El frente jurídico —judicioso, le llamo yo— es muy dañino para el soberanismo catalán. Ya se ha visto cómo sus españolísimas señorías hacen de su toga un sayo y se dedican a suspender, imputar, condenar o lo que se tercie. Sin embargo, una vez que la república catalana traiga una nueva legalidad, ya pueden echar los galgos que quieran, que todo será papel mojado. Incluso en este ínterin en que ya se ha decidido hacer la peineta al cuerpo legal español, las decisiones que vengan de los tribunales hispanos serán una jodienda, pero no el freno definitivo.
Con la ofensiva policial, tres cuartas partes de lo mismo. Habrá porrazos y pelotazos de goma para parar el Orient Express, pero eso estaba amortizado de saque. Es más, las imágenes viralizadas barnizarán de épica a la causa y conseguirán —ya están consiguiendo— que la prensa internacional cante la gesta del pueblo catalán haciendo frente a la represión inmisericorde de los uniformados mandados por Rajoy.
Ocurre ídem de lienzo con el embate mediático. A estas alturas, no hay que explicar que los regüeldos de la caverna quizá embarren el campo, pero a la hora de la verdad, no hacen ni cosquillas. Al contrario, su indelicadeza convence a los no convencidos y encabrona más a los que ya lo estaban.
Canción aparte es la acometida económica que, según estamos comprobando, se había minusvalorado. Por ahí sí cabe que tiemblen las rodillas. Más, si como está aconteciendo, ya no es fuga sino una estampida empresarial en toda regla, y con algunos buques insignia mostrando el camino. No sería la primera revolución ni la segunda que se naufraga por el bolsillo.