La semana pasada asistí a dos ejercicios de victimización de la izquierda abertzale. Uno, vía Twitter, que duele menos. Otro, en persona, que jode de lo lindo. Y parece que esta es la línea: intentan reescribirnos la historia los que han dejado que se llene de sangre y balas. Conmigo que no cuenten. No participaré en esa relectura ni en la que dulcifica a los guardias civiles de Intxaurrondo, donde Kubati podría tener aún causas pendientes según El Independiente, especialmente edulcorado esta vez.
Maroto visto por un español
Si un nacionalista vasco se mete con Javier Maroto solo lo hace porque puede volver a ganar en Gasteiz. ¿Y si lo hace un español? David Torres no se corta en llamarle “vendemotos” en Público y zurrarle por su pretenciosa ruta social: “Votó en su momento contra la ley del matrimonio homosexual, intentó vetarla en el Senado, participó en primera línea en manifestaciones callejeras y presentó un recurso ante el Tribunal Constitucional (…) Por eso se casó hace tres años con su novio de toda la vida”.
El metro es para los perdedores
A medio camino entre la poesía y la estupidez, pero mucho más cerca de la segunda, podemos situar el tuit de Patricia Castro, una tuitstar feminista que nos recuerda a los que viajamos en metro que somos unos losers: “No me gusta ir en el metro porque no paro de fijarme en los ojos de la gente. La mayoría tienen la mirada triste, sin brillo, como si se hubiesen rendido a una vida que no decidieron escoger pero en la que ahora se encuentran atrapados. Derrotados mentalmente es imposible luchar”.
La tele de la casquería
Que nos la cogemos con papel de fumar por encima de nuestras posibilidades y que mientras intentamos no pisar mangueras los malos avanzan más rápido y ganan son dos tristes certezas actuales. Pero eso no significa que antes fuéramos más auténticos: la misma tele que hoy no resiste un chiste racista hace muy pocos años era una fábrica de mal gusto. Jesús Gil entre tías en biquinis, Jesús Quintero entrevistando a presos o Bartolomé Beltrán emitiendo vísceras forman parte del recuerdo por suerte.
¡Claro que necesitamos ordenadores!
Y no me refiero a procesadores, sino a los PC con teclado, pantalla no necesariamente táctil y ratón. Son muchos los que los dan por muertos (la mayoría, con intereses; la minoría, tecnófilos acríticos), pero en Xataka nos recuerdan que su fin está aún muy lejos. De hecho, en 2017 repuntó la compra de portátiles por primera vez en 2012 aunque la venta de PC descendió en su conjunto. Pero los ordenadores son herramientas de trabajo muy difíciles de sustituir.