Constitución oxidada

No recuerdo un aniversario de la Constitución española más aguachirlado que este último. Y no solo por la pandemia, que nos ha ahorrado el ágape y los corrillos de rigor. Todo ha sido herrumbroso, como los sables que se agitan estos días en cartas, manifiestos y grupos bravucones de guasap. Qué gracia, por cierto, pensar que estos militarotes nostálgicos del bajito de Ferrol se reclamen como los últimos valedores de la llamada Carta Magna. Ya no se acuerdan los decrépitos uniformados lo poco que les gustó el texto en los días en que fue promulgado. Al final, parece que han acabado asumiendo, como la mayoría de los actuales palmeros de la cosa, que de todos sus artículos, los únicos que cuentan son los que proclaman la sagrada unidad de la nación española.

Por lo demás, no deja de resultar digna de alborozo la lista de los ausentes en los fastos. A los malvados que han convertido en tradición no estar en el cumpleaños se unieron esta vez la derecha ultramontana (lean Vox) y esa nadería que atiende por Ciudadanos. El PP del zigzagueante Casado —¡ahora dice que representa a los socialdemócratas!— no tuvo narices de faltar. ¿Y qué me dicen ustedes de los presentes en primer tiempo de saludo? Porque es verdad que el PSOE siempre ha estado, pero el entusiasmo de su socio, Unidas Podemos, mueve a la… ¿risa?

Podemos es la oposición

Es un hecho constatado cien veces que la triderecha PP-Vox-Ciudadanos no le hace ni cosquillas a Pedro Sánchez. Al contrario, cada vez que montan el número en el Congreso juntos o por separado, lo único que consiguen, además de hacer un ridículo sideral y provocar vergüenza ajena por arrobas, es engrandecer al inquilino de Moncloa. Ahí y así me las den todas, pensará el presidente que tiene como objetivo único seguir siendo lo que es a la mañana siguiente.

La torpeza del tridente diestro no es su problema. Su motivo de preocupación viene —¡oh, paradoja!— de su socio en los bancos azules. Ahora mismo la única y verdadera oposición de Sánchez está en su propio gobierno. Y qué oposición, oigan, que no se queda en zancadillas corrientes de las que se esperan en cualquier ejecutivo compartido, sino que llega a las puñaladas por la espalda con charrasca de nueve pulgadas, como acabamos de ver con la autoenmienda de Podemos a los presupuestos en compañía de ERC y Bildu, siempre prestos al enredo. Y ya no solo por su presentación. En el instante en el que escribo, una Secretaria de Estado —Ione Belarra, fiel escudera del vicepresidente Iglesias— sigue sin haber pedido disculpas a la ministra Margarita Robles por haberle llamado “favorita de los poderes que quieren que gobierne Vox”. Esto promete.

Hablar (o no) de Vox

Como es sabido, no pensar en un elefante es la forma más efectiva de pensar en un elefante. Sorprende que no nos hayamos dado cuenta todavía de que no hablar de Vox es un modo incuestionable de hablar de Vox hasta por los codos. Lo vamos a volver a comprobar en estos dos días en que los abascálidos conseguirán variar la monodieta pandémica con su pirotécnica moción de censura. De hecho, ese punto ya se lo han anotado en las jornadas previas, llenándonos los espacios de información y opinión con sus carretadas de estiércol. Sí, lo admito, estas mismas líneas son un ejemplo de lo que trato de explicar, pero no me fustigaré en exceso por caer en lo que no sé si es una incoherencia, una trampa o una simple paradoja.

¿Y entonces, qué hacemos? No tengo una respuesta deslumbrante, eso también lo confieso, aunque intuyo que la clave está en el término medio. De poco vale el presunto desprecio con aspavientos que, por ejemplo, se ha probado en el Parlamento vasco. Reconozco las buenas intenciones que lo motivan, pero igualmente certifico que ha servido justo para lo contrario de lo que se pretendía. Tampoco veo que se llegue muy lejos usando sus mismas armas demagógicas. Quizá fuera más útil que los partidos que se tienen por progresistas trataran de recuperar a los votantes que han cruzado la línea verde.

Antifas muy fas

El circo facha se instaló el otro día en mi pueblo, mala suerte. Una triste carpa verde pistacho con los laterales descubiertos era todo su reclamo, junto al payaso principal —pido perdón a los clowns—, llamado Javier Ortega-Smith. Y ni se fíen de este último dato, que anoto porque se lo escuché en un semáforo a un jubilado local, que lo pronunció acompañándolo de un exabrupto que no reproduciré aquí. Ni me preocupé de confirmarlo, como tampoco perdí tiempo en buscar otros detalles como la hora de la función ni la lista del resto de oradores, o sea, rebuznadores. Desde hace mucho, salvo que sea estrictamente necesario para el desempeño de mi profesión, tiendo a ignorar un kilo las mentecateces de los abascálidos.

Y lo mismo que yo, oigan, la inmensa mayoría de mis convecinos. Es verdad que en las últimas elecciones rascaron un puñadito de votos, pero, o yo no conozco a mis paisanos, o el destino de ese mitin era no contar con más de una veintena de asistentes. Tras los regüeldos de rigor, el personal se recogería a sus guaridas, se desmontaría el chiringo y, desde luego, los medios no dedicarían un segundo a la pachanga. Sin embargo, la cosa fue noticia de relieve gracias a los aliados imprescindibles de los fascistas, esos que tienen los santos bemoles de presentarse como antifascistas.

Estos y aquellos fascistas

Lo normal sería que un acto electoral de Vox en Sestao (pongan ahí el nombre de la localidad vasca que les de la gana) tuviera el mismo relieve informativo que el regüeldo de un mono en un zoológico. Con suerte, se habrían enterado cuatro locales a los que les hubiera coincidido el desembarco fachuzo con su rutina en el pueblo. Y conociendo un poco el paño, les aseguro que la mayoría se habría quedado en la náusea, el cagüental y esa máxima sabia que sostiene que no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Ni puto caso al memo ambulante Abascal y a sus vomitivos mariachis. Anda y que les ondulen con las permanén. Concluyan su circo sin público, y venga a cascarla a Ampuero con viento fresco y la cabeza gacha por no haber conseguido ni un pajolera línea en los medios.

Pero no. Un valiente gudari atiza una pedrada a una de las menganas del ultramonte. Objetivo cumplido. La imagen de la tipa, a la sazón, diputada en el Congreso, con la frente sangrante se distribuye a todo trapo por el orbe mediático. El sarao destinado a pasar al olvido se convierte en Trending Topic, hostia en bicicleta del tuiterío y de los titulares de aluvión. Enorme triunfo de los que se llaman antifascistas y son, en realidad, los valedores número uno de los fascistas. Tan fascistas como ellos e igual de despreciables.

Los GAL y la hipocresía

Mucho ladrido descontrolado en el Congreso de los Diputados, pero cuando salen a subasta las grandes cuestiones de estado (sí, con minúscula; el nuestro no merece más), impera el orden y se dejan notar las sociedades de auxilios mutuos. Qué foto tan triste como nada sorprendente, la de Vox y PP, presuntos malísimos de la temporada actual de esta tragicomedia, ayudando al PSOE a que no saliera adelante una comisión de investigación sobre las conexiones (ejem, ejem) entre Felipe González y los GAL.

Para llorar un río, ver a Margarita Robles, que un día se las tuvo tiesas con el hoy miembro de mil consejos de administración, pidiendo pelillos a la mar porque no hay que reabrir heridas. Incalificable, aunque del todo entendible por la catadura escasamente moral del personaje, que Sánchez se adorne desde su escaño azul en la defensa del legado del señalado como instigador y alimentador de una banda de mercenarios que practicó la guerra sucia. Pero en el conjunto de lo que anoto está el retrato a escala de la nauseabunda hipocresía que ha rodeado a los pistoleros a sueldo de las cloacas del estado. Lo demoledor es que, pese a que se elevó algún mentón fingiendo escándalo, a buena parte de la clase política y de la sociedad española jamás les pareció mal del todo esa siniestra forma de combatir a ETA.

De la RGI al IMV

Celebro, no imaginan cuánto, que el Ingreso Mínimo Vital haya salido adelante en el Congreso de los Diputados sin votos en contra. Otra cosa es que sea capaz de reprimir la sonrisa boba al ver ciertos comportamientos.

Para empezar, la abstención del ultramonte abascálido —léase Vox—, después de haber vomitado sapos y culebras contra lo que bautizaron con su patrioterismo insolidario con olor a Abrótano Macho como la paguita. Tanto marcar paquete para luego no tener los bemoles de votar No. Qué decir, medio diapasón más abajo, del giro copernicano del PP. Otros que farfullaban que ya estaba bien de subvencionar vagos y maleantes y que, vaya usted a saber por qué milagro o cálculo electoral, han acabado dando su aval a lo que tachaban de martingala bolivariana. Los conversos a la cola, diría Don Manuel de Irujo.

Y eso vale también, en alguna medida, para los encantados de conocerse padres putativos de la idea, es decir, el PSOE en calidad de centrador del balón y Unidas Podemos como levantadora de brazos victoriosos. Cómo no carraspear, en todo caso, ante la evidencia de que la sucursal local morada, al igual que los ahora aplaudidores de EH Bildu, sigue tachando de mezquina la Renta de Garantía de Ingresos de Euskadi, que dobla holgadamente la cuantía del voluntarista remedo español. [Risas enlatadas]