Cuando baila el sol

Es creencia popular que el sol, rebosante de alegría por ser su festividad, aparece bailando en la madrugada del día de San Juan. Un sol femenino, como corresponde a la cultura vasca, y que se empodera(ba) hoy más que nunca sobre el mundo de lo maligno, siempre acechante desde la noche y oscuridad. Por eso hoy es la fecha con docenas de rituales ofrecidos al sol, porque hoy vence el bien sobre el mal, la luz sobre las tinieblas, el firmamento divino sobre los avernos demoníacos… Y en esas estamos.

Posiblemente se trate de una costumbre cuyo origen se remonte a la prehistoria y a las celebraciones relacionadas con el solsticio de verano. Y sería de tal arraigo que consiguió sobrevivir al raseo de la cristianización, a pesar de haber usado para su suplantación su artillería más pesada, nada menos que san Juan Bautista, el antecesor de Jesucristo, no con ciertas coincidencias con lo que hasta aquí nos ha traído: es él precursor que purifica el alma y el cuerpo con el agua del bautismo. Lo mismo que se hacía —y hace— con el sol, fuego, agua, rocío, plantas… del día de San Juan.

 

Eguzkia dantzan, pozik San Joan eguna bere eguna delako

A GORBEIA
Una de dichas costumbres, ya olvidada, era la de ascender a la cumbre de Gorbeia (1.481 m), punto culminante de los territorios vascos de Bizkaia y Araba, para admirar cuán grande era ese día el amanecer. Es sobrecogedora e inequívoca la descripción que da Pascual Madoz al hacer su Diccionario Geográfico que elaboró entre los años 1845 y 1850, con las respuestas a sus preguntas, remitidas desde todos los pueblos. Dice así en la entrada «Gorbea»: «Principalmente el día de San Juan Bautista suele ser extraordinaria la concurrencia que para los primeros albores del día se halla ya en la cima, esperando la magnífica salida del sol».

He escuchado a algunos pastores mayores el recuerdo del baile que luego hacían en el entorno de Igiriñao —majada previa a las grandes rampas que nos llevan a la cumbre— aquellos que descendían de la cumbre junto a los más remolones que habían optado por quedarse allí, con peores vistas del amanecer.

Casualmente también el poeta y músico laudioarra Ruperto Urquijo (1875-1970), que tan bien describe escenas de los primeros años del siglo XX en sus canciones, es quien nos habla de aquella cándida romería en las alturas, aprovechando las excursiones en sus estancias veraniegas en el balneario de Areatza:

«Pañuelo al cuello, faja de seda, pantalón blanco limpio y plancha[d]o. Hala Ana Mari, a cuándo esperas, los txistularis ya han empezado, en todo el valle los txistus suenan, toda la gente va hacia Iturriotz. Van a la fuente, van de verbena, aúpa Ana Mari vamos los dos.
Vamos todos hoy de madrugada a la fuente clara, cantando a un compás, allí haremos chocolatada, cantando canciones de amor y paz.
Vamos todos a la bella fuente donde los pastores apagan su sed. Vamos todos como fueron siempre, vamos a la fuente porque San Juan es.
Levanta Ana Mari no tengas galbana que ya apunta el alba y las cuatro son. Levanta Ana Mari que en esta mañana es lo más grandioso ver salir el sol».

La fuente a la que hace referencia esta extraordinaria descripción es la de Igiriñao, la última en el ascenso hacia la cumbre, cercana al lugar del baile, y que se conoce como Iturriotz o incluso Lekuotz, porque —insisten todos los pastores más mayores— es su agua tan fría que a mucha gente le ha dado un pasmo al beberla. Por ello hay que extremar las precauciones…

También es reseñable la referencia de Juan Manuel Etxebarria Aiesta en su obra Gorbeia inguruko etno-ipuin eta esaundak-II (2016) relatando una vivencia [usando la traducción que ofrece el autor] de uno de sus entrevistados: «Ahora él va siempre que puede a la cruz del Gorbeia a dormir bajo la cruz en la víspera de San Juan. En la mañana de San Juan, se levanta, pisa descalzo el rocío matutino, observa la salida del sol, saca unas fotos y desciende. Dice que desde la cruz del Gorbeia aparece el sol por encima del Anboto, un poco hacia el Oiz, justo por encima del llamado “el paso del diablo”, el famoso paso peligroso del Anboto».

 

Anboto eta munduko mendiak, eguzki berria besarkatzen

EL BAILE DEL SOL
Los más dados a la ciencia opinan que, en efecto, sí se producen unas refracciones en los rayos solares que aparentan cierto movimiento del astro. Por tanto no va del todo descaminada esa creencia extendida por toda Europa y es que, una vez más, tampoco la idea del baile del sol es exclusiva nuestra.

 

Ardiak, bazkan pozarren, egun berria heldu delako

Especial arraigo goza, aún hoy en día, en las zonas rurales de Galicia: «No día de San Xoán, baila o sol pola mañán» dice su celebrado refrán. Allí lucharon inútilmente durante décadas contra esta creencia un gran número de ilustrados y eruditos. Con poco éxito…

Es llamativa la desesperada reflexión del fraile predicador Benito Jerónimo Feijoo que, en 1740, la tildó de creencia ridícula: «Lo que baila el sol esos días, es lo que baila todos los demás del año en las mañanas claras y serenas; y es que al salir se representan sus rayos como en movimiento, o como jugando unos con otros, y esto quiso el vulgo que fuese bailar el sol».

DESDE GORBEIA
Al publicarse estas notas estoy en la cumbre de Gorbeia, pasando la noche previa a San Juan en su cumbre, para ver desde este púlpito el grandioso amanecer sobre el macizo de Anboto. Hay algún que otro nostálgico más que aún mantiene la tradición…

Porque a las costumbres, creencias y tradiciones, es decir, a lo que en esencia somos, hay que velarlas en dura vigilia para poder sentirlas, interiorizarlas y fundirnos con ellas, del mismo modo que los caballeros habían de hacer con sus armas antes del nombramiento o el cetrero con su nuevo halcón.

Y aquí estoy, locamente enamorado, esperando que la simpar doncella Eguzki me haga perder el sentido al concederme uno de sus milenarios bailes…

 

Dicen que decían los mayores de Okondo

Dicen que decían los mayores de Okondo [Araba] que en el amanecer del día de San Juan el sol salía bailando, pozarren gainera, berarentzat egunik garrantzitsuena zelako, aginte gehienekoa.

Por eso, dicen que decían los mayores de Okondo, no era de extrañar que las brujas se apareciesen a los humanos entre Markuartu y Arasketa y que, como las de toda Euskal Herria, estuviesen inquietas la noche anterior a San Juan, haiek ohituta zeudelako gauean ibiltzen eta gau hura urteko laburrena, kezkagarriena zelako. Arriskuan zuten gaueko izakien erresuma… «Eguna egunekoentzat, gaua gauekoentzat» zioen esaera zaharrak. Nola ez ziren kezkatuta egongo ba…

Dicen que decían los mayores de Okondo que por ello se solían poner unas ramas de fresno en la puerta de casa, para protegerse, zerbait egin behar zutelako izaki bihurri haien trikimailuetatik babesteko. Elorria ere jartzen zuten edo, oraindik ere zaharragoei entzunda, unas cruces de madera. Todo era poco para librarse de su perturbador mal humor.

Una de ellas era la afamada bruja que vivía en la Cueva del Conejo, sí, la cueva encima del barrio de Laburu, de La Ventilla hacia arriba. Ez zuek hark umore onik, ez. Batez ere orain kontatuko dizuedan historian.

Dicen que decían los mayores de Okondo que en cierta ocasión un muchacho de Okondo le robó aquel peine de oro con el que tantas horas pasaba acicalándose el rubio pelo al sol. Eta hartu zuen haserrea egundokoa izan zen. Era guztietako biraoak bota zituen sorginak lau haizeetara, jakin gabe nork zeukan lapurtutako orrazia: «Ekarri nire orrazia, bestela galduko dizut zure ondorengo askazia«, «Dame el peine leré, que si no te mataré«. El peine nunca apareció ni se supo a ciencia cierta quién lo había robado, pero algo se podía intuir porque no fueron pocas las desgracias que, generación tras generación, cayeron sobre la desdichada familia de un muchacho del caserío Aspuru. Aunque otros dicen que el muchacho sería del cercano caserío de Beraza ya que una noche aparecieron muertos todos sus cerdos de la txarrikorta sin razón alguna. Sorginaren madarikazioari egokitu zitzaion zorigaitzezko gertakizun hura. Edonola, algo habría cuando así sucedió… Dicen que decían los mayores de Okondo

A veces, por envidias o recelos, llegaban a confundirse, intencionadamente, los humanos con las brujas. Que se lo cuenten si no a aquella pobre Catalina de Otaola a la que llevó a juicio en 1517 su potentado vecino de Okondo Martín de Urtizaustegi, acusándola de «hechicera pública y secreta, encantadora y sorgina«. Tal cual… En fin, no perdamos el hilo…

Dicen que decían los mayores de Okondo que no había rito más importante para la salud que llenar un recipiente con agua de cualquier fuente en la noche de San Juan. Pero, al igual que a la hora de cortar las protectoras ramas de fresno, debían hacerlo antes de que despuntase el sol. De no proceder así, perdía su poder mágico y protector. Para más inri había que proceder además sorteando las tretas de las omnipresentes brujas. Y de los duendes, aquí llamados «familiares» que a buen seguro los había.

Por no hablar de los gentiles que, dicen que decían los mayores de Okondo, vivían en la Cueva de los los Gentiles, en el barranco de Asuntza, en Okongogoiena, debajo de Kastillozar… el castillo que aquellos mismos gigantes habían probablemente construido.

Ez da harritzekoa gertu dagoen Aretxarro haitzuloan Historiaurreko gizakien aztarnak agertu izana. Leku miresgarria da Okondoko bazter hura eta horregatik han eta betiko bere hildakoak uztea erabaki zuten gure arbasoek. Ba al da betikotasunean egoteko leku liluragarriagorik Mareazuloko ingurumaria baino? Okondo eta itsasoa bat egiteko, izaki mitikoek eraikitako lur azpiko zuloa. Ederra… Baina itzul gaitezen utzitako bidera…

 

Nada había tan único y especial como la noche previa al día de San Juan, una noche que, desde una eternidad atrás, se disputaba entre los incómodos seres mitológicos de la oscuridad y los resignados okondoarras que a duras pena conseguían sobrevivir en aquel valle, en aquel húmedo valle… Una noche peligrosa y en la que el mejor remedio era traer la luz del sol a la noche. Pero, ¿cómo? Haciendo una gran fogata [porque aquí son fogatas y no hogueras], eguzkiaren ordezkaria lurrera ekarriz, nolabait esateko. Sorgin eta iratxoek jasaten ez zuen sute handi bat, bai. Horra, norberak garbitzeko zuen guztia botatzen zen, azken finean, horixe zelako sute hura: purifikazio erritual bat.

Sin embargo, lo más celebrado era el saltar sobre las brasas, una vez desaparecidas las llamas. El alma del fuego… ya que, dicen que decían los mayores de Okondo, ello preservaba de la enfermedad de la rabia y de las mordeduras de las serpientes a quien lo hiciese. Tampoco era extraño hacer pasar el ganado, con el mismo fin protector, sobre las cenizas ya apagadas.

Herri euskalduna zen Okondo, oso, eta ia sagardoa baino ez zuten edaten baserritar haiek. Ez zuten besterik nahi. Sagardoak indar eta bizitasuna ematen zizkiolako gorputzari. Hala esan zigun Jose Paulo Ulibarri entzutetsuak… Era por otra parte la sidra y el tocino asado, aquí llamado «koipetsu», lo que hacía perder el sentido a las brujas. Y una y otra vez se lo pedían o robaban a los sufridos okondoarras. Dicen que decían los mayores de Okondo

Pero, al margen de estas historias locales, las brujas y otros seres de la noche siempre están ahí. Y hoy más que nunca, agazapados en cualquier rincón, esperando a salir para hacernos de las suyas. No tenéis más que mirar a vuestro alrededor y fijaros con atención. Por nada del mundo os olvidéis de hacer hoy una gran fogata, de poner una ramita de fresno en vuestra puerta o de echar un trago de agua antes del amanecer. No vaya a ser que luego se os arrepienta. Pero tranquilos, que esta noche amenazante acaba rápido… enseguida saldrá el sol bailando por el horizonte, sobre Markuartu. Y algo habrá de cierto en toda esta historia, porque dicen que así lo decían los mayores de Okondo

Meltxora Larrinaga (1937) okondoarrari eskainia, berak, beste inork ez bezala, dakielako Markuartuko zein iturritatik dabiltzan sorginak…


[A Melchora Larrinaga (1937), última gran depositaria de los tesoros de Okondo y que, a pesar de haber nacido el día de San Pedro, conoce como nadie qué grandes son la noche y el día de San Juan]

 

 

Alkandora, la chilaba vasca

 

Como me encanta el Magreb, la semana pasada he vuelto a ir una vez más al fascinante Marruecos. Pero en esta ocasión, para evitar andar acarreando equipajes molestos, fui con la vestimenta mínima y, una vez allí, compré en el zoco de Marrakech una chilaba, la indumentaria ideal para moverse por aquel país.

Durante varios días nos ha acompañado un muchacho bereber originario de Merzouga y que ha sido nómada hasta hace unos años. Hablando con él de la chilaba le comenté una curiosidad que yo conocía y le deleitó. Por ello creo que es interesante compartirla.

La chilaba es para nosotros una prenda típica árabe que cubre todo el cuerpo y que identificamos rápidamente. Su rasgo distintivo es que están dotadas de una característica capucha puntiaguda: si no, no son chilabas de verdad.

Se trata de una prenda muy antigua, poco evolucionada en aquellas latitudes y que no difiere demasiado de los kapusai que usaban nuestros pastores hasta hace un siglo o de los hábitos de los monjes.

Sin embargo, lo que para nosotros es «tan unificado», en el mundo árabe es más complejo. Así, distinguen perfectamente que la chilaba es en realidad esa prenda en su versión femenina, pasando a denominarse kandora cuando es la de los hombres, normalmente con menos adornos.


Pues bien, aquellas kandora del pasado eran, al ponerles el artículo, al-kandora. Y de la convivencia de varios siglos con los árabes en la Península, el castellano antiguo adoptó para sí aquel término que, aunque no se usa en la actualidad, sí lo recoge aún el diccionario de la Real Academia Española: «Alcandora: Vestidura a modo de camisa o la camisa misma«.

Y, una vez más, el euskara la tomó prestada. Y la meció durante siglos para hacerla llegar hasta nuestros días, devolviéndonosla llena de vida, mimándola y queriéndola como sólo nuestra lengua sabe hacer. De ahí nos surge el nombre de las «alkandora» vascas, las ‘camisas (de hombre)’ que vestimos a diario.

Como sabemos, fruto de una metátesis —salto de lugar de algún sonido dentro un vocablo— tenemos la variante alkondara, versión léxica muy extendida si bien Euskaltzaindia desaconseja su uso, priorizando la más genuina alkandora por ser aquella variante tardía de ésta.

Por otra parte, el castellano usa hoy en día la palabra «camisa» que en realidad tiene origen celta. Y de ahí el camisón que, salvo la capucha, no difiere mucho de la concepción de la prenda conocida como kandora o chilaba.

Otra curiosidad más, recuerdo de una dulce conversación nocturna sobre el arenal desértico de Merzouga, el legendario Erg Chebbi.

Tanemirt, Hamy, bihotz-bihotzez.

Urratsak egin eta ez eman

Gaztelaniari begira dugu euskara, morrontza sistematikoan, hark egiten duenari beti so, geuk zerbait antzeman eta berehala, arineketan imitatzeko. Berdin dio zein aberatsa den gure altxor linguistikoa, zenbat gure baliabideak: gaztelania da gure ibilbidea artezten duen argia. Euskararen arima deabruren bati merke saldu diogula esango nuke…

Kasu horietako bat urratsa edo pausoak hitzak erabiltzean dugu, geroz eta gehiago erabiltzen delako egokia ez den forma. Edo, behinik behin, ez da erabiltzen egokiena den aukera.

Urratsak eta pausoak egin egiten dira euskara jator eta tradizionalean, ez eman. Eman aditzak ‘entregar’ esanahia du euskaraz, hots, ez da batere egokia gure beharretarako.

Adineko baserritar batekin hitz egingo bagenu ez legoke zalantzarik, berez irtengo litzaiokelako forma klasikoa. Baina Hego Euskal Herriko euskaldun ikasi batekin hitz egingo bagenu, gauzak aldatuko lirateke, praktikan, guzti-guztiek erabiltzen dituztelako «etorkizuna konkistatzeko gaur hasi behar dugu pausuak ematen» tankerako formulak. Ia salbuespenik gabe. Hori delako eskoletan, euskaltegietan edota hedabideen estilo liburuetan zuzentzen ez den formula arrotza, ez egokia. Euskara aurrera joan dadin, ikasi, mintzatu eta sentitu beharra dago. Pausoz pauso. Poliki-poliki. Baina aurrera egin ahala, urratsak gehituz joango gara.

Klasikoetatik hasita gure garai modernoetara iritsi arte, urrats(ak) / pausu(ak) egin izango dugu. Harago oraindik, urrats egin ibili aditzaren sinonimoa da.

Aurrera edo atzera ez dakit, baina ez ditzala gaztelaniak gure hizkuntzak egin beharreko pausuak marka.

Cuando paseéis hoy por Gardea

Hoy cuando paseéis por Gardea (Laudio)… os encontréis una curiosa alfombra de pétalos y ramas de “millu” (‘hinojo’) frente a la casa Poletxe. Y quizá os sorprenda…

No es fruto de ninguna locura. Es la gran aportación que anualmente hace una gran mujer, Itziar Letona, para que no se pierda una tradición que antes se llevaba a cabo en todas las casas.

Se debe a que hoy es el Corpus Christi, una fiesta de gran raigambre e importancia en otros tiempos (de ahí el conocido dicho de “Tres jueves hay en el año que relucen más que el sol: Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión”) pero que dejó de ser festivo como tal en 1989.

La fecha se calcula en función del calendario lunar, siendo por tanto móvil. El mejor “truco” para identificarlo es añadir 60 días al domingo de Resurrección, al domingo de la Semana Santa, y siempre es jueves. Hoy en día, al no ser ya festivo, se celebra el acto religioso en el domingo posterior. En comunidades como Madrid o Castilla-La Mancha así como en numerosos municipios, adoptaron el día de hoy como festividad local para seguir reforzando el poder «intocable» de la Iglesia ya que hubo muchas corrientes críticas internas a la hora de eliminar el carácter de festividad.

Es una fiesta de origen medieval, por cierto, concebida e impulsada de nuevo por otra mujer, Juliana de Cornillon, y celebrada por primera vez en 1246 en Lieja (Bélgica). Con ella se rinde homenaje al cuerpo y sangre de Cristo, es decir al vino y las hostias que, consagradas, reciben en las misas los practicantes que así lo desean. Con ello, se funden los humanos y lo divino, poniéndose «en común», haciéndose uno… de ahí el término comunión.

Pero sin más rollos mañaneros, quedaos con el detalle de las flores en los Caminos Viejos de Gardea, las únicas supervivientes en el naufragio ya irremediable de otra de nuestras costumbres.

Gracias mil, Itziar, por mantener la llama de nuestro pueblo viva. Mujer tenías que ser…

Albérchigos

Albérchigos «persas» posan para la posteridad antes de ser engullidos por un bloguero glotón.

Tenemos en casa unos albaricoques que me voy a zampar ahora mismo. Son unos frutos que, en mi entorno, siempre hemos conocido como albérchigos. Comento a la familia lo curioso lo curioso del origen sus nombres y, como les suena a desconocido, lo publico aquí. Aunque no sé si es una treta para apartarme y dejarme sin esa fruta «que madura temprano»

Albérchigo no es sino el artículo “al” árabe y “persicum”,de Persia’, es decir, del actual Irán. Hace referencia a su origen porque, aunque las cepas más antiguas se han localizado en China, es en esa zona en donde nuestros albérchigos adquirieron más importancia y su referencia geográfica principal.

De ahí que también el nombre científico, en latín, “Prunus armeniaca” incida en aquella parte del planeta, ahora Armenia, colindante con Irán.

Al parecer en Andalucía se conoce como Damasco, nombre que sospecho pueda tener relación con la ciudad de Siria.

El inglés apricot o el francés abricot tienen la misma raíz y procedencia que nuestro albérchigo: la de la alusión a Persia.

Al margen de todo ello, recuerdo cómo de chavales, nos encantaban porque luego cogíamos sus huesos y los desgastábamos contra alguna pared para hacer una fina abertura y sacar su interior con un objeto punzante. Hoy en día no tiene sentido alguno pero por aquel entonces los silbatos que con ese proceso elaborábamos nos parecían el más ameno de los juguetes.

¡Ah! Que casi se me olvida… la denominación albaricoque también nos llega a través del árabe, con su inequívoco artículo inicial “al” pero ahora unido a una antigua expresión del griego, prekokion, y que significa que ‘madura temprano’. De ahí que lo esté merendando en una época en la que aún no se dispone de otras frutas. Salud y honor a los albérchigos.

 

Kanbo y el rechazo a nuestra propia tierra

Imposible no tener Kanbo (Lapurdi) presente en estos días e, imperdonable en mi caso, si no publicase una reflexión, casi metafórica, de la solución que supuso en su momento la gente de Kanbo para dar salida a un problema que acuciaba a todos los habitantes de la Euskal Herria peninsular y a la que éramos incapaces de solucionar nosotros mismos, por ridículo que hoy nos parezca.

Casualidades de la vida, ahora, siglos después, Kanbo nos resulta de nuevo imprescindible. Pero en aquella historia no había dolor y armas, sino manos y tierra vasca. Una tierra que aborrecíamos…

El imparable crecimiento demográfico propiciaba la conquista de nuevos espacios por el caserío vasco, nuestra gran seña de identidad. Así nuevas edificaciones surgían aquí y allá en cada uno de nuestros rincones. ¿Y dónde estaba el problema?

Pues en que los vascos de Hegoalde, los del sur, nos negábamos una y otra vez a fabricar las tejas —o ladrillos— porque aquello de manosear el barro era algo que generaba gran repulsa. Lo considerábamos ignominioso, indecente y repulsivo para nuestra condición. Y por muchos esfuerzos que se hicieron para modificar la mentalidad, no hubo manera. Es que estaba bien interiorizado aquello de considerarse noble por el simple hecho de haber nacido en esta parte del mundo.

Por ello, incluso la persona más pobre y desamparada se negaba a aceptar ese tipo de trabajos que no eran propios de su «casta» o categoría social. Nadie entendería el porqué hoy en día, pero era algo insalvable en su momento.

De ahí que, en una búsqueda de equilibrio entre la oferta y la demanda, durante siglos y hasta fines del XVIII acudiesen a cada uno de nuestros pueblos, aldeas y barrios aquellos «maestros tejeros franceses» que una y otra vez nos saludan desde la documentación histórica de nuestros archivos.

Porque, con la perspectiva de la lejanía, a ellos les daba igual el trabajar con arcillas siendo como era buena una fuente de ingresos para el sustento familiar. Y eran bienvenidos, como cada primavera lo son las golondrinas, porque con ellos llegaba la esperada solución.

Pero… no eran «franceses» sin más. Eran muchachos vascos del otro lado, de Iparralde, que venían en masa cada verano a aliviarnos un problema que nosotros nos veíamos incapaces de gestionar. Nada menos que la fabricación del elemento clave para el tejado de nuestras casas, las tejas

Aquellos temporeros no eran, casualmente, tan sólo de Ipar Euskal Herria. Ni siquiera, acotando más, de Lapurdi. Es que, aquí viene el milagro… eran en su práctica totalidad vecinos de Kanbo. Jóvenes que sin entender cómo despreciábamos aquí un oficio y fuente de ingresos así, acudieron a solucionarnos el problema y a modificar para siempre nuestra existencia y paisaje. Por ello no pueden dejar de citarse en cualquier investigación histórica de las tejeras o del caserío o de «lo vasco».

Supongo que, otros doscientos años después, se hablará de nuevo en la historiografía vasca de Kanbo, del final de un sinsentido que entonces ya nadie entenderá y que nos ha tenido enredados sin solución más de medio siglo. Y de cómo, gracias a aquellos perplejos vecinos del norte, empezamos a construir el mejor de los tejados para nuestra casa. Kanbo, Kanbo y Kanbo.

PS: como todos sabemos, posteriormente, a partir del XIX, fueron mayormente asturianos nuestros tejeros ya que, a pesar de los grandes esfuerzos institucionales realizados (Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, diputaciones…), siempre nos negamos a ensuciar nuestras manos con el barro. Pero esa de los asturianos… esa es otra historia.