Es muy
probable que hoy a la media noche encontremos a alguna muchacha metida en la
playa. Esperará a que nueve olas le acaricien el vientre, con un poco de suerte
después de haber hecho el amor, para que así obre por fin el milagro y consiga
ese embarazo tan deseado. Será la reedición de un ancestral remedio contra
problemas de fertilidad en las parejas.
Galicia es el último dique del tiempo contra el que se estrellan rituales y prácticas milagrosas que han desaparecido hace décadas o siglos de otros lugares. Por eso, aprovechando las vacaciones, fui buscando la preciosa ermita románica de la Virgen de la Lanzada (Sansenxo, Pontevedra) edificada sobre un saliente de mar ocupado desde la antigüedad por un importante castro (siglo VIII a.C. – IV d.C.).
El lugar es enigmático, sugerente, impregnado de tanto hechizo que no es difícil concebir el desarrollo de esos rituales allí.
Poco hubo que preguntar entre los lugareños más mayores para que me respondiesen de modo alborotado cómo «no sé qué chavala» o «no sé qué otra» que durante años estaban inmersas en un infructuoso tratamiento médico de fertilidad, probaron con el ritual del baño nocturno en la Lanzada y funcionó: «casualidad o no, por probar nada se pierde: y a ellas les funcionó». Siempre añadiendo la frase talismán de que los médicos que las trataban se quedaron sorprendidos y no sabían explicar lo sucedido. El argumento popular es siempre tan contundente que desarma cualquier duda del que pregunta.
El baño en cuestión ha de llevarse a cabo justo en la media noche que da inicio al último domingo de agosto, día de la romería en la ermita. También se realiza, en menor medida, en la noche de San Juan o, apurando la desesperación, en cualquier otro día. Pero la noche más apta, la más practicada, la que mejores resultados da, dicen, es la de agosto. El acto del coito, que sin duda fue parte inherente del ritual, hoy en día no se practica in situ por razones obvias.
A partir de ahí, depende de donde se consulte, todo son variantes. Algunas fuentes aseveran que lo mejor era, previamente al baño, hacer el amor en una oquedad de roca que se dice que es la cuna de la Virgen. Tiene incluso unas escaleras que por un túnel descienden desde la ermita hasta ella. Otras al parecer se conforman con el sentarse o tumbarse en «la cuna» tras el baño, acompañada del hombre, y desear con muchas fuerzas el embarazo. Conocidos otros rituales de fertilidad similares en Galicia, esa roca transmitiría unos poderes sobrenaturales sobre el cuerpo, facilitando la preñez. Cómo no, el relacionarlo con la cuna de la Virgen es una adecuación posterior que el cristianismo hace sobre el ritual popular pagano.
Otras muchachas más recatadas tan solo depositan flores allí, en la piedra que baña el mar, como pude comprobar yo mismo. Y se conformaran con soñar con sentir algún día una criatura en su vientre.
Sea como fuere, confluyen allí tres elementos en esa liturgia tan curiosa: la ermita con su Virgen, como purificadora y cristianizadora de todo ello, y los dos elementos mágicos paganos: la piedra con sus efectos mágicos sobre el cuerpo y el mar. Sobre este último, dice la tradición que la muchacha ha de introducirse en la playa cercana, en plena oscuridad, para que nueve olas le rocen en el vientre, a modo de bendición, una por cada mes de embarazo.
Los más estudiosos de este curioso ritual, no dudan en relacionarlo con lejanos cultos paganos precristianos, ya recogidos en la mitología clásica, especialmente en referencia al nacimiento de la diosa Afrodita, diosa Venus para los romanos. «Venus es la concha y la concha es el sexo femenino. La playa tiene forma de concha y el mar con su fuerza penetra en la arena, de tal manera que la espuma representaría el semen» rezan las informaciones sobre el lugar. Poco más se puede pedir: que la suerte sea favorable y que ninguna muchacha que desee ser madre se quede sin poder conseguirlo. O al menos, que se entreguen al gozo bajo la luz de la luna. Que cuanto más se intente, más posibilidades hay de que se dé un final feliz.
Vino con su apellido Olartekoetxea como carta de presentación. Y apareció por Luiaondo (Ayala) con el fin de profundizar en las investigaciones de sus raíces familiares. Como denotaba su nombre, Enric, era catalán y se encontraba alojado estos días en Gorliz para pasar las vacaciones de verano. Acompañado de sus amigas y amigo, les birló una tarde de playa para acercarse a donde intuía que procedía su apellido. Recalaron en el único bar abierto y, siguiendo las indicaciones que los parroquianos les dieron, pronto les pusieron en contacto conmigo. Así es que nos juntamos, pasamos las tarde juntos y es ahí cuando empezó a actuar la magia.
ARGENTINA. Resulta que el padre de Enric había venido desde Argentina para afincarse en Barcelona. Porque sus Olartekoetxea — su tatarabuelo Daniel junto a sus hermanos y madre— emigraron a América en torno a 1903. Eran obreros cualificados en trenes y locomotoras, probablemente tras haber adquirido la destreza necesaria en el ferrocarril Bilbao-Castejón (1863) que pasaba por Laudio y Luiaondo.
La sorpresa saltó cuando les comenté que yo también era «portador asintomático» del apellido Olartekoetxea y pronto dimos con aquel ascendente que nos unía en parentesco. Recuerdo además cómo mi abuelo materno (1909-2000) siempre nos comentaba cada vez que veía en la tele al gran futbolista argentino Julio Olarticoechea —curiosamente apodado «Vasco» a pesar de haber nacido en Saladillo, Buenos Aires— que sería «de los nuestros» porque unos familiares habían emigrado a Argentina.
Emocionados con el encuentro, sin pensarlo mucho, nos dispusimos a andar por el monte para acceder al barrio de Olartegotxi (Olarte, Laudio) que da pie a toda la historia. Y ahí aclaramos algo sobre las variantes del apellido que traían de cabeza al pobre Enric. Porque nuestro Olartekoetxea es un apellido inventado, relativamente nuevo…
OLARTEGOITIA. Olartegoitia es la versión original de todo lo que nos movía ayer. Desde el punto de vista etimológico, Olartegoitia no es sino «Olarte de arriba» o «parte alta de Olarte»: Olarte + goiti + a. Coincide con la realidad ya que es un pequeño grupo de caseríos encaramados en las laderas de la montaña, medio kilómetro más arriba que el conjunto principal de Olarte.
Como ejemplo similar, tenemos el cercano barrio de Gardea con un grupo de casas más elevada y que se conocía como Gardeagoitia.
Olartegoitia —como el cercano Gardeagoitia— están bien documentados como apellidos —se usa para ello el nombre de la casa— desde los primeros registros del XVI.
OLARTEGOTXIA. Pero también desde las fechas más antiguas de nuestros registros sacramentales, contamos con la variante Olartegotxia. O, con la pérdida de su artículo final, Olartegotxi. Y eso es lo que enreda todo.
Tanto nuestro Olartegotxi, Gardeagotxi, Urrutxi... (en Laudio), Otaolaurrutxi, Untzabetxi (en Okondo), Esparrutxi, Etxabetxi, Mugaburugotxi, Pizparrutxi, Robinagotxi, Urrutxi, Zabalbetxi, Zarrabetxi, Barrutxi, Betxi... (en Aiara), Belandiaurrutxi (en Urduña), Goirigotxi (Orozko) son topónimos que nos dejan más que patente la evolución comarcal y generalizada de todos esos nombres de lugar que surgen de unos goiti (‘de arriba’), beheti (‘de abajo’) o urruti (‘alejado’) originales. Pero es un fenómeno lingüístico que se da exclusivamente aquí, en el entorno de la comarca de Aiaraldea, en ningún lugar más.
Por ello, en esta zona, solo encontraremos la forma Olartegotxi(a) ya desde el mismo XVI.
La forma originaria Olartegoiti(a) permanecerá hasta mucho más tarde sin mutaciones pero siempre en otros entornos alejados a los que, por diversas circunstancias, el apellido migró (Laguardia, Bilbao, Arrigorriaga…). Siempre, como decimos, en lugares lejanos del entorno de Aiaraldea en donde irremediablemente se habría metamorfoseado para dar un Olartegotxi(a).
OLARTEGOTXEA Y OLARTEKOETXEA. Tanto es así, que a quien no era de la zona le debía parecer extraña esa forma Olartegotxi(a) tan sui generis, hasta el punto de no identificarla con su significado verdadero. Y será por ello por lo que algún registrador decide en un momento dado interpretar «a su manera» aquel topónimo-apellido. Y opta por corregirlo para «refinarlo», cayendo en un error de interpretación que hoy tanto Enric como yo paseamos por la vida.
Así, comienza a fines del XVII a circular por el mundo la variante Olartegoetxea —en vez de la Olartegotxia correcta— y, de su mano y teniéndolo como algo lógico, Olartekoetxea. También ahora, el fenómeno sucede en entornos alejados del epicentro geográfico del apellido, en el Alto Nervión, en donde no se habría dado la confusión. Y poco a poco se va imponiendo la versión artificiosa, incluso sobre la forma autóctona Olartegotxi(a) al tenerse la primera como la más correcta. Tanto, que lo sustituye por completo y hace desaparecer a este último como apellido. De ahí que en la actualidad no encontremos gente con el apellido Olartegotxi(a) — o su variante Olartegutxi(a)— tan comunes en tiempos anteriores no tan lejanos.
No tengo que ir demasiado lejos para comprobarlo. Por ejemplo, siendo mi tatarabuelo Valentin Antonio Olartegotxia (nacido en 1830), a su hija —mi bisabuela— la inscriben como Olartekotxea (1872) y ya a mi abuelo como Olartekoetxea (1909), interpretando equivocadamente que tras aquel Olartegotxi no se ocultaba un «Olarte de arriba» sino una «casa de Olarte».
EL CASERÍO OLARTEGOTXI. Sin embargo, la denominación del caserío que da lugar al apellido se mantiene como Olartegotxi y no el Olartekoetxea foráneo. Dicho sea de paso, por si aún hubiera alguna duda, sería prácticamente imposible la creación de un topónimo a base del nombre del barrio (Olarte) y un «—ko etxea» (la casa de) posterior: no es ni natural y diría que es inexistente en el euskera, por tanto improbable para nuestro caso. El apellido Olartekoetxea es, por tanto, una reconstrucción cultista. Así las cosas, por mucho que nos esmeremos, jamás encontraremos ni en el pasado ni en el presente una casa llamada Olartekoetxea en toda Euskal Herria, algo sin lo cual difícilmente podría sustentarse la existencia del apellido.
Fuera ya de lo lingüístico, el conjunto del altivo barrio de Olartegotxi se compone de un caserío de gran porte, no muy antiguo (XIX), una cabaña usada como almacén y como vivienda ocasional para alojar temporeros del monte, etc. (lo que se conocen como etxetxu o casillas) y las ruinas del caserío más antiguo del enclave, el que toma su nombre del lugar y lo transfiere al apellido, una edificación de la que se dijo que «dadas sus características exteriores y de construcción, Olarte Gochi (sic) puede ser considerada como una de las viviendas rurales más peculiares de la comarca, dando lugar a uno de los tipos más interesantes de ella» (Estudio geográfico del Valle de Llodio. Mª Josefa Ochoa, 1965).
RAÍCES. Ya decía al principio que la magia estaba actuando a sus anchas en este caso que nos ocupa. Y ha querido que el caserío que Enric Olartekoetxea buscaba es en donde nació y creció mi madre, con la curiosidad de vivir unos Olartekoetxea en el caserío Olartegotxi(a), sabiendo como sabemos que en realidad se trata de lo mismo.
En mi más tierna infancia íbamos a pasar allí algunas semanas en verano. Lo que no recuerdo apenas es cómo me tenía en brazos y jugaba conmigo Segundo Lili Urquijo (1880-1968), del cercano caserío de Zenagorta. Segundo fue el último vascohablante monolingüe del municipio de Laudio ya que, cuando comenzó su escolarización no sabía castellano, algo que en su momento llamó la atención. Él, a lomos de su idioma, nos transmitió bellas historias de akelarres, cuevas de brujas y otras herejías que conocimos gracias a su hijo Txomin (1930-2019) del que ya hablamos en otra ocasión (Txomin Lili: la última leyenda).
Eskerrik asko, moltes gràcies, por esta tarde tan preñada de magia. Benvinguts, ondo etorri Olartegotxira…
CONCLUSIONES-RESUMEN:
– El topónimo que da pie al apellido surge bajo la forma Olartegoitia (adecuado a la grafía actual). Es un enclave sobre el barrio rural de Olarte, en un punto más elevado que éste. Municipio de Laudio, colindante con el de Aiara (Álava).
– Precisamente ese es su significado: «Olarte
de arriba» o «parte de arriba de Olarte».
– Desde épocas muy tempranas (XVI) se da una evolución fonética subdialectal en la comarca de Aiaraldea que convierte la totalidad de los goiti (‘de arriba’), beiti (‘de abajo’) y urruti (‘apartado, alejado’) en gotxi, betxi y urrutxi. Es una evolución exclusiva de ese entorno geográfico y contundente, pues no deja lugar a las excepciones. Por eso, Olartegoitia pasa a ser Olartegotxia en esa comarca.
– Al no reconocer fuera de Aiaraldea el significado real de ese Olartegotxia se interpreta que es Olartegotxea < Olartegoetxea < Olartekoetxea (pensando por error que era Olarte + ko + etxe + a = ‘la casa de Olarte’) y se comienza a corregir por vía culta, por parte de las personas que hacen registros administrativos.
– Así, paulatinamente, se van corrigiendo todos los Olartegotxia para ir convirtiéndolos en un novedoso Olartekoetxea. Se produce de un modo más sistemático cuanto más alejados del entorno de Aiaraldea se encuentren. Pero, al final, acaban por modificarse todos, también los locales.
– Hoy en día, el caserío Olartegotxi es el único que mantiene (con la pérdida de su determinante [artículo «—a«] posterior del euskera) el nombre correcto. Porque como apellido se ha extinguido, convertidos todos por error de interpretación a Olartekoetxea.
– Los apellidos vascos proceden de pueblos o topónimos, normalmente del nombre de la casa. Pero ni el topónimo ni el caserío Olartekoetxea han existido jamás. Sí, Olartegotxi(a) como es evidente.
– No hay posibilidad de que exista otro Olartegotxia (la forma gotxi en vez de goiti es exclusiva de Aiaraldea) por lo que todos los Olartekoetxea y antiguos Olartegotxia proceden sin duda alguna de ese enclave olvidado de Laudio.
A pesar de lo que tantas veces se publica, el cachopo no es un plato de origen asturiano y mucho menos tradicional. Pero lo que sí es indiscutible es que es Asturias quien ha elevado este alimento a la más alta gloria y que son ya impensables el uno sin la otra y viceversa.
De un modo general —porque ya veremos que es más complejo— podemos definir el cachopo como dos filetes (a veces uno abierto en dos hojas) rellenos de jamón y queso y que tras ser empanado con harina, huevo y pan rallado se come frito.
Aunque son de sobra conocidas las referencias anteriores, su generalización y popularización es de hace unos quince años y, a partir de entonces, su expansión ha sido fulgurante, sin que podamos compararlo con ningún otro caso similar. Tanto que en poquísimo tiempo se ha convertido en el plato referencia de Asturias y no creo que ande muy lejos ya de desbancar a la archiconocida fabada.
Cuenta con la ventaja de que es un plato cómodo de comer, que gusta a todos los públicos y se presta a compartir. Porque el cachopo en un acto social por si mismo. Además, el maridaje con la sidra es perfecto, invitando a beberla con apasionamiento.
Fenómenos empresariales como los restaurantes Tierra Astur —con cachopos siempre correctos y a buen precio— han ayudado además a su expansión, con ese culto a la grandiosidad y al exceso, envuelto siempre en esa estética entre legendaria y onírica que lo hace inconfundible. Hoy en día, sería imperdonable para una cuadrilla de turistas no gozar de un bue cachopo dentro de una de sus barricas convertidas en mesas.
EL NOMBRE. Otro de los aciertos para el éxito de esta joya culinaria ha sido su nombre. Cachopo es en sí un tronco vacío que se usaba para guardar cosas en su interior y deriva del latín caccabum, ‘recipiente’.
Palabra de gran sonoridad, contundente, amable y que, como el tronco hueco, es vanidosa pues muestra su presuntuosidad hacia el comensal. Por ello el cachopo ha de ser siempre un tercio más de lo que razonablemente debiéramos comer, de lo razonable. Porque el cachopo es exceso en sí, el gozar en cuerpo y alma del momento a sabiendas de que luego nos esperan los infiernos de los pecadores.
LA RECETA. Su popularización es muy reciente —en Euskadi tenemos otro ejemplo similar con los exquisitos Begotxu de Armintza— como ya hemos comentado a pesar de que a partir de 1947 lo comenzó a poner de moda el restaurante Pelayo de Oviedo, basándose en un plato bien conocido en las cocinas acomodadas del lugar.
Pero en realidad, no era un plato asturiano sino la incorporación de un top gastronómico en las cocinas más exquisitas del lugar, como sucedió por toda Europa: se trata del Wiener Schnitzel o escalope vienés bien venerado en las buenas mesas desde la Edad Media y con unas interesantes curiosidades.
MIS MEJORES CACHOPOS. El cachopo levanta hoy en día tantas pasiones —existen en la actualidad prestigiosos concursos— que enfervoriza al sus devotos. Y sé que el simple opinar sobre el producto en sí como el pretender hacer una selección, que de por sí es imposible, es adentrarse en una tormenta perfecta («¡no tienes ni puta idea de lo que es un cachopo!»). Pero aquí van mis tesoros escogidos entre los muchos buenos y algunos malos que comí.
L’ ENTREGU. La clave para la perfección de un cachopo es, además del genero de calidad, el que no quede seco para no tener que beber una botella de sidra en cada bocado. Porque es insufrible. Al igual que el otro gran fallo: el que quede aceitado, porque empalaga tanto que lo hace desagradable.
Ni uno ni otro defecto tenía un cachopo que me habían recomendado, en la Casa del Pueblo en L’ Entregu, pueblo minero en la cuenca minera del Nalón. Me sorprendió por acompañar a aquel plato perfectamente elaborado, con una cobertura de setas y verduras en vez de las habituales patatas fritas. Muy agradable y… grande para una persona. Como nos gusta a los zampones de verdad.
CACHOPO VAQUEIRO, especialidad de la casa en Sidrería Narcea (Cangas del Narcea). Algo icónico, excelente como cada plato que elaboran en el lugar. Acudí con la única intención de comer su nombrado cachopo (relleno de queso de cabra local y cecina) y la estancia se alargó hasta cuatro días: excelente lugar y gente. Me comentaron que otra de sus delicias era el cachopo con hongos recogidos en sus bosques y que, claro está, que solo se ofrece en otoño. Una cuenta pendiente.
SIDRERÍA TROPICAL. Para quien vaya a Gijón, al margen de las infinitas opciones que va a tener, existe un lugar de escasa estética como local, pero bien situado —paseo playa San Lorenzo— y que entre la mucha gente que acude, encontraremos diversas variedades galardonadas con repetidos premios de los mejores cachopos asturianios. Buena elaboración a buen precio.
EL ANTOJU. La belleza de Llanes hace que su villa sea un destino turístico por excelencia. Y la oferta en hostelería amplia. Pero hay un lugar pequeño, quizá desapercibido entre tanto restaurante de lujo que rebosa de encanto. Se trata del chigre —bar de sidra— El Antoju. Es difícil conseguir una de sus pocas mesas. Pero una vez sentados, hará nuestras delicias. El personal de la cocina es fácil conversación, de esos que disfrutan sintiendo los platos que van a elaborar. El cachopo, en diversas variantes, es quizá su gran especialidad.
Yo hace poco acudí para probar su novedosa propuesta, la de
rizar el rizo, elaborando un cachopo con dos filetes de merluza rellenos de
productos de mar y una exquisita salsa en donde acabar con el pan. Aunque no
sea un cachopo propiamente dicho, es algo que hay que probar. Y volver otro día
a comer lo que hemos dejado en la carta…
Porque Asturias y su inconmensurable gastronomía siempre incitan a volver. Buena gente y exquisita sidra hacen el resto. Ah, se me olvidaba: los muchos cachopos perfectos que he comido aquí y allí también serían dignos de citarlos. Pero no hay espacio para meter todos. Como sucede con los trozos de carne a la hora de comer un buen cachopo. ¡Puxa!
Quiso Antonia que fuesen mis manos las encargadas de recoger y custodiar esa entrañable obra de arte que durante décadas habían admirado en casa. Mª Antonia Martínez Aldaiturriaga —hoy con 87 añazos aunque sin perder ni un ápice de su vitalidad— había localizado mi teléfono y me llamó para concertar una «cita a ciegas», el pasado día 16. Antonia, al margen de otras muchas virtudes, lleva sobre sus espaldas la historia de haber puesto en marcha y dinamizado diversos grupos culturales de mujeres cuando, hace casi medio siglo, aquello parecía una herejía que atentaba contra los pilares de la familia. Cuando la igualdad era una quimera, ella luchaba con uñas y dientes por conseguirla y por devolver a las mujeres esa autoestima que el oscuro régimen político-militar les había arrebatado… Pero ya hablaremos de ello en otra ocasión…
BIGURI. Me había citado porque, consciente de su edad y del cúmulo de objetos que posee, quería hacerme entrega de un cuadro que su marido, Antonio Biguri Rubina (1929-2010), había encargado años atrás a un pintor de Orozko, un objeto que había tenido en gran estima mientras vivió. Al igual que Mª Antonia, también Biguri había sido alguien de armas tomar en eso de la organización festiva, cultural o deportiva… todo lo que fuese popular. Destacó especialmente en el ámbito del ciclismo, al que se entregó en cuerpo y alma. Pero también en ese campo tradicional y popular, lo que le llevó a encargar el dibujo.
URQUIJO. El cuadro, que puede verse en las imágenes adjuntas, es un retrato del músico laudioarra Ruperto Urquijo Maruri (1875-1970) usando la técnica del puntillismo. Además del memorable personaje, completa la escena un fondo en el que se aprecian la bucólica aldea de Urigoiti (Orozko), con los icónicos farallones de Itzina y la cumbre de Gorbeiagana al fondo, coronada por la cruz que tanta fama le ha dado.
Sin duda, ello se debe a que Ruperto compuso hace un siglo el zortziko Lusiano y Clara que, tras unos retoques por otras manos ajenas, pasaría a convertirse en la archiconocida canción de En el monte Gorbea. Una romántica historia en la que relata la desdichada relación entre un pastor que debía pasar el verano en Gorbeia, cuidando rebaños de ovejas, y dejando abajo a la arratiana Clara, de la que se había enamorado perdidamente. Habla también de la cruz cumbrera que, por aquel entonces, era algo relativamente novedoso en el lugar.
Ruperto Urquijo, aquel muchacho que aprendió música imitando con una flauta las calandrias mientras cuidaba su rebaño de ovejas en las faldas de Ganekogorta…
UGARRIZA. La obra pictórica se la había encargado Biguri a un tal Simón Ugarriza Zorrozua (1939-1993) orozkoarra que tenía ya cierto reconocimiento por ese estilo de retratos y, además, por obras realizadas con curiosas piedras de rebuscadas formas que encontraba por su Gorbeia del alma: las fuentes de la plaza de Ibarra (Orozko) o de Pagomakurra (Gorbeia, Zeanuri) son suyas.
Casualmente, al igual que sucedía con Ruperto, también él aprendió a dibujar y perfeccionó su técnica de un modo autodidacta, sacando provecho a aquellos tiempos muertos mientras vigilaba su rebaño de ovejas en el monte.
Quiso la fatalidad que, en un día en que transportaba esas piedras tan llamativas de sus construcciones, sufriese un accidente en torno al puerto de Bikotx-gane y perdiese allí la vida, cuando contaba con 54 años. Fue un día como hoy, 28 de junio, pero de hace 27años. Yo mismo recuerdo la conmoción social que aquella desgracia supuso.
Por eso he querido esperar hasta el día de hoy para publicar estas líneas. Para dar las gracias a ese trío que con tanta generosidad tanto aportó al pueblo: Biguri, Urquijo y Ugarriza que hoy, seguro, nos miran desde arriba orgullosos de que aquel cuadro que les une entre sí y que refuerza nuestra historia popular, esa íntima y alejada de los grandes acontecimientos.
El cuadro en cuestión está en el Ayuntamiento de Laudio, para que pueda verlo y honrarlo quien lo desee. Porque estas cosas no se pueden encerrar en una casa: es mejor hacerlas de todos, para que quien quiera las goce o disponga.
Por si fuera poco, existe otra versión similar del mismo dibujo que Ugarriza hizo algún tiempo después para la sociedad Los Arlotes y que da la bienvenida a quien se adentra en su entrañable local. Fue asimismo la imagen usada en la carátula del disco que en honor a Ruperto Urquijo se grabó entre varios grupos en 1992.
Un recuerdo para todos ellos: para en infatigable Biguri y para aquellos dos artistas que vieron nacer su arte mientras pastoreaban. Y , cómo no, mis más sinceros agradecimientos a Mª Antonia por su generoso acto: es un honor y un auténtico placer.
Tenía que ser exactamente en la medianoche de la víspera de San Juan, reconfortados en la espera con la calidez desprendida de los rescoldos de la aún humeante fogata. Justo en el preciso momento en que comenzaba el día de todo el año en que con más altanería lucía el sol: el 24 de junio, festividad de San Juan. Es ahí cuando se da un curioso ritual conocido también fuera de nuestras fronteras, que fusiona el culto al sol con el de los árboles, para atribuirles en su conjunción un poder sanador más cercano a la magia que a la religión, por mucho que lo quisieran disfrazar con el culto a San Juan Bautista. Sin duda, un recurso desesperado frente a la impotencia que generaba la falta de salud y la alta mortandad infantil.
Curiosamente documentamos uno de esos casos en el pueblo de Laudio de hace un siglo, aquel que fue y no es, pues en la actualidad es un ritual absolutamente desconocido.
Ya nos avisa R. Mª Azkue de esta extraña costumbre que se daba en el país de los vascos: «Para curar un niño herniado, la víspera de San Juan a media noche suelen levantarle hasta la copa de un roble dos Juanes en algunos lugares; en otros, tres Juanes; en alguna parte, Juan y Pedro. Y mientras suenan las doce campanadas del reloj, suelen mover al niño de mano en mano entre exclamaciones de tori (toma) y har ezak (recíbelo), har ezak (recíbelo) y tori (toma)».
No recoge sin embargo, la variante —también practicada en otras zonas de Vasconia— de abrir el árbol y pasar la criatura por la hendidura para que sanasen ambos a la par, transmitiendo el potencial vital y regenerador del árbol al chiquillo/a.
Y ese es casualmente el curioso —incluso extravagante— testimonio que un tal Isusi envía al investigador José Miguel Barandiaran desde Laudio en 1935. Relata el informante lo que en su día le contó su convecino Jorge Ibarrondo Galíndez, un afamado carretero y acérrimo carlista laudioarra nacido en el caserío Zabalaberrio en 1856 (bisabuelo de la actual directora del instituto Laudio).
La nota textual dice:
«Día 24 de junio. San Juan. 1º Si este día se quiere curar a un niño de la hernia, dicen que no hay más que abrir con un hacha el tronco de un laurel y que tres Juanes pasen al niño por la abertura mientras el reloj da las doce. Para que el resultado sea favorable, se requiere que el laurel que ha sido abierto no se seque.
El vecino de Laudio, Jorge de Ibarrondo, me relató un cuento referente a lo dicho, ocurrido cerca de su caserío.
Dice que Juan Ibarra, Juan Zubiaur y Juan Larrazabal (este último en duda) tomaron a un niño loco (por lo visto, el remedio también sirve contra la locura) y verificaron la operación con un laurel de Julián Zubiaur, vecino del relator y de los otros tres Juanes.
El laurel aún existe y cuenta que también el niño se puso bien.
Las palabras que dijeron al hacer la operación son: «tómalo Juan el 1º, dámelo Juan el 2º y tómalo Juan el 3º (no sé si dirían en vascuence porque es muy fácil que a mí, como sé poco vascuence, me lo dijese en castellano)»».
Podríamos extendernos mucho más para añadir que el laurel es desde la época clásica venerado como árbol divino, especialmente relacionado con el culto al sol y al fuego. No en vano era el usado para renovar los fuegos de la casa, el suberri, porque frotando dos de sus maderas entre sí pronto aparecía el fuego. Era también elemento adivinatorio porque «si cuando se quemaba ardía con ruido, creían que denotaba felicidad […] Pero si se encendía callada, era triste agüero» según nos contaba Garcilaso de la Vega. En resumen, este árbol —entre los clásicos atribuido a Apolo— era mágico y sobrenatural como ninguno ya que «Tenían los antiguos que el laurel era contra los demonios y que encendido les daba fuerzas para adivinar. Declaraban con el laurel santidad y cordura, que son cosas que habemos de pedir de veras a Dios» (Ana Mª Alarcón, 1980).
Podríamos extenderno mucho más, sí… Pero quizá sea mejor no hacerlo y centrarnos en gozar con la intensidad que se merece este día mágico del sol. Porque es especial y único como ninguno. Feliz jornada de San Juan.
Casualmente en este año en que no hay celebración alguna, cumple 125 años la ermita de San Juan, en Larrazabal (Laudio): 1895-2020. Y, hablando con propiedad, debiéramos decir que los cumple «la tercera ermita» pues es así. Por ello vamos a hurgar un poco en su historia.
Pero antes de avanzar, me gustaría recordar la denominación de «ermita de San Juan Astobizaco» (en euskera sería San Joan Astobitzako) que usaban los más mayores del lugar, en referencia sin duda al entorno de la primera ermita.
LA PRIMERA ERMITA. Nada sabemos de su origen pero todo parece indicar que en origen se trataba de un templo medieval. Lo sospechamos por la advocación elegida, por las referencias a imágenes de santos que en un momento dado se hacen desaparecer por anticuadas, por el saber de la existencia de una comunidad aldeana en el lugar: es Pedro de Goiriçabalen (un caserío del lugar) el representante máximo municipal, el que solicita a los Reyes Católicos la integración de Laudio en Álava en 1492.
También la memoria popular nos recuerda que estaba ubicada donde se encuentra el chalet del antiguo propietario del almacén de gas cercano, próximo al antiguo caserío de Astobitza, cuya referencia quedaría en la antigua denominación de la ermita, «San Juan Astobizaco» (San Joan Astobitzako).
La primera constancia documental que disponemos de ella es mucho más tardía, de 1704, aunque es probable que entre el supuesto origen en la Edad Media y esa fecha se fuese renovando el edificio. La primera noticia se la debemos a la realización de unas importantes reparaciones de cantería en el edificio, por su mal estado. A pesar de ello, no debieron ser muy efectivas ya que un par de décadas después, en 1723, se dice que la ermita se encuentra «ruynosa y maltratada».
La ermita se componía del templo religioso y de «…una casa, con unas pocas heredades y castaños… » (1791). Al igual que sucedía en otras ermitas, la casa se alquilaba al ermitaño o mayordomo de la misma y siendo éste el encargado de coordinar las reparaciones, controlar las cuentas, etc. Además se le arrendaban seis ovejas pertenecientes a la ermita –hasta la mitad del XVIII fueron doce pero la mitad murieron a consecuencia de un duro invierno y no fueron repuestas–, costumbre que duró hasta el último cuarto de dicho siglo.
Los pagos de las rentas por el disfrute de la casa con sus posesiones y ovejas se abonaban el día de Todos los Santos, yendo el dinero a parar a una bolsa en la que se guardaban los capitales. El pequeño saco se custodiaba, junto a los de las otras ermitas, en «el arca de tres llaves» que estaba en la sacristía de la parroquia principal del municipio: la de San Pedro de Lamuza. Una llave la tenía el alcalde, otra el sacerdote y otra el beneficiado —un grado eclesiástico inferior al sacerdote— más antiguo y debía abrirse el arcón en presencia de los tres, para evitar los muchos robos y excesos en los gastos que se habían dado antes de la existencia de esa caja de caudales.
Anualmente se celebraban en dicha ermita las fiestas de San Juan Bautista y San Lorenzo y se componía de tres altares, siendo el tercero de ellos para una imagen de Santa Isabel. No sería de extrañar que se tratasen de imágenes medievales.
LA SEGUNDA ERMITA. Siendo tan ruinoso su estado, deciden los feligreses del lugar construir una ermita de nueva planta, ya que iba a costar menos que reparar la antigua y, probablemente, porque necesitarían ampliar su capacidad ya que se han producido grandes crecimientos demográficos.
La segunda ermita se ubicaba en el actual almacén de gas, próxima a la primera y desde donde acarreaban algunos materiales re aprovechados. La gente mayor del lugar aún recuerda la ubicación de ambos templos por la gran cantidad de teja que aparecía en ambos enclaves cuando lo sembraban con trigo.
En su construcción se reutilizan los materiales «…llevados a dicha ermita para la obra nueva (…) por haberse demolido…». Claro está, cuentan además con «…la licencia de demoler la ermita vieja y hacer nueva» (ambas citas de 1765). A excepción de los gastos por los permisos, los trabajos profesionales y las doce jornadas de acarreo de una pareja de bueyes, el resto del derribo se da por pagado con un «…pellejo de vino que bebieron las más de cincuenta personas que sin jornal asistieron el trece de junio a demoler dicha ermita».
Por fin, tras varios años de obras, se bendice el nuevo templo en 1787. Todo indica, sin embargo, que en dicho período intermedio conviven los dos edificios, el supuestamente demolido y la nueva construcción. Así parece desprenderse de citas que, hablando de la ermita existente como de un templo con funcionamiento normal, hacen referencia a «…la nueva obra que se ha comenzado» (1766) o trata de «…de la otra comenzada» (1767). Es más, faltándole aún dos décadas para ser finalizada se celebran sin embargo, cada año y puntualmente, las festividades de San Juan y San Lorenzo. Por ello podría pensarse que la documentada demolición de la primera no fuese total.
Pero estamos ya inmersos en la
segunda mitad del siglo XVIII, una época de auténtico azote para muchas de
nuestras ermitas. Es por ello por lo que gran parte de las actualmente
desaparecidas lo hacen en este período.
La razón es que la Iglesia ha
tomado la firme decisión de gestionar todo su patrimonio de una manera más
eficaz y moderna. Pretende reducir el número de pequeños templos que no le
resultan demasiado rentables o que no disponen unas condiciones mínimas como
para poder ser considerados como casas dignas de Dios. Apuesta ya por la
concentración en templos principales y no por la atomización de la labor
pastoral.
Quizá por ello, inmersos en un cierto ambiente de desilusión, la ermita deja de renovar el pequeño rebaño de ovejas que arrienda anualmente como fuente de ingresos. Así lo refleja el apunte de 1776 que dice que «…seis ovejas que tenía la otra ermita, pero por haber perecido no se cargan en adelante». También se ve obligada a sacar a remate –subasta– por primera vez, varias entresacas y esquilmos de los árboles que posee (1786).
Parece sin embargo que gracias a las aportaciones de los feligreses y a este tipo de ingresos adicionales se consigue superar un período tan devastador para nuestros templos rurales. Logra incluso remozarse –como hemos apuntado una de las nuevas exigencias era presentar los templos con un mínimo de decencia y dignidad– y pagar en 1787 una considerable cantidad de dinero por hacer un nuevo retablo, instalar una lámpara, etc.
Es aquí cuando parecen ser destruidas las imágenes antiguas de la ermita –con probabilidad medievales– de San Juan, Santa Isabel y San Lorenzo, quizá siguiendo las recomendaciones que los visitadores enviados por los obispados hacían por estas fechas: trocear y enterrar aquellas tallas que, por su aspecto antiguo, eran consideradas como «figuras indecentes». Desgraciadamente para nuestro patrimonio, ésos fueron los drásticos gustos de la época.
Ya en el nuevo retablo, tan solo reponen la imagen del titular, San Juan Bautista. Y por no contar ya con un elemento identificador, desaparece el hasta entonces tradicional culto a San Lorenzo, no constando el gasto de sus misas en las cuentas de aquí en adelante.
LA IMAGEN DE SAN JUAN. La imagen de San Juan que hoy se venera es en realidad una talla que se rechaza en el templo parroquial principal del valle que, en torno a 1787 se encuentra sustituyendo su retablo. Se ordena repetir y, la de inferior categoría la compra por 220 reales un sacerdote de Larrazabal, Fernando de Orue, para ponerla en la ermita de San Juan Astobitzako. Es el motivo, como hemos dicho, de que desaparezcan las imágenes originales, de mayor interés en la actualidad pero poco apreciadas en su momento por su estética desfasada.
LA ERMITA ACTUAL. Pasan cien años sin que se anoten cuentas de la ermita por lo que suponemos que fue castigada por las sucesivas guerras. También desaparecen para siempre las referencias a la casa anexa.
Entonces aparecerá en escena un interesante personaje, Gerónimo Ibárrola que comienza el nuevo libro de cuentas presentándose como «…primer Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Llodio, y propietario de la Cuadrilla de Larrázabal… » para seguir exponiendo «que en la mencionada cuadrilla existe una ermita dedicada a San Juan Bautista, a cuyo santo desde tiempo muy remoto tributan devoción especial los vecinos de la Cuadrilla. Su estado ruinoso y el mal punto donde estaba colocada debían producir muy en breve la desaparición de la ermita». Un espacio de tiempo tan largo y rasgado además por tres grandes guerras debió suponer un abandono casi total de la ermita y, al parecer, sus consecuencias eran patentes.
Por otro lado y valiéndonos ya de
la transmisión oral, la mayoría de los informantes recuerda que la antigua
ermita se encontraba en un terreno especialmente arcilloso e inestable. Se comenta
que, al parecer, hubo un corrimiento de tierras que derribó parte de la ya
maltrecha ermita.
Ante esta situación, el beato Gerónimo Ibarrola –que posteriormente llegará a ser Alcalde de Laudio– remueve la conciencia de los vecinos y se revela ante la inevitable desaparición del templete. Según describe él mismo en la misiva que dirige en 1894 al Obispado, para evitar la desaparición definitiva de la ermita, acordaron entre los vecinos «…abrir una suscripción (…) de la que han reunido fondos para construirla de nueva planta aprovechando los materiales de la antigua» (1894).
Según nos recuerdan sus familiares Gerónimo [en realidad debiera ser Jerónimo pero respetamos la grafía que él usaba] era una persona culta, extremadamente recta y aún más devota. Su soltería hizo que se volcase de una manera más obsesiva de lo normal con sus dos grandes pasiones: la política y la religión.
Elaboró incluso un plano-boceto
de cómo debían ser la planta y fachada de la nueva obra. Supo, además,
ilusionar e implicar en el proyecto a la práctica totalidad de los vecinos.
Así, aquellos que no trabajaron directamente en la obra, aportaron árboles con
los que conseguir el maderamen necesario para la edificación. También cuentan
con pasión los hermanos Juan José y Antonio Arregi cómo oyeron contar a sus
mayores que las losas de piedra para el nuevo pórtico las bajaron con bueyes
desde la cumbre el monte Pagolar, con un esfuerzo titánico pero necesario, ya
que sólo allí existían piedras alargadas, grandes y lisas.
Tomaron parte en los trabajos
como voluntarios tanto vecinos de Larrazabal como de Markuartu. Aún no existía como
tal el barrio más populoso actual, el de Landaluze, también muy ligado a la
ermita y su fiesta.
LA LEYENDA. La elección de la ubicación para la tercera y actual ermita se debió, según comenta su familia, a contar con un suelo más estable que el anterior y por encontrarse más próxima al antiguo cruce de caminos que se dividían para acceder a las caserías más importantes del barrio. Casualmente, el cruce estaba presidido por un gran roble, de nombre Guzurraretx ‘el roble de las mentiras’ y en cuya memoria se plantó en 2019 un retoño del Árbol de Gernika.
Pero aquel cambio de ubicación
incomodaría a más de un beato, feligrés u opositor político de Gerónimo. Por
ello, por justificar el cambio, crearon e hicieron correr una leyenda que
justificaba la actuación y evitaba suspicacias.
Así, cuenta la leyenda local que la
imagen del santo aparecía cada mañana en el lugar de la ubicación actual.
Durante el día lo retornaban a su casa –la ermita vieja– pero a la noche volvía
a desplazarse hasta el lugar actual. Se interpretó que aquel misterio era un
deseo de San Juan y ello fue razón suficiente como para no poner en tela de
juicio que la nueva ermita debía edificarse donde está hoy.
SAN JUAN TIENE NOVIA. Sea como fuere, la cuestión es que hace 125 años, en 1895, se bendice el nuevo templo y parece así darse por cumplido el sueño de Gerónimo. Probablemente ya estaba convencido de ser meritorio de las glorias del cielo. Falleció en 1911. Pero quizá en sus últimas horas de vida sacase las fuerzas suficientes como para convencer a su hermano Fernando —lo eran tan sólo por parte de padre— de la necesidad de colocar a Santa Eulalia de Goienuri (otro barrio de Laudio) en el hueco que quedaba vacío en el nuevo retablo; así podría explicarse la extravagancia cometida por aquel forzudo Fernando al robar la imagen en una noche de luna llena cuando contaba con… ¡¡casi sesenta años!! Se dice que aquella rocambolesca acción se llevó a cabo en torno a 1920. Desde entonces, durante todo este siglo, se dice que San Juan tiene pareja. Así lo recogió el compositor local Ruperto Urkijo Maruri (1875-1970), en una de sus canciones populares: «Bárbaros larrasabaleros [en referencia al barrio de Larrazabal en donde se encuentra San Juan Astobitzako] / que habéis querido casar / Santaloriaga[denominación popular local de Santa Eulalia] gloriosa / con el patriarca San Juan».
Si es que precisamente amor es lo que nunca ha faltado en ese dichoso lugar… que se lo pregunten a San Juan y Santa Eulalia…
EUSKALDUN BERRIA da euskara nagusitan ikasi duena. Bitxia da baina, gainerako
hizkuntzetan ez bezala, euskaran, berebiziko garrantzia aitortzen zitzaion garai
batez «euskaldun berri» / «euskaldun zahar» bereizketa
horri. Neurri handi batean eta egungo perspektibarekin, klasista samarra zela
uste dut, euskaldun ortodoxiaren idealizaziotik, guk euskaldun berriok ez
genuelako inoiz ere lortuko «hitz-jario zerutiar» hura. Eta hala
jakinarazi zigun behin irakasle batek euskal filologia ikasketetako eskola
batean, gure biziarteko zigorraz ohartarazteko.
Baina, aldi berean, harritu egiten ginen ikustean Euskal Filologiako ikasgai
baten batean aukera eskaintzen zitzaiela euskaldun zahar idealizatu haiei azterketak
gaztelaniaz erantzuteko, eurekin errukituta, agian ez zirelako behar bezala
egiteko gauza izango.
Orduantxe deskubritu nuen erabiltzea zela euskarak merezi zuen borroka
bakarra eta ez bestelakorik.
Atzean geratu dira idealizazio haiek eta orain ontzi berean goaz hain heterogeneoa den euskal hiztunon komunitate modernoko kide guztiok. Eta inork gutxik erabiliko du zaharkiturik geratu zaigun «euskaldun berri» esapide hura. Baina gauza batean ez dugu aldatu: erabiltzea eta ez galoietan erakustea dela euskarak eskatzen digun adiskidetasun mota bakarra.
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