Quiso Antonia que fuesen mis manos las encargadas de recoger y custodiar esa entrañable obra de arte que durante décadas habían admirado en casa. Mª Antonia Martínez Aldaiturriaga —hoy con 87 añazos aunque sin perder ni un ápice de su vitalidad— había localizado mi teléfono y me llamó para concertar una «cita a ciegas», el pasado día 16. Antonia, al margen de otras muchas virtudes, lleva sobre sus espaldas la historia de haber puesto en marcha y dinamizado diversos grupos culturales de mujeres cuando, hace casi medio siglo, aquello parecía una herejía que atentaba contra los pilares de la familia. Cuando la igualdad era una quimera, ella luchaba con uñas y dientes por conseguirla y por devolver a las mujeres esa autoestima que el oscuro régimen político-militar les había arrebatado… Pero ya hablaremos de ello en otra ocasión…
BIGURI. Me había citado porque, consciente de su edad y del cúmulo de objetos que posee, quería hacerme entrega de un cuadro que su marido, Antonio Biguri Rubina (1929-2010), había encargado años atrás a un pintor de Orozko, un objeto que había tenido en gran estima mientras vivió. Al igual que Mª Antonia, también Biguri había sido alguien de armas tomar en eso de la organización festiva, cultural o deportiva… todo lo que fuese popular. Destacó especialmente en el ámbito del ciclismo, al que se entregó en cuerpo y alma. Pero también en ese campo tradicional y popular, lo que le llevó a encargar el dibujo.
URQUIJO. El cuadro, que puede verse en las imágenes adjuntas, es un retrato del músico laudioarra Ruperto Urquijo Maruri (1875-1970) usando la técnica del puntillismo. Además del memorable personaje, completa la escena un fondo en el que se aprecian la bucólica aldea de Urigoiti (Orozko), con los icónicos farallones de Itzina y la cumbre de Gorbeiagana al fondo, coronada por la cruz que tanta fama le ha dado.
Ruperto Urquijo Maruri en la obra de Simón Ugarriza, con la aldea de Urigoiti detrás, las peñas arrecifales de Itzina y Gorbeiagana, culminada por su cruz
Sin duda, ello se debe a que Ruperto compuso hace un siglo el zortziko Lusiano y Clara que, tras unos retoques por otras manos ajenas, pasaría a convertirse en la archiconocida canción de En el monte Gorbea. Una romántica historia en la que relata la desdichada relación entre un pastor que debía pasar el verano en Gorbeia, cuidando rebaños de ovejas, y dejando abajo a la arratiana Clara, de la que se había enamorado perdidamente. Habla también de la cruz cumbrera que, por aquel entonces, era algo relativamente novedoso en el lugar.
Ruperto Urquijo, aquel muchacho que aprendió música imitando con una flauta las calandrias mientras cuidaba su rebaño de ovejas en las faldas de Ganekogorta…
Autorretrato que me hice sujetando el cuadro para enviárselo a modo de gratitud a Mª Antonia Martínez, el mismo día de la entrega.
UGARRIZA. La obra pictórica se la había encargado Biguri a un tal Simón Ugarriza Zorrozua (1939-1993) orozkoarra que tenía ya cierto reconocimiento por ese estilo de retratos y, además, por obras realizadas con curiosas piedras de rebuscadas formas que encontraba por su Gorbeia del alma: las fuentes de la plaza de Ibarra (Orozko) o de Pagomakurra (Gorbeia, Zeanuri) son suyas.
Casualmente, al igual que sucedía con Ruperto, también él aprendió a dibujar y perfeccionó su técnica de un modo autodidacta, sacando provecho a aquellos tiempos muertos mientras vigilaba su rebaño de ovejas en el monte.
Quiso la fatalidad que, en un día en que transportaba esas piedras tan llamativas de sus construcciones, sufriese un accidente en torno al puerto de Bikotx-gane y perdiese allí la vida, cuando contaba con 54 años. Fue un día como hoy, 28 de junio, pero de hace 27años. Yo mismo recuerdo la conmoción social que aquella desgracia supuso.
Por eso he querido esperar hasta el día de hoy para publicar estas líneas. Para dar las gracias a ese trío que con tanta generosidad tanto aportó al pueblo: Biguri, Urquijo y Ugarriza que hoy, seguro, nos miran desde arriba orgullosos de que aquel cuadro que les une entre sí y que refuerza nuestra historia popular, esa íntima y alejada de los grandes acontecimientos.
El cuadro en cuestión está en el Ayuntamiento de Laudio, para que pueda verlo y honrarlo quien lo desee. Porque estas cosas no se pueden encerrar en una casa: es mejor hacerlas de todos, para que quien quiera las goce o disponga.
Por si fuera poco, existe otra versión similar del mismo dibujo que Ugarriza hizo algún tiempo después para la sociedad Los Arlotes y que da la bienvenida a quien se adentra en su entrañable local. Fue asimismo la imagen usada en la carátula del disco que en honor a Ruperto Urquijo se grabó entre varios grupos en 1992.
Disco grabado en 1992 en cuya portada figura el retrato de Ruperto Urquijo que realizó Simón Ugarriza
Un recuerdo para todos ellos: para en infatigable Biguri y para aquellos dos artistas que vieron nacer su arte mientras pastoreaban. Y , cómo no, mis más sinceros agradecimientos a Mª Antonia por su generoso acto: es un honor y un auténtico placer.
Tenía que ser exactamente en la medianoche de la víspera de San Juan, reconfortados en la espera con la calidez desprendida de los rescoldos de la aún humeante fogata. Justo en el preciso momento en que comenzaba el día de todo el año en que con más altanería lucía el sol: el 24 de junio, festividad de San Juan. Es ahí cuando se da un curioso ritual conocido también fuera de nuestras fronteras, que fusiona el culto al sol con el de los árboles, para atribuirles en su conjunción un poder sanador más cercano a la magia que a la religión, por mucho que lo quisieran disfrazar con el culto a San Juan Bautista. Sin duda, un recurso desesperado frente a la impotencia que generaba la falta de salud y la alta mortandad infantil.
Curiosamente documentamos uno de esos casos en el pueblo de Laudio de hace un siglo, aquel que fue y no es, pues en la actualidad es un ritual absolutamente desconocido.
Ya nos avisa R. Mª Azkue de esta extraña costumbre que se daba en el país de los vascos: «Para curar un niño herniado, la víspera de San Juan a media noche suelen levantarle hasta la copa de un roble dos Juanes en algunos lugares; en otros, tres Juanes; en alguna parte, Juan y Pedro. Y mientras suenan las doce campanadas del reloj, suelen mover al niño de mano en mano entre exclamaciones de tori (toma) y har ezak (recíbelo), har ezak (recíbelo) y tori (toma)».
No recoge sin embargo, la variante —también practicada en otras zonas de Vasconia— de abrir el árbol y pasar la criatura por la hendidura para que sanasen ambos a la par, transmitiendo el potencial vital y regenerador del árbol al chiquillo/a.
Grabado que representa el ritual de pasar un bebé por el árbol sanador en la noche del día de San Juan en Castilla
Y ese es casualmente el curioso —incluso extravagante— testimonio que un tal Isusi envía al investigador José Miguel Barandiaran desde Laudio en 1935. Relata el informante lo que en su día le contó su convecino Jorge Ibarrondo Galíndez, un afamado carretero y acérrimo carlista laudioarra nacido en el caserío Zabalaberrio en 1856 (bisabuelo de la actual directora del instituto Laudio).
La nota textual dice:
«Día 24 de junio. San Juan. 1º Si este día se quiere curar a un niño de la hernia, dicen que no hay más que abrir con un hacha el tronco de un laurel y que tres Juanes pasen al niño por la abertura mientras el reloj da las doce. Para que el resultado sea favorable, se requiere que el laurel que ha sido abierto no se seque.
El vecino de Laudio, Jorge de Ibarrondo, me relató un cuento referente a lo dicho, ocurrido cerca de su caserío.
Dice que Juan Ibarra, Juan Zubiaur y Juan Larrazabal (este último en duda) tomaron a un niño loco (por lo visto, el remedio también sirve contra la locura) y verificaron la operación con un laurel de Julián Zubiaur, vecino del relator y de los otros tres Juanes.
El laurel aún existe y cuenta que también el niño se puso bien.
Las palabras que dijeron al hacer la operación son: «tómalo Juan el 1º, dámelo Juan el 2º y tómalo Juan el 3º (no sé si dirían en vascuence porque es muy fácil que a mí, como sé poco vascuence, me lo dijese en castellano)»».
Restrospectiva (1965) de Zabalaberrio en Laudio. En sus cercanías se hizo, seguramente por última vez, el ritual del árbol sanador. Lo relató Jorge Ibarrondo Galíndez, de dicho caserío.
Podríamos extendernos mucho más para añadir que el laurel es desde la época clásica venerado como árbol divino, especialmente relacionado con el culto al sol y al fuego. No en vano era el usado para renovar los fuegos de la casa, el suberri, porque frotando dos de sus maderas entre sí pronto aparecía el fuego. Era también elemento adivinatorio porque «si cuando se quemaba ardía con ruido, creían que denotaba felicidad […] Pero si se encendía callada, era triste agüero» según nos contaba Garcilaso de la Vega. En resumen, este árbol —entre los clásicos atribuido a Apolo— era mágico y sobrenatural como ninguno ya que «Tenían los antiguos que el laurel era contra los demonios y que encendido les daba fuerzas para adivinar. Declaraban con el laurel santidad y cordura, que son cosas que habemos de pedir de veras a Dios» (Ana Mª Alarcón, 1980).
Al laurel se le han atribuido cualidades mágicas y sobrenaturales desde la antiguedad. Es el símbolo del sol y del fuego y con él se prendía el fuego renovado del hogar
Podríamos extenderno mucho más, sí… Pero quizá sea mejor no hacerlo y centrarnos en gozar con la intensidad que se merece este día mágico del sol. Porque es especial y único como ninguno. Feliz jornada de San Juan.
Casualmente en este año en que no hay celebración alguna, cumple 125 años la ermita de San Juan, en Larrazabal (Laudio): 1895-2020. Y, hablando con propiedad, debiéramos decir que los cumple «la tercera ermita» pues es así. Por ello vamos a hurgar un poco en su historia.
Pero antes de avanzar, me gustaría recordar la denominación de «ermita de San Juan Astobizaco» (en euskera sería San Joan Astobitzako) que usaban los más mayores del lugar, en referencia sin duda al entorno de la primera ermita.
Imagen de la ermita en 1986, con varios caseríos al fondo
LA PRIMERA ERMITA. Nada sabemos de su origen pero todo parece indicar que en origen se trataba de un templo medieval. Lo sospechamos por la advocación elegida, por las referencias a imágenes de santos que en un momento dado se hacen desaparecer por anticuadas, por el saber de la existencia de una comunidad aldeana en el lugar: es Pedro de Goiriçabalen (un caserío del lugar) el representante máximo municipal, el que solicita a los Reyes Católicos la integración de Laudio en Álava en 1492.
También la memoria popular nos recuerda que estaba ubicada donde se encuentra el chalet del antiguo propietario del almacén de gas cercano, próximo al antiguo caserío de Astobitza, cuya referencia quedaría en la antigua denominación de la ermita, «San Juan Astobizaco» (San Joan Astobitzako).
La primera constancia documental que disponemos de ella es mucho más tardía, de 1704, aunque es probable que entre el supuesto origen en la Edad Media y esa fecha se fuese renovando el edificio. La primera noticia se la debemos a la realización de unas importantes reparaciones de cantería en el edificio, por su mal estado. A pesar de ello, no debieron ser muy efectivas ya que un par de décadas después, en 1723, se dice que la ermita se encuentra «ruynosa y maltratada».
La ermita se componía del templo religioso y de «…una casa, con unas pocas heredades y castaños… » (1791). Al igual que sucedía en otras ermitas, la casa se alquilaba al ermitaño o mayordomo de la misma y siendo éste el encargado de coordinar las reparaciones, controlar las cuentas, etc. Además se le arrendaban seis ovejas pertenecientes a la ermita –hasta la mitad del XVIII fueron doce pero la mitad murieron a consecuencia de un duro invierno y no fueron repuestas–, costumbre que duró hasta el último cuarto de dicho siglo.
El pastor Vicente Urquijo (qepd) en 1986. La primera ermita conocida constaba de el templo en sí, una casa, unas heredades y castaños así como una docena de ovejas por las que que ermitaño había de pagar una renta en Todos los Santos.
Los pagos de las rentas por el disfrute de la casa con sus posesiones y ovejas se abonaban el día de Todos los Santos, yendo el dinero a parar a una bolsa en la que se guardaban los capitales. El pequeño saco se custodiaba, junto a los de las otras ermitas, en «el arca de tres llaves» que estaba en la sacristía de la parroquia principal del municipio: la de San Pedro de Lamuza. Una llave la tenía el alcalde, otra el sacerdote y otra el beneficiado —un grado eclesiástico inferior al sacerdote— más antiguo y debía abrirse el arcón en presencia de los tres, para evitar los muchos robos y excesos en los gastos que se habían dado antes de la existencia de esa caja de caudales.
Anualmente se celebraban en dicha ermita las fiestas de San Juan Bautista y San Lorenzo y se componía de tres altares, siendo el tercero de ellos para una imagen de Santa Isabel. No sería de extrañar que se tratasen de imágenes medievales.
LA SEGUNDA ERMITA. Siendo tan ruinoso su estado, deciden los feligreses del lugar construir una ermita de nueva planta, ya que iba a costar menos que reparar la antigua y, probablemente, porque necesitarían ampliar su capacidad ya que se han producido grandes crecimientos demográficos.
La segunda ermita se ubicaba en el actual almacén de gas, próxima a la primera y desde donde acarreaban algunos materiales re aprovechados. La gente mayor del lugar aún recuerda la ubicación de ambos templos por la gran cantidad de teja que aparecía en ambos enclaves cuando lo sembraban con trigo.
En su construcción se reutilizan los materiales «…llevados a dicha ermita para la obra nueva (…) por haberse demolido…». Claro está, cuentan además con «…la licencia de demoler la ermita vieja y hacer nueva» (ambas citas de 1765). A excepción de los gastos por los permisos, los trabajos profesionales y las doce jornadas de acarreo de una pareja de bueyes, el resto del derribo se da por pagado con un «…pellejo de vino que bebieron las más de cincuenta personas que sin jornal asistieron el trece de junio a demoler dicha ermita».
Por fin, tras varios años de obras, se bendice el nuevo templo en 1787. Todo indica, sin embargo, que en dicho período intermedio conviven los dos edificios, el supuestamente demolido y la nueva construcción. Así parece desprenderse de citas que, hablando de la ermita existente como de un templo con funcionamiento normal, hacen referencia a «…la nueva obra que se ha comenzado» (1766) o trata de «…de la otra comenzada» (1767). Es más, faltándole aún dos décadas para ser finalizada se celebran sin embargo, cada año y puntualmente, las festividades de San Juan y San Lorenzo. Por ello podría pensarse que la documentada demolición de la primera no fuese total.
Pero estamos ya inmersos en la
segunda mitad del siglo XVIII, una época de auténtico azote para muchas de
nuestras ermitas. Es por ello por lo que gran parte de las actualmente
desaparecidas lo hacen en este período.
La razón es que la Iglesia ha
tomado la firme decisión de gestionar todo su patrimonio de una manera más
eficaz y moderna. Pretende reducir el número de pequeños templos que no le
resultan demasiado rentables o que no disponen unas condiciones mínimas como
para poder ser considerados como casas dignas de Dios. Apuesta ya por la
concentración en templos principales y no por la atomización de la labor
pastoral.
Quizá por ello, inmersos en un cierto ambiente de desilusión, la ermita deja de renovar el pequeño rebaño de ovejas que arrienda anualmente como fuente de ingresos. Así lo refleja el apunte de 1776 que dice que «…seis ovejas que tenía la otra ermita, pero por haber perecido no se cargan en adelante». También se ve obligada a sacar a remate –subasta– por primera vez, varias entresacas y esquilmos de los árboles que posee (1786).
Parece sin embargo que gracias a las aportaciones de los feligreses y a este tipo de ingresos adicionales se consigue superar un período tan devastador para nuestros templos rurales. Logra incluso remozarse –como hemos apuntado una de las nuevas exigencias era presentar los templos con un mínimo de decencia y dignidad– y pagar en 1787 una considerable cantidad de dinero por hacer un nuevo retablo, instalar una lámpara, etc.
Es aquí cuando parecen ser destruidas las imágenes antiguas de la ermita –con probabilidad medievales– de San Juan, Santa Isabel y San Lorenzo, quizá siguiendo las recomendaciones que los visitadores enviados por los obispados hacían por estas fechas: trocear y enterrar aquellas tallas que, por su aspecto antiguo, eran consideradas como «figuras indecentes». Desgraciadamente para nuestro patrimonio, ésos fueron los drásticos gustos de la época.
Imagen de San Juan, titular de la ermita. En realidad, era una talla rechazada en la parroquia principal del valle, que estaba renovando su retablo. La consideraron demasiado rebuscada por lo que se reaprovechó en la ermita de San Juan. Así desaparecieron las antiguas imágenes de San Juan, Santa Isabel y Santiago, dejando de celebrarse la fiesta de este último a partir de entonces.
Ya en el nuevo retablo, tan solo reponen la imagen del titular, San Juan Bautista. Y por no contar ya con un elemento identificador, desaparece el hasta entonces tradicional culto a San Lorenzo, no constando el gasto de sus misas en las cuentas de aquí en adelante.
LA IMAGEN DE SAN JUAN. La imagen de San Juan que hoy se venera es en realidad una talla que se rechaza en el templo parroquial principal del valle que, en torno a 1787 se encuentra sustituyendo su retablo. Se ordena repetir y, la de inferior categoría la compra por 220 reales un sacerdote de Larrazabal, Fernando de Orue, para ponerla en la ermita de San Juan Astobitzako. Es el motivo, como hemos dicho, de que desaparezcan las imágenes originales, de mayor interés en la actualidad pero poco apreciadas en su momento por su estética desfasada.
LA ERMITA ACTUAL. Pasan cien años sin que se anoten cuentas de la ermita por lo que suponemos que fue castigada por las sucesivas guerras. También desaparecen para siempre las referencias a la casa anexa.
Plano para la edificación de la nueva y última ermita, elaborado por su promotor Gerónimo Ibárrola.
Entonces aparecerá en escena un interesante personaje, Gerónimo Ibárrola que comienza el nuevo libro de cuentas presentándose como «…primer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Llodio, y propietario de la Cuadrilla de Larrázabal… » para seguir exponiendo «que en la mencionada cuadrilla existe una ermita dedicada a San Juan Bautista, a cuyo santo desde tiempo muy remoto tributan devoción especial los vecinos de la Cuadrilla. Su estado ruinoso y el mal punto donde estaba colocada debían producir muy en breve la desaparición de la ermita». Un espacio de tiempo tan largo y rasgado además por tres grandes guerras debió suponer un abandono casi total de la ermita y, al parecer, sus consecuencias eran patentes.
Por otro lado y valiéndonos ya de
la transmisión oral, la mayoría de los informantes recuerda que la antigua
ermita se encontraba en un terreno especialmente arcilloso e inestable. Se comenta
que, al parecer, hubo un corrimiento de tierras que derribó parte de la ya
maltrecha ermita.
Ante esta situación, el beato Gerónimo Ibarrola –que posteriormente llegará a ser Alcalde de Laudio– remueve la conciencia de los vecinos y se revela ante la inevitable desaparición del templete. Según describe él mismo en la misiva que dirige en 1894 al Obispado, para evitar la desaparición definitiva de la ermita, acordaron entre los vecinos «…abrir una suscripción (…) de la que han reunido fondos para construirla de nueva planta aprovechando los materiales de la antigua» (1894).
Según nos recuerdan sus familiares Gerónimo [en realidad debiera ser Jerónimo pero respetamos la grafía que él usaba] era una persona culta, extremadamente recta y aún más devota. Su soltería hizo que se volcase de una manera más obsesiva de lo normal con sus dos grandes pasiones: la política y la religión.
Elaboró incluso un plano-boceto
de cómo debían ser la planta y fachada de la nueva obra. Supo, además,
ilusionar e implicar en el proyecto a la práctica totalidad de los vecinos.
Así, aquellos que no trabajaron directamente en la obra, aportaron árboles con
los que conseguir el maderamen necesario para la edificación. También cuentan
con pasión los hermanos Juan José y Antonio Arregi cómo oyeron contar a sus
mayores que las losas de piedra para el nuevo pórtico las bajaron con bueyes
desde la cumbre el monte Pagolar, con un esfuerzo titánico pero necesario, ya
que sólo allí existían piedras alargadas, grandes y lisas.
Hasta el año 1969 la campa de la ermita estaba en pendiente como puede apreciarse en esta retrospectiva. La imagen está tomada desde el carrejo para juego de bolos que completaba el lugar
Tomaron parte en los trabajos
como voluntarios tanto vecinos de Larrazabal como de Markuartu. Aún no existía como
tal el barrio más populoso actual, el de Landaluze, también muy ligado a la
ermita y su fiesta.
Desde 1970 una cofradía se congrega en torno a una comida en el pórtico de la ermita cada domingo posterior al día de San Juan
LA LEYENDA. La elección de la ubicación para la tercera y actual ermita se debió, según comenta su familia, a contar con un suelo más estable que el anterior y por encontrarse más próxima al antiguo cruce de caminos que se dividían para acceder a las caserías más importantes del barrio. Casualmente, el cruce estaba presidido por un gran roble, de nombre Guzurraretx ‘el roble de las mentiras’ y en cuya memoria se plantó en 2019 un retoño del Árbol de Gernika.
Pero aquel cambio de ubicación
incomodaría a más de un beato, feligrés u opositor político de Gerónimo. Por
ello, por justificar el cambio, crearon e hicieron correr una leyenda que
justificaba la actuación y evitaba suspicacias.
Así, cuenta la leyenda local que la
imagen del santo aparecía cada mañana en el lugar de la ubicación actual.
Durante el día lo retornaban a su casa –la ermita vieja– pero a la noche volvía
a desplazarse hasta el lugar actual. Se interpretó que aquel misterio era un
deseo de San Juan y ello fue razón suficiente como para no poner en tela de
juicio que la nueva ermita debía edificarse donde está hoy.
A finales de los 90 la ermita fue sometida a una desastrosa rehabilitación que modificó sus fachadas y, entre otras, perdió para siempre l retablos del siglo XVIII
SAN JUAN TIENE NOVIA. Sea como fuere, la cuestión es que hace 125 años, en 1895, se bendice el nuevo templo y parece así darse por cumplido el sueño de Gerónimo. Probablemente ya estaba convencido de ser meritorio de las glorias del cielo. Falleció en 1911. Pero quizá en sus últimas horas de vida sacase las fuerzas suficientes como para convencer a su hermano Fernando —lo eran tan sólo por parte de padre— de la necesidad de colocar a Santa Eulalia de Goienuri (otro barrio de Laudio) en el hueco que quedaba vacío en el nuevo retablo; así podría explicarse la extravagancia cometida por aquel forzudo Fernando al robar la imagen en una noche de luna llena cuando contaba con… ¡¡casi sesenta años!! Se dice que aquella rocambolesca acción se llevó a cabo en torno a 1920. Desde entonces, durante todo este siglo, se dice que San Juan tiene pareja. Así lo recogió el compositor local Ruperto Urkijo Maruri (1875-1970), en una de sus canciones populares: «Bárbaros larrasabaleros [en referencia al barrio de Larrazabal en donde se encuentra San Juan Astobitzako] / que habéis querido casar / Santaloriaga[denominación popular local de Santa Eulalia] gloriosa / con el patriarca San Juan».
Si es que precisamente amor es lo que nunca ha faltado en ese dichoso lugar… que se lo pregunten a San Juan y Santa Eulalia…
EUSKALDUN BERRIA da euskara nagusitan ikasi duena. Bitxia da baina, gainerako
hizkuntzetan ez bezala, euskaran, berebiziko garrantzia aitortzen zitzaion garai
batez «euskaldun berri» / «euskaldun zahar» bereizketa
horri. Neurri handi batean eta egungo perspektibarekin, klasista samarra zela
uste dut, euskaldun ortodoxiaren idealizaziotik, guk euskaldun berriok ez
genuelako inoiz ere lortuko «hitz-jario zerutiar» hura. Eta hala
jakinarazi zigun behin irakasle batek euskal filologia ikasketetako eskola
batean, gure biziarteko zigorraz ohartarazteko.
Baina, aldi berean, harritu egiten ginen ikustean Euskal Filologiako ikasgai
baten batean aukera eskaintzen zitzaiela euskaldun zahar idealizatu haiei azterketak
gaztelaniaz erantzuteko, eurekin errukituta, agian ez zirelako behar bezala
egiteko gauza izango.
Orduantxe deskubritu nuen erabiltzea zela euskarak merezi zuen borroka
bakarra eta ez bestelakorik.
Atzean geratu dira idealizazio haiek eta orain ontzi berean goaz hain heterogeneoa den euskal hiztunon komunitate modernoko kide guztiok. Eta inork gutxik erabiliko du zaharkiturik geratu zaigun «euskaldun berri» esapide hura. Baina gauza batean ez dugu aldatu: erabiltzea eta ez galoietan erakustea dela euskarak eskatzen digun adiskidetasun mota bakarra.
Era un enclave tan desamparado que lo denominaron Ermu en euskera y Yermo en castellano. Es decir, ‘deshabitado’. Porque aquellas altas laderas que se descuelgan del monte Kamaraka han sido desde siempre un lugar idóneo para la soledad.
Choca por ello que allí se encuentre tan impactante conjunto monumental, compuesto por un santuario de origen medieval dedicado a Santa María y unas posteriores ermitas de Santa Lucía —que es como popularmente se conoce el lugar— y otra conocida como «de San Antonio» aunque su advocación principal sea la de Santa Apolonia. Es de esta tercera edificación y las motivaciones de su existencia de las que queremos hablar. Tanto desde la información fehaciente como, a falta de más datos, desde la mera especulación.
Ermita humilladero de San Antonio (Santa Apolonia), junto a un cruce de caminos, a los que daba servicio espiritual
HUMILLADERO Y NO ERMITA. En realidad el templete de Santa Apolonia / San Antonio no es una ermita sino un híbrido entre ermita limosnera y humilladero, denominadas santutxu en euskera, por su función secundaria. Son edificaciones religiosas, muy características del barroco vasco —siglos XVII-XVIII— y, simplificándolo, su función es la de dar un servicio espiritual de «24 horas / 365 días» al transeúnte, sin necesidad de estar atendida por nadie. Por ello están abiertas, para permitir el ocasional rezo devocional, pero a su vez protegidas por característicos enrejados o balaustradas. Solían ubicarse en las entradas a las poblaciones importantes o, como es nuestro caso, previos al acceso a un gran santuario.
Allí el romero y peregrino se humillaba —de ahí su nombre humilladero— y pedía perdón por sus pecados, para entrar en el mayor grado de pureza posible al santuario mayor o principal. Ayudaba asimismo en la limpieza del alma el depositar alguna limosna, otra de las características de estos edificios.
En la práctica, el contar con humilladeros en los caminos o calzadas que accedían a los santuarios, daban a estos últimos mayor distinción, relevancia y categoría. Y también ingresos económicos, no lo olvidemos: el insert coin de toda la vida…
Por eso, todo santuario que tuviese alguna pretensión, debía contar con un humilladero. En el caso del de Laudio, se elige el cruce de caminos que, provenientes de Bilbao o de Laudio, acceden al templo principal de Santa María, 300 metros más adelante.
Humilladero de San Antonio del Yermo (Laudio), con sus llamativos muros de cuidada sillería. En la parte inferior del arranque del muro, junto al suelo, se muestra la supuesta pisada mariana en un rebaje en la pared.
LA MOLESTA CREENCIA DE LA PISADA. El barroco fue, como sabemos, un período en el que el exceso en la recarga de adornos presidía todos los ámbitos de la vida. También el de las creencias populares, rebuscadas en sus puestas en escena.
Así, existía en un lugar del Santuario de Santa María una peña con una oquedad en la que el vulgo pretendía ver una pisada de la mismísima Virgen María. Y, como en otros muchos lugares de nuestro país sucede (J. M. Barandiaran 1924 y A. Erkoreka, 1995), en torno a ella se desarrollaron unos rituales y creencias que, paulatinamente, se alejaban de las atribuciones milagrosas del entorno basadas en la fe, para caer en la simple superstición.
Estaba aquella marca en la roca protegida por una reja que quizá daba más realce a aquel elemento que, desde los estamentos religiosos, no merecía aprobación. En cualquier caso, desviaba tanto la atención de los fieles, más pendientes de los milagros obrados por aquella piedra que de los de la Virgen, que el clero se vio desbordado. Por ello, en una visita obispal de 1723, con cierto enojo frente a lo que sus ojos presencian, se ordena tajantemente —adecuadas las citas documentales a la grafía actual— «que se cierre a cal y canto la reja de la pisada» por irreverente y ofensiva frente al credo cristiano. Relata cómo se le ha informado de que «hay abuso de venerar la pisada que llaman de Nuestra Señora, que se halla en una esquina de ella junto al suelo, por la parte de fuera, en que está puesta una rejita y a donde los hombres y mujeres suelen llevar agua en la boca y la echan allí, creyendo vana y supersticiosamente conseguir el remedio de sus enfermedades».
Por ello, «deseando su Ilustrísima desterrar tan intolerable error, mande se quite la dicha reja por el cura de dicha iglesia y se cierre el dicho sitio con piedra y cal y, así hecho, ninguna persona lo quite ni lleve agua so pena de excomunión».
Roca con la supuesta huella de la Virgen que se desplazó desde el santuario de Santa María al exterior de la ermita-humilladero, por considerarse indigna y ofensiva a la fe
Pero aquella orden jerárquica generaría más de una duda incluso en el clero local que no vería con tan malos ojos aquellas supercherías que, se quisiera o no, acercaban fieles y riquezas al templo. Así es que, hecha la ley, hecha la trampa. Y se decide extraer aquella peña con la oquedad que se interpreta con una huella mariana, y alejarla del templo principal para incrustarla en unas condiciones similares, en el nuevo templo de San Antonio que se habría de edificar como humilladero. Así, el nuevo edificio vería reforzada su acogida popular —no perdamos de vista los codiciados ingresos de las limosnas— y el santuario principal alejaría la indigna superstición pagana, a la vez que los fieles no se verían defraudados en sus arraigadas creencias populares.
LOS OTROS RITUALES DEL TEMPLO. Desde entonces y hasta nuestros recuerdos de infancia —no creo que haya nadie que lo practique en la actualidad— era costumbre llevar tres veces la boca llena de agua para depositarla en la huella de la Virgen en el humilladero de San Antonio. Con ello se prevenía el dolor de dientes, colmillos y muelas durante todo el año. El agua se tomaba en la fuente que mana del muro de la ermita de Santa Lucía o de una fuentecilla, más cercana, en la parte inferior de la carretera actual.
Bloque desgastado por el roce en el exterior del templo. Quizá por ser el primer elemento «santificado» que encontraban los romeros que subían desde Laudio
Del mismo modo, por impregnarse del halo de santidad que emanaba el lugar y con la intención de que la buena suerte les acompañase durante el año siguiente, muchos romeros tocaban con su mano uno de los bloques angulares de la edificación, en donde es apreciable su desgaste. Me gustaría pensar que sería un ritual practicado por los fieles provenientes de Laudio que, tras ascender las duras pendientes, accedían al primer punto físico del conjunto monumental, en donde depositaban sus creencias y esperanzas. Este rito de frotar la primera piedra no es practicado en la actualidad y su recuerdo se limita a los vecinos más mayores del lugar.
También la huella de la Virgen ha sido usada para introducir en ella el pie descalzo. Así se pedía novio o novia, sin duda una réplica de las atribuciones milagrosas de los dos San Antonios de Urkiola y que flanquean en el santutxu o humilladero a la titular, Santa Apolonia.
Así, el templo con diferencia más humilde de la «trilogía» monumental del lugar es el que se convierte en el principal referente milagrero, en donde la población vuelca su necesidad innata de dar rienda suelta a las rebuscadas supersticiones populares que le parecen más efectivas, tangibles y cercanas que la fe cristiana propiamente dicha.
El templecillo se construyó por tanto en el XVIII, con seguridad
aprovechando la bondad económica del momento y las obras de ampliaciones y
renovaciones en el santuario principal, y de reparación de su torre-campanario.
Su construcción está realizada en sillería de gran calidad, algo que llama la
atención, por no ser habitual como técnica constructiva en este tipo de templos
que se consideran secundarios. También las tallas de Santa Apolonia y de San
Antonio Abad y San Antonio de Padua son del momento, del XVIII, quizá coetáneas
del encargo la elaboración de nuevos retablos para el santuario.
El arraigo del culto al templete debió ser grande, ya que incluso se crea una pujante cofradía en su honor que, junto a la que honra a San Roque en el fondo del valle hacen las delicias de los fieles. Incluso el vino que ha de suministrar el ayuntamiento cuenta con exenciones fiscales en el día de su honrosa romería, a la que acudían obligadamente las autoridades. De ese modo, tanto el alma como el cuerpo encontraban la gloria allí arriba cada 13 de junio.
Una posible ubicación para la pisada mariana original, en la base del pórtico, de diferente y menos cuidadosa etapa constructiva en un lugar en el que se observan diversas oquedad similares en la roca madre. Aunque no deja de ser una mera especulación personal, sin nada que lo sustente al margen de la intuición, sí sabemos que justo cuando se manda arrancar y deportar la pisada (1723), el cantero de Llanteno Juan de Aguirre realizó, entre otras obras, un estribo nuevo en la iglesia principal del santuario.
¿POR QUÉ SANTA APOLONIA Y LOS SANTOS ANTONIOS? Es fácil relacionar el rito del agua con el dolor de muelas, de la que es patrona y protectora Santa Apolonia, si bien el documento de 1723 se habla de un «remedio de sus enfermedades» en general y no con esa concreción. Pero es más que probable que, entre tantas enfermedades, también sanase las de los dolores de muelas. Y esa fue la chispa que debió iluminar a quien pensaba en crear un humilladero allí, la jugada maestra que solucionaba varios problemas a la vez. Ahora, sin soporte documental alguno, vayamos al campo de la hipótesis, al de la mera especulación.
En las épocas en que se edifica nuestro humilladero, San Antonio de Urkiola era el santuario por excelencia, el más venerado y el que sin duda más eco y renombre gozaba en nuestro orbe. Casualmente, en la antigua calzada —hoy perdida en el bosque— comercial entre Álava y Bizkaia, entre Castilla y el mar que venía desde Otxandio, encontramos un relativamente desconocido templo previo a acceder al gran santuario, unos centenares de metros antes, para dar auxilio espiritual a los peregrinos que accedían por aquella transitada ruta.
Sabemos gracias a una inscripción que aquella ermita está edificada en 1515, seguramente para solapar con cristiandad unos rituales paganos de culto al agua milagrosa que allí, desde las entrañas de la ermita, brota. Era la Señora de los Remedios a donde acudía la gente a sanar sus dolencias, como reza su rótulo interior, y especialmente las de las muelas. Para ello, se introducía agua en la boca y se daba tres o «varias» vueltas a la ermita, arrojándola en su interior, invocando a Santa Apolonia, que preside el humilladero como titular posterior. Era un templo secundario que, como decimos, formaba parte del conjunto del santuario de Urkiola y que permitía a los romeros acceder a él con un mayor grado de limpieza espiritual, gracias a este templecillo.
Peregrinos en Santa Apolonia de Urkiola, probablemente camino al santuario principal, en torno a 1900. Allí, aparte de orar, se practicaban rituales con el agua milagrosa que brotaba en la ermita
LA JUGADA PERFECTA. La similitud con los rituales del santuario del Yermo y que el clero quería erradicar, verían en este caso de Urkiola la inspiración para la solución perfecta: crear un templo secundario apartado del templo principal, junto al camino y abierto a modo de humilladero y desplazar allí el ritual del agua milagrosa, replicando el caso de Urkiola, a través de Santa Apolonia, mártir a la que según la hagiografía cristiana se arrancaron dientes y muelas en las torturas de su martirio. Su simple alusión despejaría cualquier duda en Laudio.
Ermita de Sta Apolonia en Urkiola con su inscripción de Ntra. Sra. de los Remedios 1515. A partir de ahí caminaban descalzos como penitencia algunos peregrinos que iban al santuario. No sería de extrañar que algo similar se hubiera practicado en el templo homónimo de Laudio
Asimismo, se añadirían al templo del Yermo los dos santos Antonios —Abad y de Padua— venerados con gran devoción en Urkiola, para dejarnos a las claras de dónde procedía aquella Santa Apolonia, nueva vecina de Laudio. Además, con el gran renombre y fama de aquellos santos vizcaínos, la acogida popular estaba asegurada y el éxito en lo espiritual y económico —limosnas y donaciones— garantizado. Es decir, para solventar el problema de la superstición del agua milagrosa del Yermo, se implanta una «sucursal» del santuario de Urkiola en Laudio.
Por si era poco, para dar más verosimilitud a aquella propuesta, se hace creer por medio de una leyenda creada ex novo que aquella oquedad en la roca que tanto desasosiego había generado a las autoridades eclesiásticas correspondían a la pisada de San Antonio de Padua que, camino a Urkiola, había pasado por el lugar: «la tradicion asegura que san Antonio de Pádua visitó aquella montaña y puso su pié en aquella piedra» (Antonio Trueba, 1867). Quedaba así unido este humilladero (y huella) con Urkiola en la mentalidad popular. Hoy en día nadie recuerda haber escuchado la atribución de la marca en la piedra al periplo de San Antonio hacia Urkiola. Por ello podríamos pensar que la leyenda se crearía intencionadamente por vía culta (¿el mismo clero?) para desvincular del santuario la superstición en torno a la curiosa piedra.
Como cabía esperar, la reputación tan grande con la que contaba el
santuario de San Antonio en todo el orbe occidental vasco haría que, casi
inmediatamente, se conociese el templete como «ermita de San Antonio»
y no de la Santa Apolonia titular. También, al igual que en Urkiola, se replicaría
el «error» de que el santuario advocado en realidad a dos San
Antonios se conociese como un único «San Antonio», que su romería se
celebrase el 13 de junio y que en supuesta la pisada de la Virgen se pidiese
pareja casadera durante generaciones: una moda importada, sin duda.
Todos… excepto nuestra sacrosanta cuadrilla de amigos que, cuando acudíamos allí, introducíamos el pie para rogar a los santos para que no nos diesen novia, que nos protegiesen de ellas y sus naturales tentaciones, para que ninguna lianta rompiese aquel mágico vínculo entre amigos. A la vista de los resultados, no hizo efecto alguno y todos y cada uno de nosotros nos enamoramos de ellas en infinidad de ocasiones. Incluso fue en aquel mágico lugar en donde intimé por primera vez con el primero de aquellos amores: no se me ocurrió un lugar más altivo y romántico para abrazarme a ella y mirar juntos a la luna… ¡Qué regalo! Benditos sean san Antonio y la ineficacia de la huella mariana en la roca.
San Antonio Abad, Santa Apolonia (que hasta hace poco mostraba un diente real en su mano) y San Antonio Abad en el humilladero de Laudio. Se encuentran protegidos con sendas hornacinas de vidrio laminado antivandálico desde que sufrieron un irracional ataque.
San Antonio Abad (Laudio), con su característico cerdo
Santa Apolonia (Laudio), la titular del templecillo
San Antonio de Padua (Laudio)
La clasificación de ese tipo de templos de ruta como ermitas limosneras se debe a la función recaudatoria con la que también son planteadas
Ermita de los Remedios o Santa Apolonia en Urkiola
Interior de Santa Apolonia de Urkiola dejando patente su función sanadora: «Geisoen osasuna » (gaixoen osasuna) ‘la salud de los enfermos’
Santa Apolonia de Urkiola presidiendo el altar sin retablo de la humilde ermita
Indicador del camino entre el santuario de Urkiola y la desconocida ermita de Santa Apolonia, en la antigua calzada que llevaba a Otxandio, hoy invadida por el bosque.
Fuente de agua milagrosa que brota bajo la ermita de Santa Apolonia en Urkiola
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