El bolsillo sí duele

El frente jurídico —judicioso, le llamo yo— es muy dañino para el soberanismo catalán. Ya se ha visto cómo sus españolísimas señorías hacen de su toga un sayo y se dedican a suspender, imputar, condenar o lo que se tercie. Sin embargo, una vez que la república catalana traiga una nueva legalidad, ya pueden echar los galgos que quieran, que todo será papel mojado. Incluso en este ínterin en que ya se ha decidido hacer la peineta al cuerpo legal español, las decisiones que vengan de los tribunales hispanos serán una jodienda, pero no el freno definitivo.

Con la ofensiva policial, tres cuartas partes de lo mismo. Habrá porrazos y pelotazos de goma para parar el Orient Express, pero eso estaba amortizado de saque. Es más, las imágenes viralizadas barnizarán de épica a la causa y conseguirán —ya están consiguiendo— que la prensa internacional cante la gesta del pueblo catalán haciendo frente a la represión inmisericorde de los uniformados mandados por Rajoy.

Ocurre ídem de lienzo con el embate mediático. A estas alturas, no hay que explicar que los regüeldos de la caverna quizá embarren el campo, pero a la hora de la verdad, no hacen ni cosquillas. Al contrario, su indelicadeza convence a los no convencidos y encabrona más a los que ya lo estaban.

Canción aparte es la acometida económica que, según estamos comprobando, se había minusvalorado. Por ahí sí cabe que tiemblen las rodillas. Más, si como está aconteciendo, ya no es fuga sino una estampida empresarial en toda regla, y con algunos buques insignia mostrando el camino. No sería la primera revolución ni la segunda que se naufraga por el bolsillo.

No basta con palabras

Una vez más, y pierdo la cuenta de las que van, lo sorprendente es que nos sorprenda. ¿Cómo puede ser que siga habiendo agresiones sexuales en las fiestas con lo bien que nos quedan los lemas, los avatares, las manitas rojas o las huellas moradas? ¿Por qué misterio insondable los agresores no se detienen en seco ante nuestras contundentes e inequívocas requisitorias? ¿De qué mecanismo demoníaco se sirven los violadores para evitar que hagan mella en ellos las formidables concentraciones, marchas, movilizaciones o lo que sea en que les dejamos claro clarito que No es No, que ojo al cristo que es de plata y que a ver si vamos a tenerla?

Me canso de escribirlo. Supongo que no están de más las bienintencionadas campañas, las coloristas y hasta multitudinarias salidas a la calle o las diferentes expresiones públicas de rechazo a los depredadores. Pero mal vamos si nos persuadimos de que una pegatina o un pin son el remedio. Y me temo que en esas andamos. Basta ver cómo en Sanfermines o en cualquier otra fiesta todo este material se reparte y se recibe como si fueran estampitas de la Virgen de los Remedios para combatir el flato.

Se diría que se busca —y tristemente, se consigue— un efecto balsámico sobre las conciencias. No pongo la palabra por casualidad, pues de ella deriva otra que se repite machaconamente, también a modo de exorcismo: concienciación. Que sí, que cada vez estamos más concienciadas y concienciados. ¿Quiénes? Pues las personas que jamás de los jamases forzaríamos a una mujer ni justificaríamos a quienes lo hacen. Tendríamos que actuar, y no exactamente con palabras, sobre esos tipejos.

Alegría y rabia

Naturalmente que me alegra la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre Juan Mari Atutxa, Gorka Knörr y Kontxi Bilbao, pero reconozco que soy incapaz de reprimir la sensación de rabia infinita que me invade. ¿Quién y cómo repara ahora el inmenso daño causado a tres personas que simplemente obraron en conciencia ante una arbitrariedad como la copa de un pino dictada por una instancia judicial que actuaba, como era (y sigue siendo) costumbre, por impulso político?

Por contundente que suene lo de la condena a España, se me queda muy corta. Aparte de que ni siquiera entra en el fondo del asunto, sabemos que a nadie le va a enrojecer el enésimo tironcente de orejas por pisotear alevosamente y por sistema los principios más básicos. No habrá nada parecido a una disculpa por haber propiciado un martirio que se ha prolongado durante casi tres lustros. Al contrario, esos que tanto elevan el mentón al exigir a los demás que reconozcan el sufrimiento causado están ya fumándose un puro con la sentencia.

Y por triste y vomitivo que parezca, no muy lejos de ellos se encienden otro caliqueño los que un día convirtieron a Atutxa en su peor pesadilla. Hablo, claro, de los que jalearon los innumerables intentos de ETA por mandarlo al otro barrio y ayer no disimulaban el disgusto por el fallo de los magistrados de Estrasburgo. No esperaba uno que la miseria moral y el resentimiento rancio pudieran alcanzar tales cotas. Qué gran retrato de aquellos años de plomo y mierda ideológica, el rechinar de dientes compartido por los hooligans de esta y aquella orilla. Los unos sin los otros nunca fueron nada.

Una salida para el Valle de los Caídos

¿Qué hacer con el Valle de los Caídos? ¿Dinamitarlo o gastarse una pasta para reconvertirlo en centro de interpretación de la memoria, la reconciliación, la no repetición y me llevo una? Confieso que me tienta mucho la primera opción, aunque el tipo civilizado y en el fondo cobardón que soy me solía hacer apostar en público por la segunda. Se queda como Dios vendiendo la moto del parque temático alumbrado por magníficas intenciones y pésimo sentido de la realidad. Puede que durante un par de fines de semana o tres la cosa funcionara, pero enseguida se convertiría en otro enorme quemadero de pasta pública. Mantener un monstruo así, incluso a medio gas, sale por un pico. Sí, efectivamente, ya está saliendo. Por eso urge encontrar la solución y resulta tan sugerente la alternativa del trinitrotolueno a discreción.

Luego, claro, uno piensa en los miles de inocentes —ojo, de ambos bandos— cuyos huesos se pudren allí, y se da cuenta de la tremenda falta de respeto que supondría hacerlos volar por los aires. ¿Entonces? Pues creo que el mejor modo de zanjar la cuestión es el que propone un antifranquista probado como Gregorio Morán. Tan simple como no hacer nada. O sea, solo una cosa: cerrar el grifo de fondos públicos, retirar hasta el último céntimo de subvención a la orden religiosa que parasita el mausoleo, y dejar que la naturaleza se encargue del resto, incluidas las tumbas de Franco y José Antonio. Por si acaso, se ponen en los alrededores unas señales advirtiendo del peligro de derrumbes, y a esperar. Me parece más honesto que, como han hecho sus señorías en el Congreso español, brindar al sol.

Cabacas, ya cinco años

Cuando pedimos justicia para Iñigo Cabacas, hacemos un enorme ejercicio de voluntarismo, y lo sabemos. Por desgracia, no hay modo de reparar lo que ocurrió. Ninguno. Nada le devolverá la vida. Nada aliviará el sufrimiento de su familia. A lo máximo que podíamos aspirar era a no hacer mayor la herida. El tiempo, estos cinco crueles años, ha demostrado que ni eso se ha conseguido. Al contrario, da la impresión de que cada movimiento ha profundizado en el dolor de sus allegados y en la absoluta sensación de impotencia y amargura de cualquier persona con un gramo de corazón. Como he hecho desde la primera vez que escribí sobre lo que nunca tendría que haber ocurrido, vuelvo a denunciar la colosal falta de humanidad que ha envenenado el tristísimo episodio. Mírese cada quien el ombligo y conteste honestamente qué ha tapado o qué ha amplificado por el más abyecto de los partidismos.

Y la cosa es que, a primera vista, no parecía tan difícil, como poco, determinar las responsabilidades básicas. Menos, cuando la inmensa mayoría de los testigos y protagonistas tienen la condición de servidores de la ley. ¿Es aceptable ampararse en la oscuridad, la confusión o la tensión? ¿Es profesional? Desde luego, es una actitud muy cobarde y, a la larga, perjudicial para un cuerpo, la Ertzaintza, contra el que hay algo más que una campaña de acoso y derribo sistemático. Claro que este asunto se ha utilizado como ariete en esa guerra sin cuartel, pero por eso mismo, la herramienta más eficaz, además de la más honesta, para hacer frente a los pescadores de río revuelto habría sido una transparencia fuera de la menor duda.

Gracias sin gracia

Pues miren, lo Cortez no quita lo Atahualpa. Reitero que la condena a la tuitera de los chistecillos sobre Carrero me parece una barbaridad del más alto octanaje, pero con la misma firmeza y convicción les digo que la individua en cuestión me da muy poquita pena tirando a ninguna. Primero, porque por mucho que nos engorilemos en la denuncia posturera, no va a ir a la cárcel. Quienes dictaron su sentencia son también unos cachondos del carajo de la vela y dejaron la sanción en una especie de broma pesada. Por esas cosas divertidísimas de la Justicia española, una pena de un año de cárcel es igual a cero. Te la imponen, pero no entras al trullo. ¿Qué susto, eh? Jajaja.

¡Ah! Que tiene maldita la gracia. Bueno, es que esto del humor va por barrios y hay barra libre para ofender. ¿No era eso? Venga, ya sé que no, pero no paso por hacer de esta mengana una mártir de la libertad de expresión. Anda ahora plañendo que le han arruinado la vida [sic] porque se quedará sin beca y no podrá cumplir su proyecto de ser docente. Lo suelta quien en varias ocasiones ha vomitado en público y por escrito que odia a los niños y le dan asco.

Eso, en el gran bebedero de patos que es su cuenta de Twitter. Como les apuntaba ayer, las jerigonzas de Carrero eran, sobre todo, malas. Más ilustrativas sobre la inconmensurable miseria moral de la tal Cassandra me parecen otras supuestas gracietas. Por ejemplo: “El asesinato de Rajoy va a ser #UnaTravesuraInfantil”. O esta otra: “Lo único que lamento es que Adolfo Suárez no hubiera muerto con una bomba debajo de su coche”. No merecerá ir a la cárcel, pero tampoco salir bajo palio.

Enaltecimientos o así

Como para creer en el influjo de las conjunciones astrales. O para pensar que la Justicia se distribuye a granel. Claro que también la explicación puede ser más simple. Por ejemplo, que de un tiempo a esta parte se haya puesto el punto de mira en el derecho al pataleo o al exabrupto, que es lo más parecido a ese unicornio azul que llamamos libertad de expresión. En la misma semana, siete juicios —¡siete!— en la Audiencia Nacional por bocachancladas de variado octanaje en las redes sociales. Tipificadas todas, ahí está lo grave, como enaltecimiento del terrorismo.

Anotemos como primera gran paradoja que sea justamente el momento en que deja de existir en nuestro entorno inmediato el terrorismo que mancha de verdad el asfalto de sangre, cuando se multiplican por ene las causas contra el que se practica con un teclado. La segunda es que los razonamientos más lúcidos al respecto los estén aportando víctimas de ETA y familiares de víctimas de ETA. Una de ellas, Lucía Carrero Blanco, escribía lo siguiente sobre la petición de dos años y medio de cárcel para una joven de 21 años que se mofó del asesinato de su abuelo: “Me asusta una sociedad en la que la libertad de expresión, por lamentable que sea, pueda acarrear penas de cárcel”. Y concluía calificando los chistes como enaltecimiento, en todo caso, del mal gusto y la falta de sensibilidad. No es muy diferente a lo que le hemos escuchado a Irene Villa sobre las macabras chanzas que se han hecho a su costa: “Es algo que afecta a la falta de tacto de quienes las hacen. Si se persiguieran todas, habría colas en los juzgados”. Pues es exactamente lo que está pasando.