Dentro de la maraña de costumbres tradicionales que se practicaban en el hogar vasco, hay una superstición relacionada a algo tan humilde y cotidiano como es el barrer la cocina. Y llama la atención por ser capaz de atribuirle una función simbólica protectora.
Barrer la cocina, sí, pero no en cualquier momento sino justo antes de acostarse: es ahí cuando la magia del acto adquiría su máximo poder.
Desdichadamente, no creo que exista nadie hoy en día que conozca o practique esa costumbre protectora. Pero sí es común entre la gente mayor —sin ir más lejos mis padre y madre— el recuerdo del acto diario de barrer la cocina como última labor antes de acostarse, quizá como vestigio de aquel curioso ritual.
Es R. Mª Azkue (1864-1951) quien una vez más nos aporta en Euskalerriaren Yakintza sus referencias, que juegan con la ventaja de haber sido escuchadas hace prácticamente un siglo. Pero, incluso así, ya para aquel entonces le contestaban en Arratia que «Nuestros antepasados nos enseñaron a barrer la cocina al ir a la cama. No sé para qué era». No se sabía el porqué.
Más suerte tuvo en su Lekeitio natal en donde le aseguraban los más mayores que «A la noche, al acostarse, si se deja bien barrida la cocina, bailan después en ella los ángeles; en caso contrario, las brujas».
No sabemos qué extrañas creencias —o simples miedos— subyacen bajo esas referencias. O si se debe, sin más, para algo tan pragmático como el evitar la presencia de los roedores. Pero gracias al dicho investigador sabemos que pronto se recurrió a la religiosidad para enmascarar aquellas más supersticiones populares: «La noche del sábado, la Madre Virgen suele venir a la cocina a dar un vistazo» recogió en Barkoxe (Zuberoa).
Pero, a su vez, nuestra intrincada geografía ha posibilitado otras variantes de esas creencias, incluso discordantes entre sí. Por eso hay quien afirma que no puede barrerse la cocina al anochecer, pues eliminaríamos también la buena suerte que, invisible, impregna el hogar. O, de barrerse, dejar apilado lo recogido, sin tirarlo, hasta la mañana siguiente. Pero quedémonos con la primera de las versiones, la de barrer.
Porque cierto es que la escoba se usaba como símbolo de la purificación ya desde la Romanización, bien como tal, —scopa, escoba— bien con ramilletes de ramas de diversas plantas o arbustos, utilizadas para la limpieza ritual doméstica. Por ejemplo, en caso de un funeral. También en el ámbito público, como parte de la pureza ceremonial (La escoba y el barrido ritual en la religión romana, de Santiago Montero Herrero, 2017).
En realidad no sabemos si tiene que ver con aquello tan lejano o no. Así es que, una vez más, nos asomamos al vacío del tiempo, al del desconocimiento de lo que fuimos. Por eso reflotamos hasta aquí la vieja costumbre, para insuflarle vida de nuevo, con la esperanza que que alguien algún día consiga aportar un rayo de luz.
ZEA MAYS Zea mays euskal musika talde arrakastatsua izateaz gain, arto-landarearen izen zientifikoa ere bada. Europako botanikariek inportazio berriari eman zioten izena da.
Zea mays es, además de un exitoso grupo musical vasco, el nombre científico de la planta del maíz. Fue el nombre que los botánicos europeos atribuyeron a la nueva importación.
MAÍZ Bere osagai nagusia mahistahinotik dator, Antilletan (Kuba, Haiti, Dominikar Errepublika, Puerto Rico…) hitz egiten zen antzinako hizkuntza bat, nahiz eta badakigun, halaber, europar konkistatzaileak Andeetako eskualdeetara iritsi zirenean, biztanleek landare horri mama zara deitzen ziotela.
Su componente principal procede del taíno mahís, una antigua lengua hablada en las Antillas (Cuba, Haití, República Dominicana, Puerto Rico…) aunque también sabemos que cuando arribaron los conquistadores europeos a las regiones andinas, los habitantes llamaban a aquella planta mama zara.
MAMA ZARA Mama Zara, zerealen jainkosa edo «ama» zen, eta, nagusiki, artoari egiten zion erreferentzia. Artaburu-hostoekin egindako panpina batzuekin irudikatzen zuten, eta haiekin batera amak eta alabak dantzatzen zuten jainkosaren omenez. Batez ere, ereindakoek forma deigarriak hartzen zituztenean edo landareak era desberdinean sortzen zirenean dantzatzen zuten, jainkosa maitagarria hortik ari zela uste baitzuten.
Mama Zara era la diosa o «madre» de los cereales y, por antonomasia, la del omnipresente maíz. La representaban con unas muñecas elaboradas con las hojas de las mazorcas y con ellas bailaban madres e hijas. Solían hacerlo especialmente cuando los sembrados adquirían formas curiosas o brotaban las plantas de forma desigual, porque pensaban entonces que andaba de visita por allí la amable diosa.
ZEA Europarrok eman genuen izen zientifikoaren beste zatia, zea, grezierazko «zeo» hitzetik datorkigu, eta bere esanahia bizitzea da. Artoa, beraz, bizitzaren landarea da, gure historian ondo erakutsi duen bezala.
La otra parte del nombre científico que dimos los europeos, zea, proviene del griego zeo y su significado es el de vivir. El maíz es, por tanto, la planta de la vida, como así nos lo ha demostrado en nuestra historia.
ARTO Euskaraz, arto esaten diogu, jatorrian artatxikia izendatzeko erabiltzen zenari, gaztelaniaz mijo. Baina, Zea mays-a Euskal Herrian sartu zenetik, nola deitu ez genekiela, «Arto handi» hasi ginen erabiltzen eta «arto txiki«, artatxiki (mijo) zerealerako.
Baina hainbestekoa izan zenez Ameriketako graminea berriaren arrakasta, betiko hartu zuen beretzat arto izena eta artatxiki, lehenagotik zegoen landarearen laborantza testimonial baterako utzita.
En euskera la denominamos arto que, en origen, se usaba para designar al mijo«. Pero, desde que irrumpió en Euskal Herria el zea mays, al no saber cómo denominarla, se empezó a usar arto handi para el maíz y arto txiki para el mijo. Pero fue tal el éxito de la nueva gramínea americana que se apoderó para siempre del nombre arto, dejando para un testimonial cultivo del mijo en nombre de artatxiki (‘arto txiki‘).
En euskera la denominamos arto que, en origen, se usaba para designar al mijo«. Pero, desde que irrumpió en Euskal Herria el Zea mays, al no saber cómo denominarla, se empezó a usar arto handi para el maíz y arto txiki para el mijo.
BORONA Antzeko zerbait gertatu zitzaigun borona hitzarekin, zelta jatorrikoa, eta «artatxikia» izendatzeko erabiltzen zena. Arto amerikarra ekarrita, artoa eta artatxikia izendatzeko balio izan zuen eta, azkenean, zea mays-a izendatzeko geratu zitzaigun. Borona da nire inguruan artoa izendatzeko gaztelaniaz erabili ohi dugun hitza.
Algo similar sucedió con la palabra borona, de origen céltico, y que se usaba para denominar el mijo. Con la traída del maíz americano, sirvió para denominar el mijo y el maíz y, al final, se quedó como maíz. Borona es la palabra que en mi entorno hemos usado habitualmente para denominar el maíz en castellano.
Con el nombre de txarriboda denominamos en nuestro entorno —y en amplias zonas del país— a la matanza del cerdo. Evidentemente, está compuesto del término txarri ‘cerdo doméstico’ más boda que, aparte de la unión matrimonial significa, también en castellano, ‘gozo, alegría, fiesta’. Y éste es el significado que nos interesa para nuestro caso. Porque, como bien lo sabe la gente que lo ha vivido, la matanza del cerdo tiene conferidos unos rituales y liturgias especiales que no se dan con el sacrificio de otros animales domésticos: pollos, conejos, vacas, ovejas… El cerdo es diferente.
No olvidemos que al cerdo se le confieren en muchas ocasiones cualidades casi humanas. Sin ir más lejos, recogí en su día en Laudio o en Okondo creencias de que los cerdos se ponían de pie sobre sus patas traseras, desafiantes, poniendo patente la presencia de una bruja por la casa. No es exclusivo de nuestra zona y sí conocido en otros pueblos de Vasconia.
Y es ahí, casualmente, entre Laudio —pertenece a este municipio— y Okondo, en donde se encuentra el enclave y caserío de Okeluri. Allí he vivido este fin de semana una txarriboda, invitado por una gran familia, tanto en lo numeroso de sus miembros y en su categoría humana y nobleza, los Barbara-Urkijo. Con la matanza de dos de sus cerdos, además de pasar unos extraordinarios momentos, he rememorados vivencias que gocé hasta los años de juventud en casa, trescientos metros más abajo del bello Okeluri.
El cerdo. El cerdo ha sido un animal con un tratamiento especial dentro del caserío, siendo el más mimado en el establo —aquí llamamos txarrikorta o cortín a la pocilga—, el que gozaba de las sobras de comida —hondakines— de los humanos y el que, como todo baserritarra sabe porque algún médico se lo ha contado, el animal más parecido en su anatomía y órganos al ser humano. El cerdo es lo que se come, como ofrenda al bosque, en los kanporamartxo (basaratatuste) del domingo anterior a carnaval.
Quizá por todo ello, la muerte del cerdo se conciba como un sacrificio. Porque el cerdo no solo se mata sino que se sacrifica, verbo éste que curiosamente proviene del latín con un significado de sacrum facere ‘hacerlo sagrado’. Esa es la connotación de lo que es una txarriboda, lo que supone, lo que provoca un reagrupamiento familiar de tal importancia que podría comparase al de la Navidad.
También el euskera usa para su sacrificio el verbo hil, reservado tan solo a los humanos y a las abejas —de carácter cuasi-divino en nuestra cultura— y a los animales que han de entregar su vida por los humanos, en especial el cerdo. Porque es de tal fuerza dicho verbo, de tan gran contenido semántico, que ni siquiera debe citarse «en vano» con otro tipo de animales, usando en aquellos casos eufemismos como tragatu, akabatu… pero jamás hil.
Sabemos también de otros pueblos que, cuando el animal estaba
colgado y abierto en canal, se introducían dentro de él a los bebés, para que
les confiriese salud y buena suerte, por considerar que el cerdo tenía un
carácter sobrenatural que se lo iba a transmitir.
Por otra parte, no hay más que consultar en la Biblia para comprobar que el cristianismo —junto a las religiones judaica y musulmana— repudian el cerdo por ser un animal «notoriamente especial». Sin embargo, en las culturas nórdicas y europeas del «mundo bárbaro» y que se daba por incivilizado, el cerdo era un animal totémico, casi sagrado, admirado y usado por ello en los sacrificios como símbolo de aquellas creencias. Y debieron ser de tal arraigo que el cristianismo hubo de ceder y adaptarse a aquel animal que tanta reputación gozaba. Se llega a convertir incluso, en el animal compartido por toda la comunidad, como sucede con el cerdo amparado bajo la imagen de San Antón.
La matanza. La liturgia de la matanza comienza siempre temprano, justo al amanecer. Dicen que por ganar tiempo y por aprovechar el fresco aunque opino que es porque la tensión que reina en el ambiente impide dormir más.
Antaño se miraba que fuese en luna creciente porque, se creía, aumentaba así el tamaño de la carne al guisarla. Aunque… en otros pueblos recogemos que hay que hacerlo en menguante para que no se malogren los productos de la matanza. Hoy en día, sin tener en cuenta ninguna fase lunar, suele hacerse directamente en fin de semana, para conciliarlo con los horarios laborables de los participantes. Por eso tampoco se recuerda casi que antiguamente se escusaba a los pequeños de ir a la escuela en el día de matanza. Porque era un día especial…
Todo comienza sacando al animal de la txarrikorta. Entonces se acerca a él con tiento y suavemente el matarife, en nuestro caso el mismo propietario de los cerdos. En el momento oportuno se le mete un gancho afilado en forma de S por la papada, de tal forma que lo deje atrapado por la mandíbula. La otra curva del gancho se pasará de inmediato por el muslo de matarife para tensionarlo en todo momento, para impedir que escape el animal a la vez que deja libres las manos para poder coger enseguida el cuchillo. A su vez, tal y como se ha acordado de antemano, otros hombres —es labor masculina— sujetan cada uno una pata, subiéndolo sobre una mesa de poca altura, especial para la matanza. Con las patas hacia arriba y bien sujeto, el matarife secciona con un corte certero la aorta del animal porque, de no hacerlo bien, no se desangraría como corresponde y la carne no quedaría tan blanca y de tanta calidad.
Todo ello trascurre en un ambiente tenso, vertiginoso, en el que los estridentes chillidos y pataleos desesperados del desdichado animal conmocionan el ambiente. El resto de los animales, como las personas que lo observan, se sumergen en un tenso silencio que nadie se atreve a romper.
Justo en el momento de clavarse el cuchillo, la mujer —se considera labor femenina— que está en cuclillas frente al animal se santiguaba antiguamente, buscando la intercesión divina para que todo fuese bien. Hoy no, claro está.
Debe estar lista y atenta para girar en una sola dirección lo recogido del chorro de sangre que brota del cuello del animal, que la salpica y pringa, porque de otra forma se coagularía. Hasta hace bien poco —lo he vivido personalmente— ninguna mujer que estuviese con la menstruación podía hacer esa labor ni siquiera tener contacto con la carne porque, como si de una maldición se tratase, se echaría todo a perder.
Muerto ya el cerdo, se saca de la cuadra para ser pesado. Existe cierta expectación, pues deja en evidencia quién ha tenido más atino y conocimiento a la hora de hacer el cálculo del peso. No olvidemos que, en ferias como la de San Blas de Laudio en la que se rifa un cerdo, se hace apuestas sobre el peso del animal.
Entonces llega el momento del refrigerio, que pone fin a esta primera parte de la matanza, la más peligrosa y tensa. Se ofrecen algunas galletas y algún vino quinado reconstituyente, usado antes en la revitalización de enfermos y convalecientes. Se ofrece al matarife —el personaje principal de la matanza— y los hombres que han sujetado al animal. Recuerdo yo, en mi caso, cómo teníamos permiso para beberlo, algo que en otro momento sería impensable, por la edad.
A continuación, el cerdo ha de ser quemado. Antes lo hacíamos con helechos que se guardaban previamente. Pero ahora suele hacerse con una candileja de gas unida a una bombona, por ser más cómodo y limpio.
Una vez chamuscado y ayudados con el oportuno chorro de agua, se raspa con la hoja de un dallo —especie de guadaña aunque más corta— y luego se cepilla hasta dejarlo limpio. El raspado lo hacíamos nosotros con cuchillos o con trozos de teja. No sería de extrañar que el uso de la teja encerrase además algún simbolismo especial, como elemento identificador del hogar.
Con la ayuda del gancho con el que comenzó el sacrificio, se
arrancan los cascos de las pezuñas y se abre en canal el animal para extraer
las vísceras. Inmediatamente después es colgado por medio de unas poleas y,
cabeza abajo y abierto, se deja para que refresque la carne.
En la matanza que he vivido en Okeluri, tienen elaborados unos ganchos de tal forma que el cerdo queda bien abierto. Recuerdo cómo nosotros sujetábamos con unos palos las dos mitades del cerdo que, de por sí, tienden a cerrarse.
Es éste el momento del almuerzo, mientras la carne se refresca. Una buena comida en nuestro caso y que precede al despiece del animal. Las mujeres solían ir en este intervalo a un regato o fuente cercanos para limpiar en sus heladas aguas los intestinos del animal que a la tarde se rellenan y baskotxan —cuecen— para convertirse en morcillas. Hoy en día, por comodidad y por evitar aquella dura labor, los intestinos se compran limpios.
Todo lo demás del proceso de la matanza consiste en el despiece y manipulación
de las piezas de carne, muchas llevadas a cabo al día siguiente.
En nuestro caso, el trabajo se ha multiplicado ya que se han
sacrificado dos cerdos. Curiosamente, ello era antiguamente una muestra de poderío
y opulencia del caserío, para hacer saber al resto de vecinos que allí no se
pasaba hambre. Matar dos cerdos en el mismo día era algo ansiado, un reto, para
muchos de nuestros antiguos baserritarras.
La liturgia de la matanza. Al margen del proceso descrito, la txarriboda o matanza encierra otras muchas más sensaciones, únicas y especiales, que son difíciles de recoger y transmitir por escrito. Como hemos adelantado, la matanza del cerdo suponía y supone una gran fiesta para la familia que lo celebra. También para los vecinos que eran convocados para echar una mano. Vecinos a los que, inexcusablemente y al margen de que hubiesen participado o no, había que llevar una morcilla de regalo al final de la tarde como me ha tocado hacer tantas veces.
Era un acontecimiento que, al amanecer de cada sábado o domingo,
descubríamos que se celebraba aquí o allí por los agudos gritos de los cerdos que
se estaban sacrificando. Y, nuestros o del vecino o de alguien lejano, se
recibían como algo gozoso, fuente de alegría, sabiendo que allí había llegado
la alegría.
Por eso, a pesar de que sigue impresionándome el momento del sacrificio en sí, de que me hielen el corazón los alaridos tan cercanos a lo humano de ese desdichado animal, he gozado estos días con gran intensidad la fiesta de la txarriboda, la «boda del cerdo» vivida ayer y hoy en Okeluri. Más aún rodeado de una gente tan entrañable y bondadosa como los que allí habitan, gente que no sé a ciencia cierta por qué, significan tanto para mí. Algo mágico ha pasado con el sacrificio, porque me han hecho inmensamente feliz… Eskerrik asko, familia.
Piezas de tocino curándose en el camarote del caserío
Los chorizos permanecerán colgados en torno a dos semanas (puede ser menos o más en función de la humedad, temperatura, etc.). Para ayudar al secado, se suele encender un fuego con leña que aporta además a los chorizos el sabor característicos
Entrañable estampa de Feli y Estíbaliz mientras atienden los chorizos. Madre e hija, uña y carne, en plena sintonía para garantizar la transmisión intergeneracional de todos los conocimientos propios del caserío
Cerdos abiertos en canal junto al único personaje ajeno a la familia. Gracias por acogerme en vuestra fiesta y hogar con tanto cariño y cercanía
Ez naiz baserritarra, nire gurasoak izan ziren bezala…
Halarik ere, haiengandik jaso dut mundua interpretatzeko duten modu berezia. Euren testigantzak ez dira, gainera, ozeano batean galduta dauden uharteak, iraganeko euskal kulturaren kontinenteko lur atal batzuk baizik. Ikus ditzagun, bada, gurasoei entzunak dizkiedan animaliekiko sinesmenak.
Duela gutxi arte, oso arruntak izan dira gure artean, animaliei lotutako herri-iritziak, belaunaldiz belaunaldi eta susmopean jarri barik transmititu direnak.
Beste garai batzuetan dogma ukiezinak baziren ere, sistema produktiboen aldaketekin eta naturatik urruntzearekin, gure begirada ezinduen aurrean ari dira desagertzen. Gaur egun, baserri-eremuan hazi ziren pertsona nagusiengana daude mugatuta horrelako ohiturak. Belaunaldi horri dagokionez, bera izango da sinesmen horiek ezagutu eta ondo barneratuak izango dituen azken belaunaldia. Nik ezagutuko ditut, bai, baina hilik. Ez, nire gurasoek bezala, barrunbean gordeak, babestuak, azken ordua noiz helduko zain.
Oraindik ez gara gauza susmatzeko norainoko irismena eta sakontasuna duen desagertzen ari den ondare horrek. Baina, ziurrenik, oso aspalditik datozkigun forma fosilduak dira eta harremana izango dute superstizioekin, edo, zergatik ez, gure eremu geografikoko kristautasunaren aurreko erlijioekin. Hel diezaiogun ba…
TXEPETXAK. Gaur egun ere, pertsona batzuentzat ez dago ezer asaldagarriagorik epetx batekin topo egitea baino, edo berau etxe inguruan ikustea baino: zorte txarra eta zorigaitza saihestezinak izango dira hortik aurrera. Epetxa deitzen diote laudioarrek (Laudiokoak dira nire guraso biak) gure hegaztietan txikiena denari, hau da, euskara batuko txepetxa (gaztelaniaz, chochín). Hura ikusten duen baserritarrak ez du zalantzarik izango: hil edo habiak suntsituko dizkio.
TXANTXANGORRIAK. Kontrako puntuan matxinederra dago, txindorragure zonaldean, txantxangorria batueraz. Matxin, Martin, euskaraz gure burdinoletan lan egiten zuten ofizialei deitzeko erabiltzen zen goitizen orokorra da.
Ziurrenik, izen hori jarri zioten bere kantuak burdina gori-goriaren gainean emandako mailu kolpeen erritmoarekin duen antzekotasun handiagatik, txantxangorri ere txan-txan-txan onomatopeiaren erresonantziarekin lotu den bezala. Matxin edo matxintxu zorte onaren eramailea zen, etxerako zantzu onena. Den-dena gutxi izaten zen hura gertu edukitzen saiatzeko.
Horren tratu ezberdinari gutxieneko logikarekin heltzeko, gure nagusiek behin eta berriz azaltzen duten bitxikeria batera jotzen da: Jesukristo hiltzear zegoela, epetx batek gurutzearen gainean egin zuen gorotza. Irainarekin eskandalizatuta, azkar azaldu zen matxintxu bat mokoaz zikinkeria jasotzera. Edota papareko kolore gorria hartu zuela Jesusen odoletik, laguntzera joan zitzaionean. Handik aurrera, epetxa eta matxintxu guztien zortea markatuta geratu zen betiko. Nahiz eta ebanjelioetan jasotakoarekin ez duen inolako zerikusirik…
BEHIAK, MANDOAKeta ASTOAK. “Neurri bereko” justifikazioa osatu zen behiarekin. Kortako abere preziatua zen behia; izan ere, ia sakratua zen zama animaliekin alderatuta, horiek gutxietsi egiten baitziren. Diotenez, Jesus haurra Betleemeko portalean jaio berritan, mando berekoiak jaio berriaren lastoa jan zuen, eta apenas utzi zion sehaskarik haurrari. Idiak, bitartean, bidegabekeria hura bere hatsarekin berotuz konpentsatu zuen. Egun hartatik aurrera, mandoak kumerik izateko ahalmenik gabe geratu ziren. Eta, antzekotasunagatik, astoei ere egokitu zitzaien zorte hura: gobernatu orduko, kortako azkenak eta okerrena.
KURRILOAKeta ZIKOINAK. Hegaztien alorrera itzuliz, kurriloen multzo migratzaileak gure herrian helburu, jomuga edo zorte seinaletzat interpretatzen ziren. Barealdi meteorologikoa iragartzen zuten, edo, haien hegaldiaren norabideari begiratuz, ekaitza: “Kurriloak haitzerantz [Urduña ingurukoa: Gorobel / Sálvada] doazenean, hartu gurdia eta batu egurra”, eguraldiak okerrera egingo duela adierazten baitu; kontrara, “kurriloak itsasora badoaz, hartu goldea eta zoaz goldatzera”: «Cuando las grullas van a la peña [«Peña de Orduña»: Gorobel / Sálvada] coge el caro y vete a por leña; cuando las grullas van para el mar, coge el carro y ponte a arar«. Hegoalderantz edo iparralderantz. Horretan pixka bat gehiago sakonduz, gogoraraz dezagun euskaraz zori hitza (zoriontasuna, zortea, patua), txori hitzetik datorrela. Hau da, zoriona (zoriontasuna, zorte ona) edo zoritxarra (desgrazia, zorte txarra), hitzez hitz, txori on eta txarra direla. Oroit gaitezen, horrez gain, ontasunarekin zerikusia duten ezaugarriak dituztela kukuak eta zikoinak.
ELAIAK. Begirune handiz ere hartzen ziren elaiak (enarak) udaberrian zetozenean. Jaungoikoak edo santuek edo zeruek gizakioi bidalitako txoria zelako, erdi sakratua, oztopatu behar ez zena nahiz eta etxearen barruan habia egin. Hortik etorriko zaio agian, aldameneko Orozko herrian ematen zaien goitizena: elextxori, ‘eleiza-txoria’.
HONTZURIAK. Aitzitik, beldur latza sortzen zuen beste hegazti: hontzuria. Haren gaueko karrankari oihuek baten-baten heriotza goraipatzen baitzuen. Horrek txakurren baten uluekin bat egiten bazuen, huts egiterik gabeko seinalea zen: heriotza hor zegoen.
OILOAK. Etxeko abereetara itzulita beste behin ere, bitxia da oiloen kasua, idealtzat jotzen baitzen hamabost txita-arrautza errutea. Gehiago edo gutxiago izan zitezkeen, baina beti kopuru ideal hori bilatzen zen, txita multzoa arazorik gabe jaio eta biziko zelakoan.
KATUAK. Katuak, bestalde, bestelako tratua izan du baserrian, haren izaera libre eta basatiagatik. Haatik, horietako bat etxera ekartzean zaku baten barruan sartzen zen, eta suaren gainean hiru buelta ematen zitzaizkion, laratzuaren inguruan (laratza euskara batuan, llar gaztelaniaz). Erritu hori beteta, etxe berrira fidelki batua geratzen zen.
TXERRIAK. Etxeko txerriari edo txarriari buruzko usteak, berriz, haren hilketaz izaten dira beti, tokian tokiko jai errituala eta beste animaliekin izaten ez dena. Zeregin hori asteartez ez egiten saiatzen ziren batzuk, eta ostiralak saihesten zituzten beste batzuek, haragia galtzeko arriskuagatik. Arrazoi beragatik, ezin zen hilerokoa zuen emakumerik gertu egon. Era berean, ilbeheran egitea lehenesten zen beti, “haragiak urik gal ez zezan”.
OGIGAZTAIA. Animalia basatien eremuan, deigarria da erbinudeari (ogigaztaia) zitzaion ikara, zorte txarraren eramailea izateagatik bera ere. Kortetara erraztasun handiarekin sartzen zen, eta zenbatezinak diren ezbeharrak sortzen zituen. Baina hain zen piztia azkarra eta maltzurra, ezen eta ezin baitzitzaion zuzenean eraso, beranduago mendeku handiagoa hartuko baitzuen bordako abererik onena hilda edo haien errapeak urratuta. Horregatik, modu onean izutu beharra zegoen. Normalean goma errez izutzen zituzten —hau da, abarkak edo bestelako oinetako zaharrak erreta—; horren usaina hain da desatsegina, urrunarazi egiten baitzituen, gizakien intentzio txarra sumatu ere egin gabe, eta horrela saihesten zuten haren mendeku bihozgabea.
SUGEAK. Sugeek ere muturreko izua sortzen zuten. Arrazoi zientifiko gabe esaten da esnezaleak zirela. Kortan behin sartzen zela uste zuten, denak lo zeudenean —horregatik ez du inork ikusia—, eta animalien errapeetatik edaten zuten; bereziki, behienetatik. Horrela geratzen zen azaldua etxe-abereen edozein arazo, infekzio edo bestelako: beti sugeren bati leporatzen zitzaien. Gure herritik kanpo, lo zeuden emakumeen esnea xurrupatu duelako kasuak ere sinetsi izan dira. Ezin zen lo geratu mendian, sugeak ahotik sar zitezkeen eta. Zorigaiztoko kasu horietan alboz etzan behar zen, ahoa irekita, plater bete esneren aurrean. Hala, ezin eutsizko usainak liluratuta, sugea gorputzetik aterako zen azkenean.
Era berean, esaten dute kortetan zegoen sats multzoen epeletan babestu eta ugaltzeko ohitura zutela. Horrelakoetan ere, esnez betetako platerak jarriz botatzen zituzten etxeetatik.
LUPUA. Amaitzeko, lupua dugu, ezezagun handi hori. Arrabioa oso pozoitsutzat jotzen zen, nahiz eta benetan apenas duen pozoirik. Baina gure kultura lokalean, gaizkiaren idealizazioa eta sintesia zen, beti ihes egin behar zen horrena. Nire haurtzaroan, lupuaren beldurrak probokatutako ezbeharren istorioak entzun nituen, mugagabeak eta zabalduak. Denborarekin jakin izan dut guk generabilen lupo hitza mendebaldeko euskararen lupua dela, batuerako arrabioari esateko erabiltzen dena. Baina bitxia bada ere, lupu hitza harago doa eta madarikazioa, pozoia oro har eta eskorpioia bera ere irudikatzen zituen; Horregatik gure arbasoentzat txarraren idealizazioa zen, arriskua…
GU GEU. Ez dago askoz gehiagorik kontatzeko animaliei buruzko sinesmenez. Baina bai inori interesatzen ez zaizkion “atso-agureen kontakizun” hauei buruzko gogoeta bat. Gaur egungo Euskal Herrian, ez zaizkie jada umeei kontatzen lupuen historiak; ez da ahalegin txikiena ere egiten matxintxu deitzen jarraitzeko txantxangorri maiteari. Gure huts handia da. Gaizki ulertutako euskalduntasunaren izenean, gure eskolak eta jaiak betetzen ditugu arraro eta urrun zaizkigun hitz, ohitura eta pertsonaiekin. Era berean uko egiten diogu geurea denari, eta, horrela, hiltzera kondenatzen dugu, gure axolagabekeriaz, belaunaldiz belaunaldi laudioarrok metatu izan dugun ondare kulturala. Logika izpirik gabe, mendeetan zorigabeko epetx haiek sufritu zuten maldizio txarrarekin gertatu zenaren antzera. Jainkoak har ditzala bere glorian….
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