuevo edificio, en su piso principal y más elevado, vivía el encargado de gestionar el cultivo de las fincas y, claro está, de ahí adquiere el edificio el nombre que todos conocemos. En su vivienda contaba nada menos que con tres dormitorios, cocina, escusado (váter) y sala.

Bajo esa parte más noble, en el piso inferior había un lagar, pajar, gallinero, cuadra con pesebres y carbonera-leñera. Y, ya en el sótano, la bodega con cubas para los txakolines y un pozo artesiano o patin, para extraer agua del subsuelo.

Fallecido Estanislao, su sobrino, el segundo marqués (Juan Manuel Urquijo Urrutia, ejerciendo en el período 1889-1914) emprende ciertas mejoras y ampliaciones en el edificio para albergar más empleados con los que atender los huertos y las abundantísimas viñas y, asimismo, poder alojar a la numerosa familia y aristocracia que ya se da cita allí en los períodos veraniegos.

Pero, con el tercer marqués de Urquijo (Estanislao Urquijo Ussía, durante 1914-1948) la Casa del Hortelano modifica ligeramente su ubicación, se amplía «…de manera que se levantó en su lugar un edificio de cuatro plantas con tres áreas diferentes; en una estuvo la Administración, en la del centro la vivienda del Marqués de Bolarque, y en la parte cercana al frontón el “Teatro Salón Diego”…» tal y como publicara el investigador Juan Carlos Navarro (revista municipal Zuin, mayo de 2014).

La «Casa del Hortelano» tras su rehabilitación actual. Foto: Susana Martín, Deia.

 

EL INCENDIO. Esta última reforma tendría que ver sin duda con el incendio que destruyó parte del edificio la madrugada de la noche del 16-17 de abril de 1922, debido según se sugería a un cortocircuito en la novedosa luz eléctrica y que hizo que “parte del palacio con sus muebles quedaran reducidos a cenizas” como reza la prensa del momento.

El Heraldo Alavés, de 18 de abril de 1922, con descripción del devastador incendio. Recorte por cortesía de Javier Reguera

 

LA OBRA DE PEDROTXU. Pedrotxu era por aquel entonces uno de los tres albañiles que había en el pueblo, junto a Tomás Ibarluzea y Alejandro Eizmendi, «Tolosa».

Tomó parte en diversas obras palaciegas, siempre trabajando para el carpintero Leonardo Zurriarain, que hacía las veces de contratista y que acordó varias obras con el marqués. Queremos suponer que, por las fechas, cuando tuvo Pedrotxu la ocurrencia de esconder aquella tablilla dentro de la pared, se afanaban todos en dar esplendor a aquel edificio que el fuego acababa de destruir.

Inscripción con el nombre de nuestro personaje en la tablilla

 

EL PERSONAJE. Aquel joven muchacho quizá pensó en dejar su recuerdo para la posteridad porque había dejado de ser el chaval travieso de su juventud para convertirse en un padre de familia responsable: unos meses atrás había nacido ya su hijo primogénito Enrique (1923-1974). Luego le seguirían Alfonso (1925-2003), Lorenzo (1928-2011) y la pequeña de la casa, Mª Mercedes (1930), la única que sobrevive y que es la que tanta información de su padre nos ha facilitado. Todas estas criaturas procedían del matrimonio entre “Pedro Mendivil y Larrea, casado, albañil de 27 años de edad, natural de Llodio y doña Benita Echevarria y Perea, labores, de 28 años de edad, natural de Orozko y ambos vecinos de Llodio” tal y como se recoge en la partida de nacimiento del primer hijo.

Pedrotxu Mendibil junto a su esposa Benita Etxebarria. En primer término, fragmento de la tablilla. Foto del archivo familiar

 

La casa familiar de Pedrotxu, en el corazón de Lamuza, se había dividido en dos viviendas para alojar a sendas familias, separadas por una puerta que no se cerraba pero a su vez se respetaba ya que en ciertas ocasiones, por las limitaciones de accesibilidad (transporte de féretros…) era necesario pasar de una vivienda a la otra.

En la otra vivía «Escola» conocida así por ser Escolástica Pérez, que habían inmigrado del valle del Pas. Aún les recuerdan cómo andaban con su característico cuévano. Tenían un bar que a su vez hacía las veces de tienda en un pequeño espacio que compartían con una vaca que estaba algo más atrás. La parte exterior estaba rotulada con el texto «vino y chacolí«.

Pedro era desde chaval un personaje genio y figura, de tanto humor y carácter libre que hacía desesperar al maestro de apellido Elorza y que hoy cuenta con una calle en el pueblo. «Ya vienen los de Olarte» —el barrio más alejado del centro— les recriminaba con ironía porque llegaban tarde a clase cuando precisamente eran los que más cerca de la escuela vivían.

Casas en el barrio de Lamuza, hoy desaparecidas. La de la izquierda es la casa de los Mendibil y, más a la derecha, la casa y bar de «Escola».

En cierta ocasión hizo alguna trastada que jamás se supo con detalle. Pero fue de tal trascendencia que el mismo Elorza le ordenó a Pedro que se la contase a su madre Mariana y que fuese ella quien le impusiese el castigo. Pero, sin que le angustiase lo más mínimo el encargo, no contó nada en casa. De nuevo en clase, el maestro le interpeló delante de todos para saber cuál era el castigo que le habían aplicado en casa, a lo que contestó que «bien cenado, ir a la cama», con las risas de todos los allí presentes. Le echaron de la escuela o se fue. Nunca lo aclaró. Pero desde entonces acudía a clases a Sta. Lucía, un barrio en la montaña, donde ejercía de profesor un sacerdote. Pedrotxu, siempre alegre, alardeaba que él estudiaba en la «Universidad de Sta. Lucía«.

Pedrotxu con su hija Mercedes. Obsérvese el cartel anunciador de «Vino y chacolí». Foto del archivo familiar

Otra de sus numerosas anécdotas «sonadas» fue la de ir capturando y criando ratas sin que nadie supiese de ello. Pues bien… llegados los Carnavales, se disfrazó de afilador ambulante y con sí llevaba la piedra en su carro, así como el característico cajón para guardar herramienta, trozos de tela vieja con las que probar el afilado, etc. Allí había metido las “bestias roedoras”. Ya en el baile, habría la tapa —o la hacía abrir— y salían desaforadas las ratas, con el consecuente pánico y alboroto de los allí presentes.

También me contaba su hija que, entre otras hazañas, “en la época de la guerra hizo Pedrotxu un zulo en el portal del viejo bar Lauri (Casa de los Ussia) para guardar la corona de la Dolorosa (imagen de la parroquia) y otras cosas de valor así como joyas de los propietarios, etc.”, anécdota que curiosamente también recuerdan a la perfección en mi familia.

LAS MALVICES. Pero de las muchas curiosidades que aquella tarde del pasado 20 de agosto me contó Mercedes sobre su padre, hubo una que me pareció entrañable y de gran fondo emocional. Y es que Pedrotxu amaba y admiraba los zorzales, unas aves que aquí conocemos como malvices (aunque sea un término masculino en nuestra zona se usa en femenino: “las malvices”). Tanto que hasta podríamos hablar de que tenía una gran obsesión personal por ellas.

Zorzal, conocidos entre nosotros como «malviz»

En cierta ocasión tenía enjaulado un buen ejemplar en su ventana. Se pasaba horas y horas mirándola y hablándola. Y cada día reservaba su último trozo de comida para dárselo a ella. El ave se lo agradecía con primorosos trinos, unos gorjeos que eran la admiración de todo aquel que transitaba por aquel entorno de Lamuza.

Llegó incluso a ofrecerle Alejandro Gorostiaga «mil pesetas y una tripada de angulas» por ella, a lo que Pedro, perdidamente enamorado de su ave, se negó con rotundidad.

Pero en otra ocasión se encaprichó de ella el sacerdote —llamado Félix— y, como el clero pesaba tanto por aquel entonces, no se la pudieron negar. Con gran pesadumbre, Pedro se la tuvo que vender por una simbólica peseta.

Mas, cuando acudía a los obligados oficios religiosos, no podía concentrarse en ellos porque oía a lo lejos cantar a su añorada malviz y toda su atención se le iba allí, con poco provecho para sus ejercicios espirituales. Así sufrió lo indecible hasta que un día decidió que no podía vivir ni un minuto más con aquella pena. Por ello se lo comentó a su madre y lo hablaron con el sacerdote que, visto el alcance que aquella melancolía tenía para el muchacho, no puso impedimento para hacer una marcha atrás en el cambio de peseta por pájaro, para alegría de Pedrotxu, que nunca más abandonó a su avecilla hasta la muerte.

HASTA SIEMPRE, PEDROTXU. Poco más podemos añadir porque poco más sabemos. Pero llegamos a intuir que, en ese otro lugar en donde no pasa el tiempo, seguirá Pedrotxu embelesado escuchando a su divina malviz. Y sonreirá viendo cómo aquella tablilla en la que escribió en su juventud ha provocado estas letras que lo devuelven a la historia, a la actualidad, a la historia de los terrenales. Un 5 de octubre… Él agradecido en su eternidad y nosotros eternamente agradecidos. Por los siglos de los siglos…

Muchas gracias a Mercedes Mendibil, a su esposo Eugenio Gastaka y a sus hijos Eugenio y Lutxi. Por todo lo bueno que siempre nos disteis, nos dais y, sin duda, nos daréis.

 

 

Vendimia, lastapeko y añoranzas

Uvas listas para verter sus lágrimas

Aunque dudo de que ya la use alguien, con la palabra lastapeko se conocía en nuestra comarca (Orozko, Arrankudiaga, Arrigorriaga…) el trago del primer mosto de la prensada, aquel que honoríficamente y en muestra de agradecimiento, se ofrecía a quienes habían vendimiado las uvas.

Quizá soñando con revivir rituales tan exquisitos, pensando en reengancharme con una rica cultura popular que se nos fue, sólo pude contestar “sí, quiero” a la invitación que mi buen amigo Iñaki me hizo para que este pasado sábado les ayudase a vendimiar.

Pero la realidad, por lo general, entiende poco de atmósferas románticas. Por ello, una vez llegado a aquel barrio del poniente vasco a la hora prevista, observé que ya rulaba por allí un enjambre humano que ocupaba cada rincón de la finca. Así es que poco más que posar para la foto pude hacer porque, cuando llevaba medio cesto, ya había finalizado todo. Eran los G. C.  y los C. G., dos familias que alternan idénticos apellidos, estirpes uncidas con el yugo de la vida y que en la práctica son una unidad monolítica inquebrantable.

Menos mal que, siendo el día de San Miguel como era, me había comprometido a elaborarles una limonada de garrafa con su txakolin para así hacer una especie de lastapeko granizado al final de la comida. De ese modo parecía ganarme el derecho a gozar en vivo y en directo del proceso de la vendimia, estrujado y prensado de sus uvas.

Deambulando por allí, sin pretenderlo, comenzaron a brotarme de los cajones de la memoria recuerdos de otras lejanas vendimias. Cajones que llevaban cerrados durante décadas y que se abrían ahora de par en par al sentir de nuevo la pegajosidad en las manos y al olfatear el olor dulzón de los hollejos ya vacíos.

No tendría ni diez años y estábamos una vez más en el caserío de los tíos Lorenzo y Ana Mari en Arbide, Arrankudiaga. La vendimia de aquellas uvas en parra era algo que se vivía por aquel entonces con gran intensidad y liturgia desde semanas atrás. Había que sanear las viejas barricas, empaparlas para hincharlas y adecentar aquel lúgubre y oscuro espacio al final de la cuadra, en donde se ubicaba el lagar.

Recuerdo cómo nos dejaban recoger con las manos pequeños racimos de uvas que, en la mano, llevábamos hasta la gran barrica vertical abierta por su parte superior. Eso cuando no comíamos por el camino aquellos melosos granos, colocándolos en los labios y apretándolos con fuerza para que nos disparasen su pulpa hasta el centro de la boca. Así la separábamos de aquellos pellejos ásperos y poco agradables para el paladar infantil.

Después, bien llena la cuba, nos subían a ella para que pisásemos un rato la uva, quizá con la pedagógica intención de que nunca olvidásemos cómo se materializa unos de los mayores milagros de la naturaleza. Y, sin embargo, hemos traicionado a nuestra memoria de pueblo

Pronto tomaba las riendas de la situación mi tío Lorenzo Esparza, un hombrachón que buscaba apoyo en los hombros de otro compañero mientras ejecutaba aquella especie de danza atávica, interiorizada en sus genes desde siglos atrás.

Una vez «bailado» y roto el grano se pasaba al lagar. Allí, una larga viga de madera pivotaba sobre uno de sus extremos para apretar un entramado de tablas y cabrios dispuestos sobre la uva. Su empuje consistía en la fuerza que ejercían unas pesadas piedras que colgaban en la punta opuesta del madero. Así se dejaba toda la noche para que, en un prolongado lamento, fuese derramando todo el líquido que contenían sus granos. Aunque cierto es que de vez en cuando había que desmontar las piedras y elevar la viga con una polea unida al techo de la cuadra, para introducir de nuevo más maderas con las que prensar más la uva y así extraer hasta el último aliento del alma de aquellos benditos frutos.

Hablaba Lorenzo con irónico desprecio hacia su rústico artilugio porque ya conocía las modernas prensas de husillo metálico, como la que tenía el vecino José Arbide –apellido coincidente con el nombre de la casa y barrio– y con las que todo aparentaba ser más simple y beneficioso. Tanto que ya había ganado durante varios años consecutivos el título de mejor txakolingorri de Bizkaia. Lo mismo sucedía con la renovada maquinaria del caserío Errotalde, reconocible por sus flamantes emparrados. Todos menos él… Poco imaginaría Lorenzo que aquel trasto que tan pocas alegrías le daba era la gran joya etnográfica del barrio, lo puro entre lo auténtico, como lo era su propio caserío de frontal de tabique de escoria, recuerdo de legendarias ferrerías que en otro tiempo llenaron de ruido y riqueza el húmedo valle.

En aquella misma gran barrica llamada bukoe –que no es sino bocoy– en la que se había pisado la uva, se vertía el nuevo mosto recogido del lagar, atendiendo siempre a que estuviese rebosante para que expulsase las impurezas a medida que hervía el conjunto con la fermentación. Finalizada ésta, con paulatinos trasiegos entre barricas, se iba aportando limpieza hasta que ya se procedía al embotellado definitivo en el ritual día del menguante de febrero. Impensable hacerlo en otra fecha.

Aquella viga de lagar duró hasta que se rompió en las inundaciones de 1983 año en que se vieron obligados a reparar y renovar la maltrecha casa casi en su totalidad. Y la riada también llevó los recuerdos y aquellos quehaceres vitivinícolas que daban sentido a la vida del bueno de Lorenzo.

Pero ya no queda nada. Ni siquiera Lorenzo. Por ello, cada vez que nos juntamos, rememoramos y reímos con su viuda Ana Mari mil y una anécdotas. Sobre todo la de aquella vaca que en cierta ocasión yacía en el suelo, convulsionándose y moribunda. El veterinario acudió raudo al alarmado aviso y se sintió desconcertado al no saber qué contestar ante aquel cuadro que le resultaba desconocido. Hasta que alguien descubrió en la oscuridad del lugar que tenía la cadena rota y que se había bebido más de medio bukoe de aquel txakolin que alegre fermentaba. Una borrachera vacuna en toda regla… Recuerdos…

Añadido de uva a la prensa, en vistosa cascada.

Pero volví a la realidad y pronto me percaté de que en aquel paraje vizcaino-encartado era otra cosa, otro tiempo: sin duda me estaba haciendo mayor. En mi estancia de okupa en el lugar, observaba y fotografiaba cada movimiento que el omnipresente Vicente tenía bien estudiado y diseñado de antemano. Era el director de orquesta, el Lorenzo de aquel lugar, el que dirigía cada premeditado paso. Ingenioso como pocos, tenía una sorprendente solución para cada problema. Mientras Aitor me hablaba de sus cumbres, Oihan de la gran carretilla de plástico y el pequeño Ekhi de su casa imaginaria entre manzanos.

Máquina trituradora eléctrica, prensa de husillo e impecables depósitos de acero inoxidable con temperatura regulada. Otro paraíso…

Vicente y Jon, aplicados en la labor del prensado

Finalizada la labor, gozamos de una exquisita comida a base especialmente de asados de barbacoa y txakolin como única bebida permitida. También con el producto de su tierra elaboramos la garrafa que tanta admiración despertó pues les resultaba desconocida. Era el día de San Miguel y, sin querer, brindando con limonada bajo aquella parra hicimos una estampa que bien podría ser un cuadro de José Arrue.

«…brindando con limonada bajo aquella parra hicimos una estampa que bien podría ser un cuadro de José Arrue…»

Mientras, algo alejada y distante del bullicio que la ingesta del alcohol iba haciendo aflorar, Mili, la nonagenaria matriarca del solar, observaba con orgullo a toda su prole, pendiente en todo momento de que no les faltase nada. Como las gallinas cuidan de sus polluelos con una insondable generosidad que sólo puede entenderse desde unas entrañas femeninas, maternales. Era el prototipo de etxekoandre de las de siempre, de aquellas que sacrificaban todo por los demás y encima te desarmaban con una sonrisa contra la que poca resistencia se podía argüir. Y, de nuevo sin querer, afloró el recuerdo de una mujer similar a Mili, amama Clara (1987-1991) como nosotros la conocíamos, porque yo tenía abuelas pero también aquella amama de Arrankudiaga que, sin ser en realidad ser nada nuestro, tanto amor nos dio.

Amama Clara frente a su caserío en Arbide, Arrankudiaga en una imagen que yo mismo le hice décadas atrás

Así es que allí, en aquel entorno moldeado por el río Barbadun viví el sábado una jornada apasionante, llena de vivencias actuales y emotivos recuerdos del pasado. Mil gracias de todo corazón a los que hicisteis que me sintiese allí tan dichoso. Por orden alfabético, Aitor, Alaia, Ekhi, Guadalupe, Iñigo, Izaro, Janire, Jon, José Luis, Maitane, Miren, Oihan, Oli, Rebeca, Udane, Unai, Uri y Vicente, sin olvidar claro está a mi amigo Iñaki y a su entrañable madre Mili.

Y, cómo no, con un entrañable recuerdo en mi fuero interno para la memoria de Lorenzo (1928-2007) y amama Clara (1897-1991), aquellos que posiblitaron que en mi más tierna infancia arraigara la vendimia, un sentimiento que, partiendo de unos pequeños pies desnudos, ascendió hasta el centro del corazón.

Por todas vosotras/os, un brindis con el mejor de los lastapeko de nuestro país, Euskal Herria.

 

Los hermanos C. G., girando con ímpetu la garrafa

 

 

Udagoiena, nuestro otoño

Hoy, entramos en el otoño, dejando atrás el verano. Por ello escribo esta pequeña anotación, con la intención de desearnos un feliz inicio de estación.

Antes que nada, hay que citar que aunque ahora el otoño nos pueda parecer algo decadente y deprimente por el retorno a la actividad moderna actual, no debe tomarse así ya que, hasta no hace tanto, era el período en el que la vida se vivía en mayor comunión con la tierra, sin añorar vacaciones que nunca habían conocido, pero a su vez gozando de una existencia sin tantas prisas ni tiranos horarios: el otoño era una época gozosa.

LO MEJORCITO. Al margen de la denominación udazkena (‘lo último del verano’) que todos conocemos, en el occidente vasco se conocía como udagoiena, una palabra más bonita que la anterior, preciosa, y que significa ‘lo más alto, lo más excelso del verano’, es decir, «la crème de la crème«… Todo era recoger el fruto del trabajo del año, elaborar los txakolines, pitikines o sidras con las que alegrar el espíritu en los días difíciles venideros. Era la fecha para celebrar las elecciones de cargos en muchas localidades, renovaciones de contratos de arriendos, descenso de pastores al valle… momentos de vivir, al fin y al cabo. Pero no nos centremos en esta ocasión en temas históricos o etnográficos, sino en la llegada del otoño en sí. Algo más cósmico y universal.

DÍA MÁGICO. Durante todo el año los habitantes del mundo vamos descompensados, desequilibrados, encabronados… Porque mientras en la mitad norte es verano en la del sur será invierno o viceversa. Y cuando unos gozamos de días largos otros viven casi en las penumbras. Por no hablar de las zonas próximas a los polos, con medio año de día y medio año de noche… Un desastre todo: así no hay quien viva.

Sin embargo hay dos días en el año en los que todos y cada uno de los rincones del planeta tenemos 12 horas de noche y 12 de día. Dicho de otra manera: dos fechas en el año en que somos, en ese aspecto, iguales todos los humanos del mundo.

Y como la igualdad universal es algo por lo que siempre hemos luchado y que creemos que es el mejor cimiento para edificar la paz y la felicidad, pues, aunque parezca una tontería, no deja de ser el de hoy un día señalado, especial y hasta casi mágico. Los dos días tan extraordinarios y excepcionales son el día de la entrada de la primavera y la del otoño, es decir, hoy mismo. A celebrarlo por tanto…

También esos dos días son los únicos en los que la práctica coincide con la teoría, en los que el sol sale por el Este y se pone por el Oeste. Con exactitud cartesiana, porque los demás días del año siempre hay un pequeño error que devalúa esa creencia general: son días del “más o menos”. Pero no hoy…

Para finalizar, una pequeña curiosidad que la gente suele desconocer. A pesar de que siempre nos han enseñado que el otoño comienza el 21 de septiembre, en realidad esa fecha puede variar entre el 21 y el 24. Ni más aquí ni más allá. Pero en este siglo en el que estamos, siempre será entre el 22 y el 23 de septiembre (cosas de la astronomía). Así es que los que estamos leyendo esto no viviremos una entrada un 21 de septiembre jamás. Con suerte, quizá nuestros hijos o nietos…

A lo dicho: a celebrar el udagoien (otoño) vasco-universal. Udagoien on guztioi!!!! Feliz otoño. Y no os despistéis porque en el siguiente cambio… ya serán Navidades!!

Artzainak eta azkura uxatzeko lorea

Azpelar lorea, Gorobelgo La Solanan.

Guztiok mendietan noizbait ikusi ditugun azafrai itxurako lore ezagun batzuez zeuden beterik bide ondoko bazterrak. Larunbatean izan zen, Gorobel mendilerroko saroi handienean ospatzen zelako abeltzainen jai nagusia, Kobata izeneko tokian eta San Vitores egunaren aitzakiarekin. Hara gindoazen, pozarren, larre eta pagadi artean, Angulo mendatetik abiatuta.

Pagaditik larretera irtenda, deigarri suertatu zitzaidan lore ugaritasuna, inoiz baino gehiago zeudelako, batez ere Euskadi eta Gaztela-Leon lurralde eztabaidatuko eremuan, ezaguna ez bada ere, Aiarako biztanleek ez dituztelako muga ofizialak onartzen, trikimailu administratibo batez, mendiko hainbat hektarea galdu omen zelako.

Loreak Euskadi eta Gaztela-Leon autonomia erkidegoen arteko lur eztabaidatuan zeuden, La Solana izeneko aldean. Mapan, muga aukera biak

Nolanahi ere, leku aproposena zen denboraldiko lore horietaz hausnartzeko, hor hizkuntza eta kultura biren arteko ukipen gunean geundelako. Hortaz, La Solanako aldapa neketsutik gora gindoazela lore horien ikuspegi kultural bikoitzaz –gaztelaniaren eta euskararen kulturakoak– zenbait ohar solte idaztea otu zitzaidan. Eta hemen nago irudikatutakoa gauzatzen.

Merendera montana da bere izen zientifikoa. Bigarren atalak argi erakusten digu  bere agerpena mendiari lotua dagoela eta, aurrena, «así llamado seguramente porque esta planta aparece en otoño, cuando el campesino deja de merendar, por oscurecer más temprano y anticiparse la cena» zioten Corominas eta Pascual hizkuntzalari ezagunek.

Bestalde, gaztelaniaz, merendera izen nagusiarekin batera, alzameriendas, aventapastores,  colchico, despedida de verano, despidegañanes, echapastores, espachapastores, espantapastor eta antzeko goitizenak baliatzen dira identifikatzeko orduan. Beti ikuspegi ezkorraz, azken finean, udaren amaieraren adierazlea zelako eta, hain lur garaietan hazten denez, bazekiten abeltzainek hura ikusiz gero mendiko txabolan bizi izateko garaia amaitzen zela eta berehala helduko zirela hotzak eta estualdiak, hots, haranera jaisteko premia eta beharra.

Kobatarako sarbidea eta Aro izeneko haitz ederra, ibilitako bidetik ikusita

Behinola, gota eta erreumaren kontrako sendagai gisa erabili izan da lorea bera edo, batik bat, lur-azpian duen tipula itxurako bulboa. Kopurua handitan hartuta, heriotza eragin zezakeen pozoia –colchicina– zen. Berezia da landare hori beraz.

Euskaldunon kulturan, bestalde, bestelako funtziorako erabili izan da herri-medikuntzan: azkura gutxitzekoa. Horregatik azpelar esaten zaio, hau da, (h)atz + belar. Baina familia bereko colquicum landareekin bereizteko, euskara modernoan, askari-belar esaten zaio, gaztelaniazkoaren itzulpen zuzena, nahiz eta herri-erabilera tradizionalik ez duen adiera honek, azpelar delako landare horren aldaki guztiak gure eskualdean izendatzeko modu bakarra.

Zorriek eragindako ziztaden azkura eztitzeko edota zorriak beraiek akabatzeko ere baliatu egiten zen.

Baina gure arbasoen arteko erabilera ezagunena sarnaren kontrakoa izan zen.
Horretarako landarearen lur-azpiko bulbo-erroa hartu, zehatu eta hura txizarekin eta gatzarekin nahastu behar zen ore bat lortu arte. Harekin igurtzi behar zen larru erasana. Ez zegoen hoberik…

Ederra R. M. Azkuek Zeanurin jaso zuen erabilera haren testigantza zaharra:

«Sarnea kentzeko azpedar-sustarra yo yo egin ta gatzetara ta txizatara bota ta aragia ogera orduan igurdi bear da. Egun gitxi barru sarnea badoa»

[‘sarna kentzeko azpelar-sustraia jo eta jo egin eta gatzetara eta txizatara bota eta haragia, ohera joate orduan, igurtzi behar da. Egun gutxi barru, sarna badoa’].

Gaztelaniaz, espantapastores, quitameriendas… bezalako izenak hartzen ditu, udaren amaiera iragartzen duelako

Pozosnuevos izeneko lekura igarota, txaboletaraino doan beheranzko aldapa hasi zen. Eta ez genuen geroztiko ibilian azbelar gehiagorik topatu. Han, Kobatan, oraindik nagusi zirelako jaia, uda eta artzainen algara. Ez zen alde egiteko beharrik sumatzen. Baina berehala helduko zaizkie, bai, artzainak herrira uxatzeko lore eder horiek

Historias de la limonada de garrafa

Limonada de garrafa en su punto óptimo de cristalización, lista para ser degustada. La mezcla de hielo y sal exterior congela la bebida vertida dentro del recipiente metálico

Rescatada de tiempos pasados, la limonada de garrafa vuelve a estar de moda entre nosotros. Se trata de una mezcla de vino blanco, agua, azúcar y limón que se lleva a punto de granizado para ser consumida.

No hay fiesta en la que, preguntando a los más mayores, tengan un vago recuerdo de que tal o cuál familia la elaborase para consumir en el banquete de la fiesta mayor. Sin embargo el olvido ha sido lo común y prácticamente se ha borrado su recuerdo de lugares en donde fue bebida festiva por excelencia: Bilbao, Amurrio, Laudio, Orduña, Balmaseda, Gernika, Otxandio, Larrabetzu…

También su presencia en aquellas celebraciones populares queda bien reflejada en los cuadros de romerías del pintor José Arrue (1885-1977), tan descriptivos en lo visual de nuestra historia.

Elaboración de limonada en una garrafa clásica, sin manivelas. Detalle del cuadro Mesa de las autoridades que representa una romería en San Miguel de Mugarraga, Beraza (Orozko). Obra del gran pintor José Arrue

EL NOMBRE. «Limonada» ha sido el nombre de esta bebida elaborada en una garrafa, instrumento este cuya definición de la Real Academia Española nos deja a las claras su técnica elaboración: «Garrafa: Vasija cilíndrica provista de una tapa con asa, que, dentro de una corchera, sirve para hacer helados». Porque en realidad son artilugios concebidos para hacer helados. Sin embargo, en las últimas décadas, el nombre del recipiente es también por extensión el de la bebida. Así, es normal hablar de elaborar o beber garrafa en referencia a la limonada. Hay que recordar sin embargo que “limonada” era la única referencia usada en el período anterior a la guerra civil, es decir, la denominación más genuina.

EL ARTILUGIO PARA SU ELABORACIÓN. Quizá en otro momento lo analicemos con más intensidad pero conviene adelantar que la limonada se elaboraba usando cualquier caldera o puchero metálico, dentro de otro más aislante —normalmente de madera—, insertando entre ellos hielo con sal: la mezcla frigorífica que hará posible el milagro de granizar la mezcla de la limonada introducida en el recipiente de metal. No necesariamente se necesitaba un aparato para ello como hoy tendemos a pensar.

Quizá la referencia más diáfana nos la dé Ricardo Becerro de Bengoa (La Libertad, 08-01-1891) cuando nos habla de «…se enfría o hiela en total, en una garrafa improvisada que todo buen […] gastrónomo o bebedor saben disponer en el caserío más apartado de Vizcaya, con una herrada o cubo, un caldero y una arroba de nieve».

Posteriormente aparecieron por nuestras tierras garrafas para elaboración de helados que había que hacer girar con la muñeca. Por fin, en los años previos a la guerra civil, hicieron furor las garrafas provistas de manivela y engranajes que baten el contenido del interior en movimientos contrapuestos, logrando una limonada más suave y homogénea.

El orozkoarra Pedro Martín posee la mayor y más curiosa colección de heladeras o garrafas con las que elaborar limonada. Año 2005

Pero, como hemos adelantado, no era necesario recipiente específico alguno para aquellas limonadas de nuestros antepasados. Perfecta, la descripción hecha por José Miguel Barandiaran de una limonada cuya elaboración presenció en Zeanuri en los años 20 del siglo pasado:

«En un calderín de cobre se ponía vino blanco, un poco rebajado con agua fresca, al que se agrega azúcar. Previamente en una tinaja o balde ancho se había colocado nieve. Se echaba sal a la nieve y se introducía el calderín de vino en el balde. Sujetando el calderín con ambas manos por la boca, se le hacía girar rítmicamente en uno y otro sentido, presionándolo contra la nieve. Al cabo de un tiempo el vino del calderín comenzaba a congelarse y espesarse. En este estado grumoso se servía a los comensales».

Garrafa zahar bat, limonadaz betea. Orozko

Yendo más allá sabemos que, las garrafas de manivelas que hoy codiciamos como objeto de anticuario y museístico, estaban mal vistas en su momento por lo moderno de las mismas, por romper con «lo tradicional». Así nos lo contaba (1928) bajo pseudónimo un tal Doctor Mostacha —Mostatxa es un monte de Laudio conocido por tener una antigua nevera— mientras se quejaba de los novedosos artilugios:

Una limonada es algo serio y magnífico, que requiere su momento, sus odas y una mise en scene características […] La garrafa a ser posible de las antiguas. Nada de engranajes ni manivela”.

¿DESDE CUÁNDO? Como todo lo que percibimos como antiguo, a veces tendemos a lanzar nuestras pretensiones más lejos de lo que corresponde. Y, sin esfuerzo, imaginamos inexistentes fiestas medievales con nuestro aparato a manivelas. Pero nunca fue así porque cada cosa tiene su tiempo.

Cierto es que en aquella época y en el Renacimiento era común beber vino o limonadas enfriadas en la nieve pero aún no hablamos del helado o granizado:

Citas como «…aquellos banquetes sazonados y de aquellas bebidas de nieve…» del Quijote (parte II-LVIII, 1615) o «Hícele entrar en el pozo de la nieve (…) sacar dos frascos que estaban puestos a enfriar: el uno de vino y el otro de agua de limones«» u otro similar que dice «…en una venta a cuatro leguas de Tafalla, bebiéndonos un azumbre de vino, más helado que si fuera deshecho cristal (…) de los nevados Alpes; porque vale tan barata la nieve en aquel país, que no se tiene por buen navarro el que no bebe frío y come caliente», ambas de la obra de picaresca Estebanillo González (1646).

Azulejo catalán (L` Ametlla de Mar) representando una garrafa para refrescar las bebidas.

Ese hábito de beber frío se tenía además por sanador de enfermedades. Esa creencia enraizada en origen con la cultura clásica, había resurgido de nuevo con fuerza a fines del XVI como remedio para hacer frente a la peste bubónica que asoló el país. Así, a partir de aquellos años, aumentó en sobremanera la demanda de hielo, lo que hizo que se construyesen muchas neveras en nuestros montes. Porque «Siendo la nieve de tan grande importancia para la salud y evitar las fiebres y otras enfermedades contagiosas que con calores del verano suelen sobrevenir» (Balmaseda, 1620) no podía faltar.

Así, puesta la nieve de moda, no paraban de edificarse neveras en las cumbres más altas, con las que atender el lucrativo negocio de la venta de nieve en verano: Igartu Bilbo (1616), San Roke – Bilbo (1627), Itzina (< 1632), Pagasarri (1648), Ganekogorta (1693), Toloño (1680), Guardia (1648), Labraza (1663), Lantziego (1672)…

Pero gracias a las novedosas publicaciones del momento se extiende a partir de principios del XVII y sobre todo el el XVIII algo que ya se conocía científicamente desde mediados del XVI, pero aplicado ahora al arte culinario: el hecho de que, mezclando sales con el hielo, se consiguen temperaturas bajo cero y que podían llegar a congelar la bebida. Y ahí es cuando podemos elaborar nuestra limonada de garrafa.

Muchos años más tarde se insistía aún en lo interesante de dicho «truco», instruyendo a los párrocos para que ellos lo hiciesen saber a sus feligreses: «…de la mezcla de la nieve y la sal resulta una temperatura de ocho o diez grados bajo cero» (Semanario de agricultura y artes, 1801)

¿ENTONCES, QUIÉN INVENTO NUESTRA LIMONADA ACTUAL? No se ha escrito nada al respecto pero por mi parte sospecho que debemos su existencia al berciano Juan de la Mata.

En plena Ilustración, cuando se buscaba ordenar, racionalizar y divulgar cualquier aspecto de aquella sociedad, Juan de la Mata publicó una extraordinaria obra, Arte de repostería (1747 y 1786), que es la base de toda la confitería, pastelería, etc. actual. Su aparición revolucionó la cocina y aún hoy posee absoluta actualidad.

Arte de Repostería, obra de Juan de la Mata en la que encontramos el origen de nuestra limonada de garrafa

Juan de la Mata, leonés de Matalavilla —pequeña población conocida por el embalse (1967) homónimo—, fue el repostero jefe en la corte de los reyes españoles Felipe V y Fernando VI y estaba influido por las corrientes culinarias más en boga: las francesas e italianas. No sería extraño por tanto que nuestra limonada de garrafa tuviese inspiración italiana, pues viajó hasta allí y aquel país era por aquel entonces —y es hoy— con sus gelati el máximo exponente de la “gastronomía bajo cero”.

Su extensa obra, de más de 200 páginas, se difundió como un reguero de pólvora y marcó el antes y el después de aquellas cocinas dieciochescas. Pues bien… Habla en ella con profusión y detalle de 31 opciones heladas de las cuales 24 son bebidas. Y sólo una de ellas contiene alcohol, la característica exclusiva de nuestra limonada de garrafa. Él la llama Limonada de vino:

«Puesta en un barreño una azumbre de agua con un cuartillo de vino, una o dos cáscaras de limón, el zumo de otros tantos bien exprimidos y nueve o diez onzas de azúcar, más o menos, según se gustase o fuese necesario, estará en esta infusión por tiempo de media hora o poco menos, concluyendo esta bebida con pasarla por la manga y helarla en el modo ordinario». Unas páginas más atrás, da la descripción de como helar estas bebidas en las garrafas, valiéndose de hielo y sal. Evidentemente, se trata de nuestra limonada.

La siguiente referencia es la primera vez que se documenta la receta entre nosotros, en Euskal Herria. Aparece en unos apuntes manuscritos de cocina, de fines del XVIII —contextualizada por otros datos del mismo cuaderno ya no tienen fecha exacta— propiedad del palacio de Katuxa en Laudio. Por aquel entonces palacio y la ferrería del lugar formaban parte del mayorazgo de los Ugarte que, por las cartas guardadas, sabemos que acudían a menudo a Madrid e incluso tuvieron lazos familiares allí. Sin duda, sería de Madrid de donde traería la receta que estaba haciendo furor en la corte y en los estratos sociales aristocráticos, fruto de la revolucionaria obra de Juan de la Mata. La receta en cuestión dice así:

«Para hacer media cántara de limonada echaremos vino blanco y agua en igual medida. Cuando se trate de tinto, por cada azumbre [2 litros] un cuartillo [0,5 litros] de agua. Si se prefiere dulce se le añadirá un poco de azúcar. Este azúcar será elaborado como si fuese almíbar juntándose con otra cocción de finas rajas de limón. Esta mezcla será colada por medio de un trapo y añadida al vino que se encuentra en la garrafa. Se completará, si fuese necesario con más agua y, con la tapadera de la cantimplora o garrafa abierta, sólo nos queda girar y saborearlo».

La receta manuscrita de Katuxa (Laudio) es la primera constartación de la limonada en Euskal Herria

Y aquella receta tan exquisita y novedosa que merecía la pena traerla manuscrita, pronto se extenderá a los estratos populares, convirtiéndose en la lujosa bebida festiva por excelencia. Prueba de ello es, por ejemplo, la demanda que un sacerdote interpone contra una feligresa de Larrabetzu por haber embarullado las comunicaciones de tal manera que «…el querellante se vio privado de las doce libras de nieve para hacer refresco que ésta le traía desde Amorebieta» (1800). Al igual que aquella moción de unos vecinos en el pleno municipal de Laudio, insistiendo en reinstaurar la clausurada nevera del Yermo porque la nieve importada desde Orozko resultaba excesivamente cara para atender a la necesidad de «“…tener surtido el Valle en todas las festividades por el verano» (1856).

Aun con todo, la gran explosión popular de la garrafa llega al instalarse en 1880 la primera fábrica de hielo artificial en la calle Ollerías de Bilbao y que supuso el abaratamiento del hielo y el paulatino abandono de las neveras de montaña. Ello y la mejora de los medios de transporte hicieron que nuestra bebida comenzase a vivir sus décadas de oro y que llegan hasta la guerra civil.

Día de romería en Begoña, Bilbao, acompañados de una gran garrafa. Fotografía de Eulalia Abaitua, la priméra fotógrafa vasca

CUANTO MÁS, MEJOR. Pero hagamos un receso de nuevo y volvamos a las recetas: a la publicada por Juan de la Mata y a la primera vasca, la de Katuxa. Lo llamativo en esta segunda es el cambio de proporciones respecto a la segunda, con cada vez más vino, probablemente adaptado al abundante chacolí local —con menos cuerpo— y aumentando la presencia de éste hasta la proporción de «mitad y mitad».

También parece ligera de alcohol la limonada que describe Becerro de Bengoa (1891) y que, según refiere, es la bebida que acompaña a la comida de principio a fin: «Veinticuatro horas antes de la función se ponen a macerar en agua cortezas de limón, se añade una tercera parte de vino, blanco y tinto por partes iguales. Se azucara bien y se enfría o hiela en total, en una garrafa…»

Como hemos apuntado, con el paso del tiempo, ha sido un aumento progresivo el del porcentaje de bebida alcohólica. Y tanto es nuestro afán por la embriaguez, que en la segunda mitad del XX comienza incluso a añadírsele a la mezcla algún licor –normalmente brandy– una herejía para los defensores de la receta clásica. Yo, como sobresaliente pecador que soy, suelo añadirle un generoso chorretón de limoncelo —licor de limón— para que no pierda su inspiración italiana original.

La casa ELMA (Arrasate) fabricó garrafas de engranajes que gozaron de gran éxito. Con ellas regalaba un recetario en el que se recoge la receta de nuestra limonada, que por aquel entonces era ya popular.

Volviendo a aquel Doctor Mostacha (1928) decía que «suena la garrafa con el ímpetu de sesenta litros (tres de blanco por uno de agua y un azucarillo por un cuartillo)», con las proporciones modernas –la que yo uso para mis limonadas– y que coinciden con aquellas de Barandiaran más arriba citadas: «…se ponía vino blanco, un poco rebajado con agua fresca». Es decir, más vino que agua. En cuestión de elevar el ánimo festivo, cuanto más, mejor.

En lugares como Orozko en que «…como dato curioso y peculiar de sus hijos que son maestros en la preparación de las llamadas limonadas, esto es, en congelar o garapiñar el vino azucarado…» (Iturriza, 1785), ya en épocas modernas, siempre que era posible se usaba un vino amontillado o al menos de gran carácter. Me imagino que en esos casos se rebajaría con más agua y con menos o casi nada si se trataba de chacolí, más endeble al paladar, aquel que citaba Emiliano Arriaga  (Lexicón bilbaíno, 1896): «la clásica se compone de chacolín blanco, agua, azucarillos y unas rajitas de limón». Y es que, en esto de los gustos, cada hogar ha contado con su receta tradicional.

Cada año en el día de San Antolín (2 de septiembre) la gente de Orozko sale a su plaza a elaborar las garrafas en un llamativo concurso. Edición de 2009.

FUTURO. Quien se acerque cualquier 2 de septiembre (San Antolín) a Orozko, a las 11:00 h., podrá ver en su plaza docenas de garrafas diferentes, girando alocadamente, para elaborar cada una su limonada. Posteriormente (12:00 h) se dan a degustar gratuitamente y quien las pruebe comprobará la esencia de la limonada de garrafa: que nunca hay dos iguales y que cada una es extraordinaria en sí misma. Demasiada historia en cada sorbo como para no perder el sentido al degustarla…

Viejas limonadas, vividas con la nieve del Gorbea.
Canto ingenuo de fraternidad, en medio de la alegría del sol del estío.
No nos dejéis nunca, como el buen humor.
Sois muy nuestras, como las neveras metidas en el corazón de nuestras montañas

(Doctor Mostacha, 1928)

Cofradía de Laudio. Cuando las apariencias engañan

Disposición de las mesas en el pórtico de hierro y que acogerán de cuatro en cuatro a los comensales, siempre en torno a una gran jarra coronada por un generoso pan

Desde 1599 se celebra en Laudio una cofradía en honor a San Roque a modo de agradecimiento popular perpetuo, ya que se atribuyó a su milagrosa intercesión el haberse librado el valle de la peste bubónica de fines del XVI. Continuación de aquella remota costumbre, este domingo y un año más, compartiremos mesa casi 400 cofrades bajo ese curioso pórtico que viene a ser el único de toda Euskal Herria construido hierro, tal y como ya contamos aquí en otra ocasión.

Pues bien. Vista desde fuera, la cofradía tiene ciertas connotaciones de elitista, distinguida, señorial, elegante que… chocan frontalmente con los burdos modos de la mesa que sólo perciben los que en ella participan. Tanto que hay a quien le resultan inapropiados y hasta repugnantes.

Pero, una vez más, el defecto es virtud y la realidad nos muestra algo más profundo, algo que va más allá de las apariencias: se tratan de vestigios de antiguas costumbres, especialmente medievales, que han llegado hasta nosotros.

Los hermanos José Antonio y José Mª Gorostiaga (……+), unos de los más veteranos cofrades, con la jarra ya «volcada». Se aprecia el estado de desorden y suciedad en que termina la mesa tras la comida

Así es que vamos describir esa cofradía estructurada en mesas corridas que se articulan en torno a jarras de dos azumbres —4 litros aproximadamente— que han de beberse entre los cuatro comensales que, año tras año, se reencuentran en torno a ese recipiente cerámico.

MUJERES EN LA MESA
En los banquetes medievales —y cuyas reminiscencias reproducimos inconscientemente en Laudio— rara vez o nunca tomaban parte las mujeres, al considerarse lugar de excesos y propicio para transgresiones, por lo que solían comer en otra mesa, en algún rincón. Eran además banquetes demasiado burdos para la finura y elegancia que se le presuponía a una respetable dama.

Quizá por ello, aquella pauta normalizada en el Medioevo se reflejó en la cofradía de Laudio posterior ya que, en sus normas —llamadas reglas— fundacionales de 1599 se prohíbe expresamente la presencia femenina:

«Primeramente ordenaron y mandaron que los cofrades del señor Sant Roque hayan de ser en la comida hombres y no mujeres». Pero las excluyen solamente de la comilona, ya que a continuación se insiste en lo deseable de su participación en la Cofradía: «…que era su voluntad que hubiese cofradesas…». Es decir, se clonan las costumbres propias de la época. Afortunadamente, adecuados a los nuevos tiempos, la participación de las mujeres en la comida es ya posible desde 2010.

SIN PLATO
Otra de las características que mantenemos hoy, es la de ingerir los alimentos desde la misma bandeja, a modo de hermanamiento.

Uno de los miembros de la mesa suele ser el encargado de trocear en porciones más finas los trozos de carne, tocino, etc. que se sirven en piezas grandes. En realidad, en los banquetes medievales, esta labor solía corresponder al más joven o de más baja posición de entre los de la mesa y debía ayudar a los mayores o de rango superior en la comida. Y el comer todos del mismo plato se tenía por distinguido también en las mesas más refinadas.

Uno de los componentes de la mesa se encarga de trocear el tocino y mezclar los componentes bien antes de comer todos del mismo plato. Esta labor correspondía en los banquetes medievales a los más jóvenes o de condición social inferior

CUCHARA, TENEDOR Y CUCHILLO
El único cubierto en la mesa medieval era la cuchara ya que la función del moderno tenedor se hacía con la mano. El tenedor, aunque existía, se usaba solo para «tener» —de ahí su nombre— la carne a la hora de trinchar, no para comer. Su incorporación moderna a la mesa nos viene desde Italia, en donde se comenzó a utilizarse para poder ingerir la pasta.

El cuchillo solía ser común —en nuestro caso uno por jarra de cuatro comensales— o, más bien, portándolo cada uno. Estos últimos eran los conocidos como canivete —de donde procede el término de euskera ganibeta, ‘navaja’, ‘cuchillo pequeño’— siempre presentes en el equipo personal, no en el servicio de la mesa.

Sin duda en sus orígenes no contaría nuestra cofradía con tenedores y no sabemos cuándo se incorporaron: hoy disponemos de cuchara, tenedor para cada comensal y cuchillo para cada mesa. Pero sí que es cierto que carnes como el pollo, etc. las seguimos comiendo con la mano, «a lo antiguo». Era importante usar sólo tres dedos, pulgar, índice y medio pues cogerlo con toda la mano se consideraba sucio y de mal gusto.

SIN SERVILLETA
Con tanta grasa de por medio, se echa de menos la servilleta, a la que tan acostumbrados estamos hoy. Pero en la cofradía no la tenemos, de nuevo siguiendo costumbres tan normalizadas en la Edad Media.
Así, inevitablemente, la boca ha de limpiarse con el dorso de la mano y ésta, con el faldón del mantel, ya que esta es su primordial función. Reproduciendo las normas de etiqueta de otras épocas…

JARRA
Insistimos: muy importante es limpiar bien la boca con el dorso de la mano a la hora de beber el vino ya que ese vaso debe contener la menor suciedad posible —restos de comida, migas, babas— porque se sumergen en la gran jarra para ir llenándolo, algo que podría resultar repulsivo para el resto de los compañeros. En mi mesa soy yo el encargado de esa labor de ir llenando los vasos de los cuatro para, acompasadamente, beber hasta vaciar y volcar la jarra, el orgullo de toda mesa.

Aunque en absoluto es obligado, «volcar la jarra» habiendo ingerido todo su vino es motivo de orgullo para los componentes de la mesa.

En las mesas medievales solían contar con vaso individual los más pudientes. El resto bebía de las mismas jarras. De ahí que, como en nuestro caso actual, fuese obligado pasarse previamente la trasera de la mano por la boca.

PAN
Al inicio de la comida, un gran pan corona la jarra, a modo de tapadera. Uno de los cofrades de cada mesa suele ser el encargado de partirlo en cuatro trozos con la mano.

En realidad reproduce el antiguo uso del pan como soportecomo elemento para transportar los trozos de carne desde la fuente común a la boca al no disponer de platos ni tenedor. Recordemos que antiguamente el pan era el plato principal —si era posible, se consumía en grandes cantidades— y eran los demás alimentos los que lo “acompañaban”, al contrario que en la actualidad. De ahí que se denominasen compangium (‘con pan’, de companĭcus: com- ‘con’ y panis ‘pan’), hoy evolucionado a compango en algunas zonas, los trozos de carne o “sacramentos” que alegran la fabada, cocido lebaniego, montañés… O hasta las mismas palabras compañía, compaña, compañero/a tienen su origen en ese «[comer] con pan».

El pan se consederaba antiguamente el plato principal, al que acompañaban otros alimentos. Hacía asimismo las funciones de ayuda para llevar la comida del plato central compartido a la boca

BAILE
Antiquísimo es el dicho que apunta que «de la panza sale la danza«, en referencia al baile que ponía fin a las comidas de cierta transcendencia social. Por ello también se baila en nuestra cofradía.

Pocos son ya los cofrades que saben y se animan a danzar, excitados por el insistente sonido del txistu y por la gran ingesta de vino. La imagen es sublime, sobrecogedora y genera gran expectación y admiración entre los presentes. En cierto modo pone el punto final al encuentro, hasta la cita del año siguiente.

Pocos son los ya los cofrades que, al finalizar la comida, arrancan a bailar el banango al son del txistu y el tamboril. Anteriormente se bailaba el «aurresku de los cofrades»

Hoy se baila sólo el banangoa y ya parece quedar en el olvido el aurresku de los cofrades –en realidad un aurresku de anteiglesia–, la más solemne de nuestras danzas, y el que el mismo alcalde bailaba hasta no hace tanto en la plaza principal contigua. Más concretamente fue José María Urquijo Gardeazabal en su mandato entre los años 1948-1966 el último alcalde en danzar el espectacular baile. Este año, se ha recuperado y representado por varios dantzaris en el Berakatz-egun o día de ajos, desvinculado ya de la cofradía.

El alcalde José Mª Urquijo fue el último que con dicho cargo bailó el aurresku de los cofrades en Laudio. Foto: archivo familiar, aprox. 1950.

CARIDAD
Al igual que sucedía en los grandes banquetes de la gente opulenta, se tenía presente a la gente más marginal, a los «pobres de solemnidad» como antes se les definía. No solamente por poner en práctica la caridad cristiana sino también para mostrar, con gran vanidad, en qué opulencia se desenvolvían como para poder regalar; es decir, para hacer público y notorio que se pertenecía al estrato social alto y no al vulgo popular. Recoge en su normativa (1599) la cofradía de Laudio que se «…dé de comer en semejantes días a todos los pobres que acudieren a la cofradía su ración honesta y […] tenga cuenta de proveer y dar su ración a los pobres envergonzados e impedidos que hubiere en el pueblo».

Los pobres comían una vez finalizado el banquete los cofrades, sin que tengamos constancia de hasta cuando llegó esa costumbre hoy inexistente. Pero sí tenemos una bella referencia escrita de 1923, hace cuatro días,  y que dice así:

«Pero lo más característico de este banquete, es el colofón de acentuado matiz tradicional: mientras nosotros comíamos, el hambre azuzaba a una falange de mendigos que descansaba su impaciencia bajo las sombras del muro de la iglesia. Pordioseros llegados de la estepa, profesionales de la mendicidad, sabios en plañir, diestros en lacerías, ballesteros de bribias y gallofos, de todo jaez. Allí se sentaron en la mesa que nosotros abandonamos, a deglutir la suculenta bazofia. Pilarica la chicharra, mendiga que recorre las Encartaciones, borracha de pelo gris, traje azul desvaído, ojos picarescos y chata; allí un giboso que mira enamorado desde el fondo de su desdicha, dulce como un Romeo contrahecho, cerca de Rosalía la pálida, la incolora, la tarada, enredo de ojos extraviados y místicos, flaca, mujer que ha aprendido a mendigar por amor y que presume de abolengo; entre estos dos se oye la canción de los amantes pobres que llevan la pesadumbre de las lacras espirituales; allí, dos tuertos de tostado color, barba de convalecientes, duros de boca, de gestos innobles, veteados de suciedad; y, sobre todo, una bellísima mujer rubia, harapienta, que lleva al halda un niño rubio de espiga sucia y otros tres niños más, preciosos, que parecen saboyedos, de ojos agrandados por la esperanza. Todos engullen, se atiborran, y apenas si hablan, beben y beben del vino del Arcipreste, y poco a poco se olvidan de que son pobre».

Artículo titulado La Sanrocada de Laudio, dentro de una sección de nombre «Folletones de Aberri» y firmado por Adolfo de Larrañaga en el diario Aberri, núm. 86, publicado en Bilbao el 6 de septiembre de 1923 como nos hiciese saber en su día mi compañero y colega Juanjo Hidalgo. Por cierto, Adolfo de Larrañaga, gran amigo de José Arrue y sus hermanos.

MENÚ
Por ir cerrando el post, apuntaremos que el menú se compone en la actualidad de:

1. Sopa de ajo con guindillas
2. Garbanzos con tocino, vainas, berza y tomate. Es de destacar que hasta la aparición de la alubia americana el garbanzo era la legumbre más preciada. De ahí que aparezca en los menús de la mayoría de cofradías.
3. Zancarrón con tomate
4. Pollo con pimientos verdes fritos. El pollo sustituyó en cierta medida a la carne de carnero y vaca tradicionales, al parecer, instaurado por el marqués de Urquijo pues le parecía una carne más fina y acorde a la categoría de sus invitados.
Del sacrificio de aquellas vacas y carneros para la cofradía surgen las clásicas morcillas del día anterior, hoy jornada principal y más distinguida de las fiestas locales.
5. Pera. Y café, copa y puro para quien lo desee.

Todo ello se acompaña con el abundante vino, eje indiscutible de la fiesta, recogido en la jarra que une a los comensales y que ya aparece en la medida un litro por garganta —antaño considerada escasa, hoy excesiva— desde el primer menú de cofradía documentado allá por el siglo XVIII: «…a libra de vaca, media de carnero y a media de azumbre de vino para cada cofrade, garbanzos, sus especias para el caldo y algún principio».

Último trago para finalizar el contenido de la jarra y poder volcarla, deseándose mutuamente salud y felicidad entre los compañeros, un gesto de profundo hermanamiento

Como se ve, todo cambia con el tiempo… excepto el vino que siempre hermana y edifica ese espíritu igualitario e igualador que persigue la cofradía y que le ha hecho sobrevivir a la de Sant Roque de Laudio ya más de 400 años: «…den de comer a los cofrades de un mismo manjar que ellos pusieren por costumbre y ordenanza, sin que haya mejoría ni parcialidad ni diferencia de los unos a los otros…» tal y como recogen sus antiquísimas reglas. Porque todo no iba a ser feudalismo y jerarquía social medievalidad…


CON CARIÑO a mis compañeros Rafa Jauregi, Oscar Reguera y Endika Mendibil que nos reuniremos en torno a la jarra 75 hasta que la salud o la muerte nos separen. Mientras, salud y buen vino, hermanos.

Cervino. 30 urte

30 años pasan como un suspiro. Como la vida misma. Pero no parece pasar ni moverse el recuerdo de aquel día en que por fin alcanzaba uno de mis grandes sueños, perseguido desde la más tierna juventud, aquel en el que cada noche recreaba paso a paso la hazaña de Whympher sobre un póster que presidía mi habitación. Por fin estaba allí, en la cumbre de Cervino o Matterhörn en una fecha tan llena de ochos que es difícil de ignorar: 8-8-88. Hoy hace 30 años…

Cervinoren irudia ikusita, nekez gera zaitezke goitik eta behetik harekin maitemindu barik, azken finean irudimenean dugun mendi ideala delako, haurtzaroan marrazten genituen haietatik, antzekoena.

Lehentsuago esan bezala, ohearen alboko horman nuen Bilboko El Corte Inglés-en erosi nuen poster hura. Bestalde, buruaren gainean, Jesukristo bat. Biak iltzatuta, bata horman, bestea gurutzean. Eta berehala jakin izan nuen  egunetako nire azken otoitza Cervinori —eta ez beste gizajoari— eskaini nahi niola.

Hamalau urte besterik ez nuen eta argi geratu zitzaidan mendi hartara igotzea izango zela, nagusiago izatearen abantailez baliatuta, bizitzan betetzeko zerbait.

Cervino eta Hörnli ertza, gailurrerainoko bidea markatuko duena. Lerro zorrotzetik ezkerrera, Ekialdeko horma eta, eskuinera, iparrekoa. Hortik amildu ziren gailurra lehenbiziz zapaldu zuten zazpi mendizaleetatik lau (1865 07 14).

Adinez nagusi izan eta berehala heldu zen lehenengo saioa. Geroago —2001. urtean— Chimborazoko gailurretik hurbil hilko zen Txelis lehengusuarekin batera joan nintzen Bilbon antolatutako bidaia batean. Ikusi ere ez genuen egin egondako hamabost egunetan euri zaparradak ez zirelako eten.

Baina Jesús Javier Gutiérrez Goiri, Willy, laguna eta erdi familiarra izango zen nire mendizale garai onenetan soka-kide abentura gehienetan. Lehenbiziko saio batean Mont Blanc igotzea lortu genuen —Mont Blanc de Tacul (4.248 m), Mont Maudit (4.465 m) eta Mont Blanc (4.807 m) zeharkaldia eginez— baina berriz eskapatu zitzaigun Cervino eguraldi txarragatik.

2015 07 14 egunean, gailurra estreinakoz igo zenetik, 150. urteurrena. Gailurrerako bidean, bengalak aldi berean piztuta.

Hirugarren saioan asmatu genuen. Ondo aklimatatuta gindoazen, lehendik gailur nahikotxo zapaldu genuelako. Indartsu nenbilen garai haietan eta aurreko urte bietan Boliviako (1986) eta Peruko (1987) Andeetan ibilitakoa. Pirinioak ere oso ezagunak genituen eta garai horietan 3.000 metrotik gorako ehun bat gailur ezberdin genuen fitxatuta. Ahal zela, mendi-ertzetatik igota, material gutxirekin eskalada ederrak egiteko aukera eskaintzen zutelako. Horregatik esaten genuen txantxetan gu biok mendizaleak baino «aristokratak» ginela («arista»-zaleak).

Goizaldeko 3:00etan argiak piztu eta txaloka eta oihuka hasi zen Hornlihutten (3.260 m) aterpeko zaintzailea, inor gera ez zedin iratzarri barik. Denborarekin estu ez ibiltzeko 04:00etan edo hasi behar zen gorantz ibiltzen eta hori zen jaikitzeko ordu egokia. Lo gutxi eginda eta artega, elkarri hitz egin barik gosaltzen zuen jendeak. Eta… kalera gau izartsu eta hotz hartan. Peltz bekokiko argi moderno eta garesti haiek puntako materiala izanda ere, oso gutxi argitzen zuten. Petaka-pilak zerabiltzaten, buruaren atzealdean jarriak: ez zegoen oraingo led argirik.

Cervinoa ezagun duenak badaki eskaladaren hastapenetan bertan duela zailtasuna eta lehenbiziko urratsetan egon izan direla istripuak. Guk, hori jakinda, aurreko arratsaldean igo genuen ondoko goizean, ezagun izanda, ilunpean, hobeto orientatzeko.

Zer esanik ez, ez ziren oraindik existitzen bidea markatzen dizuten oraingo GPSak eta arrisku handiena zen bidean galtzea, batez ere, gaueko orduetan. Urrutitik ikusita oso lerro gardena dirudi ertzak baina bertan egonda erraza zen galtzea. Bestalde, mendizaleek egindako markak berehala kentzen zituzten mendi-gidariek gainera, euren zerbitzuen kontratazioak amaitu ez zitezen… Dirua beti diru… Ideia bat egiteko, hauxe zen garai haietan erabiltzen zen erreferentzia: kaka usaina antzematen bazen huraxe zen bidea jendeak, beste aukerarik gabe, bidean egiten zituelako behar fisiologikoak. Zatiren batekin zikindu nuen eskua nahigabean…

Bestalde, bereziki zaila zen igoerari buruzko erreferentziak topatzea eta ahoz aho zebilen informazio preziatua. Bertaratu arte, ez libururik ez maparik ez ezer. Ez du zerikusirik egungo planteamenduekin, etxean eserita, nahi duzun informazio guztia eta gehiago bilatzen duzula Interneti esker. Baina duela 30 urte ez zegoen horrelakorik: logelako posterrean interpretatu behar nituen neuzkan informazio eskasak.

Halaber, modernitatea hasia zen, eta fibra-jantzi berritzaileak genituen dagoeneko, aurreko urteetan Andeetara joateko erosiak. Eta plastikozko botak, zaldi-gantzaz igurtzi behar ziren larruzko bota bikoitz haiek betiko baztertuko zituztenak. Lizar-zurezko makila zuten pioletak ere gordetzen hasi ziren, metalezko eta diseinuzko ponposo haiek harro-harro erakusteko.

Igoeran, oraindik sokaz elkarri lotu gabe joanda, ez dakigu nola, despistatu egin ginen. Oker, beste argi batzuei jarraitu nen baina ez zen bertan nire laguna. Geroago, eguna argituta, berriz elkartuko ginen. Gailurrerainoko igoeran 7 ordu eman genituen, erne une oro, okerrik egin Gabe, hor gaizki egindakoak garesti ordaintzen direlako.

Zailena edo behinik behin beldurgarriena, azken zatia izan zen, iparreko hormaren gainean jarrita, 1500 metroko amildegia duzunean oinen azpian. Orduan, ezinbestez, gogoratu nintzen ondo baino hobeto ezagutzen nuen historiaz, leku horretan lau mendizale amildu eta hil zirelako gailurra eskalatu zen lehenengo aldian. Zazpi lagunetik, lau hil…

Baina gailurrean hori guztia ahaztu zen eta ortziaren mugan egotearen sentsazioa sentitu nuen. Alboetan, haranak eta behiak, oso behean, oso urruti. Eta gu, zeruan, gero eta asaldatuago zeuden hodeiekin dantzan.

Jesús, Willy, eta biok Suitzako gailurrean, Italiakora joan aurretik

Gailurrak bi punta ditu eta biak Suitza-Italia mugakoak diren arren, Suitzakoa eta Italiakoa esaten zaie lehena izan zelako Suitzatik igotakoa (Edward Whymper eta bere taldea, 1865-07-14an) eta bigarrena Italiatik saiatutakoa, hiru egun beranduago, (Jean-Antoine Carrel, 1865-07-17an).

Mendiaren gailur bien arteko zeharkaldia, postal zahar batean

Urtetan egondako lehia, hiru eguneko epean amaitu zen eta Alpeetako tragediarik handienetakoarekin. Lehenbizi igotzeko Carrelekin izandako tirabirak epikoak dira eta zinemara ere eraman izan ziren.

Gailurrera lehenbizikoz igo zutenak. Haietatik hau bertan hilko ziren. Erdian, Whymper ingelesa, espedizioaren ideologoa eta sustatzailea

Bi gailurren arteko bidea zorrotza da eta oso aereoa. Hona bidearen bideo bat gaur egungo buru kameraz grabatua.

Historiara itzulita, Cervino –Matterhorn, alemanez– zen Alpeetan igotzeko geratzen zen azken tontor garai, esanguratsua. Horregatik, hura konkistatzea —duela 153 urte lortu— alpinismoaren urrezko epearen amaieratzat hartzen da. Lehenengo igoeran amilduta hil ziren Charles Hudson, Lord Francis Douglas, Douglas Hadow eta Michel Croz eskalatzaileez gain, ia beste 600 mendizalek utzi dute bertan bere azken arnasa.

Cervinoko tragedia, Charles Hudson, Lord Francis Douglas, Douglas Hadow eta Michel Croz hil zirenean. Garaiko grabatua Whymperren liburuan.

Horregatik jaitsiera inportantea zen, istripu gehienak beherantzago bidean jazoten direlako. Eta, egia esateko, ez genuen ondoegi pasatu bat-batean elurra ere hasi zitzaigulako eta, lurra zuri, gehiago kostatzen zitzaigun bidea asmatzea. Abuztua izan arren, han geunden bakardadean, estualdian, handitasun hartan kikilduta.

Eta hori gutxi balitz, pioleta erori zitzaidan ekialdeko hormarantz eta… hain berri, metalezko eta polita zenez, soka askatu eta bere bila ibili behar izan nuen luze, nahiko destrepatzen, harriak etengabeki erortzen ziren hegi arriskutsutik. Baina asumitutako arrisku hari esker, etxean dut ikusgarri…

Sei ordu behar izan genituen gailurretik beheko aterpera heltzeko, igoeran baino ordubete gutxiago. Bidearen erdian, goizean gurekin abiatutako ezagun batzuk topatu genituen, harriduraz, bidean galdu zirenez, gaua bertan pasatzeko asmoa zutelako, hurrengo egunean berriz saiatzeko. Horrelakoa da Matterhorn…

Zermatt herrian, garagardo batzuk hartu genituen pozak emandako mozkorraldia areagotzeko. Terrazetan, gure erraldoiari begira, begiak beste alde batera alboratu ezinean. Une ahaztezinak…

Gu modernitatearen hasierakoak izan ginen, baina oraindik guztiz modernoak izan gabe. Gu ginen Alpeetara hurbiltzeko Gaston Rébuffat-en Hielo, nieve y roca liburu klasikoarekin irakurtzen zuen azken belaunaldia.

Hielo, nieve y roca, Rebuffat mendizale handiarena. Garai batean, mendizaleentzako biblia modukoa

Orain suposatzen dut dena izango dela ezberdina, helgarriagoa, jendetsuagoa, gailurra kontsumitzeko errazagoa… Baina oraingo mendizaleek ez dute nik Cervino mendia amestu nuen bezala amestuko. Umeetatik ez dutelako logelan poster bat izango hari begira gauero begiak ixteko. Horretan berriz maisu Gaston Rébuffat mendizale handia: “mendizalea da bere begiek egun batean amestu zuten tokiraino gorputza eramaten duena”. Horixe bera da nire kasua. Gaur, duela 30 urte 8 zenbakiz betetako data ahaztezin batean: 88-8-8.

Jesus «Willy» lagunari, une konprometituetan beti sokako lehena izateagatik
Txelisi, agur esan barik, Chimborazotik zerura joan izanagatik