Guk, barikuen, makallaoa yan gendun

Laminak edo lamiak euskal mitologiako izaki batzuk dira, eskuarki emakume itxurarekin eta, herri-usteen arabera, beste atribuzioen artean, pertsonak bahitzea ere egokitzen zaie, zorigaitzezkoak euren mundura eramateko.

Ez da harritzekoa beraz, tradizioaren arabera laminak bizi ziren lekuetara —normalean erreka inguruetan— hurbiltzean beldur izetea.

Kasu horietako bat, Memiño izeneko trokan dugu, Undurragako urtegitik (Zeanuri) hurbil edo bere uren azpian.

Ondoko Altzusta auzuneko (Zeanuri) neska-mutilak handik igarotzean, sudurra estaltzen zuten, laminen hats maltzurretatik babestu nahian. Aldi berean, behin eta berriz errezitatzen zuten «guk barikuen, makallaoa yan gendun» esaldia babes gisa, «guk ostiralean bakailaoa jan genuen», haragia jatea debekatuta zegoen ostiraletako bijiliak aipatuz, haiek benetako kristauak zirela eta Elizaren eskakizun guztiak betetzen zituztela jakinarazteko izaki mitologiko haiei.


Beldurrak estutzen gaituenean, edozein baliabide da egokia gure buruak defendatzeko.

Nik ere, badaezpada, aurreko bariku honetan bakailaoa jan nuen, urte jaioberria gaiztakeriez libratzeko.



La bruja de Lezeaga: entre el mito y la realidad

Lezeaga —Lesiaga en dicción popular actual— es un conocido paraje del municipio de Laudio. Pero Lezeaga es también conocido entre nosotros por ser, según la tradición local, el territorio dominado por una legendaria bruja. Esa bruja es, asimismo, el personaje icónico de los carnavales actuales.

Pero en todo ello hay tal mezcla de conceptos, tal revoltijo de verdades y de falsedades, que se hacen necesarias unas líneas para ordenar un poco los datos.

PERSONAJE DE CARNAVAL. Si buscamos en Internet informaciones sobre la bruja de Lezeaga, encontraremos infinidad de referencias que hablan de una tradición ancestral del carnaval, cuyo origen se pierde en los tiempos y según la cual el pueblo de Laudio ajusticia ese personaje, descargando las iras sobre él y quemándolo como rito de purificación pagano. Basta con visitar la sacrosanta Wikipedia para encontrar referencias de este calado: «El Carnaval de Llodio tiene caracteres de carnaval urbano, aunque ha conservado alguna tradición del pasado rural de la localidad. Es el caso del personaje de la Bruja de Leziaga (sic), que recuerda la leyenda de la mujer que habitaba en la cueva de Letziaga (sic), se mesaba los cabellos con peines de oro y atraía con sus hermosas canciones a los pastores llodianos que se acercaban a la cueva».

Es algo rotundamente falso pero que, una vez en la red, se copia y difunde como se inflama un reguero de pólvora. Sin embargo, curiosamente no encontraremos en ella ni una sola reseña a su realidad histórica. Y, a falta de otras referencias, también se está transmitiendo erróneamente en nuestros centros de enseñanza. Así es que, como hemos adelantado, vamos a esbozar unas líneas que pongan un poco de orden en ello, aunque quizá ya el daño sea irreparable.

Contrariamente a esas referencias de la Wikipedia y la infinidad de páginas de carnavales rurales, tradiciones vascas, etc. no tenía nada que ver el dichoso personaje con el carnaval, ni es ninguna «tradición del pasado rural de la localidad» ni existe ninguna referencia a que atrajese «con sus hermosas canciones a los pastores llodianos que se acercaban a la cueva«. Es un invento moderno quizá para describirlo de un modo más idealizado. Pero nada de ello es realidad.

El origen. Al final del franquismo, bullían mil proyectos en la sociedad y los jóvenes que en ello participábamos, intentábamos recuperar todo aquello que sentíamos como muy nuestro y que, por su connotación de vasco, había prohibido el franquismo décadas atrás. También los Carnavales, inicialmente vetados en plena contienda, en 1937 y ratificada su prohibición en forma de ley en 1940, hace ahora 60 años. Eran tiempos en los que tocaba reconstruir lo arruinado por el dictador y su genocidio cultural.

Cuando muchos de nosotros, ilusionados, intentábamos recuperar «nuestra identidad» hicimos varias reuniones para ver cómo plantear los nuevos carnavales. Yo contaba con 16 años y nos reuníamos en el instituto, donde estudiaba. Por mi juventud, participé en alguna de las reuniones si bien el peso lo llevaban los que eran algo más mayores. Se acordó que había que hacer un carnaval como en los pueblos más referenciales y recrear un personaje icónico al que ajusticiar como acto de purificación del mal acumulado y así dar paso a una nueva época de prosperidad y felicidad. Se trataba de copiar o imitar lo mejor que se conocía en Euskal Herria.

Esa figura del mal se encarnaba ya de modo tradicional en los carnavales populares de Laudio y todo el Alto Nervión con la figura de un gallo que se paseaba en una cesta por todas las casas mientras los jóvenes pedían para hacer una merienda. Al final era ajusticiado y muerto. Pero por aquel entonces la costumbre local nos parecía muy desvalida, pusilánime, y necesitábamos algo más potente y emblemático: lo de fuera siempre era mejor que lo nuestro.

J. C. Navarro. En aquellas reuniones, como representante municipal y secretario —la implicación municipal en este tipo de iniciativas era muy grande, con el novedoso gobierno de Herri Batasuna, liderado por el alcalde Pablo Gorostiaga— actuaba el funcionario Juan Carlos Navarro Ullés que, a su vez, era y es un reputado historiador local. Entre tanta divagación desnortada, él mismo, que tenía voz pero no voto, sugirió que por lo que escuchaba y por lo que parecía que se buscaba, tan solo existía un ser de leyenda con el mínimo renombre para poder adecuarse y convertirse en personaje identitario. Y, tras las oportunas explicaciones, convenció a todos, más que nada porque no se vislumbraba otra opción posible. Es más, la comisión le encargó a él mismo que se hiciese cargo de la elaboración física del personaje. Algo de calidad porque iba a salir año tras año y había que quedar a la altura que las circunstancias merecían.

Era el año 1981 y para el año siguiente, 1982, ya salió por primera vez la bruja de Lezeaga como personaje carnavalesco de Laudio. Por cierto, unos carnavales que, siguiendo la tradición, tenían su día fuerte en el martes y no en el sábado previo actual. Como hemos adelantado, fue el mismo J. C. Navarro el responsable de encargar una máscara que, en el instante previo a ser quemada, se sustituía rápidamente por una más basta y sin calidad. La figura la realizó un artesano apodado Txekun que formaba parte del grupo de teatro de calle Akelarre, de Bilbao, con sede y taller en el muelle de Marzana, tal y como en su día me refirió el mismo Navarro.

Imagen de la primera bruja de Lezeaga que desfiló los años 1982 y 1983. Foto cedida por Patxo Santamaría

Pero en 1984 algún gamberro quemó la máscara original y hubo que construir otra, con menos pretensiones por si sucedía lo mismo y tirando de jóvenes artesanos locales: Fontso Isasi, Javi Ramírez y César Fombellida. A partir de ahí, todo es rodar en el tiempo hasta este año que nuestro personaje ha desfilado en 2020 por trigésimo novena (39ª) vez.

Imagen de la figura actual del personaje de carnaval, la Bruja de Lezeaga

EL MITO. Son bastantes las referencias populares de brujas —en euskera sorgin— en Laudio pero es cierto que existe una cuyo renombre alcanza a todo el pueblo: el de la bruja de Lezeaga.

En teoría, según creencias aún bien conocidas entre los de más edad, habitaba en la parte baja del barranco de Iñarrondo —pegante a Lezeaga— y por allí hacía sus fechorías, aunque se la recuerda siempre como un personaje no maligno. E, insistimos, nada de «engatusar a los pastores» como en tantas referencias de Internet encontramos.

Las únicas y exiguas referencias que disponemos hablan de una bruja que hace el papel similar al de las lamias, a tenor de lo escuchado en cierta ocasión por J. C. Navarro (el que dio la idea del personaje para nuestro carnaval) a Eugenio Perea quien, acompañando de niño a su padre, se estremecía al pensar que debía pasar junto a las rocas del barranco de Iñarrondo donde, según se decía, solía peinarse la conocida bruja. Aunque él nunca la llegó a ver, aseguraba haber presenciado púas de peine y cabellos en el lugar.

Santuario de Santa María del Yermo enclavado en plena montaña, lugar de antiguas leyendas populares

También al hacer el Marqués de Urquijo las obras para la primera conducción de aguas potables al municipio en 1879, las muchas de averías y fugas iniciales fueron atribuidas en los ámbitos populares a la bruja de Lezeaga, que al parecer no estaba muy conforme con que perturbasen su territorio y tomaba la venganza a su manera, rompiendo y desajustando las tuberías. No sería de extrañar que fueran actos de sabotaje, pues la toma de esas «aguas de todos» para uso del nuevo palacio del marqués, fue muy contestada popularmente. No conocemos más testimonios que aporten novedades: tan solo reseñas que no hacen más que dar más difusión y amplificar la leyenda.

Que conozcamos, la primera referencia documental de nuestras brujas la da Becerro de Bengoa en su libro Descripciones de Álava (1880) en donde, al describir las canteras de los montes que rodean el municipio de Laudio, dice: «…y las de Leshéaga (sitio de las cuevas) con sus tradiciones sobre las brujas». No conocemos nada anterior. Pero nos habla de brujas y no de una concreta como hoy nos es incuestionable.

REVISIÓN HISTÓRICA. Es llamativo que alguien tan versado en el tema como lo fue José Miguel de Barandiaran, al estudiar e intercambiar muchas informaciones sobre ese lugar a principios de XX, nos hablase de que, sobre el santuario en la zona superior de Lezeaga, «es tradición en Santa María del Yermo que antiguamente aparecían lamias peinando sus cabellos«. Lamias pero nada de «la bruja».

Al igual que cuando nos habló de una muchacha que, por encantamiento de las brujas que habitaban en la cavidad de Sorginzulo en Lezeaga, se convirtió en una de ellas por conseguir un puente. Recogió el sacerdote de Ataun en sus notas manuscritas que «a la cueva donde se metieron, la teme la gente, pues dicen que suele presentarse en ella la chica convertida en bruja» tal y como lo publicamos en su día: La maldición de Lezeaga. Sin embargo no llegó a publicar en sus trabajos esta leyenda que le habían referido. Era consciente de que era una fábula clonada en infinidad de lugares y debió detectar que era algo de novedosa creación.

Y es que, en la actualidad, se está dando una visión revisionista a lo que conocemos como mitología vasca. Y sabemos que infinidad, muchísimas de esas leyendas, fueron creadas a fines del XIX como fábulas propias del ambiente de romanticismo de la época. Hay que hilar fino por tanto para discernir entre lo tradicional y popular y lo modrrno y cultista.

Yo, a la vista de los datos, creo que nuestra Bruja de Lezeaga, la que hoy nos parece tan irrefutable, es un personaje recreado en aquellas épocas por vía culta y no popular, para añadir una atmósfera misteriosa al entorno. Lo mismo y de la misma época que esa otra creencia tan extendida que atribuye la edificación del santuario del Yermo a los templarios.

No sería de extrañar que esas leyendas, y en especial la de «la bruja de Lezeaga», presentada como un personaje único, surgiesen del entorno del palacio del primer marqués de Urquijo apoyándose en la verdadera tradición popular de la presencia de lamias en el entorno. En una época en la que era habitual hacerlo. Quizá hasta con el fin práctico de disipar o desviar la atención popular sobre aquellas «sobrenaturales rupturas de tuberías» —probablemente sabotajes— en su conducción de aguas.

O de mano de aquellas afamadas romerías que muchachos de Bilbao organizaban en ese entorno en las décadas a caballo entre el XIX y el XX, quizá para añadir más encanto a aquellos urbanitas que acudían sedientos de cultura rural.

Que alguien tan versado en mitología y leyendas vascas como José Miguel Barandiaran no recoja nada de nuestro personaje concreto e incluso desprecie lo más próximo a ello es una prueba, a mi entender, irrefutable. Nada menos que en fechas tan tardías como 1935.

Eso sí, en todas nuestras encuestas etnográficas los mayores nos han hablado de la archiconocida «bruja de Lezeaga«. Pero todos esos informantes son hijos ya de muy avanzado el siglo veinte, varias décadas después del nacimiento del mito. Al parecer, todo es cuestión de tiempos. Que la bruja de Lezeaga me perdone. Y el mismo pueblo de Laudio, porque soy consciente de que no va a gustar: el mito siempre es más cómodo que la realidad.

Txomin Lili: La última leyenda

Hoy acudiremos a un funeral, el de Domingo Lili “Txomin” (Olarte, Laudio). Y despediremos a una gran persona en lo humano pero, sobre todo, a un inmenso museo en lo que a rituales, leyendas, costumbres, palabras… se refiere.

El mismo sábado pasé por su caserío –hacía mucho que no salía de él– por si sonaba la flauta: él había hecho mucha sidra de joven en su caserío y quería preguntarle al respecto. Sobre eso o cualquier cosa, pues nunca dejaba de sorprender en sus respuestas. Pero no hubo suerte: la casa estaba vacía. Luego he sabido que ya agonizaba en el hospital…

NADIE COMO ÉL atesoró las últimas creencias, palabras, leyendas… de aquel Laudio que hace muchas décadas ya perdieron el resto de vecinos. Relatos vivos de aquellas épocas en las que los cambios se cocinaban a fuego lento, nada que ver con las actuales ollas rápidas que nos hacen galopar sobre la historia vertiginosamente.

Txomin Lili, Olarte auzuneko bere etxearen aurrean (2005)

ÚLTIMO EUSKALDUN MONOLINGÜE. Quizá toda aquella sabiduría le vino de la mano de su padre, Segundo Lili Urquijo (1880-1968), el último euskaldun monolingüe del municipio de Laudio: nacido en el cercano caserío Zenagorta de Olarte, cuando acudió a las escuelas en Luiaondo no sabía nada de castellano, algo que ya en su día resultó llamativo en el entorno. Y es que el bagaje cultural y las formas de interpretar el universo que nos rodea son un gran baúl que viaja a lomos de la lengua que lo transmite. Y perdiéndose ésta también malogramos aquello.

Al ser mi madre del mismo barrio que Txomin, en la más tierna infancia acudíamos al caserío a pasar unos períodos veraniegos, ayudados por una burra que transportaba las maletas desde la Venta bañada por el Nervión hasta aquel altivo lugar. Y allí me dieron cariño vecinal Segundo y, sobre todo, Txomin, al que recuerdo mejor: nos columpiaba pacientemente en sus piernas y nos cantaba y contaba mil cuentos. No tuvo esposa ni hijos y por ello quizá disfrutaba tanto con los ajenos, como con aquel Felisín –así me llamó hasta el último de sus días– que ahora tanto le añora.

Como homenaje, no se me ocurre nada mejor que acercaros el extracto de unas líneas que sobre él y “sus brujas” publiqué hace catorce años ya (“Koipetsu: el capricho de las brujas”, Aunia 10, 2005).

Nunca dejaré de quererte y mucho menos de admirarte. Donde estés, descansa en paz. Felisín.

CUEVA DE LAS BRUJAS. «Menos dudas ofrece el relato que [sobre brujas] Domingo Lili Urraza nos refiere. Txomin, que es como cariñosamente se le conoce, es una persona afectuosa, cordial y que no duda en ofrecer su inmenso cúmulo de conocimientos a quien necesite de su ayuda. Duda entre el interés suscitado por la temática de las preguntas y el miedo a que esos «cuentos de atrás» puedan suponer una mofa para con él. Sólo desde el calor del fuego de su caserío Bekoetxe, en el barrio de Olarte, se siente seguro para contarnos, pausada pero rítmicamente, esos relatos que tanta emoción producen al ser escuchados.

La mayoría de los habitantes de Olarte han oído hablar de la cueva, desaparecida al hacer la presa del mismo nombre, que existió frente al caserío Lekuona. El sólo hecho de escuchar su tenebroso nombre era suficiente para aterrorizar a los niños y algún que otro mayor del lugar. Se conocía como la «Cueva de las Brujas».

BRUJAS Y PERRO DE LEKUBATXE. Pero lo que ya nadie parece recordar es lo que Txomin nos narra. Dice que, en infinidad de ocasiones, su difunto padre le contó cómo en las cercanías de la cueva y próximas al regato que bajo ella trascurría, solían estar peinándose unas brujas. Éste elemento distintivo nos acerca, sin duda alguna, al antiguo mito de las lamias. Comenta también que dicha cavidad se unía subterráneamente con otra que existía en Lekubatxe, en un remanso del Nervión a la altura de la zona céntrica de Luiaondo [hoy pasa sobre el lugar el parque lineal del Nervión]. De este pueblo es Felipe Markuartu, otro de nuestros informantes, y recuerda haber oído a su madre que las brujas salían a peinarse al lugar conocido como La Era, una pequeña elevación frente al citado lugar y muy próxima al caserío donde se ubica la «Taberna Urriztia» [cerrada desde diciembre de 2004].

Incluso –continúa el siempre sorprendente Txomin– se comenta que una vez entró un perro por la cueva de Olarte y que apareció allí, en Lekubatxe, prueba popular, irrefutable y repetida en infinidad de localidades, para tratar de explicar algo que la lógica nos dice que es imposible. Pero no perdamos de vista a las lamias.

Dicen los estudiosos de la mitología vasca que una de sus características es el hecho de alimentarse con lo que pedían a los humanos, especialmente pan, sidra o tocino, alimento éste por el que sentían una especial debilidad.

QUERÍAN KOIPETSU: OTRA COSA NO. Nos sorprende Txomin cuando, continuando con el relato, nos refiere lo siguiente: «Salían a peinarse fuera y a Mari, la del caserío aquel de Lekuna, que le pedían koipetsu, tocino. Que querían tocino, koipetsu: otra cosa no»

El haber conocido personalmente en su infancia a la entonces ya mayor Mari, la de Lekuona, le hacer dudar durante un instante sobre la credibilidad de su propio relato. Pero pronto pone los pies en el suelo y nos deja claro que lo que tantos miedos le produjo en la niñez, no puede ser en ningún modo cierto: «¡Allí van a estar las brujas, en invierno, con el frío que hace! ¡En un agujero…!»

EL SACERDOTE SALOMÓNICO. Probablemente, lo que en su día más hizo tambalear la seguridad de sus planteamientos fueron las palabras de aquel sacerdote que acudió a visitar a su abuelo enfermo, en el vetusto caserío de Zenagorta. Dice que, ante la extremada gravedad del asunto y por ir descartando posibilidades, el padre de Txomin, Segundo, preguntó al sacerdote sobre algo que le venía perturbando desde tiempo atrás: la existencia o no de las brujas. El religioso, ni corto ni perezoso, evitando meterse en camisas de once varas, le contestó sin dudarlo que, efectivamente, las brujas existían aunque no se debía creer en ellas. […]

Txomin Lili, con su hoz

CONVERTIRSE EN BRUJA. Pero lo realmente emocionante de lo que nos relata este baserritarra de Laudio llega cuando deja caer en la entrevista unas vagas alusiones a los aquelarres y que, casi con seguridad, sean las únicas y últimas que podamos recoger en este municipio. Por lo excepcional que supone el hecho de haberse transmitido hasta el siglo XXI, estas referencias merecen ser transcritas literalmente, con la sencillez y parquedad en detalles del relato pero con su indudable valor documental. Dice así Txomin: «…Yo al padre le solía decir: ¿y brujas, cómo se hacían brujas pues? Y dice que iban a una campa, se ponían en pelota, con el culo para arriba y que decían «yo quiero ser bruja, yo quiero ser bruja». Y venía el demonio, les besaba el culo y, sin más, se hacían brujas«.

En este asombroso relato parecen entremezclarse dos cosas. Por un lado está el acceso carnal que el diablo tenía con las brujas y brujos que acudían al aquelarre, y por otro la referencia de las creencias vascas a la manera de convertirse en bruja. La más conocida es la de besar el trasero al diablo.

Txomin luchaba en cuerpo y alma contra las epetxas (chochín) pues, según la creencia popular local, portaban la mala suerte y llamaban a la muerte. Probablemente una de ellas, la última, pasó desapercibida para él y le ganó la vida

[…]

ÚLTIMOS TRSTIMONIOS. Hemos recogido en apremiantes encuestas etnográficas los últimos coletazos, la mínima expresión de lo que debieron ser hasta no hace demasiado tiempo las diferentes manifestaciones mitológicas de Laudio. Unos relatos especialmente salvaguardados en los barrios más olvidados de Laudio, Olarte e Izardui (Isardio) y que aún generan recelos entre los informantes ante la posibilidad de que puedan verse publicados. Quizá no sepan nuestros protagonistas que esto ya no sirve para ridiculizar a nadie, que es algo que no genera ningún interés en una sociedad embalada exclusivamente hacia aquello que pueda rentabilizar. Es la agonía de una mitología que ha sido dogma respetado durante siglos y que ahora la gente desprecia por su infantilismo. Pero estas creencias populares son mucho más; son la memoria colectiva de un pueblo sin la cual no podríamos saber cómo somos realmente»

Basoetako olio usainaz

Berehala ohartu nintzen zerbait bereziren aurrean geundela eta ez nuela une hori bizi bitartean ahaztuko. Bat-batean, ustekabean eta baso baten erdian egotearen babesgabetasunean, deskubritu nuen usaimenak antzemandako hats hura eta gure arbasoengandik iritsitako istorioak gauza bera zirela funtsean.

Iragan diren Gabonetan izan zen, ateri zegoen egun euritsu baten arratsaldean. Menditik gindoazen familian, nekatuta baina alaiki ibilbidearen amaiera sumatzen genuelako: Oleta (Aramaio, Araba) atzean utzita, Otxandiora (Bizkaia) gindoazen Limitado izeneko baso liluragarriaren erditik.

Limitadoa, Araba eta Bizkaia artean eztabaidatutako basoa

Han ez dago ezer: ez etxerik, ez fabrikarik, ez antzekorik. Horregatik ezin zitekeen oker bat izan: eliza-usaina zen nagusi. Sendoa, gainera. Olio eta argizari nahaste bereizgarri hori, guztiok errazki identifikatzen duguna. Orduan ulertu nuen, umilduta, gure arbasoek basoetako olio-usainez kontatzen zizkiguten gertaerek azalpen arrazoitu bat zutela eta, hein batean, egiazkoak zirela.

Ez dakit orbelaren usteltze prozesua izango ote den edo hezetasunaren ondorioa –euria izan zen egon osoz– edo… baina errealitate eztabaidaezin baten lekukoak ginen: han, baso bazter hartan, gurekin zen olio-usain beldurgarri bezain ospetsua. Sorgin edota arimen hatsa ei zen behinolako herri-usteen arabera.

Olio-usain misteriotsua sumatu genuen lekua

Entzuna nuen nola behin batean ikatz-lanetan ziharduen behargin talde bat iheska joan zen, korrika, izuak hartuta, noraezean jauzika. Bazekitelako olio-usaina basoan arnasteak, nahitaez, ondore txarra zekarrela.

Ezaguna da –oraindik ere Orozko bezalako herrietan– nola bakerik lortu ezin dezaketen arimak agertzen zaizkien bizidunei su-itxura edota olio-usaina hartuta. Olio-usaina, askoren ustez, horixe izan zelako beste partera joan aurretik gizajo haiek jaso zuten azken igurtzia, azken sakramentua.

Basoetan eta bidegurutzetan izaten da nabaria kirats hori, ezaguna denez, horiexek direlako arima herratuen gordeleku gogokoenak.

Jose Mari Satrustegi (1930-2003) ikertzailea bere azken urteetan izan nuen lagun. Hark argitaratu zuen luzifer hatsa zela bidegurutzetan, olio-usainari erreferentzia eginaz. Eta hau gehitu zuen, argigarri: «Sorgin-usaina es el nombre con que se designa en Beasain y en Asteasu el olor que se siente a veces hacia la madrugada. (…) Este olor recibe el nombre de sorgin-putza en Etxalar. (…) En Bermeo dicen que es olor del aceite con que las brujas untan su cabello al peinarse. (…) Este olor es atribuido a las almas del Purgatorio en Placencia. (…) En Zerain y en Anoeta decían que es animen usaina; en Ataun es olor producido por el paso del diablo y, según otra versión, es debido al argitalume, “lámpara” de Dios. En Soravilla dicen que es Satanasen putza; en Segura lumera-usaia u olor de aceite de lámpara que los búhos roban en las ermitas».

Gautxoriak, ustezko olio lapurrak

Bitxia da, bestalde, azken herri-uste hori: olio-hatsa ez zutela arimek edo sorginek eragiten, gautxoriek baizik. Ez da kontu txikia eta badirudi zerbait sakonagoa eta arkanoagoa dagoela sineste horren atzean. Honela azaldu zuen bere tesian Anuntxi Arana luiaondoarrak, hontzuriei buruz hitz eginda:

«Hontzak kriseiluetako olioa edaten duela sinesten da eskuarki. Eta herioaren hegaztia da hontza, baita sorginena ere. Laudioko gizon batek adierazi zidan zergatik esaten duten olio usainak sorginen presentzia salatzen duela; haren ustez sorginik ez da, eta olio usaina ez dute sorginek ematen baizik eta hontzek, horiek kriseiluetako olioa edaten dute-eta.

Mitoaren interpretazio arrazionala eman nahiz, mitoan kokatu da berriemailea bete-betean, sorginen eta hontzen arteko lotura bezain mitikoa baita haien olio-zaletasuna.

Gaztelan sineste bera bada eta Okzitanian hontzaren izenean islatzen da: “En Languedoc les enfants donnent au chat-huant le nom de Jan l’Oli, Jean de l’Huile, et Béu l’Oli, l’Huile, parce qu’ils l’accusent de boire celle des lampes (Sébillot, 1968…)».

Gautxoriei leporatuta elizetako olioa edan izana, usain berezi haren sorburua…

Zein sinesmen-mundu konplexua honen guztiaren atzean. Zein ahaztu eta zein galdua gutako gehienontzat. Zelakoa izango zen nire bizitza Oleta eta Otxandio bitarteko baso bazter hartan arimen olio-kiratsa usaindu izan ez banu. Arimak edo… arima… gure herriak modernitatearen trukean saldu zuen arima bera.

 

 

Los últimos gentiles, en Laudio

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Yo soy de esos que me emociono a la más mínima. Y cualquier tontería me convierte en el ser más feliz que pueda haber bajo el firmamento, mucho más que con cualquier fortuna material, rodeadas siempre de tanta obscenidad que hasta pueden medirse con números. No… las sensaciones puras y fuertes son otras, esas que sin servir para nada se nos arraigan al alma y nos zarandean todas las emociones de arriba a abajo.

Pues bien. Estos días [esta nota es de 2016] he vivido una de esas situaciones emocionantes. Y es que el tema no es para menos: cuándo y dónde fueron avistados los últimos gentiles, aquellos seres gigantes de la mitología vasca. Os cuento. Pero dejadme que empiece por el principio.

Ayer tuve la suerte y el honor de tomar parte en la presentación de un libro que recoge nada menos que 450 relatos populares recabados en el entorno de Gorbeia. Son los estertores de una cultura vasca, de un modo peculiar de interpretar el universo que nos rodea y que, a pesar de haber gozado de salud y vigor durante siglos, ya no tiene sitio en nuestro mundo de ondas electromagnéticas y teléfonos que casi hablan solos.

Por si se me olvida, adelanto que el libro es de Juan Manuel Etxebarria Ayesta, académico de Euskaltzaindia y profesor de la Universidad de Deusto. Lo publican entre esas dos instituciones. Es por otra parte el fruto del trabajo concienzudo de dos décadas de labor puramente etnográfica. Y, dicho sea de paso, el regalo navideño perfecto para esa amiga o cuñado algo frikis, para esos raritos que, aunque pocos, también andamos por el mundo.

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Pues bien. En uno de esos cuentos toma parte una mujer mayor de Orozko. Aunque en la obra se cite, prefiero omitir aquí su nombre. La conozco personalmente. Es una baserritarra totémica, inteligente, admirable, de esas que te inundan con cada una de sus respuestas.

Preguntados ella y su marido sobre la supuesta desaparición de los gentiles, respondió nuestra amiga con una auténtica bomba que os transcribo palabra a palabra, traducida del euskera original: «…no sé. Pero yo he conocido gentiles en Llodio. Está desapareciendo la raza vasca pero yo en Llodio, hará unos 25 ó 30 años me quedé sorprendida: en el Día del Baserritarra [en las fiestas patronales del lugar. Nuestra genial mujer estaba allí vendiendo productos de caserío] allí había una mujer y su hermano… ya sabes cómo se mueven los gigantes… [se anota en la transcripción que mientras lo decía interpretó con movimientos del cuerpo los andares de estos seres mitológicos], así, sí… Eran enormes… de verdad que era gente llamativa.
Y nadie hacía caso… Pero con esos movimientos, no sé, pausadamente… Y así los hacían. Hermanos, en Llodio… Eso lo tengo visto yo. Y nadie sacó una foto para que lo viese la gente. Se va perdiendo la raza vasca…»

Mágico relato, punto de éxtasis entre aquel mundo de creencias que era tan real para nuestra baserritarra y que tan extravagante y desaforado nos puede parecer a los demás. Tanto que estremece. El choque de dos placas tectónicas entre la antigua y moderna cultura vasca.

Ella y nadie más que ella lo veía… maravilloso.
Para mí ha sido el gran regalo navideño, el perfecto, ese que aunque lo busques mucho es casi imposible de conseguir. Siento que ya me ha tocado la lotería antes del sorteo y poco más necesito para sentirme feliz. Como decía el Quijote, me ha dejado «tan junto al cielo que no hay de mí a él palmo y medio«. Gracias querida «J.». Y a ti Juan Manuel por regalarnos el testimonio del último avistamiento de aquella raza de gigantes mitológicos… nada menos que en Laudio…