Delirante PP vasco

Asisto con fascinación enfermiza a la impudorosa autodestrucción del PP vasco a la vista de todo el mundo. Confieso que en no pocas ocasiones soy incapaz de discernir si el espectáculo es real o producto de un pésimo guionista de serie zeta. O quizá de uno de esos programas de cámara oculta. Hay momentos, no me lo nieguen, en que se trasciende el esperpento para dar de lleno en el delirio. Ni el actor más bregado en Stanislavski sería capaz de reproducir esos discursos abracadabrantes de Iturgaiz que provocan una mezcla de pasmo, asquete y compasión en el observador. ¿Cómo se puede llegar a semejante extremo de carencia de sentido del ridículo? ¿Es que no hay nadie cerca con la piedad necesaria para contarle al tipo que se le ha parado el calendario o que sus dislates encadenados resultan de un patetismo cósmico?

No, no lo hay. Pinta tiene, de hecho, de que el tristísimo festival de lo grotesco atiende al dictado de un estratega sin corazón de Génova, donde hace tiempo que dieron a Euskadi como tierra perdida para cazar votos. Por eso, cada intento de puesta al día del catecismo ha sido cercenada sistemáticamente. Nadie mejor que Amaya Fernández, presidenta interina que enseguida será fulminada, para describir la agónica situación: “Nos hemos dado un tiro en el pie”. En realidad, otro más.

Los GAL y la hipocresía

Mucho ladrido descontrolado en el Congreso de los Diputados, pero cuando salen a subasta las grandes cuestiones de estado (sí, con minúscula; el nuestro no merece más), impera el orden y se dejan notar las sociedades de auxilios mutuos. Qué foto tan triste como nada sorprendente, la de Vox y PP, presuntos malísimos de la temporada actual de esta tragicomedia, ayudando al PSOE a que no saliera adelante una comisión de investigación sobre las conexiones (ejem, ejem) entre Felipe González y los GAL.

Para llorar un río, ver a Margarita Robles, que un día se las tuvo tiesas con el hoy miembro de mil consejos de administración, pidiendo pelillos a la mar porque no hay que reabrir heridas. Incalificable, aunque del todo entendible por la catadura escasamente moral del personaje, que Sánchez se adorne desde su escaño azul en la defensa del legado del señalado como instigador y alimentador de una banda de mercenarios que practicó la guerra sucia. Pero en el conjunto de lo que anoto está el retrato a escala de la nauseabunda hipocresía que ha rodeado a los pistoleros a sueldo de las cloacas del estado. Lo demoledor es que, pese a que se elevó algún mentón fingiendo escándalo, a buena parte de la clase política y de la sociedad española jamás les pareció mal del todo esa siniestra forma de combatir a ETA.

De la RGI al IMV

Celebro, no imaginan cuánto, que el Ingreso Mínimo Vital haya salido adelante en el Congreso de los Diputados sin votos en contra. Otra cosa es que sea capaz de reprimir la sonrisa boba al ver ciertos comportamientos.

Para empezar, la abstención del ultramonte abascálido —léase Vox—, después de haber vomitado sapos y culebras contra lo que bautizaron con su patrioterismo insolidario con olor a Abrótano Macho como la paguita. Tanto marcar paquete para luego no tener los bemoles de votar No. Qué decir, medio diapasón más abajo, del giro copernicano del PP. Otros que farfullaban que ya estaba bien de subvencionar vagos y maleantes y que, vaya usted a saber por qué milagro o cálculo electoral, han acabado dando su aval a lo que tachaban de martingala bolivariana. Los conversos a la cola, diría Don Manuel de Irujo.

Y eso vale también, en alguna medida, para los encantados de conocerse padres putativos de la idea, es decir, el PSOE en calidad de centrador del balón y Unidas Podemos como levantadora de brazos victoriosos. Cómo no carraspear, en todo caso, ante la evidencia de que la sucursal local morada, al igual que los ahora aplaudidores de EH Bildu, sigue tachando de mezquina la Renta de Garantía de Ingresos de Euskadi, que dobla holgadamente la cuantía del voluntarista remedo español. [Risas enlatadas]

Diario del covid-19 (42)

Como señaló certeramente mi compañero Juan Carlos Etxeberria, ayer en el panel de votaciones del Congreso de los Diputados se dio un curiosísimo Tetris ideológico. Ocurrió que PSOE, PNV y Ciudadanos coincidieron en el sí, mientras que PP y EH Bildu se abstuvieron al unísono y… ¡tachán!… en el marcador se sumaron los noes de Vox, Junts per Cat y ERC. Evidentemente, se trata de una casualidad que probablemente tardará en darse de nuevo o de la golondrina solitaria que no hace verano. Sin embargo, también es un retrato del momento político actual donde literalmente puede ocurrir cualquier cosa, como que se acuesten en la misma cama, aunque sea para un polvo rápido y sin amor las formaciones que les he citado arriba.

Bien es es cierto que igual cabría remedar aquel tópico sobre el fútbol y Alemania. Esta vez se puede decir que la política española es una cosa en la que juegan todos contra todos y siempre ganan el PNV y Pedro Sánchez. Respecto a la victoria jeltzale, esperemos que no sea pírrica y solo para la estadística. Es decir, que el Napoleón monclovita suelte el juguete del mando único y lo comparta de verdad con quienes debe. Permítanme que sea escéptico. Ya les digo que el hombre está de dulce y se la bufa un kilo cumplir los compromisos porque todo le sale bien. ¡Esta vez hasta se ha cargado a Girauta!

Diario del covid-19 (26)

Al guionista de la telesierie se le ha ido definitivamente la cabeza. En el último episodio, el predecesor del actual presidente del Gobierno español se saltaba el confinamiento para darse un rule de media hora. Uno de los acólitos vascongados del egregio infractor, de nombre Iñaki Oyarzábal, clamaba en Twitter que qué vergüenza darle pábulo en los medios a la fechoría de su exjefe, y pedía un duro castigo… ¡para quien grabó al incontenible andarín de Pontevedra!

Apenas unas escenas antes, el conseller de Interior de Catalunya montaba un pifostio del nueve largo porque desde España les habían mandado 1.714.000 mascarillas desechables, lo que según el tipo, era una clara y fea alusión al año 1.714, cuando los ejércitos borbónicos tomaron Barcelona, dando comienzo al yugo español. Hasta Gabriel Rufián, que no es sospechoso de rojigualdismo, terció espantado por una situación que le pareció sacada del programa de humor de TV3 Polònia.

Como remate, uno de los milicos de las ruedas de prensa oficiales —no sé si el mismo que el sábado apelaba al refranero español y anteayer llamaba “nuestro querido virus” al bicho que ustedes saben— anunciaba como enorme hito en la lucha contra el covid-19 la detención de unos paisanos que habían robado treinta kilos de naranjas y limones. Se lo juro.

PP contra PP

Dos barreños de palomitas, preveía yo a la ligera en la anterior columna. Con menos de media docena no llegamos para lo que parce que va a dar de sí esta versión de Kramer contra Kramer en que se han enredado el PP español y el PP vasco. Y ojo, si no vamos a necesitar también una caja gigante de pañuelos de papel para secarnos las lágrimas, en su mayor parte, de risa. Pensaba uno ingenuamente que, llegados al borde del precipicio, la casa madre entraría en razón, y aunque fuera a regañadientes, dejaría la coalición con Ciudadanos para mejor momento y se comería con patatas las listas al estilo de Alfonso Alonso, o sea, con los paracaidistas naranjas relegados al quinto anfiteatro, que es lo que les corresponde por peso real.

Pero no, para chulo, el pirulo de Casado, que ha acabado firmando el pacto con Arrimadas, dejándole claro a su hemorroide vasca que son lentejas, y que si le apetece dimitir, tanta gloria lleve como paz deje. El otro ha contestado negándose a presentarse en la calle Génova, donde había sido convocado por un guasap enviado a horas intempestivas y provocando que su jefe cancelase una excursión propagandística a las inmediaciones del vertedero de Zaldibar. También ha difundido la especie de que ni él ni su junta directiva piensan renunciar aunque les toque jalarse la rueda de molino que les han endilgado sus señoritos de los madriles. Suena eso a la enésima humillación, pero también puede ser que el todavía presidente del PP vasco sea discípulo de Pedro Sánchez y esté pensando en escribir su propio Manual de resistencia.

Un recuerdo para Arantza Quiroga, a la que todo esto debe de sonarle.

Otra vez el euskera

Por más conocido que me resulte el fenómeno, no dejará de maravillarme el empeño obsesivo del PP vasco en avanzar retrocediendo. ¿Cómo va a creer nadie a Alfonso Alonso reclamando la moderación frente al casadocayetanismo que escora a su partido hasta los mismos confines de Vox o, a veces, dos palmos más a la derecha? Ni diez días después de lo que los más ingenuos tomaron como una declaración de intenciones, la sucursal genovesa en Vasconia ha vuelto a revelarse exactamente como tal acudiendo al Tribunal Superior de Justicia del País Vasco para denunciar la ilegalidad del decreto que regula el uso del castellano y el euskera en los ayuntamientos.

Así andamos a estas alturas del tercer milenio, haciendo de la lengua motivo de gresca y, sobre todo, teta de la que ordeñar algún que otro minuto en los medios, a ver si hay suerte y en la próxima cita con las urnas se detiene la sangría de votos. Para que la acción resulte más patética, ni siquiera es original. Los populares autonómicos —que no autónomos— chupan de nuevo rueda de Vox, que se adelantó en el recurso ante los primos togados de Zumosol.

Esto va, lisa y llanamente, de la competición por ver quién se sitúa más al fondo y, sobre todo, más a la derecha. Sería solo una ridiculez que no debería quitarnos un segundo si no fuera por el objeto que han escogido para medir sus crestas ultramontanas. Una vez más, han hecho presa en el euskera, al que pretenden convertir en instrumento de división a base de trolas tan zafias como la que ha desmontado el alcalde de Gasteiz. La buena noticia es que pinchan en hueso. La sociedad vasca ya no traga esos burdos cebos.