Últimamente he sido muy duro con los antivacunas y quienes han despreciado las normas y recomendaciones sanitarias, empezando por la mascarilla. Seguramente, parte de mi rudeza sea provocada por mi frustración. La otra parte porque realmente soy un bruto. Frustración porque no hemos sabido comunicar lo importante que son las vacunas ni el sentido de responsabilidad social, y cuatro interesados nos han ganado la partida. La vacunación obligatoria es la prueba de nuestro fracaso. Si hemos llegado a ella (y a la frustración) es porque no lo hemos sabido explicar ni les hemos sabido escuchar.
Esto ya no es cosa nuestra
Nos organizamos en parlamentos y en gobiernos, elegimos a quien queremos que nos represente para gestionar cuestiones complejas y, si queremos participar y ser elegidos, podemos hacerlo por medio de un partido político. Así funciona la democracia. Y resulta impresionante. Pero por mucho que nos impresione, no podemos relajarnos y tenemos que exigir incluso a las más altas instancias que actúen ante situaciones excepcionales como en la que nos encontramos: hoy hacer posible la vacunación en todos los rincones del mundo les corresponde a los que saben y es lo que nos permitirá recuperar nuestras vidas.
A veces da igual que lo cuentes
El de la dictadura cubana es un claro ejemplo de que, a veces, no importa que te empeñes en contarlo, siempre va a haber alguien que crea lo que le dé la gana aunque carezca de cualquier prueba. Yunior García, dramaturgo y último recordatorio en persona de que algunos siguen defendiendo una dictadura, incomprensiblemente, explicaba en El Independiente que “no se trata de ideología o revolución sino de una casta aferrada al poder”. En efecto, el castrismo ya no lo ejercen los Castro, sino un Partido Comunista que se ha convertido en el nombre de una organización cuya única misión es sostenerse al mando, cueste lo que cueste a Cuba.
Ojo a esto
Creo que ser millenial por un pelo me libra de esto, ya que soy de los que a veces echan de menos aquellos teléfonos móviles con los que solo podías llamar y enviar SMS (soy un señor mayor). Pero esto de Magnet me ha dejado preocupado sobre todo ahora que estamos todos sensibilizados con la salud de la mente: “Las llamadas telefónicas son la nueva fobia de los millennials. (…) Para algunas personas, hacer o recibir llamadas es una experiencia estresante. La ansiedad telefónica, o telenofobia, es el pánico y la huida de las conversaciones telefónicas y es más común entre las personas con trastorno de ansiedad social y jóvenes”.
No, no necesitamos copia
Ahora que hemos normalizado la tarjeta de crédito (o el teléfono e incluso el reloj) para pagar por medio de datáfonos (que cobran a quien lo tiene en su establecimiento, que no se nos olvide), nos llenamos de comprobantes. Comprobantes que como bien explican en Xataka, no necesitamos: el propio Banco de España deja claro que es suficiente con “que guardemos el ticket de compra para comprobar que coincide con el importe y revisar los cargos de la tarjeta en nuestra cuenta” pero también “recuerda que debemos asegurarnos de que nos han cobrado la cantidad adecuada. Para ello debemos mirar la pantalla del TPV”.