Marzas de Fresnedo: la piedra angular

En estos momentos se estará repitiendo un año más en Fresnedo —localidad rural del municipio de Soba, Cantabria— el ritual de las «marzas». La fiesta consiste en una cuadrilla de muchachos que desde la mañana hasta el anochecer, recorre los pueblos y aldeas del entorno cantando unas coplas y pidiendo ese donativo que luego usarán para hacer una merienda.

Es, en resumen, otro más de nuestros carnavales rurales. Pero en nuestro caso, sin ningún turista, en su más esencial expresión, con más pureza que adorno, más espontaneidad que diseño previo… Porque no lo necesitan.

Irrupción de los marceros, a la carrera, en el entorno de Casatablas

Allí estuve el año pasado, acompañándoles para interiorizar la fiesta y fotografiarla. Y desde aquel entonces, todo se zarandeó en mi interior porque creo que allí encontré la piedra angular necesaria para enlazar la interpretación de varias fiestas de invierno. De hecho, para eso fui hasta allí, guiándome por lo que había escuchado, a un ritual que, al margen de los que lo organizan o toman parte, poca información conseguiremos en internet o en el mismo ayuntamiento. De ahí su pureza, su estado virginal: mi cámara fue la única que les acompañó durante todo el recorrido de la tarde: magia en estado puro.

MARZAS. Las marzas, como recogemos de la wikipedia, son las «el nombre que reciben los cantos con los que se recibe al mes de marzo, conmemorando así la llegada de la primavera. Se cantan el último día de febrero o el primero de marzo en numerosas localidades ubicadas en la zona norte de España, como en Burgos León, Palencia y, especialmente, en Cantabria«. También, por proximidad, se dan en Bizkaia, en municipios como Karrantza o Lanestosa (pincha para ver vídeo) y, creo que en la actualidad desaparecidos, en Turtzios y Artzentales. Y nuestros estudios etnográficos los han pasado de puntillas porque quizá no encajaban con la idea preconcebida que teníamos de la cultura de nuestro país, cuando en realidad son una joya de valor patrimonial incalculable.

En la imagen superior, una marza, ataviados con palos decorados y madreñas. Foto: Wikipedia. Es indudable la semejanza con los coros de Santa ´Águeda en Bizkaia, como el que se muestra en la fotografía inferior. Revista Estampa, 1931.
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A pesar de lo aparentemente antiguo de esta celebración, su nombre no se documenta hasta 1910 (Diccionario Enciclopédico Hispano Americano) y ya en su definición nos da pistas de no ser tan estricto en las fechas como en la actualidad sino que se trata de un ritual de invierno, otra muestra más del carnaval rural. Dice así: «Copla que en la Nochebuena, en el Año Nuevo y en la misa de los Santos Reyes van cantando por las casas de las aldeas, por lo común en la corralada, unos cuantos mozos solteros«. También añade como segunda acepción que se conoce con el nombre de marza también al «obsequio de manteca, morcilla, etc. que se da en la casa a los marzantes para cantar o para rezar«.

De su amplitud de las fechas nos habla el Cancionero popular de la provincia de Santander (Córdoba y Oña, 1955) y que recoge también Antonio Montesino en su obra —imprescindible— Las marzas (1991): «los tiempos de celebración de esta modalidad de canto petitorio […] eran los meses de diciembre (Navidad y Nochebuena), enero (Año Nuevo y Reyes), febrero (última noche) y marzo (primer día o viernes del mes)«. Pero cita que se repiten rituales idénticos —algunos denominados asimismo como marzas— «en carnaval«, etc. Y eso, particularmente, me encanta que sea así por las puertas que nos abre.

Cantando las marzas en Fresnedo

EL NEXO. Lo que yo viví en Fresnedo el año pasado, en su estructura, planteamiento, participación y esencia no se diferencia mucho de los coros de Santa Águeda, tan típicos del occidente vasco, como luego veremos. Con una sola diferencia: las pieles de oveja a la espalda y los grandes cencerros —campanos— que hacen sonar en su espalda. Y es ahí en donde las marzas de Fresnedo se muestran como elemento patrimonial extraordinario, único, ya que nos muestras a las claras el nexo entre los carnavales de invierno y los coros de Santa Águeda.

Grupo de marceros en Fresnedo, con mozas locales en el balcón

RITUALES MASCULINOS. Tanto las marzas como los coros de Santa Águeda se han compuesto de jóvenes muchachos, siempre varones, recién pasados de la infancia a la juventud y es eso precisamente lo que se celebra, porque no deja de ser un ritual de paso, propio de la masculinidad, el acceso a la sexualidad, a la posibilidad de procrear, de generar nueva vida. Al igual que los carnavales rurales, siempre limitados a los muchachos que, a menudo, usan la metamorfosis que le facilitan la máscara y el disfraz, para representar lo femenino, la fertilidad y prosperidad.

Esos coros o rondas juveniles, representan esa época en la que los muchachos abandonan los juegos, comienzan a vestir pantalón largo, ocupan espacios para adultos dentro de las iglesias, comienzan a participar en labores sociales como auzolanes o veredas, en trabajos de casa propios de adultos. O, en su proyección social, toman a su cargo la organización de las principales fiestas y bailes del pueblo. En euskera se conoce ese tránsito como «mutiletan sartu» y como «la mocería» en castellano.

De ahí que, por coincidencia en la edad, ese rito de paso a la juventud como son los coros de Santa Águeda sea mezclado en muchas poblaciones con los quintos, aquellos muchachos que debían acudir al servicio militar, obligatorio en las provincias vascas a partir de la Constitución de 1876 —y su desarrollo especifico por Ley de 1878—, a los que se despedía con una fiesta realizada con lo recogido, ya que se alejaban en muchas ocasiones para varios años, a pasar serias penurias. Precisamente eran llamados a filas en la edad que ya se consideraban no niños sino principio de adultos. Todos hemos escuchado aquello de que de la mili se regresaba hecho un hombre.

El grupo de marceros recorre la práctica totalidad de las aldeas del entorno, para «cantar o rezar» y recoger los obsequios de los lugareños.

PRIMERA COMUNIÓN. Tampoco es ajena la Iglesia a este ritual del paso de la infancia a la edad adulta y que lo encubre y enmascara a través de una celebración creada ad hoc, como lo es la Primera Comunión. Recordemos asimismo que a esa fiesta cristiana accedían los muchachos jóvenes, de 12-14 años, y a los que se remarcaba al finalizar la ceremonia que «Orain, gizon egin zara«, ‘ahora te has hecho hombre’, algo clarificador para lo que intentamos mostrar den este artículo.

Es más, cuando en 1909 el papa Pío X ordenó rebajar la edad del ritual sacramental a los siete años aproximadamente, el pueblo no lo asumió bien porque aquello ya no representaba un paso de jóvenes a la edad adulta. De ahí que en muchas localidades vascas documentemos en esas décadas una duplicidad de dicha celebración: la «komunio txikia» y la «komunio handia» (‘comunión pequeña y comunión grande’), es decir, lo impuesto desde Roma frente a lo interiorizado en la población.

Tampoco es casualidad que la Iglesia celebre el sacramento de la Primera Comunión en primavera, el período pascual, renacimiento de la naturaleza per se, como lo es la juventud o la pubertad.

Las marzas de Fresnedo han guardado su pureza por el aislamiento y su desconocimiento general: al contrario que en la mayoría de carnavales rurales, aquí no hay ni un solo turista o visitante.

SANTA ÁGUEDA VASCA. No sabemos cuál es el motivo por el que aquellas fiestas de invierno en las que se los muchachos recientemente llegados a la edad adulta —el período de «mocería» finalizaba al casarse o al tener edad para ello— se celebraron en el occidente vasco en torno a la figura de Santa Águeda. Quizá por honrar a aquella primera mártir femenina del cristianismo, por el hecho de ser mujer y de haberle cortado los pechos, símbolo por excelencia de la fecundidad y la generación de vida. También acaso por su fecha a principio de febrero, propia para integrar y reconducir en ella los carnavales rurales que tanto incomodaban a la Iglesia.

Por otra parte, las «mocerías» tan propias de Álava y Navarra (Atlas etnográfico de Vasconia, Ritos de nacimiento al matrimonio, 1998) tienen como fiestas propias de los muchachos varones las de Carnavales y la de Santa Águeda, cuyas fiestas organizan por tenerla como su patrona. Algo muy propio por tanto.

Marceros. Unos con pieles, otros con camisa blanca y pañuelo rojo. El torreneru, con el cuévano para recoger los regalos.

LOS COROS. Los coros de las marzas de Fresnedo, que tanto me emocionaron hace un año por su extrema pureza, coinciden en muchos aspectos con las descripciones de los coros de Santa Águeda que disponemos. En tantos detalles que es inevitable el plantear que se trata de una misma celebración, con dos manifestaciones folclóricas posteriores que las diferencian en lo estético. Me valgo para esta ocasión del artículo periodístico «Los coros de Santa Águeda» de Víctor R. Añíbarro en la revista Estampa, nº 161, de 1931.

Habla este artículo de que en todos los coros hay un «gizonzarra, un hombre maduro» que es el que ordena y gobierna el grupo, el que se encarga de transmitir la tradición a los más jóvenes. Esta figura ya desdibujada en Fresnedo, también es habitual en las cuadrillas de mozos de la Vasconia meridional, conocida como «mozo mayor«.

También relata Añibarro cómo «los cantores detiénense ante los caseríos y uno de ellos hace la pregunta de ritual «Abestu edo errezau?» (¿cantamos o rezamos?). Porque en el caserío puede haber algún enfermo o sus habitantes están aún sumidos en el dolor de una desgracia reciente. Se atiende siempre a la respuesta«. Me quedé petrificado cuando, tras haber conducido hasta una vivienda lejana en las montañas de Fresnedo, se mandó no cantar porque alguien de la casa estaba enfermo en la cama.

También se tiene en común que cada participante se acompañe de un gran palo, adornado —no recuerdo haberlo visto el año pasado en Fresnedo— con cintas de colores que, por cierto, recuerdan a esas danzas tradicionales de un mástil y largas cintas que representan a los árboles o a los mismos árboles rituales llamados mayos, mayas o maiatzak.

Coinciden también en que se cante en corro, una canción repetitiva con alusiones en la letra de las marzas a la mujer, algo que recuerda al «si en la vivienda hay una joven, una neskatilla (sic), no hace falta tampoco en la canción la correspondiente alusión galante» del artículo vasco.

Y sobre todo, coinciden con la descripción de Añibarro en que «En todos los sitios son acogidos con cariño y, en la aldea sobre todo, tienen el valor de una emoción muy querida que subsiste en el alma aldeana con toda su fuerza primitiva«.

Las marzas tienen un gran valor como aglutinante social ya que muchas veces supone el encuentro entre buenos amigos

LAS MARZAS. Pero centrémonos en las marzas de Fresnedo de Soba, en todo su lujo de detalle. Para ello prefiero citar directamente las palabras de Ángel Rodríguez en su librillo Los dulzaineros de Fresnedo de Soba (2015) ya que lo resume perfectamente y con más certeza que lo que yo podría ofrecer: «El grupo de marceros lo forman exclusivamente los mozos, excluyendo al género femenino. Se reúnen en algún lugar sin ser vistos, donde se disfrazan y caracterizan convenientemente. Lo componen varios personajes, que se diferencian por sus vestimentas, encargados además de funciones diferentes. Los marceros, conocidos en Soba como «ramasqueros» por el ramo que porta uno de sus personajes, van ataviados con pieles de oveja colocadas en su espalda a modo de capa. A la cintura se ajustan las colleras, portando un buen número de campanos y campanillas que han sido retirados de sus animales para la ocasión. Llevan también un palo con el que andan y saltan al modo pasiego. A los encargados de cantar las marzas se les denomina «cantadores» visten de blanco luciendo una banda colorada. Otro componente que compone la mascarada es el «torreneru» que, cuévano a la espalda, es el encargado de recoger el aguinaldo (chorizos, huevos, castañas, quesos…). Por último está el «ramasquero» que porta el ramo, generalmente de acebo, decorado para la ocasión. Este es el personaje más peculiar. Cubre su rostro con una careta de piel de oveja y lleva un atuendo formado por elementos carnavalescos y prendas femeninas, en ocasiones llevando una pandereta. Todos los personajes cubren su cabeza con un capirote adornado con cintas de colores.

Una vez terminada la caracterización, los ramasqueros se dirigen a las casas de los vecinos. Resuenan los campanos, agitados por los mozos que los portan, hasta que llegan a la vivienda donde los cantadores hacen la pregunta de rigor: «¿Cantamos o rezamos?». Si en la casa se guarda luto, se rehúsa al cantar y se reza si así se solicita. Si se pide del canto, pronto los mozos cantadores comienzan a entonar las marzas. Rara es la vez que se cantan al completo, pues enseguida los ramasqueros comienzan a agitar sus campanos entre gritos y relinchos. Y es que, como dice la canción «…dénoslo señora, si nos lo han de dar, sin cortos los días y hay mucho que andar». El torreneru se encarga de recoger el aguinaldo y se dirigen a una nueva casa. Este proceso se repite en todas y cada una de las casas del pueblo, así como en los pueblos vecinos. Con los obsequios obtenidos, se reúnen todos los participantes para celebrar la parranda«.

Sobran las palabras ante tal cúmulo de símbolos tan virginales y desconocidos fuera de Fresnedo. Pero es fácil enlazarlo no sólo con nuestros coros de Santa Águeda sino con carnavales mucho más alejados, como los de Ituren y Zubieta, u otros similares o rituales en torno al árbol, conocidos entre nosotros como basaratuste ‘carnaval del bosque’ o kanporamartxo y etxeramartxo— cuyo segundo componente del término, martxo, al menos en apariencia, no dista nada del nombre «marza«.

LAS LÁGRIMAS DE GELÍN. Por nada del mundo habría de imaginarme yo que, cuando buscaba algún enlace para participar como observador en las marzas de Fresnedo, la familia más memorable del mismo iba a ser la de los Pérez, saga de dulzaineros locales. Y es que allá por el año 2000 estuve en casa de Terio, al que fotografié junto a su esposa. Terio era un afamado dulzainero y motor de las marzas, ya fallecido, e hijo del legendario Ángel Pérez— gracias a uno de sus nietos, Mikel, del que por aquel entonces era yo profesor y ahora amigo. Hijo de Terio y nieto de Ángel es otro Ángel —padre de Mikel— que, por diferenciarlo del abuelo, se conoce en este entorno como «Gelín» (de Angelín, claro está), al que también conozco.

Fotografía del archivo familiar, con el legendario dulzainero y motor de las marzas Ángel Pérez. Junto a él, sus nietos Gelín (Angelín) y Jesús.
Fotografía que en el año 2000 hice a Terín, hijo de Ángel, padre de Gelín y abuelo de Alberto, Mikel y Adrián.
La tradición reverdece cada principio de marzo en la familia Pérez. Sin participar, Ángel, Gelín, junto a su hijo Mikel, sobrino Adrián e hijo Alberto.
Instantánea tras el encuentro en el restaurante Casatablas, centro neurálgico del valle.

Con él coincidí en el bar Casatablas, el punto de encuentro referente del valle —y por cierto con muy buena y económica comida— mientras esperábamos a que apareciesen los marceros en su recorrido. Un problema en una pierna le impedía participar este año, supongo que por primera vez en su vida. Pronto irrumpieron los atronadores campanos y en una carrera por la carretera aparecieron de la nada los sudorosos marceros. Allí, dentro del grupo, estaban sus hijos Alberto y Mikel. Y Adrián, el hijo de su hermana Delfina. En ese momento, cuando vimos aparecer en la lejanía al grupo, mientras charlábamos con sendos vasos de vino en la mano, vi cómo se le humedecían a Gelín los ojos por la emoción. No dije nada y respeté su silencio. Porque en ese mágico momento necesitaba todo el universo para él: le estaban hablando sus genes, sus raíces ancestrales. Allí estaba, con la mirada perdida, ausente, inmerso en la silenciosa soledad que había edificado para aislarse del tronar de los campanos. Y sus vivencias personales propias, las de sus antepasados y las de su descendencia se encontraron allí, junto a la húmeda tierra de aquel encajado valle en donde nos encontrábamos. Entonces comprendí lo que eran las marzas de Fresnedo para aquella gente que, dicho sea de paso, tan bien me acogió: historia, pureza y, sobre todo, emoción. Benditas aquellas lágrimas de Gelín, que regaron el renacer primaveral de la historia…

Ritos de invierno ¿Nos acompañas?

El invierno era el período que más incertidumbre y desconcierto infundía a nuestros antepasados. Temerosos de que su frágil suerte les abocase a morir de hambre y penurias, buscaban la supervivencia a través de pequeños “regalos trampa” con los que engañar a aquella Naturaleza que regía su destino. Era el recurso desesperado a lo sobrenatural, a lo mágico, a lo extraordinario para… intentar ir superando día a día aquel largo período de frío y oscuridad.

Untzuneta

Por ello, el invierno es la estación del año con más rituales, costumbres y tradiciones. Para poner la fortuna de nuestro lado, para seducir y engañar a la suerte, para buscar la prosperidad y, al fin y al cabo, dotar de sentido al concepto “vida”.

Interpretación de las señales de la naturaleza, llegada de aves extrañas, rituales protectores de animales, dádivas a las bestias del bosque, ritos de fertilidad u ofrendas de muerte y vida a los inconmesurables bosques se alternaban y sucedían en esta época como en ninguna otra…
Sin embargo, algo que ha formado parte inexorable de nuestros gozos y miedos en el devenir de nuestra existencia… lo hemos olvidado o descuidado por completo.

Pero nos negamos a la desmemoria popular. Y queremos luchar contra ello. Así, vamos a rememorarlo en una actividad que, espero, nos haga conectar con aquella esencia que, formando parte de nosotros, ni sabíamos que la teníamos ahí, esperándonos paciente a que la redescubramos una vez más.

Saldremos de Murueta (Orozko) para, por el pintoresco barrio de Pagatzaurtundu (Pagasandu), ascender en sacrificada pendiente, hasta el sobrecogedor y mágico bosque de hayas trasmochas de Untzuneta. Allí versaremos sobre lo humano y lo divino e, incluso, representaremos (y gozaremos) una frugal ofrenda-ingesta que nos haga soñar con una vida feliz. Por las sobrecogedoras aldeas de Sagarminaga y Asteitza, con vistas a Gorbeia y alternando bosques y pastizales, retornaremos al punto de partida: el medieval poblamiento de Murueta.

En total serán 11,2 km de camino, con un desnivel acumulado de 650 m, casi en su totalidad en la parte inicial. Sábado 5 de octubre. Salida a las 10:00 h desde el Museo de Orozko (iremos hasta Murueta compartiendo vehículos) y fin en el mismo lugar en torno a las 14:00 h. Actividad enmarcada dentro de las Jornadas Europeas de Patrimonio, coordinada por la Diputación Foral de Bizkaia y organizada por ese pueblo que tanto quiero y me quiere: Orozko. Allí os espero para daros la chapa y, espero, la satisfacción de haber aprendido algo más sobre nuestro pueblo. Ah: sí o sí, es necesario apuntarse previamente (Museo de Orozko). Sed formales que si no, nos chillan las chicas majas que lo llevan.

Kanporamartxoa eta etxeramartxoa

Eliza bera izan zen karnabal hitzerako carne levare ‘haragia kendu’ etimologia Erdi Aroan proposatu zuena, egoki zitzaiolako justifikatzeko inauterien osteko Garizuma penitentzia-epea. Azalpen berekoa dateke Aratuste hitza, ‘haragi uzte’ esanahiarekin, Garizuma aurreko hiru egunak izendatzeko.

Urdaia da kanporamartxo jaian jan ohi dena. Ontzia, talo-aska bat da, Gorbeiako txaboletan oso elementu preziatua


Halarik ere, geroz eta gehiago dira bestelako ikuspegia duten antropologo eta ikertzaileak. Esate baterako, hainbat herritan ospatzen den aratuste-epea nekez murriztu liteke Elizak agindutako hiru egun zehatz horietara eta bai urte berriaren hasierara, naturaren iratzartzera. Euskal Herriko ahozko tradizioan ondo gorde izan da egutegi malguagoaren ustea: «En pasando San Antón, Carnestolendas son» esaera ezaguna da Nafarroan. San Anton, dakigunez, urtarrilaren 17an da. Euskarazko antzeko erreferentziak ere, baditugu: «Deitzen diogu onela urte berritik austerrerañoko denborari, eta beste leku batzuetan deritza: iñoteriak, iauteriak, aratuzteak, zanpanzartak» (Juan Bautista Agirre, 1803). Bestalde, gure geografiako herri-aratuste tradizionalen datei baino ez zaie begiratu behar. Harago oraindik, sasoi horren barruan kokatu beharko genituzke negu-udaberri bitarteko egun erritual guztiak: San Anton, Kandelaria, San Blas, Santa Agata, Inauteriak…

KARNA JAINKOSA. Karnabal hitzerako bestelako azalpenak proposatzen dituzten antropologoen artean, bada beste aukera etimologiko bat, geroz eta pisu gehiago hartzen ari dena: karnabal hitza Carna jainkosa zeltaren izenean errotzen dena eta, atzerago joanda, eguzkiaren semea zen Karna jainko indoeuroparrarekin. Carna zen naturaren iratzartzeari loturiko jainkosa eta bere ezaugarriak… babak eta urdaia ziren.

Herri zeltikoen kulturan, basoak erlijio eta sinesmenei lotuak zeuden


Urdaia da, hain zuzen ere, gure kanporamartxo neguko ospakizun zaharrean, basoan jaten dena. Neuk behintzat, ez dut uste kasualitate hutsa denik. Bestelako izenak ere baditu ospakizun berezi honek: sasikoipetsu, sasimartxo, kanporamartxo edo, beste barik, txitxi-burruntzi, okela-zatiak prestatzeko moduagatik. Hala ere, niretzat ospakizun horren izen adierazgarriena “Basaratustea” da, “basoan egiten den aratustea [inauteria]’.

Euskal Herriko Atlas Etnografikoan ondo dago jasoa eta irudikatua gure herri-usadio hau: «…el domingo anterior al del Carnaval tiene lugar una salida al monte en la que participan niños, jóvenes e incluso adultos formando grupos. Una vez escogido el lugar se enciende una fogata. […] Cuando el fuego ha producido brasa suficiente, se asan al calor de ella trozos de chorizo o de tocino. Para ello se introducen estos trozos en largas varillas, generalmente de avellano, a las que se ha afilado la punta a modo de un asador, burruntzi». Gogora ekarri behar da basaratustea ospatzen den datetan, basoan, biziberrituta agertzen den zuhaizka bakarra hurritza dela, loratzen den lehena delako. Berriro ere, ez dut uste kasualitatea denik.

Urdaia erretzen basaratuste jai batean, hurritza-makila batzuetan


Aratusteak, bestalde eta beste aditu askoren iritziz, lotura dute erromatarren Saturnal jai solstizialekin. Eta ezetz asmatu zein animalia sakrifikatzen zen haietan, Saturno jainkoaren mesedean? Ba… txerria. Beste behin, gure jaiko txerria.

TXERRI SAKRIFIKATUA. Txerria zelako –zaldia eta zezenarekin batera– Europa zaharrean, animalia sakratua, totemikoa. Horregatik agertzen da hainbestetan era sinbolikoan penintsulako esparru zeltikoan. Eta Bibliak gaitzesten bazuen ere –juduen pentsaerari jarraiki– ezin izan zuen ordeztu europarrok hari genion miresmena. Zergatik, bada, hain zeregin esanguratsua zen baserrietako txerri-hiltzea, gure inguruan txarriboda izen handinahikoa ere hartzera iritsi zen? Zergatik txerria, pertsonak bezala “hil” egiten dira? Zergatik txerriari eta ez beste animaliei hiltzearen garrantzia eta ospakizuna?

Txerria eta basurdea (eta galdu genuen bien arteko urdea), heriotzari, ezezagunari eta iluntasunari lotutako izakiak ziren erromanizatu gabeko Europako herrietan, animalia arruntak izatetik haragokoak.

Urdearen «sakrifizioa». Oloron (Biarno) hiriko katedralean, XII. mendean egina


Ez da kasualitatea, Demeter nekazariaren jainkosa erromatarra (gure Kandelario egunaren aitzindaria), basurdeez inguratuta islatzea ikonografietan. Edo Negua bera ikonografietan islatzen denean. Edo Erromanizaioaren aurreko Mikeldi bezalako idoloak txerri gisara interpretatu izana. Emankortasuna, berpiztea

Txerriak sakrifikatzen ei ziren behinolako kultura haietan, basoari eta naturari eskaintzan, mesedea itzul ziezaguten. Eta ez dezagun “sakrifikatu” berba “hiltze” esanahi soilarekin ulertu, sakrifikatu askoz gehiago delako: sakrifikatu “sacrum facere” delako, ‘sakratu bihurtu’. Horixe da gure basaratuste jaki koipetsuaren esanahia.

ETXERAMARTXOA. Gorbeia inguruko haranetan, bestalde, Kanporamartxoa basoan eginda, ondoko igandean Etxeramartxoa ospatzen zen –gaur egun ia galdurik dago– etxean jate-liturgia bera errepikatuta. Hau da, erritualaren bitartez lortutako “zorte ona” oihanetik etxera eramaten zen, esparru basatitik domestikora, bestelako izakien unibertsotik gu gizakionera. Eta etxeramartxoak ematen zion hasiera hiru eguneko Aratusteari.

MARTXOA. “Martxo” hitz hori zer den ez dakigu zehazki. Batzuek “aratuste” esanahi zuzena duela diote, intuizioan oinarrituta. Azkuek (1905), interpretazioetan arriskurik hartu gabe, ‘Domingo anterior a Carnaval’ zela jaso zuen Arrankudiaga eta Orozko inguruetan. Nik, aitzitik, lasai asko proposatuko nuke Enkarterrin, Kantabrian eta Burgosko iparraldeko hainbat herri txikitan mantendu den Las Marzas udaberri hasierako jaiarekin, bere izenarekin: gure Santa Agata bezperako koruen eta joaldunen inauterien arteko nahasketa da. Bat letorke, horrela balitz, basaratuste, “aratuste” osagarriagatik, zerbait baldin badira “marza” horiek, herri inauteriak dira.

Basaratusteak dira, azken finean, basoari egindako eskaintzak


Nolanahi, edozein azalpen emanda, susmoa dut gure basaratustea, kanporamartxoa, sasikoipetsua, sasimartxoa… oso kontu sakona dela. Jai egun batean umeekin urdai edo txorizo zati bat jatea baino askoz haragokoa. Ezingo dugu sekula ere egiaztatu, “zibilizatu gabekoen ohitura basati” horiek ez zirelako inoiz idatzian jartzen. Bai ordea ahozko transmisioan. Baina hori ere lapurtu zigun modernitateak, basoarekiko errespetu eta mirespena bezala. Geroztik, txerriak hil egiten ditugu eta ez, merezi bezala, “sakrifikatu”…

Basaratuste: el carnaval del bosque

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En nuestra cultura popular vasca existe una curiosa ceremonia de invierno sobre la que no se ha reparado a pesar de lo excepcional de la misma. Se trata del Basaratuste o Kanporamartxo, en notable retroceso y limitado hoy en día a unos pueblos de Bizkaia. En lo que a la puesta en escena se refiere, queda reducido a un almuerzo en el monte, sin referencia alguna a su historia y su razón de ser. Es decir, nos encontramos frente a una fiesta a la que traicioneramente se le hurtó el alma, la esencia y su razón de ser.

Pongámonos en escena… Las fechas tradicionales de los carnavales son libres y variadas dependiendo de la localidad, si bien lo corriente es que se celebren en los tres días previos al Miércoles de Ceniza, es decir, domingo, lunes y martes, que dan paso a la Cuaresma. Insistimos una vez más, que debemos habituarnos a mirar más allá de esas fechas y ceremonias siempre enmascaradas por el cristianismo. Y es que los carnavales son mucho más, algo salvaje, atávico, montaraz… unas fiestas que nos hacen escuchar los latidos de esa tierra que cada día besamos con nuestros pies.

La puerta a aquellos genuinos carnavales,  los auténticos, la abría en algunos lugares el jueves gordo o “de lardero” o, en otros, el Basaratuste. Era esta última una celebración que se hacía –y se hace– en el domingo previo al de carnaval. Hoy en día se conoce como «basaratiste», «basatoste», «basatuste»… y basta con citar su nombre para que la sonrisa y el brillo en los ojos afloren en los rostros de muchos de los ancianos a los que preguntamos. Porque recuerdan con nostalgia aquella tradición que, no pudiendo explicar cómo, dejaron perder para siempre. Eso sí: en contraprestación ahora no hay pueblo que no tenga su insustancial desfile y concurso de disfraces para que vanidosamente nos miremos al espejo y comprobemos lo geniales y auténticos que somos al ir a la calle disfrazados de gallinas o bucaneros.

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Pero lo nuestro es otra cosa… es el quedarnos con las nueces y dejar el ruido para otros. Porque aquí hablan nuestros antepasados: gritan y aclaman rogando que nos esforcemos por no olvidar aquellas ideas y formas de interpretar la vida suyas, aquellas con las que nos edificaron durante tantos siglos. Nada de fiestas estridentes y vocingleras… lo nuestro es el Basaratuste, cuyo precioso nombre, por cierto, se compone de «baso» y «aratuste», es decir, ‘el carnaval del bosque’. ¿Hay quien dé más?

En los pueblos en los que aún lo practican se acude a unos lugares específicos, fuera de las zonas habitadas. Unos enclaves que se repiten año tras año y que «pertenecen» a la comunidad humana de un municipio, barrio o parroquia que se identifica en torno a él.

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Allí se asan productos del cerdo, nuestro gran animal totémico, cuasidivino en los ritos invernales. Se cocinan pinchados en un palo llamado «txitxi-burruntzi» o “txitxi-burduntzi”. Son celebraciones que, a pesar de ser minoritarias, suelen gozar de buena aceptación por lo salvaje y puro de las mismas.

Pero pocos o nadie parecen percibir que se trata de la reminiscencia de una antiquísima ofrenda de alimentos que se le hacía al gran bosque, de nuevo para que despertase y cogiese fuerzas para producir todo aquello que necesitaban los humanos. Con un ritual fuego purificador, omnipresente, y valiéndonos de esas ramitas que el mismo bosque nos facilita. Con un simbólico sacrificio animal incluido: el del cerdo.

Algunos historiadores retrotraen todo este tipo de ofrendas a antiguos sacrificios humanos ofrecidos a la tierra madre y que posteriormente fueron sustituidos por muertes de animales. Existen diferentes referencias similares a nuestro Basaratuste por todo el mundo, lo que invita a pensar en un origen común prehistórico para todas ellas.

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Se dice asimismo que, ante la dureza del invierno, resultaba muy complicado alimentar a los animales para mantenerlos vivos, por lo que se iban sacrificando paulatinamente. Así, además de eliminar una obligación ganadera, se conseguía alimentar a los humanos y a las divinidades en una época en la que la naturaleza no ofrecía alimentos. Porque el invierno de nuestros antepasados era básicamente oscuridad, hambre y frío.

Y de allí, miles de años después, recogemos hoy nuestro ignorado e inadvertido Basaratuste, nuestro Kanporamartxo… Curioso también que se haya mantenido en los pueblos en donde no se perdió el euskera, constatando una vez más que creencias, costumbres y lengua fueron siempre de la mano.

En los pueblos de la comarca en donde yo vivo (Arrankudiaga, Ugao, Arrigorriga, Zaratamo, Arakaldo, Orozko…) tan extraordinaria fiesta es conocida como «kanporamartxo», nombre algo chocante y que no cuenta con interpretaciones etimológicas conocidas. Por mi parte sí me gustaría apuntar que, en sitios como Orozko, en las últimas reliquias de su euskera, se llama «martxo» al domingo de carnaval, probablemente relacionado con el nombre del mes de «marzo». De ahí que en lo personal opine que probablemente «kanporamartxo» sea ‘el domingo carnavalesco que está fuera [del carnaval puramente dicho]’. Por aportar algo…

Otras denominaciones con las que se nombra a este curioso ritual es el de sasimartxo, ‘el carnaval del jaro’ (Zamudio, Derio…) o basokoipetxu (Otxandio). En realidad este último caso sería «baso-koipetsu«, ‘la fritanga o asado del bosque’. En realidad, «koipetsu» significa ‘pringoso, grasoso’ pero, en pueblos como el mío, Laudio, se usa para denominar por antonomasia al tocino asado al «txitxi-burduntzi«.

Pero, sin duda, la denominación que más me encanta es la de basaratuste, la del «carnaval del bosque». Qué pureza, qué raigambre en lo más íntimo de nuestra cultura… pero además, nunca algo tan arcaico ha ofrecido mayor potencial para el futuro, ahora que se educa a los pequeños en la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente. ¡Qué manera más bonita para mostrar honores y gratitud al bosque que esta fiesta anual de su carnaval! Y pedirle que despierte y que un año más nos haga dichosos con su existencia… ¿o preferimos limitarnos sólo a los disfraces de vampiro y otras memeces similares?

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Kanporamartxo… Basaratuste… Recordemos para finalizar que, en el occidente vasco, el carnaval ha sido conocido como Aratuste, término a recuperar y defender como elemento patrimonial que es. Hoy, desdichadamente y al igual que nos sucede con la reducción del complejo carnaval a un simple disfraz, nos arrastra una empobrecedora globalización cultural, aun cuando esta sea vasca. Y en los reinos del Aratuste impera ahora el extraño Inauteriak, haciendo agonizar al primero.

Yo estoy ansioso ya porque llegue el día. Como recogió en su manuscrito (1567) Joan Pérez de Lazarraga, el segundo escritor en euskera, «…alegere baxe sekula triste, nik diot egun dala aratixte«, ‘alegre pero jamás triste, porque digo yo que hoy es Aratuste’. El bosque nos espera…

Programa sobre el Kanporamartxo o Basaratuste grabado con ETB2 en primavera de 2017.

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